Indomable

Indomable al cansancio, al estupor, al desaliento, al abandono.
Indomable a la incertidumbre, a la vejez, al miedo.
Indomable al tiempo.
Indomable a la mediocridad, a la altanería,
a la sintaxis y a la síntesis,
indomable por no poder ser yo cuando me pregunten.

Indomable a lo establecido, a la convención, a la rutina, a la moda.
A lo banal traficado por extraordinario.
Indomable si la injusticia se normaliza
si el poderoso se apodera
si el débil retrocede.

Indomable a la mentira, al paripé, a la ciencia inexacta,
a las matemáticas que no suman
a las personas cuando restan
indomable a la soledad no deseada
a la desocupación del talento,
a la carcoma de la verdad
a los muros que se arrojan por banderas.

Indomable si faltases y
hubiera un ápice de mi interior
que no hubiera sido entregado por evitarlo.

Indomable si la vida se transita a puntillas.
Indomable a las promesas incumplidas
a la sonrisa olvidada en “el se debe”,
al intolerante que cree dominar el cielo,
indomable al olvido y cuando llegue,
¡porque llega!
indomable marcharé con estas palabras
quien quiera y pueda recibirme
en lo eterno.

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#141díasteletrabajando en #COVID

Siempre enfoco en las vídeos la visión contraria a ésta que veis

Ya casi no recuerdo ni el primer día. El 11 de Marzo escribía mi primer post desde el encierro y la nube con inmensas esperanzas. Hoy han pasado 141 días y aquí sigo. Hemos aprendido bastante, cómo es un trabajo full time online, cómo vivir como nunca antes codo con codo con nuestras familias: y estamos a salvo, por el momento, ¡afortunadamente! si bien esta línea de seguridad es frágil. Explico a mis amigos que la irrealidad se ha apoderado de muchas de nuestras relaciones sociales. Hablamos constantemente del COVID como si un fantasma fuera a asaltar nuestras casas. No me siento engañado por nadie, ni por los políticos o los mass media, puesto que básicamente pocos o ninguno tienen una visión clara de los próximos tiempos. Únicamente juegan sus cartas, y creo que no son para nada buenas, acaso un tanto emborronadas
Solo sé que estamos en manos de los científicos. En los laboratorios la vacuna, bien sea europea, norteamericana y china, avanza. Hoy el Ministros de Sanidad ha dicho que una vacuna segura estará en el primer semestre del 2021… pues vale, ahora estamos en plena canícula, ola de calor, pensando fundamentalmente en las vacaciones, en desconectar y recoger fuerzas. No importa lo que hagamos en este mes que viene. Eso sí, hay que descansar.
Somos buceadores de simas abisales, somos astronautas que viajan a parajes remotos. Somos halcones. Pero hasta la leona más valiente deberá darse un respiro si quiere guardar la manada.

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Resurgimiento #hoycumplo47

Tengo la oportunidad de seguir golpeando la madera del porvenir

y que resuene

otro año más,

asida la espada,

descansando en el árbol desmochado

tras cada envite;

 

Tengo la pasión de descorrer este destino

dominarlo fuerte,

porque aquello que no brote de sus palabras

se lo comerán los muertos.

 

La luz viaja en sentido recto

la persigo y hago de los sueños una final encrucijada:

seré débil / parcial o diminuto

y muchas veces me sentirán torpe, harto vacío y confuso.

Pero yo soy así.

 

Hoy sé que no podrán explicarme

cómo sobrevivir al desastre,

si desnacer de las cenizas

si desaprenderme en otro distinto;

Es el tiempo que bruñe-oscurece

El tiempo mismo sobre el que avanzo decidido.

Leerán:

«Me arrojé a cruzar el río

bebí sus aguas ponzoñosas

y de los tropiezos

ahogué mi cuerpo y elevé el alma».

 

Tengo la oportunidad de lanzarme al abismo de la vida

con la espada que quiebre las tinieblas

aquella misma arrancada de las piedras

aquella de la que brote

un manantial intacto

de resurgimiento.

