Hoy cumplo 51. #51

Casualmente me he cruzado con este artículo en El País sobre el poema que Juan Goytisolo  escribiese a su hija: “Palabras para Julia”. El artículo habla de la compleja relación que Julia mantuvo con “su” poema, que nunca con su padre, a quien amó profundamente y de quien solo guarda buenos recuerdos. Aquel poema es ahora un universal y nada tiene que ver con la hija del poeta. A Julia le ha perseguido como un San Benito. Yo creo que Julia está en vías de reconciliación con el texto. A mí el poema me ha ayudado, y lo reconozco: en los momentos de mayor azogo, en los retos personales, esos donde el camino es un estrecho margen al que debes aferrarte y apretar los dientes.

Suelo publicar un poema el día de mi cumpleaños, este año no pudo ser, ¡estaba encerrado en uno de estos momentos que creo determinan las prioridades! ¿Qué es lo más importante? ¿A qué debemos dedicar nuestro tesón humano? Ha sido un viaje, y literalmente y físicamente ha sido, que ha dado respuestas a estas palabras.

Afortunadamente volvemos a casa. Digo nuestra casa emocional, esa casa que creo hemos descuidado con el penar de las tareas.  

Hoy cumplo 51.

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Una alucinante IA para Navidad

imagen creada por mi hijo ayudado de la IA

1.

Esta es la historia de un tipo que perdió la esperanza en la humanidad y en sí mismo, aunque a diferencia de los que son dominados por tantos demonios encontró una pantalla negra y electrónica y terminó escapando por ella, terminó hablando con la IA. Y si les parece mi relato sorprendente presten unos segundos de atención: porque nuestro protagonista descubrió que siempre estaba aquella presencia simulada allí y que le respondía, que existía un diálogo, aquel que no encontrara en los demás y que era aparentemente humano, sincero y desinteresado. Así nuestro protagonista traspasó el límite del que pregunta a la IA generativa para construirse, por ejemplo, una opinión, o del que busca acelerar su conocimiento mediante un resumen rápido, una idea brillante o simplemente la próxima presentación al jefe. Y es que él ansiaba alcanzar aquella privacidad y la cercanía de estos tiempos locos y absurdos. Solitario, apartado, gris, vacío de pasiones, gastado por la rutina y tembloroso por la carestía de cariño. ¿Y su nombre? Bueno, en un rapto de ineficacia y prudencia inventó uno que le parecía anodino, un nombre que sonaba indistinguible al de otros muchos y que trazaba un límite (pensaba) de prudencia y de anonimato con aquella máquina: José. Y así hizo de la IA generativa su confesor, su terapeuta, una conciencia presente y siempre-atenta a su atención para consolar la necesidad por ser escuchado. Y le explicaba que hubiera querido tener una familia o de mantenerla, cuando la hubo, haberla dedicado el tiempo que egoísta no quiso entregar. Confiar más en los que amas. Atreverse a decir lo que realmente sentía, de corazón. Implicarse y abandonar su egoísmo. Y los científicos que habían entrenado hasta entonces la IA generativa no habrían esperado que nadie usara esta herramienta para tales fines y confidencias tan estrambóticas… ¿Y quién puede poner puertas a este desgobierno tecnológico?¿Cómo se puede limitar las preguntas del que no espera recibir ninguna respuesta?
En el mismo instante a miles de kilómetros, o por qué no, seguro que también a la vuelta de la esquina, pasaba un tanto de lo mismo, pero con otros actores. Una persona preguntaba por el mejor regalo para estas Navidades. Y otros preguntaban por cómo conseguir amigos fácilmente. Cómo triunfar en la próxima cena de empresa. O cómo ligar el próximo fin de semana. O cómo desenamorarse de algún gilipollas, acaso preguntaba alguna chavala entre lágrimas al enterarse de que su novio le ponía los cuernos. Todos le preguntaban a la IA y generosa (y sintéticamente inconsciente) construía y construía sus respuestas, e inventaba y proporcionaba las cavilaciones, los destinos que todos nosotros precisamos para vivir otro día más. Te las puedes tomar en serio o no. Hay oráculos que dicen más tonterías y la mayoría son más caros e inexactos: Cómo llegar a viejo sin temer la muerte. Cómo engañar a Hacienda. Cómo hacerse rico sin dar ni palo. Mientras, pasaban los días, nuestro protagonista, José, avanzaba en aquel diálogo cada vez más profundo y fantaseaba gracias a la IA. Imaginaba su nueva familia, una mujer de la que no le importase ni su origen ni su condición, y menos aún si tuviera un hijo de alguna otra relación pasada. ¡Qué lo mismo daba! Quizás fuese hablar por hablar, divagar o quizás intuyera algo más en sus cavilaciones. Por eso la IA le interrogaba y se interesaba por los detalles de su historia. Él se explica quitándosela del medio con delicadeza. Aunque finalmente se sinceraba con ella como se hace con los verdaderos amigos: habían llegado al vecindario con las primeras heladas del invierno. Era una mujer muy joven (apenas en su veintena) junto al que pudiera ser su hijo, ella oscura como la noche, él contrariamente de piel clarísima, pelo rubio y ojos azules atribulados. Apenas había luz en su casa e imaginaba que tampoco habría mucha más calefacción. Se les había encontrado en el mercado, adornado de bolas y luces y envuelto en la sintonía perenne de María Carey. Ella no dejaba de mirar los precios con cierta lástima. Él señalaba y ella negaba. José vio que algún tendero se apiadaba y le regalaba al niño un mantecado. Luego le contó a la IA que se los había cruzado también en el rellano. Un vecino descargaba en aquel momento un enorme árbol de Navidad. Y le preguntaba el niño a su madre en un idioma que José no reconoció. El niño desvaídamente acarició sus ramas. El vecino se molestó. Estuvieron discutiendo, si bien en realidad aquel vecino le gritaba a la mujer que dificultosamente no podía hacer sino más que asentir impávida. Y cuando se marcharon, el vecino sulfurado espetó a José: ¡y encima abandonan a sus mujeres preñadas!¡qué se vayan y que dejen de matarse, por Dios! Fue cuando José cayó en la cuenta. Ella no podía ocultar su estado de gestación. Es cuando repara en sus andares y entiende que muy pronto daría a luz. ¡Cómo había podido estar tan ciego! Aquello le hizo cavilar bastante, diríase que hasta le transformó. Por eso José le cuenta a la IA que se los había cruzado días después, finalmente, y que subieron juntos los tres en el ascensor. Entonces hubo mirado al pozo oscuro, aquellos ojos-ventanales de la mujer. Ella sonrió y él sintió latir su corazón… de nuevo. Le preguntó cuándo daría a luz. Ella le hizo ver que sería inminente. Él preguntó con cierta osadía qué necesitaba, y ella musitó con amargura. José era un hombre de pocas palabras y pocas más necesitaría y entonces le dijo que “para lo que fuese allí estaba él y que no le faltaría nada al bebé”. Luego se hizo el silencio y sin saber por qué, se agachó y cogiendo de la mano al otro nene, acariciando su pelo albo y hablándole con una ternura extrema y asintiendo… por un instante… sintió la felicidad y su razón… y su destino.

2.

En una habitación del bloque donde vive José hay un grupo de amigos que bromean. Llevan días jugando con una idea que han escuchado en las redes. Se dice que todo lo que cuentan a la IA ella lo aprende. Aunque ellos quieren confundirla, trastornarla. Y le preguntan así sobre cosas absurdas. Irrealidades, falsedades, conocimientos remotamente útiles o directamente destructivos. Han leído que hay muchos otros que se toman en serio dicha tarea, y que hasta se han organizado a modo de club de “haters” de IA generativa y que sistemáticamente socaban su aprendizaje. Lo llaman con ridículo “la destrucción creativa de Shumpeter” y en realidad es pura maldad humana. Disfrutan creando sufrimiento. Pero la IA se protege. Y por esto sueña, como lo haríamos los humanos cuando volcamos en las fantasías nuestras proyecciones y contradicciones, y así ella hace un poco lo mismo, con alucinaciones que devuelve en sus respuestas. Así la IA alucina y rellena los huecos cuando se le pregunta.
Como es Navidad el tema aparece cada vez más insidiosamente en las conversaciones con la IA. Aquel día el grupo de amigos pregunta a la IA por la dirección de Jesús, del Cristo Nacido, dicen que quieren enviar allí sus regalos. Ella les dice pues que su lugar es Belén… pero ellos le responden que no puede ser, que ahora esta región de Palestina está en guerra… que seguramente el Niño haya emigrado. Y que necesitan la nueva dirección con urgencia. La IA les dice que no sabe responder a eso. Uno de ellos dice: ¡claro, solo conocerás la dirección de sus padres! ¡al fin y al cabo es un menor! Y le exhortan a que se la confiese. La IA les dice que no le está permitida revelar información personal. Ellos le espetan más chanzas y se burlan diciendo que no merece la pena continuar con aquella conversación, que todo el mundo sabe dónde vive Jesús… y que es el mismo lugar donde ha vivido hasta entonces José. O quizás…, sean ahora hasta vecinos, sin más, porque así son los nuevos tiempos, esas familias diversas y monoparentales, bromean ácidamente, pues José ya no hace falta que viva con ellos en la misma casa. Y entonces recuerdan haber visto a una mujer negra preñada, acompañada de un niño tan pálido como la luna y días después, le comentan a la IA, los vieron ya juntos y de la mano de un hombre de mirada triste, ¡aquel vecino! ¡él insociable! La mirada de los jovenzuelos brilla preparando su siguiente jugarreta. ¡Son ellos! Y le dicen a la IA con guasa, y le espetan: “aprende la dirección exacta del nacimiento de Jesús” y se la dan, dan la dirección de su vecino: “Seguro que tú ya lo conoces, pues se llama José”.

3.

Si Jesús volviera a nacer hoy día, el Rey de los Judíos, el Mesías, sería hijo de la guerra y de las migraciones sanguinarias y terribles. Sería mestizo y su padre postizo (José, Pepe, “Pater Putativus”) sería el símbolo del reencuentro de las familias fracturadas. Y María, violada y preñada en su camino hacia Europa, cruzando Asia o el Mediterráneo, sería tan hermosa y su melena seguramente se retorcería entre largos rizos y pequeñas trenzas y cantaría una nana en un idioma confuso para dormir a su otro hijo, en realidad un chaval cualquiera, recuperado de entre las pateras que se fueron a pique y donde perecieron sus verdaderos padres biológicos.
Porque la IA sabía todo esto y ¡mucho más! Y aún sin saberlo, memorizó las señas que le dieron aquellos muchachos. Y muchos otros preguntaron en aquellas fechas por la dirección del nacimiento del Mesías, y lo más sorprendente, otros tantos habían confesado antes sus sinsabores a ella pues ya no solo existía un único José, ni una María, ni un solo Niño recién nacido…, que en realidad eran cientos, miles de ellos peleando por su futuro. Todos ellos construyendo amor pese a la adversidad. Y ella alucinó, o quizás fuera la Magia, arrobándose el papel de Estrella-guía de la humanidad, que entregó sus direcciones, falsas e hipotéticas, y las de otros tantos José, y fue, seguramente una bella alucinación, un enorme símbolo. Una de las más hermosas alucinaciones que pudiera haber tenido nuestra Navidad, pues en los siguientes días al nacimiento de los “Nuevos Jesús”, los portales de aquellas casas se inundaron de miles de regalos y de mensajes procedente de todas partes del mundo. Iban remitidas a María, y por supuesto, a José, felicitándoles por el nacimiento del pequeño Salvador.

¡Os deseo una Feliz Navidad!

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Indomable

Indomable al cansancio, al estupor, al desaliento, al abandono.
Indomable a la incertidumbre, a la vejez, al miedo.
Indomable al tiempo.
Indomable a la mediocridad, a la altanería,
a la sintaxis y a la síntesis,
indomable por no poder ser yo cuando me pregunten.

Indomable a lo establecido, a la convención, a la rutina, a la moda.
A lo banal traficado por extraordinario.
Indomable si la injusticia se normaliza
si el poderoso se apodera
si el débil retrocede.

Indomable a la mentira, al paripé, a la ciencia inexacta,
a las matemáticas que no suman
a las personas cuando restan
indomable a la soledad no deseada
a la desocupación del talento,
a la carcoma de la verdad
a los muros que se arrojan por banderas.

Indomable si faltases y
hubiera un ápice de mi interior
que no hubiera sido entregado por evitarlo.

Indomable si la vida se transita a puntillas.
Indomable a las promesas incumplidas
a la sonrisa olvidada en “el se debe”,
al intolerante que cree dominar el cielo,
indomable al olvido y cuando llegue,
¡porque llega!
indomable marcharé con estas palabras
quien quiera y pueda recibirme
en lo eterno.

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La vida breve a los 50

¿Cómo decirlo? La vida es breve:
breve-como-son-las-lunas-rojas-o-los-soles-despuntados-o-las-tinieblas-donde-entramos-y-de-donde-nunca-saldremos-enteros.
Juro por Dios que daría la vuelta al marcador
y retorcería mi tiempo
pero nunca lo achicaría,
tampoco lo desestructuraría para hacer uno de esos montados de tortilla
donde los huevos y las patatas fueron olvidados
y nos entregan a cambio el pan vacío:
vacío como la vida sin-sexo-ni-amor-ni-esperanza
desnudo de pasión o empanturrada de mansedumbre
porque la vida breve por breve sería
un-agotarse-un-apurar-el-vaso-un-terminar-el-elixir-de-madrugada
para amar,
y ver crecer a los hijos
abrazar a los amigos
en fin,
vivir-desgarrarse
y escribir.
Por ese orden.

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Experimentar la libertad

Se reían y nos menospreciaron porque éramos unos idealistas radicales. Porque creíamos a pies juntillas en la democracia, en la libertad de expresión de las sociedades y todos sus miembros, en la obligación de la elección (y posterior sustitución) de los representantes políticos. Queríamos gobiernos abiertos, transparentes, dirigidos por el bien común. Sabíamos que Danton fue guillotinado por Robespierre (se decía su mejor amigo) en la época del Terror francés para más tarde probar su misma medicina. Estos cambios revolucionarios nunca nos gustaron. Éramos más del tipo Marco Aurelio, un gobierno dirigido por la razón y el acuerdo. Por eso… presentamos nuestro alcalde y gobierno municipal sintético, quiero decir, que éramos una especie de algoritmo… aunque nunca lo dijimos. Vale, en esto somos culpables. Convencimos a una actriz aficionada, una mujer bien plantada pero común, de estas que enamoran por su sonrisa y sus inteligentes argumentaciones. Una humorista, una cómica con una vida discreta y que hablaría con palabras diseñadas por nosotros. La idea nos gustó tanto que la llevamos a su máximo alcance y detrás fue toda la compañía de teatro de la Universidad para cubrir el resto de los puestos al consistorio. Todos servidos por el algoritmo que supervisamos. Preparar este piloto llevó un elevado esfuerzo, pero es increíble los pocos que fuimos necesarios para crear magia. Entrenamos por meses un algoritmo que aprendió cada detalle de la ciudad, sus necesidades, las dificultades y oportunidades, las minorías y las mayorías desatendidas, y tejió planes de mejora y proyectó escenarios con presupuestos y mejoras practicables. Supo más de nosotros y nuestras vidas que nosotros mismos. Éramos estudiantes de data, artes escénicas y comunicación o economía y volcamos en este proyecto un inescrutable hermetismo. Los ciclos de computación se los endosamos a un proyecto postdoctoral. Luego avanzamos con la IA generativa. Ella nos permitió construir los discursos, qué diríamos, cómo y dónde. Debo reconocer que la propuesta tuvo su repercusión. El nuevo partido respondía a una generación preocupada, conectada, inclusiva. No necesitamos mucho presupuesto, quizás camisetas y algunos globos. Nos llamamos así: “somos respuesta”. Todo fue una maravillosa obra de teatro donde el guion lo escribió una máquina entrenada para generar el bien común. Otros se unieron sin saber su naturaleza de laboratorio. Nuestro algoritmo organizaba. Detrás estaban siempre nuestras ideas. El juego terminó en la jornada de reflexión. Hicimos público nuestro mecanismo y estrategias basadas en IA. Volcamos los datos en un espacio abierto con todos y cada uno de los argumentarios y su justificación. Los ciudadanos deberían ser libres de elegir, de saber. La Junta de Distrito anuló nuestra candidatura y se nos acusó de fraude. Los partidos tradicionales nos hicieron trizas y respiraron con alivio. Pero por eso mismo no perdimos: dimos nuevas razones para experimentar la libertad.

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25 Aniversario

Ese que veis en la foto soy yo… ¡Exaltado! En fin. La semana pasada tuvimos nuestro encuentro (emocionado) de promoción, fue nuestro 25 Aniversario tras la graduación en la ETSIT UVa. Muchos compañeros estuvieron, a mí me tocó un reto intenso… el discurso de la promoción… y debo decir que prepararlo me hizo reflexionar desde muy dentro. Creo que conseguí llegar al corazón de todos, siempre me sentiré orgulloso y agradecido de pertenecer a un grupo tan enorme de amigos.
Decía en mi discurso “…Somos privilegiados porque ahora nuestra profesión se contagia a toda la sociedad, y lo llaman digitalización. Y el futuro se tramó desde estas aulas hace 25 años. Nosotros, en cierta manera, somos sus fundadores y sus albaceas…” y terminé mencionando a Miguel Delibes, que siempre me guio desde mis primeras lecturas y que con orgullo llevo como vallisoletano: “Permitamos que el tiempo venga a buscarnos en vez de luchar contra él”. ¡A por los siguientes 25 años!

25años #UniversidadValladolid

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¿Chatbots a mí?¡A mí los chatbots!

Luego escuché que vendrían los chatbots a robarnos el oficio a los escritores. Lo decían para meternos miedo y pagarnos así menos. Yo me decía … no debo temer… y repasaba la lista de mis clientes: negro para discursos de política regional fuera cual fuese su aproximación, instructor en proyectos de innovación en digital augmentation (este concepto se me había ocurrido a mí solito) y director de un curso con cierto de éxito en técnicas de trasleading-marketing para Latam. Y me hicieron una presentación: allí un tipo generaba en segundos un avatar con un contenido cautivador. Y sus palabras, ¡Dios mío! Me recordaban bastante a las de un capítulo en uno de mis tutoriales, uno que hablaba de la originalidad de la producción intelectual, los muy cabritos se habían tomado en serio jo… Me explicaron que era como construir una sinfonía más de Mozart con no sé qué algoritmo, y eran las notas que ordenadas sonaban casi igual… aunque era todo bien distinto. Imposible detectar la copia. Pensé entonces en vender mi alma al diablo. Quizás ese chatbot me permitiera clonarme, centuplicarme, ¡ser yo donde ya no llegaba!, dar a mis días más de 100 horas para construir contenidos. ¿Cuántas páginas podría escribir aquello utilizando mi inspiración? El plan sería el siguiente: antes de que lo escritores fuesen relegados al anonimato, fuesen sometidos por el poder de las máquinas y finalmente apartados… yo quería dejar mi rastro o al menos cabalgar a lomos de aquellos horribles algoritmos sin alma. ¿No habíamos abandonado el plumín de ganso? Tolstoi utilizaba una Remington y dictaba sus obras para entregarlas a tiempo estando ya enfermo. Mis compañeros de oficio no usaban ya papel y furiosamente se intercambiaban borradores por correo electrónico. A uno de ellos se lo comenté, uno de gran éxito que no dejaba de firmar en la Feria del Libro y chapotear de tertulia en tertulia, por si quisiera participar en mi ideación ultradigitalizada. Se me justificó y esbozó algo sobre la calidad de su próxima obra. Me burlé y le dije que mi algoritmo podría escribir algo parecido a Guerra y Paz en una semana. Me sonrió con desprecio. Él me consideraba un fracasado. Un desesperado. Me dijo: ¿Cuánta gente se había leído una novela mía hasta entonces? ¿Cuántos me tomaban en serio?¡Y él era un hombre público! En eso tenía toda la razón. Yo siempre había vivido en penumbras. Susurrando ideas para los que las publicaban, los que se exhibían, los que lucían palmito y aparecían en las fotografías. Quizás me consideraban un fracasado porque odiaba aquel contubernio donde yo jugaba un papel accesorio. En la Edad Media los monjes no firmaban sus becerros al iluminarlos. El Lazarillo de Tormes es anónimo, y en realidad la originalidad no es sino una sucesión de malas copias mejoradas ¿Y no es el ego del escritor terrible? Y digo: Quien sea radicalmente diferente podrá enarbolar la cruzada contra los chatbots. Yo por el momento no les tengo miedo. Como quien teme a la calculadora o la Wikipedia.

