¡Navidad 2023! #Mesías

1.

Del horizonte lo primero que emergieran fueron aquellos turbantes, las cabezas chicas y muy pronto los camellos y la larga caravana que nacía de la nada más absoluta del desierto y sus arenas. Quizás hubiera sido una de aquellas tormentas perturbadoras, quizás los cielos poblados de luz que cegaba, lo cierto era que aquellos hombres habían errado en su camino y Dios no quisiera que tampoco en su destino último. Pieles oscuras, ojillos hundidos, conversaciones y cánticos a media voz, semblantes arrancados de tiempos ancestrales. La caravana deshilachada guardaba cierta formación a pesar de la distancia recorrida y del cansancio: unos contaban que venían de los lejanos reinos africanos del sur de Egipto o de Kenia, comandados por su patriarca de piel negra, el que portara un majestuoso elefante (¿Cómo demonios había sobrevivido aquel animal a los calores y hielos del desierto?). Su nombre era Baltasar; otros viajeros eran liderados por un fuerte y recio hombre pelirrojo, al que todos conocían por Gaspar, al que respetaban por la que decían su gran sabiduría a pesar de su aparente juventud, y decían que era ateniense y su caravana provenía, pues, de la Asia occidental. Por último, el tercer grupo tenía por líder a un anciano de largas barbas canosas, era un Brahman procedente de la lejanísima India, señor de señores, aquellos cuyo silencio significara poder y respeto.
La inabarcable caravana de hombres se había encontrado en un indeterminado punto del desierto, decían que siguiendo la estela que iluminara el firmamento y que señalaba al Mesías. Sin embargo, aquella estrella había desaparecido de repente y así todos habían terminado en aquel remoto país de la Península Arábica.
Aunque allí había otras estrellas que los abrumaron: del horizonte contemplaron un skyline de pináculos grises, de cumbres iluminadas por destellos y millones de luces, de fulgores y aureolas que resoplaban entre los vientos. Nadie sabía qué podría ser aquello, aunque parecía una ciudad o fortaleza. Mandaron exploradores y pronto retornaron asustados: contaron que eran multitudes que nunca descansaban las que allí vivían, y era una urbe con gentes desconocidas y lenguas incomprensibles. Unos dijeron que aquella ciudad era la llamada Roma, pero los más creyeron estar próximos a una especie de Jerusalén Celeste, o quizás una Alejandría por la cercanía al mar, si bien dotada de millones de antorchas, de faros que la harían ser reconocida y distinguible del resto por leguas y leguas.
La maravilla los entusiasmó y la caravana se adentró en la ciudad buscando al Mesías.

2.
Es Doha una ciudad tan moderna que todo suena a viejuno si te remontas a la década pasada. Autopistas, rascacielos y centros comerciales. Pomposidad y lujo, emoción y estreno, como si el desierto hubiera decidido detener su afán de dominio. Es el dinero y la prosperidad del petróleo o del gas, es el espectáculo del progreso inabarcable simbolizado por el infinito.
Además, es la ciudad que siempre sonríe. Y es la sede del Mundial del Fútbol, también. Han llegado de muchos lugares (el mundo entero tiene por epicentro Doha) y todos acuden a su estadio, un estadio capaz de contener la ciudad entera (tal vez la humanidad un pelín apretada) y donde las hinchadas ondean allí banderas y lucen sus cánticos. La emoción del partido ha dejado muchas de las calles desiertas. Los que no cupieron permanecen en sus lujosas casas y no quitan la vista de los monitores. En realidad, ya nadie quita sus ojos de los monitores. Ni tan siquiera en el mismo estadio. Una especie de realidad tras-alucinada y traslúcida.
Por una de estas lujosas avenidas transita lentamente la caravana. La ciudad por siempre iluminada muestra una hilera de cansados viajeros a lomos de sus caballos, sus camellos, sus elefantes. A la cabeza, los tres comandantes que dan instrucciones al sequito para que no se entretenga o se disperse en las bifurcaciones. Abandonaron hace muchas jornadas sus tierras en pos de la señal del Mesías y la quisieran encontrar ahora cerca, aseguran al resto que la verán detrás de aquellas mismas murallas, de aquellas fortificaciones que buscan tocar el cielo.
Aunque nadie los recibe en su entrada a Doha. Nadie los saluda. Nadie los espera. Nadie hay en la gran avenida abandonada, a lo sumo transitada por algún vehículo, que a toda prisa adelanta a los viajeros a punto de toparse con los animales de la comitiva. Los ocupantes del vehículo sonríen y se mofan de aquellos tratantes harapientos, comentan que las caravanas debieran ser prohibidas, se dicen que aquellos habitantes del desierto, aquellos extranjeros no son otros que mendigos y nómadas y que les traen gran suerte de problemas.
Apenas son 90 minutos y ya cruzan Doha en silencio. Y la caravana llega a la orilla del mar, a las afueras de la ciudad. Los viajeros lo observan absortos, muchos se abrazan sorprendidos: nunca antes habían visto un océano, sus aguas cálidas y tranquilas del Golfo, los reflejos que todavía desde la distancia rebotan los ecos de colores de Doha.
Definitivamente aquel mar es hermoso. Y aquella ciudad la más voluptuosa que hayan visto. Si bien sienten que es un espacio vano de esperanza. Allí no les aguarda ningún Mesías.
Los animales descansarán aquella noche. Recogen agua de un pozo. Los arrieros dormirán contra sus monturas en la playa. Hacen fogatas y mascullan a sottovoce la dirección de su próxima ruta.
Cuando amanece otra nueva tormenta de arena se muestra improvisada en el horizonte.
Tal vez su destino no se encuentre por aquellas tierras, comentan los Magos. ¿Habrá sido una de tantas alucinaciones del viaje?¿Otra prueba más de su Camino?
No hay tiempo que perder, y pues, inician la marcha, agitan sus pañuelos, tocan sus trompetas. Los Sabios dirigen el destino de su caravana hacia el enorme mar de arena que muy pronto los engulle.