¡Resurgimiento!
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2020 es pura #Abundancia

Lo llaman la teoría de la abundancia. La economía lo hizo fatal, y se daría cuenta de eso una vez inaugurado el 2020, justo para encauzar su destino, porque se creía que había sido Adam Smith el que dijo que la carestía de un bien lo dotaba automáticamente de valor…y era, a fin de cuentas, una tontería.


Hasta aquel momento todo había funcionado así en su mente analítica y mecanizada, con esta máquina tonta del oro, del petróleo, hasta del amor, donde todo mantenía aquella obsesiva lógica de la escasez. Nacemos envidiando lo que no poseemos: por ello matamos, robamos, traicionamos. Vendemos nuestra alma, que se hace chiquita con los años, se desvanece y cuando nos queremos dar cuenta… nuestra vida se da por concluida. ¡Y todo por dinero!, por acumular, por ser lo que no se puede alcanzar, por joder al que tenemos más cerca y hacernos con sus posesiones. Por una yarda más de tierra en nuestro imperio.


Pero aquello era revolucionario: lo llamaban la teoría de la abundancia. Tan solo había que saber abrir los ojos y saber dar las gracias. Entender que la naturaleza lo ocupa todo. Que pasa un poco como con el agua, el sol y las montañas. Estuvieron allí y nosotros no representamos más que aquel pequeño devaneo.


La vida no es un mercado financiero, nadie liquida sus acciones con la contraparte que le pague menos, nadie atesora un bien con el evidente deseo de compartirlo generosamente.


¿O sí?


Cuando la vida es y se ve como pura abundancia…

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Cuento de Navidad #losfantasmasdeMrScrooge #laoportunidaddeserfeliz en #2020


“Si ese espíritu no lo hace en vida, será condenado a hacerlo tras la muerte” (Charles Dickens)

Como todos los años, mi hijo y yo hemos preparado un regalo de Navidad. Este año le hemos dado un par de vueltas a un famoso cuento de Charles Dickens: ¡espero qué os guste!

Bien mirado Mr. Scrooge no era tan mala persona como todos querían hacer ver. Vale, su fondo de inversión no era lo que podría llamarse una señorita de la caridad; aunque, como él dijera: «money, it is money, brother». Es dinero… tan solo es cuestión de dinero. Y si había que comprar una empresa, que era a lo que se dedicaba desde siempre, que fuera lo más barato posible. Porque la virtud era luego saber vender caro, se repetía una y otra vez, después de haber aplicado la preceptiva dosis de racionalización al negocio: odiaba la grasa, así él la llamaba, la gente ineficaz o vaga, aquellos que sobraban, que se habían quedado obsoletos, y por eso sus organizaciones eran… como él se veía a sí mismo, tan delgadas, tan enérgicas, un poco quizás como leones devorando las gacelas de la selva. Porque solo los más fuertes sobreviven, era su lema. Y es que estaba en el lado depredador de la existencia.


La vida le había tratado muy bien siguiendo esta práctica. Él se defendía con orgullo. ¿Y qué tenía de malo todo aquello?¿No salvaba accionistas o familias que de otras maneras lo habrían perdido todo?¿No era mejor recibir una alternativa de futuro al no tenerlo en absoluto? Aunque bien mirado le faltaba un elemento fundamental: no era el hecho, que era el corazón que no empleaba y de no usarlo, le era un objeto ajeno en el pecho.
Llovían las críticas y de esta manera contrató una colosal hueste de asesores custodiaban su imagen y reputación y le decían qué era lo debía decir, lo que debía hacer, rodearse de aquel activista, en fin, apoyar una causa u otra. Así su imagen era intachable, pero lo cierto era que nadie que fuese persona de bien o de corazón le consideraba. Aportaba mucho, a mucho dinero me refiero, pero no sabía realmente para qué, y en el camino tantos eran los aprovechados que malversaban estos caudales… y se reían, porque lo creían doblemente idiota. Por darlo, creyendo que con hacerlo sería suficiente para acallar la conciencia, y no de preocuparse de cuánto recibirían aquellos a los que iba dirigido en última instancia. Y era un buen hombre envuelto en un caramelo de sabor amargo.