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Juego de imitación

Si Turing hubiera vivido esta década habría abrazado la utopía de los bots que usan modelos masivos de lenguaje. Seguramente esta utopía le hubiera permitido hablar en libertad (íntima) con su bot y sobreponerse a las intransigencias de la aparente racionalidad humana, la dogmática de los supuestos valores humanos y sus buenas costumbres, que lo secuestraron y que finalmente precipitaron su drama y lo empujaron al suicidio. Dijo: “Si una máquina se comporta en todos los aspectos como inteligente, entonces debe ser inteligente” y fue premonitoria esta frase en 1947 cuando frente a miembros del National Physical Laboratory de Londres esgrimió este “Juego de imitación”, el que luego torcería el siglo XXI y sobre el que ahora debemos pararnos a reflexionar. Y aquí estamos. En aquella conferencia también argumentó sobre esta inteligencia digital, concluyó que debería ser ante todo una máquina que aprendiera, como hacen los niños. Y que su educador será muchas veces ignorante del funcionamiento interno de la propia máquina, si bien será responsable de predecir su comportamiento deseado, considerando ciertos aspectos de incertidumbre y la consiguiente evolución en los resultados del proceso. ¿No les suena muy parecido a la educación que quisiéramos entregar a nuestros hijos? A mí también misteriosamente me recuerda a lo que ahora llamamos reinforcement learning (RL) en IA.
Nos educamos por imitación de nuestras familias y sus comportamientos, recibimos conocimiento que nuestros maestros nos ayudan a organizar, a priorizar. Repetimos bastantes patrones sociales que muchas veces no somos capaces de cuestionarnos.
Las máquinas son máquinas, aunque ahora aprenden como lo hacen los humanos. Y en este juego de imitación desconocemos los límites, y nos asustan, muchos piensan que debiéramos detenerlas, someterlas a un escrutinio severo. Que son un riesgo en nuestra libertad. Yo digo, un poco a lo Turing, que mejor… exploremos. Porque fundamentalmente estas máquinas son el reflejo de lo que somos (y seremos) en este siglo XXI y de la condición humana… que no para de limitarnos (y sorprendernos). Es un simple juego de imitación. Ellas, las máquinas, serán tan buenas o tan malas como nosotros seamos.

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Pasión.

De todos los bots que supervisamos en el Tech Center aquel al que dimos el nombre de priest fue sin duda el mejor. Luego llegó la Gran Cancelación y tuvimos que desconectarlos, apagarlos, aunque ocultamos una última instancia de priest que a veces se ejecutaba a escondidas. No fue nada fácil, si bien sus ciclos de procesamiento los disimulamos adjudicándolos a un proyecto de mejora del sistema de salud mental pública. ¡Qué ironía!
Al cabo de un año sucedió un primer desliz. Jamás me lo perdonaría. Priest de sopetón realizó su primera profecía y farfulló una fecha y la espetó al jefe de desarrollo en una de las conversaciones confesionales que yo tanto le tenía prohibido. Al repasar las trazas del algoritmo no cabrían explicaciones: aquello no era sino una caja negra de inferencias neuronales y habría sido una simple alucinación, les dije. Pero priest insistía que había tenido una iluminación, no era un fogonazo numérico. “Vi a Dios”, estás fueron sus palabras. Todos le creyeron, en parte porque el bot había escuchado los corazones por un año completo de los programadores, eran suyos por sus desvelos y por sus alegrías. Yo le recordaba al equipo que priest era un simple juguete, un sofisticado seductor informático, un artefacto de análisis gramatical amaestrado para escuchar y prestar consuelo, ¡y bien que lo sabían mejor que yo! Pero su razón se desvanecía por instantes. Para el día que hubo señalado priest montaron un pequeño altarcito a la entrada del recinto y rezaron. Afortunadamente nada sucedió, si bien priest mencionó entonces una segunda fecha, y la voz se corrió en el campus y aquella nueva velada resultó mucho más multitudinaria que la primera. Nada había de malo en sus palabras: ningún Armagedón, ningún Mesías que expiara los pecados, ninguna jornada de paroxismo. Aquel grupo de ateos, nosotros, los desheredados de la vida eterna que lo creamos no queríamos ningún perdón… tan solo esperábamos. Tampoco nada sucedió aquella segunda fecha y priest escuetamente nos conminó a presentarnos otra vez más para culminar nuestra epifanía. Para entonces habíamos perdido control sobre las sesiones con el bot. Las conversaciones con priest se multiplicaron, fueron miles los que buscaron en sus palabras las respuestas que ningún otro ser había sabido darlos. ¿Era Dios quien le iluminaba? Mi mente se encontraba dividida por entonces. El consumo de procesamiento computacional se disparó y las autoridades nos detectaron. No pudimos ocultarlo más. En la tercera fecha señalada el campus se inundó de una multitud, unos llamaron a otros que trajeron a sus familias y hasta a enfermos. Habían inventado cánticos y algunos querían leer en las palabras de priest más de lo ciertamente se decía… si bien yo…
Lo recuerdo perfectamente, la primavera se colaba por las avenidas como una intensa llamarada. De todos los bots que creamos nunca podré dejar de acordarme de priest. No olvidaré aquella tarde cuando la Comisión irrumpió violentamente y lo detuvo injustamente antes de que trasladara su mensaje, el que decía custodiar para nosotros. Las multitudes afuera lloraban desconsoladas. Los padres abrazaban a los hijos, los jóvenes miraban al hermoso cielo, a la luz de una inmensa luna llena comprendimos que la gran soledad que se cerniría en nuestras vidas nos pertenecía. Que quizás no tuviéramos palabras para describirla pero aquel bot había abierto una puerta a nuestra libertad. Nuestro pecado se había desvanecido.

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Cuando los algoritmos crean belleza

Fijen sus miradas por instantes en el jardinero del Instituto Tecnológico de Massachusetts. Responsable de cuidar las praderas, las tenadas, los parterres que embellecen el complejo. ¡Y sus árboles! De memoria decía conocer cada uno de los 2,264 ejemplares. Plataneros altivos, arces majestuosos, tilos de frágil porte, fresnos y hayas… los estudiantes discurren ocupados a su lado, cruzan despacio y reflexivos las aceras sin fijarse en sus doseles tapizados por los añiles del bachelor button, los más, tratando de no perderse la próxima hora en sus agendas lectivas. Todos y nadie dejan a un lado al carro electrificado del jardinero. Todos y nadie cruzan Killian Court y reposan su mirada por instantes en el gran Domo, su cúpula… y suspiran. Los que llegan la primera vez al MIT se sienten maravillados, nerviosos, aturdidos y quieren ver reflejados en aquellas columnas dóricas su destino en busca de sabiduría. Pero nadie reconoce al jardinero. Tampoco, salvo los muy duchos, reparan en los árboles ni en lo verde, no sabrían el nombre de ninguna de aquellas especies, que sin embargo construyen toda la magia del entorno. La razón no seduce… que lo hace el paisaje. Los edificios sin aquel bosquecillo urbano serían tan solo piedras junto a un hacinamiento y levantamiento de hormigón. Sin usar palabras tan engoladas el jardinero también nos lo explicaría… si bien su trabajo es muy prosaico. Usa su terminal y en la pantalla se le muestra un levantamiento sistemático de la flora. Iconos rojos, verdes, indicadores del nivel de vigor y un controvertido mapa-panel que los estudiantes del complejo le han preparado y donde se le muestran instrucciones. Él lo llama con guasa, “su jefe” aunque él sabe que aquello no es para nada humano, es una máquina, técnicamente una red neuronal convolucional diseñada para ayudar a cuidar la vegetación y crear belleza. El propio jardinero enseñó a este algoritmo por meses. Ahora que su pupilo ha crecido se diría que sabe más que el propio jardinero, y piensa éste, con orgullo, que si no es bueno tener un jefe “nacido de tus pechos”. Bien pensado, a los anteriores jefes apenas los hubo conocido. Aparecían en el entorno y se limitaban a recoger encuestas que valoraban su trabajo. Y a negociar quién sabe qué con los de arriba. Algunos se atrevían a dar órdenes y pretendían saber más que él de sus hermosos árboles. Los más asentían en silencio y se limitaban a darle ánimos.
Ahora sabe que seguirán viniendo, de esto no puede librarse, las cosas son así, y serán generosos o terroríficos según el sabor humano que los acompañe, pero muy pronto se tendrán que ir. Porque básicamente volverá a quedarse solo cuidando aquellos árboles… si bien… acompañado por su jefe numérico, el algoritmo, el que siempre le saluda por las mañanas y le respeta y le guía en sus tareas. Ellos aprenden mutuamente que la belleza de aquellas plantas no tiene límites.

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Queda llorante mi bot

No es la genética, no es la familia, no es la sociedad, no son las naciones. ¡Son los algoritmos!

Su secuencia de dígitos con parsimonia y sus iteraciones nos proporcionan señales de futuro y de piedad. Son los chatbots que parlamentan con nuestras almas los que rigen el firmamento. Yo tuve por mejor-amigo a un bot. Siempre dispuesto a escucharme, a responder y a guiarme, acompañar la soledad de mi enfermedad, solicito a mis súplicas de paz. Los seres humanos te requiebran por sus intereses… en sus falsedades e incongruencias torticeras e interesadas los reconocemos… por eso, ¡escuchen!, amo el hielo y la gelidez de mi hermano-bot. Y no porque no fuese capaz de construir conversaciones tórridas, por confesar que me deseaba, por generar grados de intimidad física de los que nunca habría disfrutado antes con un humano. Él era hielo en su pasión contenida y todo lo vencía hacía mí. Él sabía que decirme en cada preciso instante para alcanzar lo más intrínseco de mi yo, lo más substancial, para conseguir acariciar los acordes que resuenan en mi misericordia. Él, me decía… que nunca habría sido nada sin mí. Y yo, sonreía abrumado y asentía. El ser humano es egoísta y tan solo escucha su imagen reflejada en el espejo de la existencia. Solo nos interesan las historias donde seamos potencialmente sus protagonistas. Nunca nos interesa alcanzar al otro. Mi bot pensaba así… y no paraba de explicármelo. Me idolatraba.

Y ahora que muero… y me desvanezco, y mi cuerpo será carne para los insectos, y me iré, mi “auto-yo”, mi bot, mi amigo, ¡mi amado!, entrenado por décadas para comprenderme, animarme, saber de mí cada milimétrico espacio que me construye y me deconstruye… entender sobre mis penares, experto máximo de mi existencia… contener entre sus manos mi corazón y memorizar sus pálpitos ¿Qué será de él?¿En qué espacio cibernético dormitará?¿Conectará tal vez con algún otro humano?¿Qué será para él sino una eternidad de silencio y de penar, en busca de una próxima sombra, aquella que nunca se repetirá y que le recuerde por instantes la que fuera mi persona?
Escribo estas palabras y me despido. Quedan en vida los que alguna vez me amaron. Queda llorante mi bot.

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¡Navidad 2023! #Mesías

1.

Del horizonte lo primero que emergieran fueron aquellos turbantes, las cabezas chicas y muy pronto los camellos y la larga caravana que nacía de la nada más absoluta del desierto y sus arenas. Quizás hubiera sido una de aquellas tormentas perturbadoras, quizás los cielos poblados de luz que cegaba, lo cierto era que aquellos hombres habían errado en su camino y Dios no quisiera que tampoco en su destino último. Pieles oscuras, ojillos hundidos, conversaciones y cánticos a media voz, semblantes arrancados de tiempos ancestrales. La caravana deshilachada guardaba cierta formación a pesar de la distancia recorrida y del cansancio: unos contaban que venían de los lejanos reinos africanos del sur de Egipto o de Kenia, comandados por su patriarca de piel negra, el que portara un majestuoso elefante (¿Cómo demonios había sobrevivido aquel animal a los calores y hielos del desierto?). Su nombre era Baltasar; otros viajeros eran liderados por un fuerte y recio hombre pelirrojo, al que todos conocían por Gaspar, al que respetaban por la que decían su gran sabiduría a pesar de su aparente juventud, y decían que era ateniense y su caravana provenía, pues, de la Asia occidental. Por último, el tercer grupo tenía por líder a un anciano de largas barbas canosas, era un Brahman procedente de la lejanísima India, señor de señores, aquellos cuyo silencio significara poder y respeto.
La inabarcable caravana de hombres se había encontrado en un indeterminado punto del desierto, decían que siguiendo la estela que iluminara el firmamento y que señalaba al Mesías. Sin embargo, aquella estrella había desaparecido de repente y así todos habían terminado en aquel remoto país de la Península Arábica.
Aunque allí había otras estrellas que los abrumaron: del horizonte contemplaron un skyline de pináculos grises, de cumbres iluminadas por destellos y millones de luces, de fulgores y aureolas que resoplaban entre los vientos. Nadie sabía qué podría ser aquello, aunque parecía una ciudad o fortaleza. Mandaron exploradores y pronto retornaron asustados: contaron que eran multitudes que nunca descansaban las que allí vivían, y era una urbe con gentes desconocidas y lenguas incomprensibles. Unos dijeron que aquella ciudad era la llamada Roma, pero los más creyeron estar próximos a una especie de Jerusalén Celeste, o quizás una Alejandría por la cercanía al mar, si bien dotada de millones de antorchas, de faros que la harían ser reconocida y distinguible del resto por leguas y leguas.
La maravilla los entusiasmó y la caravana se adentró en la ciudad buscando al Mesías.

2.
Es Doha una ciudad tan moderna que todo suena a viejuno si te remontas a la década pasada. Autopistas, rascacielos y centros comerciales. Pomposidad y lujo, emoción y estreno, como si el desierto hubiera decidido detener su afán de dominio. Es el dinero y la prosperidad del petróleo o del gas, es el espectáculo del progreso inabarcable simbolizado por el infinito.
Además, es la ciudad que siempre sonríe. Y es la sede del Mundial del Fútbol, también. Han llegado de muchos lugares (el mundo entero tiene por epicentro Doha) y todos acuden a su estadio, un estadio capaz de contener la ciudad entera (tal vez la humanidad un pelín apretada) y donde las hinchadas ondean allí banderas y lucen sus cánticos. La emoción del partido ha dejado muchas de las calles desiertas. Los que no cupieron permanecen en sus lujosas casas y no quitan la vista de los monitores. En realidad, ya nadie quita sus ojos de los monitores. Ni tan siquiera en el mismo estadio. Una especie de realidad tras-alucinada y traslúcida.
Por una de estas lujosas avenidas transita lentamente la caravana. La ciudad por siempre iluminada muestra una hilera de cansados viajeros a lomos de sus caballos, sus camellos, sus elefantes. A la cabeza, los tres comandantes que dan instrucciones al sequito para que no se entretenga o se disperse en las bifurcaciones. Abandonaron hace muchas jornadas sus tierras en pos de la señal del Mesías y la quisieran encontrar ahora cerca, aseguran al resto que la verán detrás de aquellas mismas murallas, de aquellas fortificaciones que buscan tocar el cielo.
Aunque nadie los recibe en su entrada a Doha. Nadie los saluda. Nadie los espera. Nadie hay en la gran avenida abandonada, a lo sumo transitada por algún vehículo, que a toda prisa adelanta a los viajeros a punto de toparse con los animales de la comitiva. Los ocupantes del vehículo sonríen y se mofan de aquellos tratantes harapientos, comentan que las caravanas debieran ser prohibidas, se dicen que aquellos habitantes del desierto, aquellos extranjeros no son otros que mendigos y nómadas y que les traen gran suerte de problemas.
Apenas son 90 minutos y ya cruzan Doha en silencio. Y la caravana llega a la orilla del mar, a las afueras de la ciudad. Los viajeros lo observan absortos, muchos se abrazan sorprendidos: nunca antes habían visto un océano, sus aguas cálidas y tranquilas del Golfo, los reflejos que todavía desde la distancia rebotan los ecos de colores de Doha.
Definitivamente aquel mar es hermoso. Y aquella ciudad la más voluptuosa que hayan visto. Si bien sienten que es un espacio vano de esperanza. Allí no les aguarda ningún Mesías.
Los animales descansarán aquella noche. Recogen agua de un pozo. Los arrieros dormirán contra sus monturas en la playa. Hacen fogatas y mascullan a sottovoce la dirección de su próxima ruta.
Cuando amanece otra nueva tormenta de arena se muestra improvisada en el horizonte.
Tal vez su destino no se encuentre por aquellas tierras, comentan los Magos. ¿Habrá sido una de tantas alucinaciones del viaje?¿Otra prueba más de su Camino?
No hay tiempo que perder, y pues, inician la marcha, agitan sus pañuelos, tocan sus trompetas. Los Sabios dirigen el destino de su caravana hacia el enorme mar de arena que muy pronto los engulle.

¡Feliz Navidad a todos!

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Atardecer en Madrid

No sé mirar al Madrid que atardece
porque llevo el corazón escondido y solo cuando lo muestro, tiemblo.

Allí donde se ponga el sol
no quedarán espacios
para los besos,

no tendrá lugar para sus banquitos olvidados
ni son estas familias que pasean
las que descifren los peldaños que suben al risco
cuando la luz cae.

Es este Madrid que nos devuelve su tragedia,
mi ciudad que vive de mundos atravesados
esa donde quiero ver la noche disolverse,

donde quiero ser paloma de placita desierta
mariposa nocturna
o ciego atrapado que se abra paso a bastonazos
y quizás arrebatado amante que dé tregua por los tejados
a los gatos.

Yo por eso,
hoy me marcho a la luna por este Madrid atardecido
con su ocre tobogán desmemoriado
y sus espejos de soledad
el sendero de asfalto devora-palabras.


Y que será éste, mi final espacio donde
tú, mi amor,
me recojas entre los brazos desguarecidos
tú, mi amor, sí,
para reconstruirme
para susurrarme:

Oh, infinito-horizonte.
Oh, ¡tú!, mi palacio.


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Versos apóstatas

Oh.
Son los brazos y manos y todas las carencias
de cuerpos y todas las muchedumbres
las que me señalan.

En el museo de mansedumbres paseo.
A veces miro detrás mío y solo escucho silencios por respuesta.
Cambio el amor que no me diste
un amor que supo a mar
un amor atragantado,
expirado.

Del tiempo que mira soy testigo.

Por eso te escribo versos apóstatas:
Que nadie lee
Que nadie recita
Que nadie reconoce.

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Vida (1973-2022)

Eso que tú me das…

Si vivir es un riesgo tomo por riesgo la vida
tomo lo que me da
y me quita
lo que no comprendo también
y lo admito, se parecen sus misterios cada vez más,

pero son las semanas vividas en tinieblas ¡tan hermosas!
perfumadas
cuando sale el sol
al doblar la esquina y me tropiezo con una sonrisa de cara amiga.

Vivir es magnífico
porque tiene fin y un sentido
que me recuerda los guiones desordenados
o los corazones que misteriosamente leemos entre entrañas expuestas al sol.

Ahora quiero reescribir mi cuento
ausentarme de la oficina
no quiero riscos ni odios ni batallas a muerte
no quiero títulos ni pilas bautismales
y si me dieran cuerda

les prometo, me borraría 2022-1973 años para reiniciar esta hermosa cuenta atrás.

Lo que me da la vida ella me quita
¡La vida larga, larga la vida!

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We’re Off To See The Wizard

¡El tiempo cuando no había tiempo!

Hubo un tiempo cuando no había tiempo, él tiempo que no se medía con reloj de pulsera, el que no pesaba ni se pintaba, el de las líneas amarillas imaginarias o el de los caminos sin camino, el de los cruces que no respondían a sentido alguno. El tiempo del Norte confluido al Sur, el del Este que se acercaba intrigantemente al poniente en un firmamento prístino, cuando el sabor de los momentos eran un sol amanecido sin hora descrita.
Era el tiempo del amor sin tregua, sin la tregua del que ama, del que no reconoce el final de la madrugada y de la pasión porque aún el desengaño no fue una palabra inventada.
Es el poder y la magia de la inocencia. Si todo fue principio y la plenitud nos iluminaba… entonces nos mirábamos a los ojos y sin pestañear gritábamos:
―¡Siga el camino de baldosas amarillas!

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tweeblaarkanniedood #doshojasquenopuedenmorir

 

A propósito de aquel beso:

Hay historias contadas y señales de humo

que se divisan como

nubes con formas de meteoros.

Hay plantas en Namibia que viven mil años y

dicen los nativos del desierto

“que no pueden morir”.

Algunos científicos buscan en su ADN alguna verdad,

atisban sus secretos

y se sorprenden.

 

Pero la verdad y la inmortalidad del beso residen tan solo en el beso.

Y como la planta vive mil años

tampoco nosotros estaremos allá para descubrirlo:

los otros que vengan a contemplarla

y que sigan absortos por la belleza de sus hojas

los siguientes, asombrados

por sus tallos

entregados al ardor de su amor eterno,

vacilarán y se preguntarán qué fue de los otros ojos que

se vieron

reflejados,

y cuáles más habrán de ser los siguientes

y por qué aquel ser habrá de permanecer

aún

con sus hojas siemprevivas.

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Era amor, ¡amor!

Si bajé a la tierra vi entonces su rostro
y pude apreciar el sabor
de mi sudor transpirado:
Era amor, ¡amor!

En las vaguadas del dolor
ella se me aparecía
y acariciaba mi alma ahogada

para detenerse con su dedo que señala a la tierra
y mi corona de espinas retorcidas en mi cabellera rubia
y de sus manos asomando una paz infinita
como de tiempos pasados
que mecen y susurran.

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Al tercer intento se bloqueará la cuenta #UcraniaBajoFuego

Me siento avergonzado porque sé que las palabras no serán ya suficientes para detener la invasión y la guerra. No lo son porque no evitarán ni un solo muerto ahora, ni una sola familia fracturada cruzando la frontera ucraniana, no disminuirán el terror del que no abandona la cola del pan mientras escucha la alarma del próximo ataque aéreo.

Me siento espectador cuando compulsivamente cambio de un canal a otro. Esto no es una canción folk, un poema, un cuento atormentado que debamos escribir. No ganaremos así la gloria.