¡Feliz Navidad a todos!

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Atardecer en Madrid

No sé mirar al Madrid que atardece
porque llevo el corazón escondido y solo cuando lo muestro, tiemblo.

Allí donde se ponga el sol
no quedarán espacios
para los besos,

no tendrá lugar para sus banquitos olvidados
ni son estas familias que pasean
las que descifren los peldaños que suben al risco
cuando la luz cae.

Es este Madrid que nos devuelve su tragedia,
mi ciudad que vive de mundos atravesados
esa donde quiero ver la noche disolverse,

donde quiero ser paloma de placita desierta
mariposa nocturna
o ciego atrapado que se abra paso a bastonazos
y quizás arrebatado amante que dé tregua por los tejados
a los gatos.

Yo por eso,
hoy me marcho a la luna por este Madrid atardecido
con su ocre tobogán desmemoriado
y sus espejos de soledad
el sendero de asfalto devora-palabras.


Y que será éste, mi final espacio donde
tú, mi amor,
me recojas entre los brazos desguarecidos
tú, mi amor, sí,
para reconstruirme
para susurrarme:

Oh, infinito-horizonte.
Oh, ¡tú!, mi palacio.


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Versos apóstatas

Oh.
Son los brazos y manos y todas las carencias
de cuerpos y todas las muchedumbres
las que me señalan.

En el museo de mansedumbres paseo.
A veces miro detrás mío y solo escucho silencios por respuesta.
Cambio el amor que no me diste
un amor que supo a mar
un amor atragantado,
expirado.

Del tiempo que mira soy testigo.

Por eso te escribo versos apóstatas:
Que nadie lee
Que nadie recita
Que nadie reconoce.

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Vida (1973-2022)

Eso que tú me das…

Si vivir es un riesgo tomo por riesgo la vida
tomo lo que me da
y me quita
lo que no comprendo también
y lo admito, se parecen sus misterios cada vez más,

pero son las semanas vividas en tinieblas ¡tan hermosas!
perfumadas
cuando sale el sol
al doblar la esquina y me tropiezo con una sonrisa de cara amiga.

Vivir es magnífico
porque tiene fin y un sentido
que me recuerda los guiones desordenados
o los corazones que misteriosamente leemos entre entrañas expuestas al sol.

Ahora quiero reescribir mi cuento
ausentarme de la oficina
no quiero riscos ni odios ni batallas a muerte
no quiero títulos ni pilas bautismales
y si me dieran cuerda

les prometo, me borraría 2022-1973 años para reiniciar esta hermosa cuenta atrás.

Lo que me da la vida ella me quita
¡La vida larga, larga la vida!