Y aquella Noche de Navidad del 2020 todo fue rápido. Como siempre su jornada había sido maratoniana. Saliendo de la oficina, antes de llegar a la cena, se desvaneció. No recordaba nada. Su vida se hizo a negro. Se despertó en un hospital, en la sala de urgencias. Unos médicos le dijeron que debería pasar la noche, que aparentemente no era nada, pero que por su seguridad debía permanecer allí, en observación. Mr. Scrooge era un tipo con fortuna, pensaron aquellos médicos para sí. Aquella apoplejía hubiera sido mortal de necesidad. Le habían encontrado (aquel bedel cuyo nombre no intentó conocer nunca y que siempre le recibía con la mejor de sus sonrisas) a tiempo en el ascensor desvanecido y su ambulancia atravesó el congestionado tráfico de la ciudad como si estuviera tocada por mano dividida. Y en realidad nadie lo esperaba en casa. Aunque se casó y tuvo hijos, había decidido entregar su vida por completo a sus empresas. Estas eran su gran-único hijo. Su familia verdadera, la que le amaba y se desconsolaba, había decidido pasar la Nochebuena sin él, a su pesar.

Lo cierto fue que el empresario permaneció en aquella habitación custodiado por las máquinas que medían sus constante vitales. El trajín era constante. Aún en Nochebuena todos enfermamos, aunque Mr. Scrooge, pensaba, en realidad no se sentía tan mal. Quería levantarse lo antes posible para organizar un último encuentro, para hilvanar alguna estrategia para el año que se aproximaba. A su alrededor la gente entraba y salía. Y fue cuando se levantaba, impaciente, semidesnudo que una mano le detuvo. Giró la vista y a su alrededor vio una mujer, hermosa como la nieve, a la que creyó sería un médico, pero que le recordaba lejanamente a no sabía quién, y que con una mirada marmolea y fría, le ponía su mano en la boca y con una carpeta en la mano y señalando al monitor le decía:
―Antes de que amanezca habrás muerto… Mr. Scrooge… o serás un hombre diferente…
Mr. Srooge pensó que aquella broma no tenía gracia. Ella continuó hablando:
―Tu corazón ha muerto hace años. Tu cuerpo te porta, te lleva de un lado a otro, pero estás vacío. Recibirás tres visitas esta noche y tendrás que decidir. Estate atento… en esta última oportunidad.

Y se desvaneció entre un halo y un destello. Y bien mirado podría haber sido una alucinación porque en realidad la mujer se transformó en lo que debería ser desde siempre, el médico que le explicaba su situación:
―¿Recuerda cuál es su nombre, caballero?
Mr. Scrooge asintió; fue cuando Mr. Scrooge miró a su alrededor y comprendió. Con las prisas, la ambulancia había perdido su cartera y nadie conocía su identidad. Mr. Scrooge intentó articular una palabra, pero sintió lo débil que estaba.
―No se preocupe. Haremos todo lo posible por localizar a su familia. Hasta ese momento descanse. Está en buenas manos. Pasará la Nochebuena con nosotros.