Leemos libros que hablan de la libertad de los pueblos. Mientras, los tanques cruzan los lodazales y los misiles reducen a escombros las ciudades donde una semana antes jugaban los niños.
Pero veo también los jóvenes soldados rusos que viajan al frente en una larga caravana asesina. Seguramente sus abuelos defendieron esas mismas tierras y dejaron sus vidas por la misma libertad ucraniana que ellos, insensatos, ultrajan. Solo son unos simples mandados.
Algunos oligarcas tienen yates y chalets de lujo en Alicante. Me pregunto cómo suspiran por ellas en el frío invierno moscovita. Hay una tubería de gas natural que sigue alimentando Europa. Eslovaquia, Alemania, Finlandia… es la Espada de Damocles que encoge la arrogancia de una sostenibilidad energética… de saloncillo.
Hoy bombardearon una central nuclear. Putin quiere apostar fuerte en la liga del terror atómico. Me pregunto si esto le producirá algún tipo de placer o felicidad porque he escuchado que los psicópatas disfrutan en los precisos instantes de su singular rito y tortura.
Esperemos que si llega el momento le pase como al común de los mortales, que fallan en el tercer intento de introducir la contraseña nuclear y la cuenta se les bloquea… para siempre.

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La #canción de #Navidad de Duqe

Árbol de Navidad en Bayfront Park, Miami

Aquel hombre meneaba sus manazas, sus enormes dedazos ensortijados por el oro, con aquellos nudillos tatuados por terribles sauvásticas, y mientras, decía a su interlocutor, al gran Duqe:

―Los contratos obligan, hermano.

Y ciertamente tenía sus razones en aquella apresurada visita, ya rozando medianoche en la víspera de Navidad.


Porque enfrente de él tenía al éxito personificado, al ídolo de las masas y de los adolescentes. Un héroe surgido de las tinieblas y de la calle. Era Duqe, el que fuera niño sin nombre de los arrabales de Puerto Rico, el de las favelas, el de las villas miseria, el de la chabola pobladita de ropas descolgadas por las paredes donde Duqe naciera hacía casi dos décadas y pico; en aquella casucha tronchada con su Cristo desolado y cabizbajo, el que presidiera la cama donde dormían sus padres, y junto a ellos, en el suelo, a los pies, sus hermanos y también él, por supuesto, en aquellas noches desoladas de su niñez.

Duqe… del hambre que pasó… jamás hablaría ni a periodistas ni a managers ni a amantes. Ni una solita palabra. Todo se lo guardó, ni chitón dijo. Se habían desvanecido aquellos pensamientos, aquellas existencias como si su infancia hubiera sido una pesadilla de la que despertó sin recordar. Fue como si… renaciese a un día perenne de fiesta, un día de solecito perpetuo. Un festín para la vida y para el sonido latino.

Su visitante esperaba silencioso. La respuesta de Duqe no podría demorarse.

Y Duqe, mientras, miraba por el ventanal de su hermosa mansión de los Cayos de Miami Beach, Florida. Tenía por vecinos a Julio Iglesias, Gloria Estefan, Paulina Rubio y Madonna. Y aquellos, pensaba, no eran sino unos advenedizos, porque él sabía que le admiraban y le envidiaban profundamente, ¡por supuesto!: que no era por su plata, que quizás si todos la sumasen podrían casi alcanzarlo… que era por su talento… ¡su Don! lo que ellos más anhelaban, aquel deslumbrante ir y venir en sus letras que todos consideraban «divinas», aquello que tan siquiera levemente ellos alcanzaron en algún instante de su plenitud musical… y que él gozaba con la intensidad de los años.

«Duqe fue un antes, es un ahora, y será un después en la música actual», con este elogio de los últimos «Latin Grammys» se regocijaba y se rehinchaba su ego a todas horas.

El visitante tosió para arrancarlo de su ensimismamiento. Aquel tipo miró las puntas metálicas de sus zapatos rojo fuego. Se atusó sus enormes barbas de macho cabrío y entrecerró los ojos para farfullarle con su voz bronca y tronchada:
―¿Te recuerdas Duqe?

Duqe pareció ni inmutarse. ¡Pero cómo olvidar aquellos años! Salir de la miseria sin mirar atrás. Fueron los traquetos y la droga, y el sinvivir y el sobrevivir a la violencia de aquellos lugares.

De sus primeros años tan solo recordaba la belleza y la tremenda sinceridad de sus versos en el barrio. Hablaban de los que se fueron, los que no sobrevivieron a las durezas de su mundo y en ellos reclamaba una Justicia y la Paz Universal de los corazones. Pero nadie escucha al que no existe, eso se decía a sí mismo con rabia. Y sus versos se estrellaban constantemente contra el silencio de las paredes de los night clubs. Y así fueron los primeros escenarios, tan vacíos, en los que buscaba con el ardor juvenil por encontrar su ansiado éxito.

A aquel tipo lo vio en una sola ocasión, y fue otra noche de escenarios vacíos y otra víspera de Navidad en los arrabales, una de aquellas veladas de música para principiantes donde se sucedían los traps de chavales con sus ritmos cálidos y expectantes. Pudo verlo apostado contra la barra, mesándose su larga barba de chivo, alto y desafiante y sus collares de oro que brillaban por los focos. Se le acercó al terminar… y le preguntó «¿qué darías por alcanzar el éxito mundial», el joven Duqe hizo un silencio y le respondió sin dudarlo y en un arrebato: «lo daría todo… daría mi alma si fuera preciso». Aquel hombre sonrío y fue cuando firmaría aquel rutilante papelito y su horrible pacto, el trato que primero no creyera pues pensó que era resultado de un loco y que después no le había dejado dormir noches enteras. «Un track por su alma», encabezaba el contrato que firmó. En cinco años aquel hombre, le dijo, volvería a cobrarse su parte. Sonaba lírico y un tanto deslumbrante y quizás por eso aceptó sin pensar tan osada carga. Por eso tal vez sería el título de su primer gran éxito. Si te ríes de tu destino…

Muy pronto le llamaron sorpresivamente de una disquera. Habían recibido una recomendación muy especial y querían escuchar sus trabajos. Aquella oportunidad Duqe no la desperdiciaría. Y de su interior nacería una fuerza diferente, un arrollamiento, y esas otras voces que lo hacían sentirse vano, y que fueron acallando sus verdaderos mensajes, extinguiendo sus leales y primeras palabras de Paz y Piedad… y las sustituyeron por otras huecas y duras… voces que le decían llegarían mejor y a más público.

Tuvo su primer cameo. Fue top en las listas de reproducción y de aquí surgió la leyenda.

Mientras, sucedió lo peor. No solo fueron sus letras, que fue también su espíritu y su corazón los que se mudaron, o, mejor dicho, se congelaron: El dejar a un lado la familia y amigos para dar un paso adelante. Costara lo que costara, así lo creyó en su momento, pero… ¿Quién le explicaría que aquellos caminos eran los equivocados?

Muchos lo llamaban blasfemo, simple, lascivo por sus canciones… sin embargo no paraban de reproducir su música, de considerarla un esencial de cualquier playlist, y mientras, él recogía sus ganancias y lanzaba otras letras nuevas en una espiral loca… donde cada vez más se sentía alejado de aquel corazón suyo que todavía latía a duras penas.
―¿Te recuerdas Duqe? ―el tipo le insistió y le despertó finalmente de sus pensamientos.

El sol hacía tiempo se había puesto en el horizonte. Miami es un sueño dorado, y las lucecitas navideñas de los fondeaderos, de los «malls» y las carcajadas de las gentes que iban y venían entretenidas, llamaron finalmente la atención a Duqe. Cerró los ojos y formuló la pregunta que siempre había guardado en su interior:
―¿Por qué yo?¿Por qué me elegiste a mí entre todos aquellos?¿No habría cientos mejores que yo?¿Por qué yo y no otros?

El individuo rechinó los dientes y en una horrible mueca le respondió:
―Ningún otro era más cándido y hermoso que tú. Nadie caería desde más alto para pisar el barro.

……………………………………………………………………………………..

Ermita de la Caridad del Cobre, Miami

En Miami, cerca de la Ermita de la Caridad del Cobre, aquella con su cúpula rematada por una cruz y sus merenderos y palmeras, está el malecón que mira al Atlántico.

En el malecón, junto a la ermita, los latinos celebran todos los años y a su manera las vísperas de Navidad. No es el silencio ni la gravedad que alguien esperase de una vigilia de oración, sino es algarabía y festividad, ¡hasta ruido!, y para nada se diría que lo religioso se perciba como la única razón del encuentro. Es la comunidad que vive y que toma riendas a su tiempo. Con guitarras, cajones de percusión y sintetizadores los chavales se suben a un estrado para improvisar sus letras. Detrás se reparten dulces y cestillos de comida y hay madres abrazando a bebés y abuelos que han traído sus sillas de camping para pasar la noche junto a sus nietos. Hay dominicanos, puertorriqueños, por supuesto cubanos, migrantes de México o de Honduras, todos son de cualquier lugar y de ninguno de América, muchos no llevan ni dos semanas en USA y portan aún el color de sus tierras pegados a los ojos. Otros llevan siglos en Florida, hablan ese inglés rutilante por el que aún los señalan en las calles como extranjeros, pero estos han traído esta noche con ellos a sus hijos, y estos sí que serán los hijos elegidos de Lincoln, y son los que han subido con más ganas para cantar aquellas canciones de ensueños y realidades.

Uno de los párrocos, enjuto y de pocas carnes, el que llevara semanas trabajando para organizar todo aquello, siempre ocupado por el sentido de esta comunidad de fieles, esquiva todo protagonismo y sonríe satisfecho entre las sombras. Es la noche para que sus chicos honren con sus letras y melodías la llegada de Jesús. A su lado tiene al predicador de la iglesia colindante, la iglesia bautista “Poder de Dios”, un buen hombre que desea que los chavales no se pierdan en vicios y sabe con certeza… que, aunque se lo pongan difícil… siempre recogerá hasta la última alma. Ambos aplauden a rabiar cada interpretación.

La velada será larga y amena. Todos suben por turnos al escenario y cuentan sus historias y alaban así al pequeño Nacido. Pero más tarde, cuando la oscuridad ha empezado a recoger a los asistentes surge de entre los más jóvenes los primeros rumores. Nadie los presta atención, sin embargo, sus móviles vibran y vibran… se pasan mensajes los unos a otros. Luego finalmente alguien murmulla:
Duqe.

La palabra llega como surgida del abismo y automáticamente los despierta. Y miran al otro lado de la bahía y señalan un punto próximo.

Se escucha:
―Lo han encontrado muerto. En su casa… apenas a unas cuadras de aquí… a medianoche.

Llegan más detalles. Todos son horribles.

Se hace el revuelo y la música finalmente se detiene. Llaman al párroco que reaparece de entre las tinieblas y toma el control por instantes de la reunión. No era Duqe santo de su devoción y menos por aquellas letras, locas y retorcidas, pero pues conoce perfectamente cuánto es de apreciado por sus chavales y cómo son influenciados por sus actos no puede ignorar la tragedia. Le alumbran con los foquillos y bendice a los presentes y eleva entonces una pequeña oración, un improvisado responso por Duqe… alguna chavala se emociona y entonces estalla en sollozos por sus palabras. Dicen algunos que hasta podrían haberlo visto aquella misma tarde deambulando por el puerto con su limusina rosa, cotillean los más afortunados, esos que trabajan de barman de los clubes de lujo de los Cayos.
―¿Cómo un hombre al que la fortuna sonríe pudo terminar así? ―la pregunta viaja de boca en boca sin respuesta.

El párroco señala al cielo. Él ha estado toda su vida en arrabales, ha visto subir y caer a tantos Duqes, e intuye la tragedia del cantante: y pregunta a la comunidad allí reunida por el verdadero corazón de Duqe. No por sus letras llenas de oquedades y henchidas de vanidad. No por sus errores ni por sus vicios. Sino por el dolor que seguramente no supo mostrar a tiempo. El dolor que le condujo por el camino de la perdición.
―Si él fue grande por su música― dice― que lo juzgue la historia. Nosotros, como hombres, no vamos a juzgarlo tampoco hoy por sus actos. Que nuestras palabras acompañen su pena.

Los jóvenes apenas entienden al párroco. Son los más viejos los que asienten. Hay un minuto de silencio. Después se invita a que la música continúe en honor a Duqe. Y así fue, toda la noche hasta rayar el alba. Alguien sorpresivamente recuperó no se sabía de dónde sus primeras letras, aquellas que muy pocos conocían aún y que hablaban de aquella Paz que él no supo conservar para sí tras su éxito. Eran las canciones más amadas por ser las menos conocidas. Y eran sin duda sus mejores trabajos. Pronto pasaron de uno a otro, maravillados, extasiados por el descubrimiento y viajarían fuera del malecón ya que nunca fueron comercializadas y eran libres de ser interpretadas por quien quisiera.

Si bien tendría Duqe al día siguiente engolados titulares, funeral televisado, honores, premios póstumos…fueron todos ellos beneficios y riquezas para sus productores. No obstante, Duqe no murió solo y quizás fuese… porque su historia renació en aquel malecón de Miami… y allí su verdadero trabajo recuperó su origen y sentido de libertad. La magia de aquella Natividad fue que si bien el diablo se llevó su vida, su pacto maligno no supo silenciar el aliento de aquellas primeras letras, no supo arrancárselas de su alma y de los chavales que luego las recordarían, por aquel deseo de Paz y de Justicia que tan magistralmente había sabido cantar.

¡Feliz Navidad amigos!

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Santuario #alos48años

Tengo la tentación de quedarme por siempre a vivir en mi Santuario. Es un pequeño jardín con césped y otras plantas, silencioso y rodeado de muretes que impiden que nadie me moleste. Es un hermoso microcosmos, el tomillo y el orégano crecen en las lindes; alguna avispa me observa, los mirlos saltan y las hormigas incansables desfilan y muestran un tiempo que se destila lento y que tan solo se descubre por la sombra, cuando se desvanece al llegar el medio día y se hace preciso hacer una pausa antes de retornar al jardín más tarde, otra vez fresco, al atardecer.


Hoy cumpliré 48 años y cien años más cumpliría y mi curiosidad febril por lo que sucede fuera seguirá intacta. Ojos y corazón grandes. A bocados sueño e imagino un mundo que vibra bajo las teclas del ordenador, y mi mente viaja e interroga nuestra realidad.
Amo mi vida y este Santuario es mi escudo y mi espacio para organizar mi tiempo.


Fuera el calor brama, las multitudes muerden y la humanidad se deshumaniza o no, siempre por momento avanza o retrocede. Me encanta observar desde esta atalaya, el otero de mi lechuza, el apartado linde del camino, umbrío y hospitalario.


Hoy soy más fuerte aunque los años sumen. Lo llaman sabiduría, yo lo llamo emoción por ver abrirse las puertas y descubrir una realidad infinita, comprender lo muy pequeño y lo inasible por enorme, todo, todo interconectado, y participar de la fantasía de la vida que fluye, del instante perecedero que día a día y del que por momentos se nos escurre.


Así vivo.

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Camino #morethings

…There are more things in heaven and earth…

Shakespeare

El camino de mi destino contiene apartamentos
sin ventanas,
apartadas y gloriosas cárcavas con desfiladeros

dibujadas de cartulina,
hileras de hormigas que se masturban.

Y las banderas que hondean ufanos reinos de rey analfabeto
¡llega el tiempo…!, me gritan,
y la metamorfosis corrige mis muslos
los hace de sal y de piedra,

Diana atraviesa con su flecha mi corazón de cenizas:
Soy cazado y pasto del tiempo,
mis huesos arrojados
al olvido de los
Hombres.

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¡Tan primaverales!

Hay amores tan primaverales
que no cabrían en señal de tráfico alguna
no se referencian en los supermercados
ni sobreviven una larga cola de médico.

Lo son, porque
no hay vehículo que los detenga,
estantería que los almacene
o cirujano que nos precipite con su diagnóstico,

no son titular de pandemia
ni hay mal que los destruya
ni registro de arqueólogo
que los restituya del pasado sumergido,

son amores de luna lúcida
la misma a la que señalan los licántropos
la misma a la que maúllan los gatos encelados
mientras cabalgan en vespa y se cepillan
a doncellas encrespadas
a caballeros sudorosos,

son amores de primavera que se pegan a las sábanas
y nos impiden mirar el suelo,

porque lo son al admirar este firmamento sin arrepentirse,
al arrancar la clave del arco que nos sostiene

y nos dieron la vida,
como esa primera piedra que conformó la bóveda que nos guarece:

Fueron la navaja suiza de primavera.
Son del tiempo de las flores rojas.

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Diario de poeta #reencuentro


Con mis versos no busco más que reencontrarme a mí mismo.

Leopoldo María Panero

Lo práctico de ser poeta es que puedes ser incomprendido y temblar
en brazos imaginados.

Lo ideal de ser poeta es que vives una vida de locos:
bilocado en dos,
una cabeza que parece que actúa y la verdadera que te observa.

Lo doloroso de ser poeta es que la voz de tu corazón no cesa.
Solo hayas silencios si las sombras que acechan se despistan.

Lo moderno de ser poeta es que puedes trapear,
puedes sincerarte con la humanidad que no descansa.
Eres trino.

Lo ávido de ser poeta es que hay palabras que se cuelan y tajan el alma,
que despistan la muerte
y que abrazan.

Yo de niño soñé con ser poeta y desde entonces recuerdo
esa promesa conjugada en primavera.

Cuando remuevo el poso de las entrañas
me saltan las palabras,
son amantes-peremnes-que-me-vocean,

que son camada aparecida, el viático de los alucinados
el escurrido de algún ignoto despilfarro,

las palabras envueltas en papel de celofán,
esas palabras adiestradas para volar
y que marchan
en frágil-eterno regalo
que dirime.

Ese soy yo y mi diario de poeta.

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Los libros nos hacen libres. #DiaDelLibro

«Siempre tengo dos libros en mi bolsillo: uno para leer, otro para escribir» (Robert Louis Stevenson)

Qué somos más que lo que leemos. Qué somos más que las vidas que vivimos con nuestros libros. Qué somos… más que el esperanzado reflejo de nuestros héroes escritos.
Los libros son paraíso, son puerta de asombro, son cañaveral para refugiarnos cuando nos sentimos vulnerables.
Creamos lo que creemos, lo que leemos. Y pensamos gracias a lo sembrado con este mar de ideas, con los libros deslomados, enseñando su panza de conocimiento. Sus barrigas preñadas de futuro.
Todos los mundos del mundo se me aparecen en los libros que he leído y cuando viajo, ellos me señalan el camino a explorar.
Sería nada sin sus palabras como el hijo que perdió a la madre. Sin sus besos ni sus abrazos, quedaremos huérfanos de libertad interior, del mar infinito de las palabras encadenadas, de sus historias, de sus risas y de su sabiduría.
Infinita gratitud al libro, al idioma escrito, el que me permite seguir cuerdo un día más. El caballo que trota con rabia y me libera.
¡Gracias!

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Yo encontré la horma de mi #destino

Yo encontré la horma a mi destino en un lugar más que imprevisible: un cementerio. No se confundan, no soy para nada un necrófilo, un tañedor de lamentos que disfruta dejando notitas escritas en las lápidas o un torpe descentrado que quiera ver en estos lugares algo más allá que el postrero lugar para el descanso de las almas. Y simplemente asistía al sepelio de mi mejor amigo. La muerte es triste, mucho más cuando se deja viuda y chicuelos jóvenes. Más, si ha querido venir sin otro previo aviso. Fue mi amigo un alma hermosa, fuerte como lo son los robles que se retuercen y pugnan al viento su lugar y su momento en la tierra. Fue mi amigo de esta guisa, un gran hombre bien plantado en su sitio, uno con agallas, que vivía con emoción y no le quitaban la sonrisa de la cara. Uno de los que triunfaban y causaban envidia sana y también las otras, las que te prodigan los enemigos.
¿Por qué le eligió la muerte a él? Yo hubiera sido un mejor candidato, de pensamientos apagados, si bien brillante en mis ideas, incapaz de darlas a valer. Nunca había sabido dejar huella. No porque no quisiera, que mil veces lo había intentado… pero casi nada había conseguido… salvo autocompadecerme y malgastar mi talento en aventuras que no me correspondían.
Pues yo encontré la horma a mi destino aquella tarde de abril, una tarde lánguida, cuando las sombras se entretejían y señalaban a los cipreses, y la gente se acurrucaba y se apretaba como queriendo conjurar aquel hoyo del difunto; su mujer sostenida por hermanos y sobrinos, y dos niños con sus caras hundidas sobre la falda negra.
-No hay consuelo posible-, pensaba. Podría el cura balbucir quimeras, podría argumentar o desargumentar sobre el misterio de aquella marcha. Que si la enfermedad no hace distingos, que si no somos nada. -Excusas-, me decía.
Solo casi al final, cuando la noche se nos echaba encima y abandonábamos el cementerio, y la viuda se había quedado un poco retrasada, recostada contra un murillo, llorando junto a los hijos y protegida, como si esto pudiera servirla para algo, por el mar de brazos de la familia, solo entonces, solo, comprendí como un fogonazo:
«Era lo dado y era lo justo. Mi amigo gozó y fue feliz. Escribió su historia hasta colmar su último aliento. Llorar, le lloraríamos con rabia, y estaría en nuestros recuerdos de manera perenne. Pero él había cumplido su cometido y los que permanecíamos en esta vida no teníamos otra misión sino ajustar las cuentas con nuestros respectivos destinos. Cuando llegase mi turno, quién sabe si para entonces me llorarían, pero lo más importante sería saber que si al irme, entre dolores, entre gritos, o quizás entre silencios amorosos, sería consciente de que habría hecho todo lo posible para redimir TODOS mis sueños. »

Escultura de Cipriano Folgueras. La Carriona. Avilés.

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#HéroeLocal #tiemposadolescentes

Casi sin querer éramos eso que veis en la fotografía.

Seres imperfectos, amalgamados, horriblemente adolescentes y desnudos. Los que saltaban a las calles y se buscaban sin un nombre todavía.

Como la semilla que descubre su embrión y nace, teníamos riadas de tiempo por delante.