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We’re Off To See The Wizard

¡El tiempo cuando no había tiempo!

Hubo un tiempo cuando no había tiempo, él tiempo que no se medía con reloj de pulsera, el que no pesaba ni se pintaba, el de las líneas amarillas imaginarias o el de los caminos sin camino, el de los cruces que no respondían a sentido alguno. El tiempo del Norte confluido al Sur, el del Este que se acercaba intrigantemente al poniente en un firmamento prístino, cuando el sabor de los momentos eran un sol amanecido sin hora descrita.
Era el tiempo del amor sin tregua, sin la tregua del que ama, del que no reconoce el final de la madrugada y de la pasión porque aún el desengaño no fue una palabra inventada.
Es el poder y la magia de la inocencia. Si todo fue principio y la plenitud nos iluminaba… entonces nos mirábamos a los ojos y sin pestañear gritábamos:
―¡Siga el camino de baldosas amarillas!

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tweeblaarkanniedood #doshojasquenopuedenmorir

 

A propósito de aquel beso:

Hay historias contadas y señales de humo

que se divisan como

nubes con formas de meteoros.

Hay plantas en Namibia que viven mil años y

dicen los nativos del desierto

“que no pueden morir”.

Algunos científicos buscan en su ADN alguna verdad,

atisban sus secretos

y se sorprenden.

 

Pero la verdad y la inmortalidad del beso residen tan solo en el beso.

Y como la planta vive mil años

tampoco nosotros estaremos allá para descubrirlo:

los otros que vengan a contemplarla

y que sigan absortos por la belleza de sus hojas

los siguientes, asombrados

por sus tallos

entregados al ardor de su amor eterno,

vacilarán y se preguntarán qué fue de los otros ojos que

se vieron

reflejados,

y cuáles más habrán de ser los siguientes

y por qué aquel ser habrá de permanecer

aún

con sus hojas siemprevivas.

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Era amor, ¡amor!

Si bajé a la tierra vi entonces su rostro
y pude apreciar el sabor
de mi sudor transpirado:
Era amor, ¡amor!

En las vaguadas del dolor
ella se me aparecía
y acariciaba mi alma ahogada

para detenerse con su dedo que señala a la tierra
y mi corona de espinas retorcidas en mi cabellera rubia
y de sus manos asomando una paz infinita
como de tiempos pasados
que mecen y susurran.

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Al tercer intento se bloqueará la cuenta #UcraniaBajoFuego

Me siento avergonzado porque sé que las palabras no serán ya suficientes para detener la invasión y la guerra. No lo son porque no evitarán ni un solo muerto ahora, ni una sola familia fracturada cruzando la frontera ucraniana, no disminuirán el terror del que no abandona la cola del pan mientras escucha la alarma del próximo ataque aéreo.

Me siento espectador cuando compulsivamente cambio de un canal a otro. Esto no es una canción folk, un poema, un cuento atormentado que debamos escribir. No ganaremos así la gloria.

Leemos libros que hablan de la libertad de los pueblos. Mientras, los tanques cruzan los lodazales y los misiles reducen a escombros las ciudades donde una semana antes jugaban los niños.
Pero veo también los jóvenes soldados rusos que viajan al frente en una larga caravana asesina. Seguramente sus abuelos defendieron esas mismas tierras y dejaron sus vidas por la misma libertad ucraniana que ellos, insensatos, ultrajan. Solo son unos simples mandados.
Algunos oligarcas tienen yates y chalets de lujo en Alicante. Me pregunto cómo suspiran por ellas en el frío invierno moscovita. Hay una tubería de gas natural que sigue alimentando Europa. Eslovaquia, Alemania, Finlandia… es la Espada de Damocles que encoge la arrogancia de una sostenibilidad energética… de saloncillo.
Hoy bombardearon una central nuclear. Putin quiere apostar fuerte en la liga del terror atómico. Me pregunto si esto le producirá algún tipo de placer o felicidad porque he escuchado que los psicópatas disfrutan en los precisos instantes de su singular rito y tortura.
Esperemos que si llega el momento le pase como al común de los mortales, que fallan en el tercer intento de introducir la contraseña nuclear y la cuenta se les bloquea… para siempre.