Y se marchó y se quedó solo, bueno, en realidad rodeado por las decenas de personas que transitan en las urgencias. Es un espacio de paso, intenso y lento en las emociones a un mismo tiempo. Discurrió un tiempo indefinido cuando por entre las cortinas semiabiertas, se fijó en un niño, entraba en una silla de ruedas acompañado por su hermano y su padre. Llevaba un pie enyesado, pero sonreía. Su hermano le hacía cosquillas. Guiñó los ojos, y se sorprendió cuando vio, de repente, que ¡aquel niño no era sino él mismo!, aunque hacía mucho tiempo, demasiado tiempo. Una lágrima rodó por sus mejillas con aquella visión. Un enfermero entró en aquel momento. Era también joven, jovencísimo, envuelto en un intenso destello luminoso y con cierto olor a espliego, muy agradable. El olor de los campos que rodeaban a su casa.
―¿Recuerdas? ―el enfermero se le acercó y aspiró con fuerza.
Mr. Scrooge asintió. Mucho tiempo atrás y siendo niño se cayó, jugando con su hermano por aquellos campos. Fue un accidente leve, quizás hasta una pequeña herida de guerra. Aquella Nochebuena de hacía mil años la pasarían en urgencias. Eran unas Navidades sombrías. Lo cierto era que su madre había muerto hacía poco, el cáncer se había cebado con ella. Y aunque fue la primera Navidad con la familia rota, aquella precisa noche, la excusa del esguince les unió. Hasta ese momento había existido una pesadumbre infinita, un silencio… y entre aquellas paredes, el padre lloró por primera vez con sus hijos y se abrazaron. Y se prometieron que nada les separaría.

Entonces Mr. Scrooge se dio cuenta del tiempo que había pasado sin acordarse de todos ellos, de su madre, de su padre y finalmente hasta de su hermano. Ahora que sus padres faltaban hacía tanto tiempo que no perdía una tarde con su hermano, que no compartía su vida con él, que no sabía nada de sus alegrías o de sus dificultades, y se sentía muy triste. Y en realidad, no sabía que había pasado en aquel tiempo para crearse aquel muro, sencillamente había permitido que la riada de la vida se llevará todo y por delante su amor.
Aquella había sido la primera visita, el fantasma de las Navidades Pasadas, dulces y tristes, las Navidades de lo perdido, cuando éramos inocentes.
Lloró amargamente mientras aquel enfermero le besaba levemente la frente y desaparecía. Finalmente se quedó adormilado.

No sabía cuánto tiempo había transcurrido cuando comenzó a pitar ruidosamente el monitor de su cama. Algo debía pasar al corazón enfermo de Mr. Scrooge. Apareció el mismo enfermero de antes, al menos así le parecía, aunque esta vez envuelto en un color de tez más grisáceo y menos deslumbrante, con ciertas ojeras; parecía más mayor y preocupado. Le dijo a Mr. Scrooge:
―¿Va todo bien, señor?
Mr. Scrooge sonrió forzadamente y suspiró. Fue entonces cuando un grupo de personas entraron presurosas en el box, como si no le vieran y se colocaron a su lado. Eran varios enfermeros y doctores. Entraban con una camilla con gran ímpetu y portaban un cuerpo de un chaval sobre ella y daban órdenes urgentes, intensas, desafiantes. El grupo de personas rodearon al cuerpo y mientras unos trataban de acceder a su torax, otros preparaban un objeto que parecía ser un desfibrilador. Entonces, fue cuando miró detrás de ellos, y al fondo, tras las cortinas, vio… a su mujer, ¡a su mujer!, postrada en una silla y envuelta en un mar de lágrimas, abrazando a su otro hijo, el menor.

Supo que delante de sí tenía al cruel fantasma de las Navidades Presentes. No necesitaba saber el final de aquella historia. Aquel era el peor de los castigos, el peor de los infiernos. El enfermero se le aproximó y apagó el monitor, porque su corazón daba tumbos y el sonido de la máquina era ensordecedor. Le repitió la pregunta son sorna:
―¿Puedo ayudarle, señor?¿Se encuentra bien?
Mr. Scrooge intentó levantarse, más no tenía fuerzas. Su mujer no le había sabido perdonar que aquella tarde de hacia hacía algunos meses Mr. Scrooge no fuera a recoger a su hijo, que no le reconviniera para que no cogiera el coche aquella noche y que no bebiera. No era un tema de dinero, no era un tema de darles lo que ellos quisieran, su mujer le había repetido hasta la saciedad… ¡te necesitan a ti! ¡a ti! Le dijo finalmente ella que no quería saber nada más de él y que le odiaba. Era mentira, pero en aquellos momentos la mujer vivía con el corazón destrozado.