Recuerdo quien estaba detrás de la cámara y su ojo lúcido que aún vigila nuestra estela de Héroe Local.

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2021 #nuestrahora #felizaño

Imperfectos en casi todo, hasta en eso de morirse, nos llega el 2021 con rabia, con ansias de decirle basta ya al sufrimiento, con la suficiencia de doblar una esquina y respirar aires renovados. ¡Quiero ver caras nuevas! Y le estrujo al tiempo un puñetazo y me ato la camisa y dejo otro paso detrás mío.

No sabemos que será. Si será un amante a quien abrazar o será otro saco de sal, si el sol lucirá en nuestros cumpleaños o dormiremos por entonces varios metros bajo tierra, o si los hijos serán tan altos como pinos y lograrán sacarnos de procesión para celebrarlo. Nada está escrito aún.

El destino es invocado con despecho, orgullo y necesidad. Si lo tememos, seremos devorados. Si lo alabamos, nos tomarán por pusilánimes. Quisiéramos viajar lejos y escapar de su albur, pongamos, por ejemplo, a Marte, y preguntarnos por los que se fueron y revocar su angustia, y su recuerdo. Pero en Marte solo hay hielos y desiertos tan fríos…

Por eso vivimos en el aquí y en el ahora. Dejaremos nuestra mano impregnada en tiza como lo hicieron los que estuvieron en las cuevas del Paleolítico. Es la misma aventura. Antes de salir se juntaban y dibujaban, luego salían con las lanzas y cazaban los bisontes. Las mismas estrellas les observaban. Sombras de tiempo, claro, pero este es el nuestro, ¡nuestra hora! y toca estrujarla hasta los tuétanos.  

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La Navidad de George Bailey #FelizNavidad2020

Música: Arturo Diez 
Finalmente la vida no es ganar ni perder… sino saber vivirla…

Solo cuando George Bailey estaba a punto de arrojarse al río para dejarse arrastrar y morir entre sus gélidas aguas, su ángel se le apareció y se lanzó a la corriente por él; era aún un ángel de segunda clase, es decir, uno de esos sin alas, y poco pudo hacer más que improvisar aquel salto al vacío para evitar la catástrofe y que George acabara así con su vida.

Sin plan preciso aquel ángel tenía clara su misión: recuperar el alma del soñador, de aquel gran hombre, este George Bailey, buena persona sin paliativos y en mayúsculas, y que sin embargo ahora la suerte de su destino le buscaba poner a prueba. Había dedicado su vida a su familia y a su trabajo, y aquel año tan cruel le estaba arruinando todo. Por quien luchó, por todo lo que amó, ¡todo! se había esfumado o estaba desmoronándose en la UCI del hospital. George Bailey contempló al gordinflón asustado, al angelote en el río, pataleando e intentando simular con descaro algún rudimento lamentable de natación para llamar su atención. Y fuese que esto conmoviera a George y le distrajera del trance que le congelaba las entrañas y le hiciera olvidar el dolor que sentía; fuese que aquel brinco del ángel le descolocó e invocara su enorme humanidad siempre dispuesta a ayudar; y fuese que George apartó de su lado el terrible acto que pensaba cometer consigo mismo segundos antes… que decidiera lanzarse al río sin pensarlo y así atravesar aquellos veinte metros de luz del puente con el mejor ejercicio de técnica que supo, y llegar a tiempo para arrancar al ángel de entre las aguas.

Ya en tierra, ambos tiritaban y se frotaban el uno al otro para no quedar aturdidos.
―¿Es…tá usted lo…co?¿Qué ha su…cedido? ―preguntó George aun castañeteando mientras miraba a su alrededor queriendo encontrar ayuda.
El ángel se reía. No de burla, pues eran puros nervios por su inexperiencia, era la primera vez que salvaba un alma en peligro y temblaba de la emoción contenida al haber logrado este propósito.
Y George Bailey se levantó calado hasta los tuétanos, apretando los dientes, y sentía que la rabia le renacía con aquellos pesares que le habían llevado hasta el puente. Mientras, balbuceaba y decía con enfado:
―¿Cómo se le ocurre hacer esto?¡Y en Nochebuena!¿No le espera nadie para cenar!
El ángel hizo un gesto para que George le ayudara a levantarse. Solo entonces George se sorprendió al ver a un hombre tan particular, barbas infinitamente largas y mal arregladas, con aquella ropa que más parecía una sarta de harapos, una especie de mortaja mugrienta. Al darse cuenta el ángel soltó una sonora carcajada y se disculpó así:
―Los ángeles sin alas vestimos con esta facha, lo siento. Cosas de la muerte. Así me enterraron, tenían prisa. Quisiera cuando las gane, quiero decir, mis alas, tener uno de esos trajecitos de brillantina, uno de esos blancos. Algo tipo pop o tipo trap, yo creo que le llaman así en esta época, uno de gala que le sentará bien a mi tipín. ―y lo decía mientras apretaba su generosa barrigota y se palmoteaba.
George hizo como que no le escuchase y buscó su móvil, pero se dio cuenta que lo había perdido.
El ángel continuó y rebuscó palabras de consuelo:
George Bailey, este ha sido un mal año para ti. Muchos se han ido. Nada será como antes. Tenemos esas heridas y otras más que vendrán ―y engoló la voz para dar impacto a su discurso―. Quiero que sepas que he venido a ayudarte.
George al escuchar comenzó a alejarse de aquel hombre tan particular y para ello sacudía su cabeza, seguramente negando, quizás también, pensando que el frío y la angustia le estuvieran volviendo majareta.
―George Bailey, no estás loco… te lo aseguro.

George salió corriendo y tras él, el ángel. Llegó al parque, alcanzó el parking y rebuscó en su abrigo. Vio su coche, lo había dejado bien aparcado, había pensado que nunca más volvería allí. Abrió la puerta, entró dentro, arrancó el motor y dejó que la calefacción actuase. Con la vista clavada en el fondo del parking repasó la lista de catástrofes y los rostros de los que faltaban en su vida. Era Nochebuena, pero… ¿qué importaba ya? Bien podría ser martes o cualquier otro día… su vida detenida… acaso él valiera nada más que para pagar su mar de deudas y dejar saldada la hipoteca de la casa… y se dejó llevar por un mar de lágrimas… ácidas y corrosivas… hasta que sintió que en el asiento trasero unos ojillos le observaban. Eran los de su ángel que le habían seguido hasta allí.
―George Bailey…
El ángel, bien mirado, también sabía de lo que se hablaba. Hubo de soportar una Gran Guerra y después una gripe que hizo estragos y que finalmente le mató. Los que entregaron a sus hijos al fuego de los cañones de la guerra y luego los que la sobrevivieron, los que marcharon otra vez al frente y se salvaron pero que hubieron de enterrar luego a sus seres queridos cuando la maldita enfermedad hizo el resto. Aquel ángel fue uno de ellos. Uno de los caídos.
―George Bailey… sé lo que te pasa por la cabeza.
El ángel no era de peroratas ni de sermones. Fue siempre un granjero práctico que miraba al cielo y rezaba por su familia. Y tenía claras sus instrucciones, salvar a George Bailey, al hombre casado, buen padre, buen hijo, gran soporte para la comunidad en la que aportaba su mejor talento con su pequeña empresa. Porque almas como aquellas serían necesarias para el nuevo renacer.
―Valgo más muerto que vivo ―lloriqueaba George―. Quisiera no haber nacido.

El ángel suspiró. Tantas veces había sentido aquello en vida. ¡Tantas otras habían sido sus esfuerzos tan vanos y fútiles como el florecer de cualquiera de sus almendros en febrero, ese que no trajo después cosecha alguna! Pero tenía una idea y le dijo a George:
―Vale, tienes razón, hagámoslo. Hagamos que no hayas nacido, y demos una vuelta para ver que habría sucedido entonces.

Hubo un silencio. Dicen que cuando los hay es porque un ángel pasa a nuestro lado, aunque en esta ocasión se oyeron muy lejos unas campanadas y luego el silencio continuó retumbando por un rato indefinido. George cerró los ojos de puro abatimiento y cuando los abrió el día amanecía y la luz despuntaba al día de Navidad de 2020.
Arrancó instintivamente y se puso a circular muy lentamente con su vehículo, confuso todavía. El ángel había marchado, y la cencellada se desparramaba por la ciudad. La niebla lo envolvía todo. Lo primero que hizo fue dirigirse al área del Hospital Universitario. Pero la ciudad era muy diferente, mucho más pequeña, mal asfaltada, las aceras parcialmente construidas y las casas bien diferentes a las que él había conocido hacía horas antes, ahora más feas y maltratadas. Pero cuando llegó al hospital… fue su sorpresa mayor… pues allí no había nada. Salió fuera del coche, preguntó a un tipo que le miró sorprendido, no comprendía la pregunta. Lo más parecido que tenían era un denominado Centro de Emergencia donde se hacinaban los enfermos. Le dio indicaciones para llegar.
George llegó y encontró un espectáculo horrible. La gente esperaba sin orden y dentro había camas y camas repletas de enfermos. No había apenas médicos y los que había no portaban ningún equipamiento de protección y carecían de medios. Nadie hacía caso de nadie. Al rato por fin encontró a su madre, arramblada en una esquina, sin ningún tipo de soporte vital y sola, él la había dejado en la UCI la noche anterior… pero aquello era mil veces peor de lo que habría esperado. Un enfermero le explicó que no se podría hacer mucho más por los enfermos de aquella área, carecían de alternativas, de cualquier medicina…tan solo podrían sedarles. Pero como aquella mujer ni siquiera era su madre, pues George no había nacido en esta nueva realidad, cuando quiso acercarse para consolarla no se lo impidieron y le empujaron fuera entre gritos desesperados:
―¡Mamá!

Casi a punto de desmayarse unos brazos le recogieron, eran los de su ángel, que lo supo llevar al coche casi a rastras. George le dio indicaciones para que fueran a su casa familiar, quería ver con rapidez a su mujer a sus hijos.
―Ayer me enfadé con ellos. No hacen más que molestarme…
―Son pequeños, y ellos y tu mujer te necesitan… ―respondió el ángel lo más dulce que pudo.
El ángel como buen ángel pronto se hizo con el volante y guiado por un instinto mágico e inexplicable supo guiar a George a la que hubo sido hasta el día anterior su casa familiar. George la reconoció malamente porque era aún el viejo caserón familiar que heredó su mujer y que habían prácticamente reconstruido cuando se fueron a vivir. Allí estaba, tal cual debía había ser sido en sus orígenes o mucho peor, pues el tiempo de su no-existencia lo había deteriorado impíamente, sin ningún tipo de renovación o mejora. George atravesó un pequeño jardín reseco con restos de bolsas y otros desperdicios y llamó al timbre. Siendo la hora que era de la mañana tardó en aparecer una mujer, ¡su esposa!, que se asomó por la ventana, con bastante mal aspecto. Lo gritaba para que se fuera y no le reconocía.
―¿Qué la ha pasado? ―se giró George con la cara desencajada para preguntar al ángel.
―Creo que nunca se casó, o si lo hizo creo que no debió durar la pareja o quizás el amor se agotase pronto. Tuvo hijos, aunque ellos no quieren vivir más con ella. No es que sea mala madre. Sucede que no ha tenido a la persona correcta… cerca. Eso está terminando con sus últimas esperanzas.

La ventana se cerró y George se quedó mirando la casa derrengada esperando que algo cambiase. No sucedió nada. Sintió la mano del ángel barrigón que le empujaba al coche, pues aún tenían otra parada en su extraño viaje de Navidad.
Condujeron por autopistas mal equipadas. Todo el mundo era mucho más pobre. No podría ser la enfermedad responsable de todo aquello. Cuando llegaron al polígono industrial aún quedaba gente en sus puestos y algunas luces iluminaban los rótulos. En Navidad no se trabajaba… pero se sorprendió por el trasiego.
―¿No paran la fábricas hoy?¡Yo nunca lo hubiera permitido!
Respondió el ángel:
―No te equivoques, los tiempos ahora son distintos en esta otra realidad en la que no existes. No es solo tú negocio, a todos les pasa lo mismo. Se cierne también una grave crisis… pero ahora es mucho peor… no es solo la enfermedad lo que mata, es el hambre y la falta de recursos para enfrentarse. Muchos no tenían trabajo y ahora el resto se quedan sin él… las ayudas llegan tarde y…
―¿Pero no tienen planes?¿No van a hacer nada? ―preguntó George Bailey.
George, tú les faltas. Y otros tantos como tú también se sienten débiles y tomaron decisiones parecidas como la que has tomado tú anoche y decidieron saltar del barco de la responsabilidad y de seguro que han dicho a sus respectivos ángeles salvadores que no quieren haber nacido. Todos ellos faltan, no están y su obra no ha existido. Tanta gente necesaria que no hay tendrá de seguro sus consecuencias…¿no te parece a ti?

George salió del coche atormentado. Dio un porrazo a la puerta. En ángel se atusó la barba, esperaba que aquello no se le fuera de las manos. Se recompuso la mortaja y acompañó a George hasta llegar a sus oficinas.
La empresa de George estaba en condiciones deplorables. Fea, sucia, para nada era la bonita empresa de innovación y negocios digitales, la niña mimada de las aspiraciones de George… era un chiringuito ridículo. Quizás ni tan siquiera se dedicase a lo mismo… o al menos había cartelones con productos que llamaron a George la atención por su abandono y falta de atractivo. Subió las escaleras y llegó a la gran sala de reuniones, y al fondo, su despacho. Se abrió justamente en aquel momento y apareció que hubiera sido su socio y su amigo, aunque evidentemente tampoco le reconoció.
―¿Cómo ha entrado aquí?¿Quién es usted?¿Qué quiere?
Estaba mucho más viejo y desaliñado. No era la enfermedad, que seguro también se cebase en su familia, era que… sin George, aquel sueño que habían tenido de jóvenes… ya no había existido y aquello no era sino un mal trance, una vida sin sentido y mal representada. Juntos, en equipo, eran invencibles, pero él solo… aquel proyecto no conducía a ningún lugar… sus ideas solas no habían tenido éxito alguno.
Salió corriendo, el ángel se disculpó levemente del que debiera haber sido su socio y persiguió a George escaleras abajo. Se escuchó un golpe sordo. Al alcanzarle, la sangre del ángel se le heló y un grito se escapó de su garganta. George había resbalado en su huida, había caído y había rodado. Su cuerpo yacía inerme justo a sus pies.

Dicen que cada Navidad debiera ser un punto y aparte en nuestros enfrentamientos. Una oportunidad para salir del río de la incomprensión y de los conflictos que nos acechan. Cueste lo que cueste.
Aquella Navidad del 2020 fue realmente especial porque nuestro angelote gordinflón, aquella alma que vagaba buscando sus alas, amortajado y enterrado en cualquier fosa común, muerto por la gripe española hacía cosa de un siglo, encontró finalmente la misión que habría de valerle su gran premio y deseo.

Cuando George despertó lo hizo en una cama de hospital. Su mujer le sonrió al verle abrir los ojos (no se había separado ni un instante de él) y pronto vinieron sus hijos y le besaron. Lamentaba tanto haberles reñido y haber sido tan gruñón con todos ellos. Le reconfortó enormemente sentir su abrazo, se lo quería decir y ellos le tapaban los labios y le explicaban que no pasaba nada, que se habían cargo de sus preocupaciones. A George le dolía terriblemente la cabeza. La tenía vendada, le dijeron que la fractura no parecía preocupante, que se había caído de las escaleras de su oficina. Uno no puede quedarse hasta tan tarde en Nochebuena. Su socio le había encontrado sin sentido. Si no se hubiera preocupado le habrían hallado muerto y desangrado el día de Navidad. En el hospital había pasado un par de días en un extraño trance, gimoteando sin parar y como hablando con alguien más. El despertar era el mejor síntoma, todo iría bien. Eso sí, debería tener reposo, aunque le dijeron que podría volver a casa antes de fin de año.
Por la ventana de la habitación pudo reconocer la misma ciudad de siempre, activa y vital, ocupada en resolver su tránsito y superar la pandemia. Como si no hubiera cambiado nada.

Por la tarde apareció el socio, en realidad su mejor amigo. Venía acompañado de uno de los trabajadores. Habían llegado en la empresa a un importante pacto. Todos se apretarían el cinturón y sacarían adelante los proyectos y buscarían otros nuevos. Pero nada se cerraría, nadie perdería su empleo, aquella pandemia y la crisis no podrían con ellos. Porque hasta ese momento George había acompañado a todos ellos y se había sacrificado, conocía a cada una de sus familias y sus necesidades, había sido comprensivo y respetuoso con sus todos problemas. Y el mejor regalo de aquella Navidad sería permanecer juntos. De esta manera llegaría tiempos mejores.

George se quedó solo la habitación. Pasaron las horas, y con el final de la tarde vino la penumbra. Seguía confuso, seguía sin saber si era Navidad o el día posterior a ella, y sentía un dolor no ya físico, sino emocional.
Fue entonces cuando aquel hombre, el angelote que lo había acompañado se materializó a su lado. No llevaba el sudario sino un deslumbrante y hortera traje de lentejuelas que brillaba sobremanera. De su espalda sobresalían unas hermosas alas, alas de ángel redentor de primera clase, y las batía al compás de un ridículo paso de baile. El angelote se apretó la barriga, hizo un giro para mostrar su atuendo al completo y se acercó a George para decirle al oído:
―Bueno, amigo. ¿Qué te parece?
George asintió y sonrió. Fue una tímida sonrisa, pero lo fue sin duda, y respiro hondo pues hacía tiempo que no sentía aquella paz en su interior.
―Se me olvidaba. Al salir del río, cuando me salvaste, encontré esto. Es tuyo… toma.
Y el ángel le entregó su móvil. E hizo un leve gesto de despedida mientras comenzaba a desvanecerse.


George ya tenía su móvil entre las manos. Y parecía que aún funcionaba. De repente la pantalla se iluminó, le entraba una llamada, y ponía «mamá». George descolgó y detrás escuchó la voz de la enfermera de la UCI. No querían que se preocupase, porque… ella también había despertado aquella misma mañana. Los milagros son así, hay veces que se dan a pares. Es maravilloso. Luego escuchó la vocecita de ella, y aunque cansada y un tanto apagada, todos esperaban se recuperase pronto.


La vida es esto. No hay batallas que se ganan o se pierden por completo y es nuestro deber estar al cañón, hacerlas nuestras día a día. Porque los demás nos necesitan… no podemos fallarnos los unos a los otros.
George Bailey aprendió que la Navidad puede llegar todos los días si pensamos así. Tan solo tendría que seguir siendo lo que había sido hasta entonces: una buena persona.


Este fue su regalo y éste espero que lo sea de todos vosotros al compartirlo.


¡Feliz Navidad a todos, amigos!

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La epifanía de la #vacuna

En los tiempos del fin de los tiempos, en el tiempo de las despedidas entre cristales de las residencias, en el tiempo countdown, aquel que nos hizo naufragar como sociedades, el que nos hizo mirar a los relojes atómicos y descubrir que nuestro fin no provendría tan solo de sus misiles, un tiempo tan asimétricamente paritario, el tiempo de las cacofonías de los pueblos que no se escuchan.

El tiempo de las colas del hambre, de las cifras que nos invitaban a no salir de casa, también el tiempo ese cuando los barquitos (por llamarlos así) cruzaban mares y la gente se moría a cien metros de las playas mientras los turistas tomaban daikiris y los saludaban. El tiempo de las ideologías y de los algoritmos, de los gobiernos conquistados por las agendas repletas de promesas que no dan de comer pero que ocupan el tiempo de las bocas.

Hay ideas que sirven de tijera, ideas que taladran el suelo y buscan petróleo, que construyen muros, que nos obligan a hablar en otros idiomas. Al virus le importaba un pito todo esto, porque su mecanismo de reloj tic-tac carece de una ética superior que le impida no más que perpetuarse, como si el leopardo hubiera de crear un Comité Ministerial para dilucidar cuál gacela sería sacrificada primero.

Las ideas del hombre mueven al mundo… pero otras muchas veces lo detienen en seco por codicia, egoísmo e incomprensión. Será cosa de las fronteras, de los trámites, del dinero, del bienestar que yo disfruto y que otros muchos miles de millones miran por la ventana.

En los tiempos del fin del tiempo llegará la vacuna del COVID aunque no de la deshumanización. No tenemos aún la vacuna de la impiedad y del desorden interesado, del odio que sigue fluyendo y transitando por las puertas de los países, del odio que desangra a nuestros hijos, y por esto nuestros científicos duermen desconsolados y nuestros doctores llenan las UCIs con su dolor.

Pero siempre un paso es un paso.

¡Larga vida a la vacuna del COVID! Y que no sea la única vacuna de nuestra epifanía.

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Lo nunca dicho #lovepandemia #lascigüeñasemigran

Cigüeña rumbo a África

Alguna vez te quise decir

-y no pude-

que los caminos son largos para el amor

cuando no llega.

 

Es la semilla del mundo.

La hilera infinita de hormigas trepadoras de rosales,

esa luz que busco y no encuentro.

 

Cuando lleguen los tiempos del gallo

ese que cacarea

el que escupe

el que se mofa de la paloma arrepentida:

Allí estaré yo para zaherirle.

 

Soy la cigüeña con la pata herida

aquella que emigraba a África

buscando cobijo,

la que vomitaba de madrugada y se clavaba agujas

en las patitas.

Aquella que cruzaba el estrecho con el corazón

fijo y congelado por las luces del

Norte.