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La #canción de #Navidad de Duqe

Árbol de Navidad en Bayfront Park, Miami

Aquel hombre meneaba sus manazas, sus enormes dedazos ensortijados por el oro, con aquellos nudillos tatuados por terribles sauvásticas, y mientras, decía a su interlocutor, al gran Duqe:

―Los contratos obligan, hermano.

Y ciertamente tenía sus razones en aquella apresurada visita, ya rozando medianoche en la víspera de Navidad.


Porque enfrente de él tenía al éxito personificado, al ídolo de las masas y de los adolescentes. Un héroe surgido de las tinieblas y de la calle. Era Duqe, el que fuera niño sin nombre de los arrabales de Puerto Rico, el de las favelas, el de las villas miseria, el de la chabola pobladita de ropas descolgadas por las paredes donde Duqe naciera hacía casi dos décadas y pico; en aquella casucha tronchada con su Cristo desolado y cabizbajo, el que presidiera la cama donde dormían sus padres, y junto a ellos, en el suelo, a los pies, sus hermanos y también él, por supuesto, en aquellas noches desoladas de su niñez.

Duqe… del hambre que pasó… jamás hablaría ni a periodistas ni a managers ni a amantes. Ni una solita palabra. Todo se lo guardó, ni chitón dijo. Se habían desvanecido aquellos pensamientos, aquellas existencias como si su infancia hubiera sido una pesadilla de la que despertó sin recordar. Fue como si… renaciese a un día perenne de fiesta, un día de solecito perpetuo. Un festín para la vida y para el sonido latino.

Su visitante esperaba silencioso. La respuesta de Duqe no podría demorarse.

Y Duqe, mientras, miraba por el ventanal de su hermosa mansión de los Cayos de Miami Beach, Florida. Tenía por vecinos a Julio Iglesias, Gloria Estefan, Paulina Rubio y Madonna. Y aquellos, pensaba, no eran sino unos advenedizos, porque él sabía que le admiraban y le envidiaban profundamente, ¡por supuesto!: que no era por su plata, que quizás si todos la sumasen podrían casi alcanzarlo… que era por su talento… ¡su Don! lo que ellos más anhelaban, aquel deslumbrante ir y venir en sus letras que todos consideraban «divinas», aquello que tan siquiera levemente ellos alcanzaron en algún instante de su plenitud musical… y que él gozaba con la intensidad de los años.

«Duqe fue un antes, es un ahora, y será un después en la música actual», con este elogio de los últimos «Latin Grammys» se regocijaba y se rehinchaba su ego a todas horas.

El visitante tosió para arrancarlo de su ensimismamiento. Aquel tipo miró las puntas metálicas de sus zapatos rojo fuego. Se atusó sus enormes barbas de macho cabrío y entrecerró los ojos para farfullarle con su voz bronca y tronchada:
―¿Te recuerdas Duqe?

Duqe pareció ni inmutarse. ¡Pero cómo olvidar aquellos años! Salir de la miseria sin mirar atrás. Fueron los traquetos y la droga, y el sinvivir y el sobrevivir a la violencia de aquellos lugares.

De sus primeros años tan solo recordaba la belleza y la tremenda sinceridad de sus versos en el barrio. Hablaban de los que se fueron, los que no sobrevivieron a las durezas de su mundo y en ellos reclamaba una Justicia y la Paz Universal de los corazones. Pero nadie escucha al que no existe, eso se decía a sí mismo con rabia. Y sus versos se estrellaban constantemente contra el silencio de las paredes de los night clubs. Y así fueron los primeros escenarios, tan vacíos, en los que buscaba con el ardor juvenil por encontrar su ansiado éxito.

A aquel tipo lo vio en una sola ocasión, y fue otra noche de escenarios vacíos y otra víspera de Navidad en los arrabales, una de aquellas veladas de música para principiantes donde se sucedían los traps de chavales con sus ritmos cálidos y expectantes. Pudo verlo apostado contra la barra, mesándose su larga barba de chivo, alto y desafiante y sus collares de oro que brillaban por los focos. Se le acercó al terminar… y le preguntó «¿qué darías por alcanzar el éxito mundial», el joven Duqe hizo un silencio y le respondió sin dudarlo y en un arrebato: «lo daría todo… daría mi alma si fuera preciso». Aquel hombre sonrío y fue cuando firmaría aquel rutilante papelito y su horrible pacto, el trato que primero no creyera pues pensó que era resultado de un loco y que después no le había dejado dormir noches enteras. «Un track por su alma», encabezaba el contrato que firmó. En cinco años aquel hombre, le dijo, volvería a cobrarse su parte. Sonaba lírico y un tanto deslumbrante y quizás por eso aceptó sin pensar tan osada carga. Por eso tal vez sería el título de su primer gran éxito. Si te ríes de tu destino…