Él ahora no podía parar de pensar y se torturaba: ¿Y si hubiera estado aquel día… podría haber evitado su muerte?¿Podría haberle explicado que aquello que hacía podría tener tan fatales consecuencias?
Del pobre hombre se escapó un pequeño grito atragantado… ¡hijo!… cuando el equipo médico dio por finalizada la maniobra de reanimación y fijó la fecha al fallecimiento. Cubrieron su rostro y las figuras se fueron difuminando hasta desaparecer. No pudo ver más a su hijo, ni siquiera en el día de su muerte, él llego tarde, siempre era lo mismo. El enfermero se marchaba, mientras le decía con pesadumbre a Mr. Scrooge:
―Un hijo debiera poder ver morir a su padre, pero nunca al revés.

Se hizo el silencio. Quizás, en lo más profundo de la noche, cuando ya nadie pasee por las calles, cuando la ciudad duerma, quizás solo entonces… en los hospitales y en sus salas de urgencias se haga un momento de paz. Es una paz absurda, una paz oscura, una paz de presagio…

Entonces, fue que la cortina se abrió de par en par con violencia contenida. Unos hombres taparon a Mr. Scrooge con una sábana. Él no comprendía, misteriosamente no podía moverse, parecía como si un poder sobrenatural lo hubiera congelado, lo mantuviera bloqueado en sus articulaciones.
Salieron fuera del box y los hombres trasladaron a Mr. Scooge en la camilla, cubierto por la sábana, y vio pasar tras de sí todas las salas del hospital, hasta llegar a los pisos inferiores… los pisos de la morgue.

Unos hombres le desnudaron y uno comenzó a examinarlo. Repasaron su cuerpo, y comenzaron a embalsamarlo. Mr. Scrooge intentó gritar:
―¡Dejadme!¡No estoy muerto!
Pero nadie le escuchaba. Entonces se fijó en uno de ellos, precisamente era el enfermero de las otras veces anteriores, aunque ahora mucho más mayor, viejo, su cara arrugada y la boca parcialmente desdentada.
Los hombres le auparon y comentaban:
―¿Cómo se llamaba el tipo?
―No lo sabemos, llegó ayer por la noche… falleció de otro ataque. Esperaremos a que alguien lo reclame y sino… ya sabes… el procedimiento del crematorio…
Mr. Scoogre intentaba gritar, intentaba articular palabra, pero aquel terrible agarrotamiento le impedía moverse. Lo metieron en una cámara frigorífica con un desagradable olor a muerte.

Dentro el frío era espantoso… y el silencio… ¡aquel silencio! Mr. Scrooge comenzó a tener visiones pavorosas. Visiones horribles donde veía a su mujer y a su hijo celebrando la que sería la próxima Navidad, los dos solos, y una silla, la de su hijo muerto, y a su lado la otra, su silla, ¡vacía!, y ambos cenando en un dramático silencio. Luego se le aparecieron la figura de los que creía hasta entonces sus hombres de confianza…aquellos que le aconsejaban y que ahora cenarían la próxima Nochebuena entre grandes risotadas de desprecio…y escuchó lo que dirían a sus espaldas, escuchó a sus asesores burlarse por la muerte tan ruin que tuvo, escuchó que su dinero había sido mal utilizado en vida y que ellos darían buena cuenta de él, y vio entre brumas a los carroñeros que tanto odiaba apropiándose de sus empresas; y de cómo lo llamaban avaro, mientras se llenaban las manos con la grasa de la comida, los mismos a los que pagó generosamente porque le explicaban que era lo mejor para granjearse una imagen… para pagar el postureo y ya está. Y vio su dinero arrojado al fondo de las vanidades humanas, y vio a su familia que en una Navidad próxima se olvidaría de él, igual que antes él mismo se olvidó de sus padres y su hermano… y sus empresas, que serían descuartizadas como convite de la próxima Nochebuena …y de cómo su dinero finalmente era un simple registro, un número que pasaba de una mano a otro; y de que Mr. Scrooge no significaba nada; Entonces comprendió lo que le faltaba… que no era dinero… era un corazón que latiera… un corazón que sintiera y que valorase a las pocas personas que de seguro aún lo estimaban. Aquellas que quizás aún lo esperasen aquella noche despiertos, preocupados por su ausencia… si era verdad que todo aquello era una simple pesadilla.