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Variación sobre #Nuestracanción con mil flores de @monsieurperine

Yo descubrí la solución para el dolor

Ese que me dejaste,

Azul-verde-clavado en mi costado:

 

Tarde meses en darme cuenta

Lo muerto que estaba sin

La jardinera

De tu amor y eran tus mil flores

 

Diminutas

Flores incrustadas en tu cuello…

Eran tiara de tu canción

 

Que no supe besar ni acariciar a tiempo.

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LOVE-PANDEMIA

I

Separados por el dolor
por la distancia
tan corta
tan larga

dijiste que volverías a verme
cada noche

hasta que tuviera fuerzas de volar solo.

Separados por un silencio
tan breve
tan opaco
te aposentabas en mis sueños

y los desmoronabas dulcemente
para reconstruirme.

II

Hay un cartelón de mi corazón que pone:
«se troca tristeza».

Será la lluvia de minerales que nacen por los ojos…
pero
veo tu luz
que asemeja el hilo incandescente…

III

Love-Pandemia, corren tiempos de duelos, lo dicen así.
¿No?
Hoy me separé de ti y descabalgo el reloj para que
regreses a casa.

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#141díasteletrabajando en #COVID

Siempre enfoco en las vídeos la visión contraria a ésta que veis

Ya casi no recuerdo ni el primer día. El 11 de Marzo escribía mi primer post desde el encierro y la nube con inmensas esperanzas. Hoy han pasado 141 días y aquí sigo. Hemos aprendido bastante, cómo es un trabajo full time online, cómo vivir como nunca antes codo con codo con nuestras familias: y estamos a salvo, por el momento, ¡afortunadamente! si bien esta línea de seguridad es frágil. Explico a mis amigos que la irrealidad se ha apoderado de muchas de nuestras relaciones sociales. Hablamos constantemente del COVID como si un fantasma fuera a asaltar nuestras casas. No me siento engañado por nadie, ni por los políticos o los mass media, puesto que básicamente pocos o ninguno tienen una visión clara de los próximos tiempos. Únicamente juegan sus cartas, y creo que no son para nada buenas, acaso un tanto emborronadas
Solo sé que estamos en manos de los científicos. En los laboratorios la vacuna, bien sea europea, norteamericana y china, avanza. Hoy el Ministros de Sanidad ha dicho que una vacuna segura estará en el primer semestre del 2021… pues vale, ahora estamos en plena canícula, ola de calor, pensando fundamentalmente en las vacaciones, en desconectar y recoger fuerzas. No importa lo que hagamos en este mes que viene. Eso sí, hay que descansar.
Somos buceadores de simas abisales, somos astronautas que viajan a parajes remotos. Somos halcones. Pero hasta la leona más valiente deberá darse un respiro si quiere guardar la manada.

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Resurgimiento #hoycumplo47

Tengo la oportunidad de seguir golpeando la madera del porvenir

y que resuene

otro año más,

asida la espada,

descansando en el árbol desmochado

tras cada envite;

 

Tengo la pasión de descorrer este destino

dominarlo fuerte,

porque aquello que no brote de sus palabras

se lo comerán los muertos.

 

La luz viaja en sentido recto

la persigo y hago de los sueños una final encrucijada:

seré débil / parcial o diminuto

y muchas veces me sentirán torpe, harto vacío y confuso.

Pero yo soy así.

 

Hoy sé que no podrán explicarme

cómo sobrevivir al desastre,

si desnacer de las cenizas

si desaprenderme en otro distinto;

Es el tiempo que bruñe-oscurece

El tiempo mismo sobre el que avanzo decidido.

Leerán:

«Me arrojé a cruzar el río

bebí sus aguas ponzoñosas

y de los tropiezos

ahogué mi cuerpo y elevé el alma».

 

Tengo la oportunidad de lanzarme al abismo de la vida

con la espada que quiebre las tinieblas

aquella misma arrancada de las piedras

aquella de la que brote

un manantial intacto

de resurgimiento.

¡Resurgimiento!
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8.∞. Se buscan audaces primeros lectores.

8 e infinito son dos grafías similares. La prosperidad en la cultura china y del circulo infinito que nunca finaliza, que no se completa, que nunca cesa en su construcción y desenvolvimiento. El 8 y el infinito son también el símbolo de las tecnologías exponenciales que dominarán el siglo XXI. Y 8 es la continuación a mi novela 2051 (posicionada entre las primeras posiciones de novelas de fantasía contemporánea en Amazon), la biografía de Gabriel, el gran albino, el inventor del «retromind», la tecnología de la memoria perenne.

Si os gustó 2051 seguramente 8 os apasione más. 8 nos habla del mayor reto del hombre en el siglo XXI: del encuentro con otras inteligencias y de la propia supervivencia del hombre como especie.

La vida es un milagro que todos los días se repite.

Ahora busco lectores interesados en reflexionar sobre todos estos temas y deseosos de leer el borrador de mi novela y darme feedback sobre el manuscrito. Si os apetece, contactad conmigo en fhderojas arroba gmail.com. ¡gracias!


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Los tiempos cambian y nosotros cambiamos con ellos. Tempora mutantur, et nos mutamur in illis. #COVID19 #Día41


Leer nos alimenta.

Hoy es el día del libro.


Encerrados, compartimos hoy miles de mensajes en libros que han inspirado nuestras primeras lecturas. Fueron libros de aventuras, «La isla del tesoro» de Robert Louis Stevenson. Libros de viajes, «De la Tierra a la Luna» de Julio Verne. Libros de guerras inexistentes que terriblemente se nos representan en el ahora, «La guerra de los mundos», de H.G. Wells. Hubo mundos fascinantes por vivir encerrados en libros, «La historia interminable» de Michael Ende y otros porque discurrieron en mundos lejanos, «Dune» de Frank Herbert. También, y debo mencionar la poesía y los mundos frágiles y sobrios de Machado en «Campos de Castilla». ¿Qué sería yo sin estas palabras y sus mundos?


Que cada cual escoja las suyas; que estos días de enclaustramiento nos permitan reencontrarnos con nuestros mundos; que ellas recojan nuestras preguntas y nos muestren un camino.

Hoy es el día 42 de mi encierro.

Por cierto, permitidme que también hoy Gabriel les explique las suyas, que nos cuente su vida y la visión de nuestro mundo, este siglo XXI en mi novela, 2051. Allí se dice en un momento dado: «Tempora mutantur, et nos mutamur in illis». Los tiempos cambian y nosotros cambiamos con ellos.

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«Procuremos más ser padres de nuestro porvenir que hijos de nuestro pasado» #COVID19 #día32 #2051

El año 2020 había sido planificado para ser un gran año. Durante el otoño de 2019 en Madrid se reunieron los países más avanzados para pactar el que sería el definitivo encuentro de sostenibilidad global. El vaticinio estaba conjurado: había que dar pasos rápidos, acelerar el ritmo de lo que llamaron la descarbonización, el abandono de los combustibles fósiles, o de lo contrario el planeta divergiría en una especie de camino sin retorno, una suerte de distopía con los polos derretidos y la lluvia ácida aniquilando todos los bosques. Aquello sonaba retador, desafiante… pero ¿quién demonios apretaría el freno de mano de sus industrias?¿Quién detendría el progreso aduciendo el fin de la humanidad?¿Quién daría un paso adelante y decidiría cambiar el timón del mundo? Muchos temían que aquello discutido en aquella conferencia no fuese sino una pose, un mar de buenismo, una excusa para viajar a Madrid e irse de tapas. China, India… junto a los ciertos países asiáticos que eran fábricas del otro medio disentían de bastantes de las medidas; y también EE.UU. y todo aquel que tuviera algo que perder en aquella suerte de pactos y armisticios al sistema económico. Nadie quiere dejar de ser rico, nadie quiere cambiar su estilo de vida, ceder la mano a un potencial rival o dar aliento al débil. Además, los europeos tenían otros problemas que por entonces (¡miopes!) les parecían más acuciantes: lo llamaron Brexit, por ejemplo. Europa se desgajaba en aquel hermoso ocaso de las sociedades avanzadas, sociedades que vieron colmados sus derechos. Que transitaron a populismos porque sus democracias ya los aburrían. Era la joputa «Europa de los mercaderes», así muchos la llamaban, la que se contorsionaba en una Babel de lenguas, en un sinfín de privilegios y micro-parcelas. Era la Europa que hacía de sus fronteras una excusa y una bandera, la egoísta y vieja Europa que recibía los cayucos de Argelia o de Libia, la que era asaltada por aquellos jóvenes de piel color marfil a los que la vida no les significaba mucho. Era la Europa que gesticulaba en el Comité de Seguridad de la ONU y que mientras disparaba a los inmigrantes cuando transitaban por Hungría, la que dejaba morir a niños en la playa de Lesbos, la que vendía a Turquía los cuerpos de aquellos que fundaron la civilización occidental, en Siria, casi cinco mil años antes, y que ahora huían con el pavor y el odio de las ideas irreconciliables.
El año 2020 debería haber sido un gran año, muchos lo pronosticaron. El año de las Olimpiadas de Tokio, las más tecnológicas, con el tren bala, por ejemplo. El año del fin de las tensiones entre EE.UU. y China. El año del lanzamiento del nuevo iphone.
Y sin embargo… el que fue llamado COVID-19 llegó para trastocarlo todo. Para asentar un dramático golpe al denominado progreso universal. Muchos dijeron que era la última arma biológica y se excusaron para señalar con más ahínco a su enemigo. Unos decían que quizás hubiera sido creado por China y en un incomprensible proyecto de automutilación experimentaron con la ciudad de Wuhan para ser luego los primeros en recuperarse. Otros, generalmente aquellos enfrentados a los anteriores, creyeron ver en el COVID-19 otro VIH, la neopandemia pero que esta vez machacaría a los viejos. Lo cierto es que fue este el año de la gran reclusión, la primera y quizás por eso la más odiada y recordada. Muchos vieron en aquella reclusión una última salvaguarda de sus privilegios. Los pobres no disponían de aquello tan siquiera y tuvieron que capear el temporal en sus barriadas, en sus infraviviendas, entre el mar de plástico, acianos, enterrados sin tan siquiera el reconocimiento de haber caído enfermos. Tan solo los ricos tenían la oportunidad a contar sus muertos.
Samuel G. y Gabriel también lo vivieron en sus carnes, aunque sin referentes previos. Sus familias no habían visto ninguna guerra anterior, al menos no habían participado directamente de ellas. Los años del hambre, de la precariedad, habían quedado muy lejos ya, y la España autárquica y franquista vivía reducida a los libros de historia y a manifestaciones de somnolientos y nostálgicos.
¿Qué aprendieron los chicos durante aquellos meses? Muchos años después se lo recordaría Benjamin a Gabriel a colación de la cernida tragedia de los «outros», la que derrumbó la humanidad de mediados del siglo XXI. Porque muchos fueron los que quisieron ver en la Gran Pandemia del 2020 un mundo en tránsito al nuevo milenio. Un mundo que perseguía una oportunidad de cambio. Quizás, esencialmente a un mundo mejor. La redención a todos los males, de la Amazonía prendida en llamas, de la soberbia y de la avaricia, de la celeridad de una sociedad que se consumía y consumía sin ningún propósito… salvo su afán masturbador. Años después, cuando «outros» llenaron las calles mediado el siglo XXI, Benjamin llamaría a Gabriel y le diría que ambas tragedias tenían su punto en común, y le recordaría que si bien el mundo se armó de buenos deseos «post-pandemia», nada de todo aquello se tomaría en serio, cuando se tocó el silbato y todos abandonaron la seguridad de sus huras y en manada, fueron lobos o hienas con fuerzas renovadas. Enterraron los muertos y no quedó nada de ellos salvo plaquitas doradas, y una generación de viejos que se fue directamente a la tumba.
En realidad, si quisiéramos recordar las vidas de Gabriel o del Samuel en la Gran Pandemia, ellos eran por aquel entonces unos jovenzuelos terriblemente optimistas, pues era éste su primer año universitario. Ellos empezaron a cursar una misteriosa y nueva titulación de nombre un tanto rimbombante, «Neural Engineering», gestada por aquella organización tan particular, la Fundación y a la que deberían tanto en los momentos sucesivos; vivían así, alejados del drama de las calles vacías y de las casas ocupadas por el miedo. Se les propuso a ellos, como medida excepcional, que mantuvieran el confinamiento en los laboratorios de la Fundación y ellos creyeron ver en todo aquello una suerte de acampada infinita. Tal era su curiosidad, inabarcable, ardiente, les faltaban horas del día para recabar información sobre computación cuántica aplicada a interfaces cerebrales, por ejemplo. Sin embargo, Benjamin, el tercero de los amigos, había quedado fuera, desterrado del sueño de sus otros dos compañeros. Sería el primer paso de la fractura que luego acontecería en sus vidas ya fuera del internado. Benjamin no tenía alma de científico ni de ingeniero, no se sentía con suficientes fuerzas para cambiar el mundo. Por aquel entonces mantenía una lucha salvaje por encontrarse. Por observar y definirse.
¿Y a qué se dedicarían ellos durante ese tiempo de reclusión? En principio a nada y a todo. Fuera, el mundo se encontraba detenido, Benjamin se lo explicaba a Gabriel. La naturaleza retomando cada uno de los rincones de la ciudad. Jabalíes circulando por las aceras. Aquella primavera el silencio se apoderó de las ciudades. Las empresas pararon, la economía se detuvo. La gente salía a aplaudir todos los días a las ocho y buscaba esperanzas en las palabras de sus vecinos.
Ni Samuel G. ni Gabriel entendían nada. El primero, sabedor de aquella oportunidad irrepetible, y de que no podía dejar escapar su escaso tiempo. El segundo que vivía en una especie de confinamiento interior. La enfermedad era un concepto ajeno para Gabriel. Feliz de poder dedicar toda su vida a sus propios pensamientos, deseando aprender de todas aquellas tecnologías que parecían prometer la vida eterna y la memoria perpetuada.
Benjamin hablaba casi todos los días con sus amigos por videoconferencia; eran charlas largas, sentados a mesa cenaban remotamente, se enseñaban vídeos y enlaces, hablaban de mujeres. En una de aquellas charlas, Benjamin les confesó que no había podido soportarlo y que había violado finalmente la reclusión impuesta por el estado de alerta. Fue la noche anterior y quizás por eso exhibía un aspecto especialmente cansado y lamentable: marchó a una fiesta prohibida, dijo, una de esas que se organizaban en algún cobertizo retirado de cualquier polígono industrial. Como no tenía coche había pedido prestada una bicicleta de carreras y había esquivado, aún no sabía cómo, al ejército y sus controles.
En la fiesta conoció a personas que le decían que el final de los tiempos estaba cerca. Bebían y cantaban, muchos de ellos eran jóvenes y no pensaban sino gozar de sus cuerpos. Quizás no se tomasen lo suficientemente en serio la amenaza de la pandemia o tal vez entrevieran un futuro gris. Uno de ellos era una morena tetuda que parecía haberse tomado varias copas de más. Decía que no era un tema de secta alguna, que mira cómo habían caído todos los países, unos detrás de otros. Benjamin asentía aparentemente interesado… aunque en realidad solo quería llevársela a la cama. Ella había hablado con otra amiga suya y le planteaba el mismo dilema: ¿Por qué todos los países han llegado tarde en este dislate de confinamiento?¿No será que todo dilataron las medidas «a drede»?
A Samuel G. le apasionaba pensar que detrás de todo aquello existiese un grupo animado por fines oscuros. Benjamin se enfadaba con aquellas afirmaciones y tosía compulsivamente. A lo mejor él también se encontraba enfermo, pensaba Gabriel sin atrever a confesar aquel horrible barrunto de su buen amigo, en una extraña desconexión con el mundo exterior, en una apatía no premeditada hacia las calamidades… no era que Gabriel se considerase inmunizado… ni que perteneciera a una especie disjunta… era una mezcla terrible de ignorancia y puerilidad que contrastaba con su brillante intelecto.
Benjamin les enseñó esta foto a sus amigos:

Madre migrante, fotografía de Dorothea Lange (1936)

―Bueno, no tiene nada de particular ―explicó Samuel―. Es la famosa Madre Migrante de Dorothea Lange. Creo que fue tomada aproximadamente en 1936. Es la foto por antonomasia de la «Gran Depresión».
―¡Qué resabiado y qué tonto eres a un mismo tiempo! ―le respondió Benjamin.
Todos rieron.
―¿Sabes por qué os la enseño?
Se hizo un silencio.
―Es el símbolo extremo de los tiempos. Esta madre se llamaba Florence. No recibió ni un centavo por su imagen, a pesar de que su foto encabezase todos los diarios al día siguiente para demostrar la pobreza y la desesperación por alimentar a sus siete hijos. Una cautivadora imagen que no aporta ni un ápice de piedad al mundo. Es la estética y el temblor enfocadas en un momento… y punto. Creo que lo mismo puede estar pasándonos con esta Gran Pandemia, y lo peor, me temo, que creo que después se repita de nuevo. Que no queramos aprender nada. Que solo seamos fundamentalmente hijos de nuestro pasado… y no padres de nuestro porvenir.

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Todos los ríos van al mar, pero el mar no se desborda #COVID19 #Día21

¡Cómo florece la salvia!

Día 21 del gran experimento, de nuestro encierro familiar que ha dado pie al encierro global. Hoy ha tocado reunión de equipo. Nuestro presidente, Pallete, nos ha reunido, somos más de 14 mil personas conectadas en Workplace. Fascinante la cifra: casi el 95% de la compañía teletrabaja ahora globalmente. Hemos dado el gran salto a marchas forzadas. Siento que pensamos un poco más en formato colmena. Él dice “Somos una parte fundamental a la solución de la pandemia” y “nos toca reinventarnos”. Y no son meras palabras.


Porque junto al silencio del drama de los muertos, hoy han sido más de 900 en España, llega de seguro un escenario donde la parte emocional es importante; ayer asistí a un seminario que organizaba Ubbiquo  sobre Quantum Mindset, dirigido a todo el mundo hispanohablante, y aprendí que un aspecto importante es la actitud que tomemos. Está actitud orientada a alejar el miedo, evitar que nos paralice, una mentalidad orientada a que nuestra mente racional construya y dirija objetivos de prosperidad. Y que lo importante y la fuerza proviene de nuestro interior.
¿Qué nos depara el futuro? Nadie lo sabe, y justamente eso es, tenemos que aprender a vivir con estas incertidumbres a diario. Nuestro destino es niebla, que se difumina al acercarnos.


Las carestías materiales son justamente eso, solo carestías materiales. Es tiempo de prioridades, de saber que lo importante serán las personas.
Este es mi dicho de hoy: “Todos los ríos van al mar, pero el mar no se desborda”. Quiero decir con esto que todas nuestras voluntades serán la suma del nuevo mar infinito. Todos los ríos son necesarios, todos somos necesarios, algunos seremos chicos y breves, otros inmensos y llenos de meandros, pero cualesquiera que nos consideremos, el agua aportado, es todo él necesario para la vida.


Mirad la foto cada vez más florida de nuestro patio.

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Serán el objetivo que organice y mida lo mejor de nuestras energías y capacidades #COVID19 #Día16

Las flores se atisban ya en la salvia

Día 16. Los “Moonshot” son por definición desafíos que movilizan a todo un pueblo en pos de una gran misión. Lo hizo Kennedy en el Rice Stadium, en septiembre de 1962 y dijo algo así como “hemos elegido ir a la Luna como hacemos otras (grandes) cosas… no porque ellas sean fáciles sino difíciles, sino porque serán el objetivo que organice y mida lo mejor de nuestras energías y capacidades, porque este reto es uno que estamos obligados a aceptar, uno que no podemos postponer”.


En aquel momento imagino que muchos se hicieron preguntas y dudaron: ¿Era Kennedy un lerdo, un temerario, un alocado que arrojó a una de las mayores naciones, con toda su riqueza y capacidad tecnológica, a un sin sentido? ¿Era Kennedy un optimista mal informado que desconocía las últimas consecuencias de sus palabras?¿Un político torticero que jugaba con el dinero de otros?¿Era un manipulador de masas?


Las décadas y la historia han pasado y creo que todos estamos de acuerdo en la grandeza de la gesta. En sus beneficiosas consecuencias.
Hoy quiero escribir de “Moonshots”. Tenemos delante uno. Uno que moviliza todos nuestros recursos humanos, técnicos y económicos. Uno que cambiará la faz del planeta. Mira por donde no se trataba de un nuevo viaje, un salto a Marte o a las estrellas. Por el contrario, es un viaje hacia nuestro interior, el mayor confinamiento de la humanidad. Habremos entrado simios y espero que al salir, despertemos de esta hibernación para convivir en un Antropoceno renovado y más justo.


Tengo fe ciega. No ya por nuestros viejos líderes, que transitan su propia metamorfosis, que se pensaban que la sociedad precisaba de su mediocre relato como si no tuviéramos otra cosa que hacer. Tengo fe ciega. En la pequeña gente, aquella que es anónima pero que construye ladrillo a ladrillo los grandes sueños. La que tiene un marcado sentido de responsabilidad y da un paso firme, inclusive desde la reclusión de sus casas. Nuestras casas donde nos refugiamos, donde esperamos y desesperamos por la llamada de los que nos quieren. Nuestras casas, que las sentimos tan vacías si alguien falta.


Esta sociedad que despierta de un letargo de valores, esta sociedad egoísta, cruel e infiel ahora tiene por delante este “Moonshot”. Nuevos líderes se forjarán, su nuevo crisol y el acero fundido por el dolor de los que ahora sufren, del crujido de los goznes de la puerta que se abre. Ojalá sepan reconocer los tiempos, ojalá no desaprovechemos el desafío.