Al cabo de un tiempo infinito, podrían ser minutos, horas o tal vez días, la puerta del congelador se abrió; finalmente, lo sacaron, y mientras tiritaba, lo terminaron de despojar de la sábana que cubría su cuerpo y que ocultaba la cara. Uno miró la etiqueta y leyó:
―Aquí pone que su nombre es no conocido. La muerte y las cenizas no conocen de identidades.
Lo dijo de una manera tan lúgubre que no tardó en darse cuenta Mr. Scrooge de su destino: lo llevaban al crematorio.
―¡Estoy vivo!¡Estoy vivo! ―lloriqueaba para sus adentros.
Pero nada se movía en su cuerpo que se mantenía inánime, ni sus labios, ni su pecho.

Poco a poco cruzaron nuevas puertas del hospital. Llegaron a otra sala, esta vez gris con un retrato de un Cristo crucificado y símbolos de otras religiones. Un sacerdote se cruzó en el camino y leyó una breve frase: «pulvis es et pulverum revertis»
Mr. Scrooge las repitió para sí: polvo eres y en polvo te convertirás… y terminó gritando, mientras le introducían en el horno…
―¡Piedad!¡Piedad!

Antes de cerrarse la puerta, con las llamas al fondo y su aliento horrible, una cara se le acercó, era el enfermero de las otras dos ocasiones, aunque ahora había envejecido aún más… era el horrible rostro de la muerte… y se le veía la carne apelmazada y derritiéndose… y trozos de pelo cayéndose y la calavera asomando… y fue que le dijo con una sonrisa socarrona:
―Antes de que amanezca, como ves, también reciste la visita del fantasma de las Navidades Futuras
Y las llamas lo rodearon y le recibieron. Le devoraron.


…………………………………………….


Si piensas que Mr. Scrooge se salvó, que despertó de aquella horrible pesadilla… y a la mañana siguiente se transformó en una gran persona…siento decepcionarte. Aquel ricachón sin corazón murió de un último ataque en el box de urgencias, y su identidad, al estar accidentalmente perdida, causó que su cuerpo fuese entregado al horno crematorio. Cuando se dieron cuenta había sido todo demasiado tarde: la viuda y el hijo menor recibieron a los pocos días una hornacina con cenizas. No se supo más de Mr. Scrooge.


Hoy, día de Navidad, al levantarte procura leer este cuento. O puede que sea mañana cuando leas mi relato, o tal vez lo leíste ayer a las puertas de la Nochebuena, da lo mismo. Seguramente seas como yo, y como la mayoría de la gente que nos rodea, un tipo común. La vida puede darte segundas oportunidades… o tal vez no. De nosotros depende saber aprovecharlas.
Por eso es mejor que te pongas en marcha y desde ahora mismo escribas esta carta de queja al diablo. Una carta que diga algo así:

«Estimado señor,


Tuvo por castigo llevarse a Mr. Scrooge. Cosa que no pongo en duda, se lo temía merecido por ruin y desagradecido. Sin embargo, ruego nos lo devuelva, o al menos nos preste su alma por un ratito, porque una persona tan valiosa en capacidades bien tiene que trabajar necesariamente por el bien de la humanidad.
Ya sé que a Vd. le trae el pairo esto de la buena voluntad humana y que no podemos ofrecer nada por el alma de este desgraciado… pero piense que su regalo nos creará una deuda de gratitud y que también Vd. tendrá una excusa para celebrar la venida del Señor.
Y como dijo alguien: Si ese espíritu no lo hace en vida, será condenado a hacerlo tras la muerte.


Firmado: un tipo común.»


Y vas, y la arrojas al río porque todas las misivas al diablo terminan allí y siempre llegan a buen puerto.


Y mientras sucede esto, haz con tu vida algo útil: haz funcionar tu corazón y rodéate de las personas que te necesitan y que te esperan todos los días del año.


…………………………………………….

Aquella mañana de Navidad, eso sí, otro tipo anónimo salió del hospital, quizás fruto de una situación un tanto absurda y alocada que sucedió en la morgue: los muertos resucitaron. ¡En serio! Hubo revuelo, los doctores no supieron dar crédito al milagro y todos se arrepintieron un poco de los cadáveres que acababan de ser incinerados… ¿por qué quién dice que también podrían haberse despertado del sueño de la muerte y regresar? Este hombre sí que tuvo suerte, decían, pues a la entrada de la cámara, a punto de ser devorado por las llamas, despertó; concretamente había sufrido un ataque en urgencias, que fue lo que le mató, y vestía extrañamente un traje muy caro; con la confusión no pudieron identificarle y le dieron aquella mañana un alta precipitada y el hombre vagó perdido por entre las calles de la ciudad, a punto de helarse, como mirando el firmamento sin estrellas de la mañana. Finalmente llegó a un enorme edificio y un bedel le vio, pareció reconocerlo como procedente de un remoto pasado… y asustado le entregó un abrigo.


―¿Señor, está bien?
Aquel hombre se abrazó al bedel, estuvo llorando y babeando por un rato. Luego le miró, y le dijo al bedel:
―¿Cómo te llamas?
―José ―le contestó el bedel.
―José, ¿tienes familia?
―Sí señor, ayer mismito nació mi primogénito, al otro lado del océano, en México.
―Pues tendremos que ir a verlo ahora mismo.
Y el bedel puso cara triste. Pero el hombre posó un dedo en su boca.
―¿Señor? ―interrogó el bedel.
Entonces aquel hombre sonrió al bedel y echo mano a los bolsillos y rebuscó hasta encontrar algo que le enseñó.
―Vamos, que quiero conocer a tu hijo; luego tendré que hacer muchas cosas en el poco tiempo que me quede por aquí.

¡FELIZ NAVIDAD!

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imperdible-perdible #teoríadelamor

El amor es un imperdible

de esos tan chicos que suelen esconderse en los ojales

o en la caja de zurcir calcetines,

o como aquel que se nos extravió en el asiento del auto

y fue muy lindo de picharse entre nuestros dedos.

 

El amor suele avisar cuando llega

nunca si se va, porque deja las puertas chicas y las ausencias ocupadas

con multitud de trajines que nos impiden

sincerarnos.

 

El amor duele si le llamas y nunca acude

porque fuiste promesa…

solo entonces se nos ocurrió decir «ya basta».

Es territorio de vigilia nocturna

del «te espero hasta siempre»

porque acelera la vida

y desacelera la muerte.

 

Yo he comprado tu pócima…

tengo días que no sé por cuánto seguirás embrujado:

tal vez sea un raro sabor a tierras

un amargo-áspero-diletante trago,

éste que me obligue a ofuscarme

a rugir,

a codiciosamente preguntarme

cuando todavía buscas

esperarme

levantado.

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¡Hermano!

No sé pueden olvidar cuarenta y tantos años.

No se puede olvidar la gallina Caponata, ni esas

canciones

que te canté de chico

   

las que acunaban y a oscuras

las que quisiera creer te metieron en la vida.

   

Hubo un tiempo de pan y leche

una vez, cuando todo significaba y se adhería al corazón;

 

El día que llegaste a casa como quien trajera tesoros y

y ya no fui yo el pequeño

porque lo serías tú para siempre.