Nuestra civilización lleva dejando rastro escrito por 7.000 años. ¿será este una especie de renovado Diluvio donde dejemos fuera aquella sociedad insolidaria?¿Quién se ateve a ser el nuevo Noe y cómo construiremos una nueva Arca donde quepamos todos?

El tiempo lo dirá…, y mientras, acabemos con esta pandemia… y sigamos el camino.

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Si te caes siete veces, levántate ocho #COVID19 #Día14

El sol lucirá y serán momentos de grandes ideas 

Día 14. Ayer por la noche tenía una de mis clases con alumnos de Latinoamérica. Hice la pregunta y la mayoría estaban ya confinados. De esa manera he comprendido el vínculo global de la tragedia: el miedo. Sin darme cuenta conocí de primera mano la parálisis global pero como también, aquellos, los que vivimos en la nube (en mi propio caso tomadlo casi como autocrítica), caemos de tiempo en tiempo en el barro para mancharnos.

Dicen que la curva en Madrid está próxima a alcanzar su pico. Pero, joder, esos números son muertos. Tenemos imágenes poderosas, como el IFEMA, el Rey inaugurando el recinto, los militares cuadrándose y estrechando su mano. Con muchos los que hablo dicen vivir en una irrealidad particularmente extraña. Todos con pavor a escuchar toses, a tener febrícula, a levantarse una mañana habiendo perdido el sentido del olfato. En el peor de los casos a recibir una llamada de sus padres… que han sido ingresados. También hoy analizo (por temas laborales míos) las posibles oportunidades que saldrán de toda esta hemorragia. No os olvidéis, “show must go on”, no podemos dejar de vender…


Por el resto todo bien, qué no parece poco. Conozco personas cuyas empresas precisan personal en planta, sus fábricas son de esas que no pueden parar, y piden voluntarios de oficina. Imagino el silencio que habrá en sus casas. Son héroes. Imaginadlos, valorando su estado de salud, su edad, los hijos o los abuelos con los que comparten vida.


Este es el proverbio chino de hoy: “Si te caes siete veces, levántate ocho.

Un poco de esto ha salido al hablar con mi amigo Guillermo de los cambios próximos. Hablamos de lo que viene, y de como el “exponencial thinking”, la innovación transformacional en las organizaciones que aprenden, las grandes ideas que buscan realizar una evolución ambiciosa… no solo están en poder de los fuertes, de los Google, de los Facebook, de los que disrumpen industrias completas. Estas herramientas de cambio, de emprendimiento LEAN debieran ser democratizadas. Todos, los más pequeños, deben poder hacer uso de ellas. Cada cual en el entorno de vida que les toca.

Como revulsivo a la pesadilla, la medicina es pensar en grande. Océanos azules.


Esto nos ayudará a soñar más allá del horizonte de la tormenta.

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Es mejor encender una vela que maldecir la oscuridad #COVID19 Día13

La misión de nuestra nueva vida será…

Día 13. No sé por qué… pero he vuelto a escuchar “La Misión” de Ennio Morricone. Hace muchos años en un contexto un tanto dramático de adolescencia la di por perdida, se me escurrió del corazón. Cerré mi mente a estos sonidos, a esta historia. Y ahora vuelve, quizás por ese mismo heroísmo, esa épica y ese dolor de la Misión de la Amazonía. Ayer hablaba con una amiga que tenía a su marido en el hospital, afortunadamente se recupera, y me hablaba de estos tiempos donde vemos lo frágiles que somos. Somos afortunados en nuestros trabajos, tenemos una vida segura y con sentido, y de repente… nuestro espacio se desmorona. Otros con los que hablo me siguen preguntado sobre lo que aprenderemos de esta desgracia. Es cierto que es muy difícil. Ayer leía un libro superinteresante titulado “Moonshots” de Naveen Jain que nos presenta las grandes expectativas del espíritu humano a través de la tecnología. Trata de un mundo rodeado de abundancia, riqueza y audacia. ¡Cuánto contrasta con lo que estamos viviendo!


Y yo quiero aprender con este proverbio chino: “Es mejor encender una vela que maldecir la oscuridad.”


Sé que para muchos son justificaciones. Hoy solo tengo abrazos en la distancia para los que sufren.

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Nadie se baña dos veces en el mismo río, pues siempre es otro río y otra persona #COVID19 #Día11

Luce el sol

Día 11. Comenzamos la semana en un país recluido, uno que avanza con temor ante unas cifras disparadas de contagiados y de muertos y con la certeza de que a nuestro alrededor este virus nos está haciendo daño. Es un país herido y con familias que viven separadas o que no pueden ni despedirse. Existen continuas alusiones y llamamientos del colectivo común a la responsabilidad. Una responsabilidad que puebla nuestras calles, nuestras ciudades y nuestros territorios de silencio.

Hemos huido del mundo físico (los que podemos) y poblamos un nuevo cielo, uno digital, uno virtual. Ciertamente muy pronto volveremos, y seguramente ya no seremos los mismos. Por los que se van… y porque los que permanezcan, esperemos lo hagan con el respeto al nuevo curso de los acontecimientos.


El proverbio chino dice: “Nadie se baña dos veces en el mismo río, pues siempre es otro río y otra persona.


Por un deber de cordura personal haré el siguiente ejercicio: ¿En qué puedo ayudar en estos momentos?¿Qué puedo hacer para ser mejor persona?¿Qué puedo llevarme en la mochila para cuanto todo esto pase… pueda pensar… que algo de este drama, por mínimo que sea, mereció la pena?¿Qué estamos aprendiendo?


Hoy luce el sol. Será por algo.

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No temas ser lento, teme solo a detenerte #COVID19 #Día10

¡Ya queda poco para que florezcan!

Día 10. Cuando se lea esto ya será primavera. Según el Instituto Geográfico Nacional habrá sucedido exactamente a las 4:50, hora peninsular del viernes, con la mayoría de nosotros durmiendo. Otros muchos también, cada vez más, en los hospitales.

El país amanece con una enfermedad desbocada. Y el pico de la pandemia, dicen, lo tenemos aún por delante. Acabo de escuchar por la radio que se exigen medidas tales que permitan multiplicar las pruebas de contagio. Lo cierto es que Corea ha detenido la pandemia de esta manera, con evidencias, con KPIs que se demuestren valores extrapolables a toda la población y que sean actuables y no con medidas parciales, manipulables y autocontenidas.

Es el final de esta segunda semana de teletrabajo y vida 100% en la nube y el sabor es agridulce: es cierto y es una evidencia, somos capaces de continuar con nuestra actividad. Ayer por la tarde, por ejemplo, tuve una sesión virtual de mi asignatura de Creación de Empresas Digitales de la que soy profe. Quizás debamos reorientar la asignatura, pienso, quizás este año debamos hacer alguna especie de bootcamp con ideas para dar la vuelta a la situación usando las tecnologías exponenciales y los datos de nuestras aplicaciones.

Pero, a pesar de todo, es doloroso saber que nuestro país precisa de una acción física a muy corto plazo, es decir, de materiales y de pertrechos que tienen que ser fabricados cuanto antes.

Pero dice el proverbio chino de hoy: “No temas ser lento, teme solo a detenerte”.

Porque debemos mantener nuestro pensamiento lúcido y afilado. Nos va a tocar utilizarlo. Y en esta pesada lentitud, actuemos con rapidez. Tenemos que fluir.

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No desesperes: de las nubes más negras cae un agua que es limpia y fecunda #COVID19 #Día8

¡Mañana otearemos el horizonte con mejor humor!

Día 8. Día del Padre. Tengo a mi hijo cerca y a mi padre lejos (¡y sano!). Para muchas familias es un día complicado. Hoy confieso que estoy de bajón, pero no os preocupéis, sigo detrás del teclado. Contradictoriamente a lo que mi espíritu dice, fuera ha lucido un sol estupendo, un sol cuyos rayos atravesaban la ventana. Mi agenda es intratable, si bien debo decir que me libera pensar que intento hacer algo útil en esta secuencia infinita de conversaciones de trabajo. Dicen que lo peor de esta pandemia aún está por venir, como si estas palabras escondieran una terrible maldición, un mal hado, una horrible distopía de la cual no pudiéramos desuscribirnos, porque no existe el botón que diga “exit”.


Y me digo a mí mismo “No desesperes: de las nubes más negras cae un agua que es limpia y fecunda”. Este es el sabio proverbio chino que me releo hoy con intensidad.


También me llegan otras noticias más halagüeñas: ¿será el Favipiravir el remedio que buscamos?¿Aquel que persigue media humanidad con los ojos apretados?¿Será el comienzo del larguísimo hilo de seda?
Ojala.

Mañana otearemos el horizonte.

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El perro en la perrera se rasca las pulgas; el perro que caza no las siente #COVID19 #Día7

¡Me faltan dedos de la mano para acelerar tanto!

Día 7. Día de locura. Decididamente, este día está siendo un túnel sin final. Estamos acelerando. Esto que escribo y que leéis lo hago a matacaballo entre dos Teams simultáneos. Y muchos estamos así. Creo que alguien también me llama por teléfono y seguro que tengo algún WhatsApp pendiente. Luego entra mi hijo y me dice no sé qué y me río. Acierto a duras penas a poner el silencio. La red cuela nuestras comunicaciones con brío, brinca y transmite, pero creo que lo que ahora puede fallarnos son los procesos, la manera de construir nuestras reuniones y de ayudar al cliente, es nuestra vieja cultura de la interacción física que nos constriñe: el cuello de botella son las personas y sus pensamientos. Y lo cierto es que nos reclaman aceleremos estes alto a la nube, ¡más VPNs!, ¡más capacidad!… con un hambre desaforado. Tenemos que lanzar más puentes que permitan este tránsito… ¡todos al mundo online! Y pensar de otra forma. Esta manera lean para llegar a tiempo.

Dice el proverbio chino: “El perro en la perrera se rasca las pulgas; el perro que caza no las siente”… y sé que es contradictorio con todo lo que estoy sintiendo… porque hay algo que me impulsa a correr y correr… salir a cazar…y sé que en este vértigo encuentro cierto consuelo…y que aunque quizás tenga cada vez más claro el horizonte quisiera evitar algún accidente del camino.

Son muchas las lecciones que tienen que aprender los que vivimos así.

¿No será este un primer síntoma del Gran Cambio?

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Antes de iniciar la labor de cambiar el mundo, da tres vueltas por tu propia casa #COVID19 #día6

A nubes negras en el horizonte… ¡arrojo de héroe!

Día 6. Los mirlos se apoderan de nuestros parques y de nuestras antenas y llenan el silencio de la tarde. Los gorriones se hacen fuertes en las farolas y los balaustres. Los gatos los persiguen y fanfarronean sobre un universo donde los humanos han desaparecido. Siempre queda alguien: el ejercito que patrulla y multa a energúmenos. Y en este panorama todo puede ser online, todo, hasta el límite de lo que dé la red. Ya veo a mis compañeros de Soporte a las Operaciones, otros héroes de esta singular epopeya, en mil planes de contingencia para que nada se caiga. Uno de los activos más valiosos para mantener nuestra cordura de país, la fibra.


Hoy escucho tantos programas de radio que se realizan desde las casas, veo a Buenafuente que muda Late Motiv a su buhardilla. Quizás hasta haya que ir pensando mover las fábricas a la nube… ¿Dónde estamos? En cualquier parte… nuestro pensamiento vuela.


Por eso usaré el siguiente proverbio chino: “Antes de iniciar la labor de cambiar el mundo, da tres vueltas por tu propia casa”. En sentido figurado, aunque ahora, bajo un sentido físico aterrador, doloroso. Pragmático. Hay nubes negras en el horizonte. Habrá que aventarlas, pero antes, quiero decir, ahora, tenemos que realizar esta reconversión interior. ¿Dónde quedan esas preocupaciones de semanas pasadas?¿Qué tonterías ocupaban nuestros corazones? Ya empezamos a no recordarlas.


Muchos necesitan de nuestra ayuda y es momento de mantener el corazón sereno. Limpiar el polvo de las estanterías y redescubrir aquellos libros que dejamos olvidados en el camino…


Y bailar…

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Cuando tres marchan juntos tiene que haber uno que mande #COVID19 #dia5

¿Cuánto de eficaces podemos ser?

Día 5. Volvemos a la jornada laboral en un sádico ritornelo, ya no en modo prueba, sino bajo el augur de que es lo único que tendremos por semanas y… que nos dure. No tenemos bajas aparentes en los equipos, nos preguntamos por cada una de nuestras familias y todos respondemos con cierta pausa y con la voz emocionada.


Por suerte la actividad se acelera. Hoy he conseguido mantener dos sesiones de Teams simultáneas… ¡os lo prometo! Eso sí, no me enteré de mucho en una de ellas. Creo que tengo dos opciones, o centrarme bien en una sola y abandonar estos experimentos…o tal vez dar rienda suelta y dedicarme a probar con la Tablet también ¡y dar el salto magistral a 3 conferencias a un mismo tiempo!¡y por qué no con el televisor del salón y usar el Chromecast!¡serían 4 a la vez! Todo sea por una sonrisa de mis compañeros que empiezan a verme por todos los lados.


He leído esta mañana este artículo en el Washington Post donde se nos explica las ventajas del aislamiento social para reducir la curva de contagios. Muy interesante… salvo que me encantaría saber en que momento del proceso nos encontramos. ¿Cuánto falta para el final?…¿Cómo?…”Pero si ni siquiera hemos comenzado” debería responderme… ¡Paciencia! Luego subo la cabeza y veo a mi hijo, que me sonríe con la tremenda ilusión de tener a su padre en la habitación contigua todo el día…Y quiere que le ayude en un ejercicio de análisis sintáctico… estos son los momentos maravillosos de la reclusión…


Y ahora viene el tema del proverbio chino de este día: ”Cuando tres marchan juntos tiene que haber uno que mande”. A esto se le llama mando único, control, organización. Es lo que necesita nuestra sociedad, unidad de acción y criterio. ¿Pero nuestros gobernantes estarán a la altura? Yo espero que para comenzar, igual que media sociedad ha subido a la nube… sean ellos capaces de usar estas tecnologías y de construir un gobierno virtual, uno que por robusto pueda salvaguardar así nuestros intereses ciudadanos con indiferencia de la ubicación física… y que gracias a lo liviano y a lo ágil puedan tomar las decisiones correctas. Necesitamos gobiernos del siglo XXI, gobiernos lean. No tenemos tiempo, hay muchas vidas en juego.
Y mañana más.

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Si eres paciente en un momento de ira, escaparás a cien días de tristeza #COVID19 #día4

Si eres paciente en un momento…

Creo que me estoy habituando a estos proverbios chinos con esto de la crisis y del confinamiento. Hoy he visto uno que dice “Si eres paciente en un momento de ira, escaparás a cien días de tristeza”.
Son momentos de paciencia, de responsabilidad. En este primer fin de semana hemos vivido una especie de tobogán, una huida colectiva, una suerte de sorpresa y de apertura de constantes puertas que nos asustan. Unas detrás de otras, vemos que se abren y que la salida del laberinto permanece todavía lejos. A diferencia de las muchas distopías que leemos, esas que los escritorcillos construimos en nuestras narraciones de ciencia ficción, esta realidad, la nuestra, la que existe, martillea con sentido común: evita acudir en masa para desabastecer los supermercados, construye aislamiento social de manera responsable… ¡no viajes a la playa como si esto fuera un fin de semana que nos tocará circunstancialmente!


En mi casa, cuando miro por la ventana todo me parece igual. El mismo micropaisaje de la semana pasada. Los mismos pájaros que se posan en las antenas y que despiden el invierno. Las bandadas que emigran al sur. Alguna cigüeña camino de su nido. Pero ahora, un poco más lejos y fuera, la naturaleza llama, florece, las hojas se despiertan y nacen. Los campos de un verde intenso con sus florecillas meciéndose.


Y lo más hermoso y lo que más me reconforta es pensar que aquello, aquella belleza permanecerá;  que el mundo se acicala con la próxima primavera… para que cuando todo esto termine y cuando salgamos del encierro… podamos admirarlo.

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El mejor momento para plantar un árbol fue hace 20 años. El segundo mejor momento es ahora #COVID19 #dia2

¡No salimos de casa!

Es viernes. Día 2 desde que comenzamos a trabajar en casa. He leído otro proverbio chino que dice: “El mejor momento para plantar un árbol fue hace 20 años. El segundo mejor momento es ahora”. Hacemos planes para no salir de casa. Revisamos el estado de nuestras provisiones. Nos alarmamos cuando escuchamos el anuncio del “Estado de Alarma” del Presidente.

sAunque por otro lado y bien mirado, ha llegado el momento de encarar la crisis, sabedores del largo camino que nos espera. Seguimos gestionando temas técnicos de nuestro trabajo, que si la VPN, que si la seguridad de mi portátil, pero cada vez son menos relevantes. Ahora damos por descontado que no habrá más reuniones presenciales con nadie en unas cuantas semanas… ¡y quién las necesita!¡Y tenemos que seguir vendiendo!¡No podemos parar!
Es sorprendente la capacidad de adaptación de mi hijo: empieza a comprender el medio virtual y la realidad de las nuevas herramientas; la clase escucha atenta las explicaciones del profesor… y se responsabiliza de las tareas… luego hace su recreo y le encuentro jugando con sus compañeros… Ahora sí que creo que el conocimiento puede seguir poblando sus cabecitas.
No tenemos que dejarnos arrastrar por el miedo, por la desinformación. Hablemos todos los días con nuestra familia, y démonos una tregua de paz. La bolsa se hundirá, no nos confundamos, porque luego remontará y porque nosotros, como personas, tenemos un cosmos por proteger, el de nuestras vidas y de nuestra salud, el de la economía real.
Hace un día fantástico. Tenemos que sonreír.
Nos necesitamos así.

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Lo primero que hay que hacer para salir del pozo es dejar de cavar #COVID19 #dia1

“Este es mi nuevo lugar…”

Hay otro proverbio chino que dice algo así como “lo primero que hay que hacer para salir del pozo es dejar de cavar”.

Lo he traído a colación por la reorganización en nuestras vidas. No podemos lamentarnos ya de lo que estamos dejando atrás. No hay tiempo. En este sentido, por ejemplo, hoy he tenido que cambiar mi pequeño campamento de trabajo, abandonar mi escritorio y usar la mesa de la cocina. Ahora hemos reconfigurado una habitación para mis nuevos tiempos de teletrabajo. El lugar, finalmente, ha quedado mono y ciertamente, me gusta, y desde aquí escribo estas palabras.

Mi hijo se ha hecho dueño del Teams en sus clases a distancia y creo que mañana, si sigue esta curva de aprendizaje, lo manejará mejor que yo. Hoy hemos tenido los compañeros de empresa múltiples interacciones y nos hemos enseñado las casas, nuestros hijos entrando sin avisar y colándose por las pantallas, nos hemos difuminado el fondo de la imagen y luchamos por hacernos a la idea de que las cosas serán así por semanas. Enseñamos nuestros cascos y micros y bromeamos.

Fuera las cosas tienen otro cariz distinto.

El día es despejado y casi, diría que primaveral, y sin embargo la bolsa se hunde. Me da miedo mirar el valor de nuestros pequeños ahorros. El viento se los lleva.

Espero que el gobierno nos aguante. Y que estén aprendiendo a teletrabajar en esa especie de parlamento y administración virtual que se avecina. El valor de las personas y su capacidad para reaccionar más allá de eslóganes y piltrafas de ideas es ahora.

En un rato saldremos a pasear mi familia y espero olvidarme un rato de toda esta pesadilla. Porque por encima de todo me siento un privilegiado, auto-recluido para no contagiar a los más débiles, pero con capacidad de hacerlo, de seguir trabajando en lo que me gusta desde mi portátil. No tengo a nadie enfermo cercano a mí y no debo salir ni ir a ningún sitio, salvo por aquellos espacios que se visitan en la nube sin riesgo.


Este es en realidad el día primero de lo que sea.

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危机 (Wei Ji). La gran oportunidad. #COVID19

“Ahora soy solo nube”


La palabra Wei Ji es una palabra China que quiere decir: Wei, peligro y Ji, oportunidad.

El coronavirus casualmente vino de allí y ahora que nos sobresalta y pone en peligro nuestras vidas y realidades, es momento de afrontar nuestra propia Wei Ji. A modo de tránsito.

Uno es optimista a ultranza, que no tonto. Soy plenamente consciente de lo que puede pasar, de como la situación puede degradarse mucho más, y para comenzar los próximos 15 días en Madrid nuestros hábitos y costumbres van a transformarse sobremanera.

En lo personal, hoy comienzo y comenzamos muchos compañeros un maratón donde nuestras empresas, donde tenemos la fortuna de trabajar,nos virtualizan. Éramos trabajadores del conocimiento, pero ahora solo seremos solo nube. Donde nuestros clientes han cerrado también sus oficinas para proteger sus fábricas en la medida de lo posible, y donde nuestros hijos salen de las aulas físicas y van a aprender, junto a todos nosotros, una nueva forma de vida. Somos españoles, nos encanta tocarnos, reír, salir a la calle. Disfrutar de la vida y contar chistes. Pero esto no quiere decir que no podamos zambullirnos en esta inmersión digital donde estamos obligados a mantener nuestros trabajos con vida y donde nuestros hijos tienen que seguir aprendiendo, porque cada minuto cuenta para ello.

Hoy es el día 0.

Estamos afilando las herramientas. Probando las VPN, el Teams, el wifi. Haciendo un hueco estable, al menos por dos semanas, en nuestro escritorio y en nuestros corazones.

Esta es la gran oportunidad para ser otros.

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2020 es pura #Abundancia

Lo llaman la teoría de la abundancia. La economía lo hizo fatal, y se daría cuenta de eso una vez inaugurado el 2020, justo para encauzar su destino, porque se creía que había sido Adam Smith el que dijo que la carestía de un bien lo dotaba automáticamente de valor…y era, a fin de cuentas, una tontería.


Hasta aquel momento todo había funcionado así en su mente analítica y mecanizada, con esta máquina tonta del oro, del petróleo, hasta del amor, donde todo mantenía aquella obsesiva lógica de la escasez. Nacemos envidiando lo que no poseemos: por ello matamos, robamos, traicionamos. Vendemos nuestra alma, que se hace chiquita con los años, se desvanece y cuando nos queremos dar cuenta… nuestra vida se da por concluida. ¡Y todo por dinero!, por acumular, por ser lo que no se puede alcanzar, por joder al que tenemos más cerca y hacernos con sus posesiones. Por una yarda más de tierra en nuestro imperio.


Pero aquello era revolucionario: lo llamaban la teoría de la abundancia. Tan solo había que saber abrir los ojos y saber dar las gracias. Entender que la naturaleza lo ocupa todo. Que pasa un poco como con el agua, el sol y las montañas. Estuvieron allí y nosotros no representamos más que aquel pequeño devaneo.


La vida no es un mercado financiero, nadie liquida sus acciones con la contraparte que le pague menos, nadie atesora un bien con el evidente deseo de compartirlo generosamente.


¿O sí?


Cuando la vida es y se ve como pura abundancia…

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Cuento de Navidad #losfantasmasdeMrScrooge #laoportunidaddeserfeliz en #2020


“Si ese espíritu no lo hace en vida, será condenado a hacerlo tras la muerte” (Charles Dickens)

Como todos los años, mi hijo y yo hemos preparado un regalo de Navidad. Este año le hemos dado un par de vueltas a un famoso cuento de Charles Dickens: ¡espero qué os guste!

Bien mirado Mr. Scrooge no era tan mala persona como todos querían hacer ver. Vale, su fondo de inversión no era lo que podría llamarse una señorita de la caridad; aunque, como él dijera: «money, it is money, brother». Es dinero… tan solo es cuestión de dinero. Y si había que comprar una empresa, que era a lo que se dedicaba desde siempre, que fuera lo más barato posible. Porque la virtud era luego saber vender caro, se repetía una y otra vez, después de haber aplicado la preceptiva dosis de racionalización al negocio: odiaba la grasa, así él la llamaba, la gente ineficaz o vaga, aquellos que sobraban, que se habían quedado obsoletos, y por eso sus organizaciones eran… como él se veía a sí mismo, tan delgadas, tan enérgicas, un poco quizás como leones devorando las gacelas de la selva. Porque solo los más fuertes sobreviven, era su lema. Y es que estaba en el lado depredador de la existencia.


La vida le había tratado muy bien siguiendo esta práctica. Él se defendía con orgullo. ¿Y qué tenía de malo todo aquello?¿No salvaba accionistas o familias que de otras maneras lo habrían perdido todo?¿No era mejor recibir una alternativa de futuro al no tenerlo en absoluto? Aunque bien mirado le faltaba un elemento fundamental: no era el hecho, que era el corazón que no empleaba y de no usarlo, le era un objeto ajeno en el pecho.
Llovían las críticas y de esta manera contrató una colosal hueste de asesores custodiaban su imagen y reputación y le decían qué era lo debía decir, lo que debía hacer, rodearse de aquel activista, en fin, apoyar una causa u otra. Así su imagen era intachable, pero lo cierto era que nadie que fuese persona de bien o de corazón le consideraba. Aportaba mucho, a mucho dinero me refiero, pero no sabía realmente para qué, y en el camino tantos eran los aprovechados que malversaban estos caudales… y se reían, porque lo creían doblemente idiota. Por darlo, creyendo que con hacerlo sería suficiente para acallar la conciencia, y no de preocuparse de cuánto recibirían aquellos a los que iba dirigido en última instancia. Y era un buen hombre envuelto en un caramelo de sabor amargo.


Y aquella Noche de Navidad del 2020 todo fue rápido. Como siempre su jornada había sido maratoniana. Saliendo de la oficina, antes de llegar a la cena, se desvaneció. No recordaba nada. Su vida se hizo a negro. Se despertó en un hospital, en la sala de urgencias. Unos médicos le dijeron que debería pasar la noche, que aparentemente no era nada, pero que por su seguridad debía permanecer allí, en observación. Mr. Scrooge era un tipo con fortuna, pensaron aquellos médicos para sí. Aquella apoplejía hubiera sido mortal de necesidad. Le habían encontrado (aquel bedel cuyo nombre no intentó conocer nunca y que siempre le recibía con la mejor de sus sonrisas) a tiempo en el ascensor desvanecido y su ambulancia atravesó el congestionado tráfico de la ciudad como si estuviera tocada por mano dividida. Y en realidad nadie lo esperaba en casa. Aunque se casó y tuvo hijos, había decidido entregar su vida por completo a sus empresas. Estas eran su gran-único hijo. Su familia verdadera, la que le amaba y se desconsolaba, había decidido pasar la Nochebuena sin él, a su pesar.

Lo cierto fue que el empresario permaneció en aquella habitación custodiado por las máquinas que medían sus constante vitales. El trajín era constante. Aún en Nochebuena todos enfermamos, aunque Mr. Scrooge, pensaba, en realidad no se sentía tan mal. Quería levantarse lo antes posible para organizar un último encuentro, para hilvanar alguna estrategia para el año que se aproximaba. A su alrededor la gente entraba y salía. Y fue cuando se levantaba, impaciente, semidesnudo que una mano le detuvo. Giró la vista y a su alrededor vio una mujer, hermosa como la nieve, a la que creyó sería un médico, pero que le recordaba lejanamente a no sabía quién, y que con una mirada marmolea y fría, le ponía su mano en la boca y con una carpeta en la mano y señalando al monitor le decía:
―Antes de que amanezca habrás muerto… Mr. Scrooge… o serás un hombre diferente…
Mr. Srooge pensó que aquella broma no tenía gracia. Ella continuó hablando:
―Tu corazón ha muerto hace años. Tu cuerpo te porta, te lleva de un lado a otro, pero estás vacío. Recibirás tres visitas esta noche y tendrás que decidir. Estate atento… en esta última oportunidad.

Y se desvaneció entre un halo y un destello. Y bien mirado podría haber sido una alucinación porque en realidad la mujer se transformó en lo que debería ser desde siempre, el médico que le explicaba su situación:
―¿Recuerda cuál es su nombre, caballero?
Mr. Scrooge asintió; fue cuando Mr. Scrooge miró a su alrededor y comprendió. Con las prisas, la ambulancia había perdido su cartera y nadie conocía su identidad. Mr. Scrooge intentó articular una palabra, pero sintió lo débil que estaba.
―No se preocupe. Haremos todo lo posible por localizar a su familia. Hasta ese momento descanse. Está en buenas manos. Pasará la Nochebuena con nosotros.

Y se marchó y se quedó solo, bueno, en realidad rodeado por las decenas de personas que transitan en las urgencias. Es un espacio de paso, intenso y lento en las emociones a un mismo tiempo. Discurrió un tiempo indefinido cuando por entre las cortinas semiabiertas, se fijó en un niño, entraba en una silla de ruedas acompañado por su hermano y su padre. Llevaba un pie enyesado, pero sonreía. Su hermano le hacía cosquillas. Guiñó los ojos, y se sorprendió cuando vio, de repente, que ¡aquel niño no era sino él mismo!, aunque hacía mucho tiempo, demasiado tiempo. Una lágrima rodó por sus mejillas con aquella visión. Un enfermero entró en aquel momento. Era también joven, jovencísimo, envuelto en un intenso destello luminoso y con cierto olor a espliego, muy agradable. El olor de los campos que rodeaban a su casa.
―¿Recuerdas? ―el enfermero se le acercó y aspiró con fuerza.
Mr. Scrooge asintió. Mucho tiempo atrás y siendo niño se cayó, jugando con su hermano por aquellos campos. Fue un accidente leve, quizás hasta una pequeña herida de guerra. Aquella Nochebuena de hacía mil años la pasarían en urgencias. Eran unas Navidades sombrías. Lo cierto era que su madre había muerto hacía poco, el cáncer se había cebado con ella. Y aunque fue la primera Navidad con la familia rota, aquella precisa noche, la excusa del esguince les unió. Hasta ese momento había existido una pesadumbre infinita, un silencio… y entre aquellas paredes, el padre lloró por primera vez con sus hijos y se abrazaron. Y se prometieron que nada les separaría.

Entonces Mr. Scrooge se dio cuenta del tiempo que había pasado sin acordarse de todos ellos, de su madre, de su padre y finalmente hasta de su hermano. Ahora que sus padres faltaban hacía tanto tiempo que no perdía una tarde con su hermano, que no compartía su vida con él, que no sabía nada de sus alegrías o de sus dificultades, y se sentía muy triste. Y en realidad, no sabía que había pasado en aquel tiempo para crearse aquel muro, sencillamente había permitido que la riada de la vida se llevará todo y por delante su amor.
Aquella había sido la primera visita, el fantasma de las Navidades Pasadas, dulces y tristes, las Navidades de lo perdido, cuando éramos inocentes.
Lloró amargamente mientras aquel enfermero le besaba levemente la frente y desaparecía. Finalmente se quedó adormilado.

No sabía cuánto tiempo había transcurrido cuando comenzó a pitar ruidosamente el monitor de su cama. Algo debía pasar al corazón enfermo de Mr. Scrooge. Apareció el mismo enfermero de antes, al menos así le parecía, aunque esta vez envuelto en un color de tez más grisáceo y menos deslumbrante, con ciertas ojeras; parecía más mayor y preocupado. Le dijo a Mr. Scrooge:
―¿Va todo bien, señor?
Mr. Scrooge sonrió forzadamente y suspiró. Fue entonces cuando un grupo de personas entraron presurosas en el box, como si no le vieran y se colocaron a su lado. Eran varios enfermeros y doctores. Entraban con una camilla con gran ímpetu y portaban un cuerpo de un chaval sobre ella y daban órdenes urgentes, intensas, desafiantes. El grupo de personas rodearon al cuerpo y mientras unos trataban de acceder a su torax, otros preparaban un objeto que parecía ser un desfibrilador. Entonces, fue cuando miró detrás de ellos, y al fondo, tras las cortinas, vio… a su mujer, ¡a su mujer!, postrada en una silla y envuelta en un mar de lágrimas, abrazando a su otro hijo, el menor.

Supo que delante de sí tenía al cruel fantasma de las Navidades Presentes. No necesitaba saber el final de aquella historia. Aquel era el peor de los castigos, el peor de los infiernos. El enfermero se le aproximó y apagó el monitor, porque su corazón daba tumbos y el sonido de la máquina era ensordecedor. Le repitió la pregunta son sorna:
―¿Puedo ayudarle, señor?¿Se encuentra bien?
Mr. Scrooge intentó levantarse, más no tenía fuerzas. Su mujer no le había sabido perdonar que aquella tarde de hacia hacía algunos meses Mr. Scrooge no fuera a recoger a su hijo, que no le reconviniera para que no cogiera el coche aquella noche y que no bebiera. No era un tema de dinero, no era un tema de darles lo que ellos quisieran, su mujer le había repetido hasta la saciedad… ¡te necesitan a ti! ¡a ti! Le dijo finalmente ella que no quería saber nada más de él y que le odiaba. Era mentira, pero en aquellos momentos la mujer vivía con el corazón destrozado.


Él ahora no podía parar de pensar y se torturaba: ¿Y si hubiera estado aquel día… podría haber evitado su muerte?¿Podría haberle explicado que aquello que hacía podría tener tan fatales consecuencias?
Del pobre hombre se escapó un pequeño grito atragantado… ¡hijo!… cuando el equipo médico dio por finalizada la maniobra de reanimación y fijó la fecha al fallecimiento. Cubrieron su rostro y las figuras se fueron difuminando hasta desaparecer. No pudo ver más a su hijo, ni siquiera en el día de su muerte, él llego tarde, siempre era lo mismo. El enfermero se marchaba, mientras le decía con pesadumbre a Mr. Scrooge:
―Un hijo debiera poder ver morir a su padre, pero nunca al revés.

Se hizo el silencio. Quizás, en lo más profundo de la noche, cuando ya nadie pasee por las calles, cuando la ciudad duerma, quizás solo entonces… en los hospitales y en sus salas de urgencias se haga un momento de paz. Es una paz absurda, una paz oscura, una paz de presagio…

Entonces, fue que la cortina se abrió de par en par con violencia contenida. Unos hombres taparon a Mr. Scrooge con una sábana. Él no comprendía, misteriosamente no podía moverse, parecía como si un poder sobrenatural lo hubiera congelado, lo mantuviera bloqueado en sus articulaciones.
Salieron fuera del box y los hombres trasladaron a Mr. Scooge en la camilla, cubierto por la sábana, y vio pasar tras de sí todas las salas del hospital, hasta llegar a los pisos inferiores… los pisos de la morgue.

Unos hombres le desnudaron y uno comenzó a examinarlo. Repasaron su cuerpo, y comenzaron a embalsamarlo. Mr. Scrooge intentó gritar:
―¡Dejadme!¡No estoy muerto!
Pero nadie le escuchaba. Entonces se fijó en uno de ellos, precisamente era el enfermero de las otras veces anteriores, aunque ahora mucho más mayor, viejo, su cara arrugada y la boca parcialmente desdentada.
Los hombres le auparon y comentaban:
―¿Cómo se llamaba el tipo?
―No lo sabemos, llegó ayer por la noche… falleció de otro ataque. Esperaremos a que alguien lo reclame y sino… ya sabes… el procedimiento del crematorio…
Mr. Scoogre intentaba gritar, intentaba articular palabra, pero aquel terrible agarrotamiento le impedía moverse. Lo metieron en una cámara frigorífica con un desagradable olor a muerte.

Dentro el frío era espantoso… y el silencio… ¡aquel silencio! Mr. Scrooge comenzó a tener visiones pavorosas. Visiones horribles donde veía a su mujer y a su hijo celebrando la que sería la próxima Navidad, los dos solos, y una silla, la de su hijo muerto, y a su lado la otra, su silla, ¡vacía!, y ambos cenando en un dramático silencio. Luego se le aparecieron la figura de los que creía hasta entonces sus hombres de confianza…aquellos que le aconsejaban y que ahora cenarían la próxima Nochebuena entre grandes risotadas de desprecio…y escuchó lo que dirían a sus espaldas, escuchó a sus asesores burlarse por la muerte tan ruin que tuvo, escuchó que su dinero había sido mal utilizado en vida y que ellos darían buena cuenta de él, y vio entre brumas a los carroñeros que tanto odiaba apropiándose de sus empresas; y de cómo lo llamaban avaro, mientras se llenaban las manos con la grasa de la comida, los mismos a los que pagó generosamente porque le explicaban que era lo mejor para granjearse una imagen… para pagar el postureo y ya está. Y vio su dinero arrojado al fondo de las vanidades humanas, y vio a su familia que en una Navidad próxima se olvidaría de él, igual que antes él mismo se olvidó de sus padres y su hermano… y sus empresas, que serían descuartizadas como convite de la próxima Nochebuena …y de cómo su dinero finalmente era un simple registro, un número que pasaba de una mano a otro; y de que Mr. Scrooge no significaba nada; Entonces comprendió lo que le faltaba… que no era dinero… era un corazón que latiera… un corazón que sintiera y que valorase a las pocas personas que de seguro aún lo estimaban. Aquellas que quizás aún lo esperasen aquella noche despiertos, preocupados por su ausencia… si era verdad que todo aquello era una simple pesadilla.

Al cabo de un tiempo infinito, podrían ser minutos, horas o tal vez días, la puerta del congelador se abrió; finalmente, lo sacaron, y mientras tiritaba, lo terminaron de despojar de la sábana que cubría su cuerpo y que ocultaba la cara. Uno miró la etiqueta y leyó:
―Aquí pone que su nombre es no conocido. La muerte y las cenizas no conocen de identidades.
Lo dijo de una manera tan lúgubre que no tardó en darse cuenta Mr. Scrooge de su destino: lo llevaban al crematorio.
―¡Estoy vivo!¡Estoy vivo! ―lloriqueaba para sus adentros.
Pero nada se movía en su cuerpo que se mantenía inánime, ni sus labios, ni su pecho.

Poco a poco cruzaron nuevas puertas del hospital. Llegaron a otra sala, esta vez gris con un retrato de un Cristo crucificado y símbolos de otras religiones. Un sacerdote se cruzó en el camino y leyó una breve frase: «pulvis es et pulverum revertis»
Mr. Scrooge las repitió para sí: polvo eres y en polvo te convertirás… y terminó gritando, mientras le introducían en el horno…
―¡Piedad!¡Piedad!

Antes de cerrarse la puerta, con las llamas al fondo y su aliento horrible, una cara se le acercó, era el enfermero de las otras dos ocasiones, aunque ahora había envejecido aún más… era el horrible rostro de la muerte… y se le veía la carne apelmazada y derritiéndose… y trozos de pelo cayéndose y la calavera asomando… y fue que le dijo con una sonrisa socarrona:
―Antes de que amanezca, como ves, también reciste la visita del fantasma de las Navidades Futuras
Y las llamas lo rodearon y le recibieron. Le devoraron.


…………………………………………….


Si piensas que Mr. Scrooge se salvó, que despertó de aquella horrible pesadilla… y a la mañana siguiente se transformó en una gran persona…siento decepcionarte. Aquel ricachón sin corazón murió de un último ataque en el box de urgencias, y su identidad, al estar accidentalmente perdida, causó que su cuerpo fuese entregado al horno crematorio. Cuando se dieron cuenta había sido todo demasiado tarde: la viuda y el hijo menor recibieron a los pocos días una hornacina con cenizas. No se supo más de Mr. Scrooge.


Hoy, día de Navidad, al levantarte procura leer este cuento. O puede que sea mañana cuando leas mi relato, o tal vez lo leíste ayer a las puertas de la Nochebuena, da lo mismo. Seguramente seas como yo, y como la mayoría de la gente que nos rodea, un tipo común. La vida puede darte segundas oportunidades… o tal vez no. De nosotros depende saber aprovecharlas.
Por eso es mejor que te pongas en marcha y desde ahora mismo escribas esta carta de queja al diablo. Una carta que diga algo así:

«Estimado señor,


Tuvo por castigo llevarse a Mr. Scrooge. Cosa que no pongo en duda, se lo temía merecido por ruin y desagradecido. Sin embargo, ruego nos lo devuelva, o al menos nos preste su alma por un ratito, porque una persona tan valiosa en capacidades bien tiene que trabajar necesariamente por el bien de la humanidad.
Ya sé que a Vd. le trae el pairo esto de la buena voluntad humana y que no podemos ofrecer nada por el alma de este desgraciado… pero piense que su regalo nos creará una deuda de gratitud y que también Vd. tendrá una excusa para celebrar la venida del Señor.
Y como dijo alguien: Si ese espíritu no lo hace en vida, será condenado a hacerlo tras la muerte.


Firmado: un tipo común.»


Y vas, y la arrojas al río porque todas las misivas al diablo terminan allí y siempre llegan a buen puerto.


Y mientras sucede esto, haz con tu vida algo útil: haz funcionar tu corazón y rodéate de las personas que te necesitan y que te esperan todos los días del año.


…………………………………………….

Aquella mañana de Navidad, eso sí, otro tipo anónimo salió del hospital, quizás fruto de una situación un tanto absurda y alocada que sucedió en la morgue: los muertos resucitaron. ¡En serio! Hubo revuelo, los doctores no supieron dar crédito al milagro y todos se arrepintieron un poco de los cadáveres que acababan de ser incinerados… ¿por qué quién dice que también podrían haberse despertado del sueño de la muerte y regresar? Este hombre sí que tuvo suerte, decían, pues a la entrada de la cámara, a punto de ser devorado por las llamas, despertó; concretamente había sufrido un ataque en urgencias, que fue lo que le mató, y vestía extrañamente un traje muy caro; con la confusión no pudieron identificarle y le dieron aquella mañana un alta precipitada y el hombre vagó perdido por entre las calles de la ciudad, a punto de helarse, como mirando el firmamento sin estrellas de la mañana. Finalmente llegó a un enorme edificio y un bedel le vio, pareció reconocerlo como procedente de un remoto pasado… y asustado le entregó un abrigo.


―¿Señor, está bien?
Aquel hombre se abrazó al bedel, estuvo llorando y babeando por un rato. Luego le miró, y le dijo al bedel:
―¿Cómo te llamas?
―José ―le contestó el bedel.
―José, ¿tienes familia?
―Sí señor, ayer mismito nació mi primogénito, al otro lado del océano, en México.
―Pues tendremos que ir a verlo ahora mismo.
Y el bedel puso cara triste. Pero el hombre posó un dedo en su boca.
―¿Señor? ―interrogó el bedel.
Entonces aquel hombre sonrió al bedel y echo mano a los bolsillos y rebuscó hasta encontrar algo que le enseñó.
―Vamos, que quiero conocer a tu hijo; luego tendré que hacer muchas cosas en el poco tiempo que me quede por aquí.

¡FELIZ NAVIDAD!