 

Hermanos,

como lo son el viento y la lluvia,

como la luna que arrastra las mareas

como la noche que vigila al día.

 

Hermanos,

aquellos que nos confunden y nos preguntan

como cruce de teléfonos que descubriera en su voz

agua en Marte.

   

Abrazados,

que no haya más razón

que seamos un dipolo cuántico -si es que existe-

instantáneamente comunicados por sorprendente fuerza,

una sin distancia

en colisión del tiempo y del firmamento.

  

Hermano,

alcanza tu sueño,

vuela lo alto que puedas

    

hoy me siento feliz al verte feliz

reposando en un recodo

con la libertad del que tiene que decidirse a emprender el camino deseado

y son las tres

   

y el último silbato de camino nos reclama

y tú inspiras hondo y te despides

por un instante.

Foto: José Antonio Gil Martínez
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Ese amor, ese. #reborn-itch-in-heart #spring2019

Ese amor ese, ese amor.

Ese amor que perdí

el que malogré

el que trasnoché

el que dilapidé sin saberlo



Ese que envenena

el que hiere

el que es huérfano de razón

el que anochece y tiembla.

 

Dámelo todo, todo dámelo

 

Porque lo aposté en vida a rojo

y me salió negro

 

Porque tuve oportunidad de cultivarlo y se me agostó

 

Dame un poco de este amor, amor este que corroe y mata

que del liviano hice sombra y por esto vivo en penumbras

 

Que después de amar tan a cámara lenta

quiero

ser potrillo

ser aguacero

ser alacrán que pique,

 

por ser de amor, amor sea.

  

FOTO: Urueña, Valladolid


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La ciudad en las nubes #Democracyistheanswer

Existió una vez una ciudad en las nubes. Nevada por sus cimas, sus torreones medievales ahora derrengados, sus escaleras de peldaños rotos, de paredes enmohecidas, de vientos que cuarteaban sus lienzos arruinados, de soles arremetidos entre sus plazas huecas de palabras, de almenas despeñadas en el firmamento azul y prístino.
Existió un país sin nombre, un país sin destino, un país sin habitantes, un país vacío. El reino del tiempo se lo llevó todo; tan solo sobrevivió una soledad de ciudad en las nubes, donde aquellos que la buscaban y la visitaban entumecían sus corazones y morían de odio. Fue la princesa de pies de barro, el guerrero del antifaz dorado, el gigante de ojos doloridos, todos los mitos que una vez fueron su orgullo los que luego la envenenaron y la desahuciaron.
Existió una vez una ciudad en los cielos que fue tiempo atrás dichosa. Orgullosa de su poderío militar, de la diligencia de sus artesanos, del emporio de sus naves colonizando.
Y sucedió que los monarcas cometieron un gran pecado: no el de la avaricia, no el del orgullo ni la crueldad ni cualquier otro vicio que quisiéramos entrever. No fue la bajeza ni la ruindad de sus sueños… no.
No comprendieron que los tiempos se pasan y lo que hoy que se aplaude mañana será silencio extremo. Y fueron arrogantes y suspicaces y no supieron ver en el bien de su pueblo la máxima garantía para la Democracia.
Se parapetaron en sus palabras.

Ciudad en las nubes

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Lo que nos infringe la madrugada

No, que no es el tiempo lo que infringe la madrugada
no, que no la pesadilla esa, la-que-te-perdura

a veces lo siento entre naufragios
y tiemblo de miedo
yo me borro perseguido
por mi laberinto que pena.

Era la rasta de Bob Marley
o las tetas de Marilin
o la tablet, o el móvil avisándome:

¡me desgasto…!

y soy yo un androide que sufre,
pero será peor si sabes que el puto dinero
no llegará a casa

y la magia se fue

y la muerte -perra tesorera de la esperanza-
barrunta el desafío,
cuando la poesía se vierte
porque no hay otros lugares aledaños al sueño:
son un cadáver exquisito
tu libros ocultos,
sus letras de menoscabo.

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