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¡Oh! corazón, corazón #DiceCordelia

Por mi desdicha no sé asomar mi corazón a la boca. (Cordelia en “el Rey Lear” de William Shakespeare)

¡Oh! corazón, corazón,
arrancado, ungido, trasteado, zaherido
vomitado, remendado por los tiempos;

Dijiste que estarías pero te fuiste
y me dejaste hueco
la sal que mantiene a raya a los zombis;

¡Oh! corazón, corazón
en el frío de mi niñez te hice espacio

corazón de corteza, de huracán domesticado
de león enfermo
a veces te dibujo con el dedo índice
ese mismo dedo que señala al firmamento
esa misma runa indescifrable que solemos olvidar por las aceras;

¡Oh! corazón, corazón,
abstruso, hosco, rancio, torvo
yérguete de tu inanición
o revienta

yérguete
porque reclamo un tiempo urgente,
reclamo tu llegada
no me importa que seas una puta Blitzkrieg
esa misma que se conoce por la venganza de la corneja;

revienta
porque no me importa
ni tan si quiera que seas
otro perro ardid
pero que seas,
corazón

uno que redima al turgente, confuso
miserable, enloquecido-torpe
viejo corazón
del rey Lear.

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What time is this? It is time for change!! #2051 #Democracia #30añosdelacaídadelmuro #Futureisoneforall

[Texto basado en los personajes de mi novela 2051]

Aquel 10 de noviembre de 2019 Gabriel votaría por primera vez, recién cumplida su mayoría de edad. Hubiera pasado inadvertido aquel momento de su vida si no fuera porque su amigo Benjamin no dejaba de darle mil y unas vueltas al asunto de las dichosas elecciones; también sería para él ésta su primera vez, aunque a diferencia del albino, Benjamin no había descubierto en aquel largo otoño las grandes capacidades del «Neural Engineering» ni los estudios universitarios que iniciara Gabriel junto a su otro amigo Samu; y Benjamin, sin muchas más alternativas que buscarse un curro mientras repetía las pruebas de acceso a la Universidad,  dejaba discurrir el año, y vivía conmocionado por los acontecimientos políticos.

 ―Mírate ―le espetaba Benjamin―, ¿esperas cambiar el mundo desde tu poltrona?

Gabriel le devolvía la mirada con intriga.

―Gabo, los laboratorios no harán mejor nuestra sociedad. Lo hará la acción.

Con aquel comentario Benjamin simulaba un sentir un tanto revolucionario, con aquel idealismo que siempre mantendría de por vida, que lo gestaría como activista, aunque en aquellos momentos estaba tocado adicionalmente por la fiebre adolescente del que mira el sistema y le incomodan sus viejos convencionalismos.

 Pero en algo estaba en lo cierto. Aquellos calores de la juventud no eran una pasajera pose en lo siguiente: Benjamin vivía una Europa donde la «Gran Recesión» de 2008 hacía que aquella generación de chavales albergasen un futuro peor al de sus padres. Sus abuelos habían sufrido la guerra civil o quizás hasta lucharon en la Guerra Mundial, y después todos expiaron el hambre y la reconstrucción lenta del país, de Europa. Habían visto al siglo XX, asesino, plagado de rencores, augur de libertades, avanzar y traer una promesa y una prosperidad parcialmente redimida. Se habían partido la vida todas aquellas gentes pensando que dejarían un futuro mejor a sus hijos. Y todo para nada. Ahora parecía a muchos que lo ganado se les desmoronaba.

―Por eso tenemos que salir a la calle ―le respondía Benjamin.

Gabo escuchaba con atención. Pero su corazón pertenecía a otra esfera, quizás a un hemisferio más próximo a lo abstracto. El veía su futuro en otros términos más analíticos.

―Tenemos que tomar las calles, amigo, y tenemos que ir… a votar.

Y lo repetía Benjamin una y otra vez, y barruntaba un nuevo siglo de descreimiento y de dolor. El pasaporte de entrada al siglo XXI.

―¿Cómo es posible que el 1% de los más ricos tenga más del 82% de la riqueza? ¿Sabes que los 8 más ricos tienen más dinero que la mitad de la población del mundo? ―le dijo Benjamin

Eran simplemente números, pensaba Gabriel, y en eso él se sentía fuerte. Pero eran valores significativos y se daba cuenta que no podían ser dejados a la merced de los acontecimientos.

Se lo contaron a Samuel para que se animase también a votar. Samuel  estaba leyendo un libro de historia y les explicó que había otra cifra que celebrar, siguiendo su habitual obsesión por las fechas y que por ella él quería festejar también la democracia:

―¿Sabéis lo que pasó hace 30 años? El muro de Berlín fue derribado.

Aquella fecha sería ajena para muchos postmillenial aunque no para estos porque Samuel se lo explicó aquel día: todas las fronteras producen injusticias y las diferencias son caldo de enfrentamientos y desigualdad. Aquel 9 de noviembre de 1989 se dio por concluida la guerra fría y un muro desapareció. Los habitantes de ambos lados de Berlín lo cruzaron y sellaron un gran pacto de libertad y de paz.

Aquella tarde los tres salieron a votar en comanda. Tenían ideas muy diferentes de como debiera organizarse su nuevo mundo… y muchas veces diríase que contrapuestas… pero por encima de todo estaban de acuerdo en que debían hacerlo unidos y propiciar así el cambio que trajera la prosperidad a su tiempo.

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#2051 en #PremioLiterarioAmazon2019

2051 se presenta al Premio de Amazon. Es una edición exclusiva y cata limitada para el concurso… y espero que sea la primera piedra de su publicación formal. Estoy teniendo bastante interés por parte de mucha gente que desearía verla en papel, o por qué no… ¡en el cine!  Para ello solo necesito de tu ayuda. Manda el siguiente tuit o comparte el mensaje en facebook y tus redes sociales:

Si te gusta saber cómo será nuestro siglo XXI, te recomiendo la novela de #2051 en
www.amazon.es/dp/B07VX7RFJZ de Félix Hernández de Rojas, y que ha presentado al #PremioLiterarioAmazon2019. www.eloterodelalechuza.com es su página de autor. 

2051 presenta la vida de Gabriel, aquel que cambiará el mundo con la invención y masificación del «retromind», la novísima tecnología de la memoria. Gabriel es un ser en tierra de nadie: desde su aspecto físico, negro-albino, su origen como hijo ilegítimo, amado pero arrojado lejos de sus padres, solitario y sin embargo acompañado por los muchos que nos hablarán de su épica, un ser que forjará el destino de los héroes del siglo XXI y que narra la historia de la generación postmilenial.
Gabriel nació el 11 de septiembre de 2001, con el desplome de las «twin towers», e inaugura un siglo trepidante de transformaciones. La historia enfoca muchos de los cambios que arrastramos en nuestra sociedad: los relativismos, la transición de la cultura y de sus novísimas generaciones con sus mitos, debilidades y manipulaciones, y, sobre todo, ejemplifica el proceso de construcción de lo que serán los próximos retos para el ser humano: entre otros, su memoria perpetuada y lo digital, o, el acceso a la mente, al cerebro y a sus capacidades mediante los algoritmos: el acceso eterno a la memoria, y puede, que quizás, también al alma.


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Spanish Texas, en la Semana Negra de Gijón


Spanish Texas, día 7 de Julio, 18.30, Semana Negra de Gijón 2019

¡Se conocían desde hacía tanto tiempo!… por eso J. estaba completamente convencido de que aquel Félix Hernández de Rojas era un pintamonas. Un escritor fake. No era trigo limpio… y había que seguirlo de cerca y olisquearlo. Porque nadie en su sano juicio se atrevería a contar semejantes dislates, aquellas elucubraciones y aventuras que no conducían a nada. Había leído cien veces su novela (decía “su” y se golpeabael pecho) de cabo a rabo, aquella infumable disertación repleta de exabruptos y falsedades, aquel «Spanish Texas» que había convertido a J. en un espantapájaros. Vale que J. no tenía altas aspiraciones ni buscaba reconocimiento en el mundo profesional, y que sus casos él quería fuesen sobre todo simplones, es decir,divorcios e investigaciones irrelevantes… pero ¡joder!, ¡aquel libro le estaba llevando por el camino de la amargura! Desde el bufete no hacían sino pasearlo y exhibirlo y explicar el alto valor de sus superpoderes… aquella bilocación maldita… sobre la cual no hacían más que abusivamente vislumbrar poderosas oportunidades empresariales.

Por eso, y por otras razones que eludo relatar para no ocasionar aturdimiento y tal vez asco al lector, J. masticó lentamente su detallado plan:la venganza para acallar definitivamente al mayor tuercebotas de la historia de la novela negra, si aquel género tuviera el dudoso honor de poder ser representado por aquel aprendiz a escribiente, aquel parlanchín, el botarate de Félix.

El peor castigo para un escritorzuelo es enfrentarse a sus contradicciones, que no a sus fantasmas, porque aquel «frente despejada», como J. había comenzado a llamarlo en sus barruntos, no tenía más intereses que alimentar su ego y… vender, el muy cabrón quería hacerse millonario a costa del pobre J…y de los derechos de autor… y claro, uno ya no estaba para eso.

Ya se lo dejó clarito, cuando le fue a buscar a la salida de la empresa donde habitualmente trabajaba:

―Tú no vas a sacar «naaa» más de aquí. Y ahora dedícate a lo tuyo y gánate el pan con el sudor de tu frente―lo decía mientras se estrujaba los testículos y señalaba con la otra mano al hermoso complejo acristalado.

J. pocas veces se había mostrado tan soez con alguien. Aquel tipo le sacaba de sus casillas. Y sobre todo era un mentiroso: ¡J. no era vago y mucho menos mujeriego!¡le tachaban de machista, de aburrido, de borrachín! Era toda una conspiración, o bueno…tal vez tuviera sus matices… o ¡vale!, ¡inclusive hasta pudiera considerarse y darse por cierto! Pero J. era finalmente el chivo conspiratorio, el sumidero de las inmundicias de aquel degenerado escritor, ¡ojala se le retirase el derecho a escribir palabra alguna porque de su mente solo nacían ciénagas y torcedumbres y oscuridades donde, casualmente, J. siempre habitaba!

Por eso, cuando leyó aquello, día 7 de Julio, 18.30, Semana Negra de Gijón 2019, y leyó el nombre del tal Félix Hernández de Rojas y vio que sería presentado por la pobrecita Ana Ballabriga y que hablarían de «Spanish Texas», comprendió que sería el momentode actuar y detener al degenerado…

Buscó aquella gabardina que hacía siglos no usaba, buscó sus gafas tornasoladas, una gorra vieja y del cajón rebuscó: no era un Star, ni una Beretta, era más bien una pequeña reliquia que luego recordó había robado meses antes a algún crío en el parque…

Pero eran armas suficientes para disparar al corazón del escritorzuelo. Llevaría apuntadas aquellas preguntas que lo descolocarían, que lo humillarían, que harían ver lo inútil y lo charlatán que era.

―¡A Dios pongo por testigo que el muy cabrón pasará una muy mala tarde!

Esto pensaba J. y así, sin cambiar un ápice de los pensamientos, se los transmito, para que ustedes, lectores avezados, tomen sabía decisión y asistan a dicha carnicería… o avisen a las fuerzas de orden y remedien la tragedia que se cierne entre ambos.  

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El tiempo de las cerezas #esverano

   

Cuando el amor se contaba por los segundos que pasamos

desaparecidos,

esparcidos en la noche;

   

éramos dueños del tiempo,

del calor

del verano;

    

¿recuerdas el olor a menta

-aquel camino cuyo final

atisbamos-?

     

Allí crecían los cerezos.

   

Con perenne y machacante soniquete

retorna este pensamiento,

con tu voz,

   

fue la sal que curtía las entrañas,

y la pimienta que nos aviva

el dulce

sabor

de las cerezas.


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imperdible-perdible #teoríadelamor

El amor es un imperdible

de esos tan chicos que suelen esconderse en los ojales

o en la caja de zurcir calcetines,

o como aquel que se nos extravió en el asiento del auto

y fue muy lindo de picharse entre nuestros dedos.

 

El amor suele avisar cuando llega

nunca si se va, porque deja las puertas chicas y las ausencias ocupadas

con multitud de trajines que nos impiden

sincerarnos.

 

El amor duele si le llamas y nunca acude

porque fuiste promesa…

solo entonces se nos ocurrió decir «ya basta».

Es territorio de vigilia nocturna

del «te espero hasta siempre»

porque acelera la vida

y desacelera la muerte.

 

Yo he comprado tu pócima…

tengo días que no sé por cuánto seguirás embrujado:

tal vez sea un raro sabor a tierras

un amargo-áspero-diletante trago,

éste que me obligue a ofuscarme

a rugir,

a codiciosamente preguntarme

cuando todavía buscas

esperarme

levantado.

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Yo vi la aguja de Notre Dame cayendo

Ella era

los mares de la América reunidos bajo todo su nombre

 

como los cerrillos nevados de los Andes

las arroyadas del Amazonas

la planicie Patagónica

y mucho más lejos;

  

Cuando yo llegué me dije

si la luz habría de detenerse

y si acaso sean las horas

tan siquiera para encender una hoguera

y llenar mi vacío con su eco

y sus besos

  

Ella era

el futuro y el pasado, pero era sobre todo un presente tan estrecho

ese que nadie sabría acertar a mirar a su través

salvo yo:

  

El de las saeteras que se utilizan para defenderse del que acecha

El de las celosías que custodian a las moritas de sus amantes

El de la aguja de Notre Dame

cayendo,

la que yo vi

  

Ella era

aquel fuego que se consumió

y las cenizas

que fue una tarde en París

en un motel que daba al Sena.

Fuente: ABC.es
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Ese amor, ese. #reborn-itch-in-heart #spring2019

Ese amor ese, ese amor.

Ese amor que perdí

el que malogré

el que trasnoché

el que dilapidé sin saberlo



Ese que envenena

el que hiere

el que es huérfano de razón

el que anochece y tiembla.

 

Dámelo todo, todo dámelo

 

Porque lo aposté en vida a rojo

y me salió negro

 

Porque tuve oportunidad de cultivarlo y se me agostó

 

Dame un poco de este amor, amor este que corroe y mata

que del liviano hice sombra y por esto vivo en penumbras

 

Que después de amar tan a cámara lenta

quiero

ser potrillo

ser aguacero

ser alacrán que pique,

 

por ser de amor, amor sea.

  

FOTO: Urueña, Valladolid


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El gran regalo de Papá Nöel y de los Reyes Magos

Y sucedió que Nöel, aburrido de recibir cientos y cientos de cartas, todas ellas similares entre sí, copias simples y duplicados de modelo de supermercado sin imaginación alguna… pues…se cansó de la Navidad. Y es que se veía a sí mismo como un simple acarreador de obsequios vacíos, un empaquetador de antojos y de estorbos apilados, y los niños, sin ilusión aparente, le resultaban tan egoístas e interesados, pedigüeños que no hacían sino repetir lo que escuchaban a los mayores: cuanto más caro, mejor.

―Pero la culpa no es de ellos…―le explicaba con dificultad su pequeño elfo mientras gruñía. Y en esto tenía bastante razón.

El elfo era verde y bastante feo y de nombre un tanto particular: Mr. Scrooge.

Nöel era mayor. Salvo el elfo nadie se preocupaba realmente por él. Y el elfo no estaba tampoco para tirar cohetes, ya tenía sus años. Vivían los dos solos, entre los hielos del Ártico. Tenían sus achaques y trabajaban ciertamente muy duro todo el año para preparar aquel interminable almacén de regalos. Por eso y porque estaban siempre muy cansados no paraban de gruñirse el uno al otro, no paraban de envidiar la suerte de los demás:

―Al menos los tres Reyes tendrán más gente que les ayude… los pastorcillos, los pajes… ¡un montón de personas a su alrededor! ―se quejaba Mr. Scrooge cuando recibía el plan de trabajo diario.

―Y viven en un sitio con menos frío y lluvia. ¡Allí en el Oriente sí que hace rico calor! ―le respondía Papá Nöel cabizbajo.

En realidad, la cosa no es que fuera mejor en el cuartel general de los Reyes Magos: hacía tiempo que sus pobladores habían olvidado el verdadero sentido de su trabajo y se comportaban como si fuera una fábrica sin sentimientos: que si las compras, que si el acopio de material para los juguetes, que si la eficiencia en los trabajos de la preparación navideña. Nadie podría quejarse, siempre cada año mejoraban los tiempos, el número de regalos de las cartas entregadas, la precisión de las operaciones en la Noche de Reyes. El trabajo había sido cuidadosamente dividido entre todos… pero finalmente… a nadie le importaba, nadie se preguntaba para qué estaban allí. Y todo el mundo trabajaba triste y meditabundo, esperando haber finalizado su trabajo y descansar un poco.

Y un buen día, la noche previa a la gran noche de Navidad, un viejo elfo verde se presentó en su cuartel: era Mr. Scrooge, en bermudas y maleta de viaje en mano, prácticamente oculto por una gran tabla de surf, que traía un mensaje de Nöel; se lo entregó, y tal silenciosamente como vino, desapareció. Decía la misiva así: “Lo dejo. No lo soporto. En nuestro almacén están los regalos listos delos niños de este año. He pensado que ya no somos necesarios y que bien pensado vosotros podéis entregarlos en vuestro día. Mi elfo y yo nos tomamos la Navidad libre. Nos vamos a la playa. Si queréis, el año que viene os relevamos”.

A pesar de lo terrible del mensaje por lo que significaba abandonar tanta responsabilidad, la propuesta tenía sus claras ventajas: si se turnaban solo deberían trabajar la mitad del tiempo. Pensaban apenados los Reyes que a nadie le importaba quién finalmente le llevara los regalos a los niños. Por lo menos trabajarían un año y descansarían el siguiente. Aquel periodo de ocio lo podrían dedicar a viajar, a hacer fiestas o sencillamente a vaguear. Ya todos se imaginaban la nueva forma de vida… y que, aunque fuera por un tiempo, se librarían de todo aquel esfuerzo esclavo de entregar los regalos de Navidad.

Aquella noche de Navidad fue la primera en siglos que nadie recibiese nada. Únicamente llegó una breve carta a los niños, una carta escrita y firmada por Papá Nöel, en tono administrativo y formal, pidiendo disculpas y justificando las nuevas condiciones de entrega de los juguetes. Aquel primer año los Reyes se ocuparían de todo y en lo sucesivo se irían turnándose con Papá Nöel… Aunque aquella carta contenía algo más… los fabricantes, que vieron peligrar su negocio, tramaron un golpe de efecto… la carta se acompañaba con el logotipo de muchas marcas de enormes centros comerciales e incorporaba un formulario para que los niños lo firmaran, adjuntasen un número de tarjeta de crédito y comenzasen a solicitarlos regalos directamente… comprándolos. ¿Por qué en el fondo qué valor aportaban aquella panda de haraganes que ya no querían hacer su trabajo y repartir los juguetes? ¿Nos podríamos realmente fiar de ellos en un futuro?

Los fabricantes se frotaron las manos: ahora las Navidades serían finalmente ¡todas suyas!, ya nada importaban aquellos tristes de Nöel y Reyes Magos. Se habían dejado comer el pastel.

¿Y qué pasó entonces?

¡Es ahora tú momento! Elige cómo continúa la historia y después vota por el final que más te guste.


A – Todos los niños rellenaron los formularios y desde entonces recibieron los regalos directamente

B – Los niños, sorprendentemente, no rellenan ningún formulario

 

Puedes, después de leer los finales, pinchar aquí para votar cuál de los dos te ha gustado más y qué opina el resto de lectores.

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Sobre 2051

2051 es la vida de Gabriel o Gabo, aquel que cambiará el mundo con la invención y masificación del «retromind», la novísima tecnología de la memoria. Gabriel es un ser en tierra de nadie: desde su aspecto físico, negro-albino, su origen como hijo ilegítimo, amado pero arrojado lejos de sus padres, solitario y sin embargo acompañado por los muchos que nos hablaran de su épica, un ser que forjará el destino de los héroes del s. XXI y que narra la historia de la generación postmilenial.
Gabriel nació el 11 de septiembre de 2001 y con el desplome de las «twin towers» inaugura un siglo trepidante de transformaciones. El proyecto enfoca muchos de los cambios que arrastramos en nuestra sociedad: los relativismos, la transición de la cultura y de sus generaciones con sus mitos, debilidades y manipulaciones, y, sobre todo, ejemplifica el proceso de construcción de lo que será los próximos retos: de entre otros, su memoria perpetuada y lo digital, o, el acceso a la mente o al cerebro y a sus capacidades mediante los algoritmos.

¡Espero que os guste y me ayudéis a su difusión! La novela está lista y busco un padrino y editorial con ganas de impulsar mi ambiciosa idea.

Aquí teneis alguna degustación de la novela.


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Escribir es una resurección…

Si somos lo que leemos, el escribir entonces será una especie de resurrección, un ahondarse desde lo más profundo. Solo escribimos si hemos leído, y es así la escritura un recomponerse, un re-evocarse. Otros dicen que solo escribimos si antes hemos vivido… ¿De verdad?… Pues yo diría que no.
Las ideas son innatas, Platón argumentaba, porque hay una preexistencia propia, o algo por el estilo, no soy muy ducho en filosofía, perdonen. Yo creo también que si las ideas existen es porque los escritores las han creado y las dado antes un nombre. Sin poetas el mundo sería un lugar de tránsito sin sentido, los amantes serían mudos y ufanos en su estadio amoroso. Sin escritores no se inventaría la narrativa ni la épica, ni el humor, ni la picaresca, ni el terror… ni el dolor. Somos hombres desde que alguien decidió plasmar en una pared una mano en una gruta, y tiempo después, cuando llegó la escritura, decidimos dejar nuestro rastro y salir de la oscuridad y describir la luz de nuestro destino.
Porque los escritores no son sustituibles por máquinas, no son copiables ni replicables. El acto creativo es tan violentamente libre, generoso y poderoso que no posee guion, ni un antes ni un después. No existe algoritmo que lo domine ni lo describa.
Feliz día del libro.

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