Muy pronto le llamaron sorpresivamente de una disquera. Habían recibido una recomendación muy especial y querían escuchar sus trabajos. Aquella oportunidad Duqe no la desperdiciaría. Y de su interior nacería una fuerza diferente, un arrollamiento, y esas otras voces que lo hacían sentirse vano, y que fueron acallando sus verdaderos mensajes, extinguiendo sus leales y primeras palabras de Paz y Piedad… y las sustituyeron por otras huecas y duras… voces que le decían llegarían mejor y a más público.

Tuvo su primer cameo. Fue top en las listas de reproducción y de aquí surgió la leyenda.

Mientras, sucedió lo peor. No solo fueron sus letras, que fue también su espíritu y su corazón los que se mudaron, o, mejor dicho, se congelaron: El dejar a un lado la familia y amigos para dar un paso adelante. Costara lo que costara, así lo creyó en su momento, pero… ¿Quién le explicaría que aquellos caminos eran los equivocados?

Muchos lo llamaban blasfemo, simple, lascivo por sus canciones… sin embargo no paraban de reproducir su música, de considerarla un esencial de cualquier playlist, y mientras, él recogía sus ganancias y lanzaba otras letras nuevas en una espiral loca… donde cada vez más se sentía alejado de aquel corazón suyo que todavía latía a duras penas.
―¿Te recuerdas Duqe? ―el tipo le insistió y le despertó finalmente de sus pensamientos.

El sol hacía tiempo se había puesto en el horizonte. Miami es un sueño dorado, y las lucecitas navideñas de los fondeaderos, de los «malls» y las carcajadas de las gentes que iban y venían entretenidas, llamaron finalmente la atención a Duqe. Cerró los ojos y formuló la pregunta que siempre había guardado en su interior:
―¿Por qué yo?¿Por qué me elegiste a mí entre todos aquellos?¿No habría cientos mejores que yo?¿Por qué yo y no otros?

El individuo rechinó los dientes y en una horrible mueca le respondió:
―Ningún otro era más cándido y hermoso que tú. Nadie caería desde más alto para pisar el barro.

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Ermita de la Caridad del Cobre, Miami

En Miami, cerca de la Ermita de la Caridad del Cobre, aquella con su cúpula rematada por una cruz y sus merenderos y palmeras, está el malecón que mira al Atlántico.

En el malecón, junto a la ermita, los latinos celebran todos los años y a su manera las vísperas de Navidad. No es el silencio ni la gravedad que alguien esperase de una vigilia de oración, sino es algarabía y festividad, ¡hasta ruido!, y para nada se diría que lo religioso se perciba como la única razón del encuentro. Es la comunidad que vive y que toma riendas a su tiempo. Con guitarras, cajones de percusión y sintetizadores los chavales se suben a un estrado para improvisar sus letras. Detrás se reparten dulces y cestillos de comida y hay madres abrazando a bebés y abuelos que han traído sus sillas de camping para pasar la noche junto a sus nietos. Hay dominicanos, puertorriqueños, por supuesto cubanos, migrantes de México o de Honduras, todos son de cualquier lugar y de ninguno de América, muchos no llevan ni dos semanas en USA y portan aún el color de sus tierras pegados a los ojos. Otros llevan siglos en Florida, hablan ese inglés rutilante por el que aún los señalan en las calles como extranjeros, pero estos han traído esta noche con ellos a sus hijos, y estos sí que serán los hijos elegidos de Lincoln, y son los que han subido con más ganas para cantar aquellas canciones de ensueños y realidades.

Uno de los párrocos, enjuto y de pocas carnes, el que llevara semanas trabajando para organizar todo aquello, siempre ocupado por el sentido de esta comunidad de fieles, esquiva todo protagonismo y sonríe satisfecho entre las sombras. Es la noche para que sus chicos honren con sus letras y melodías la llegada de Jesús. A su lado tiene al predicador de la iglesia colindante, la iglesia bautista “Poder de Dios”, un buen hombre que desea que los chavales no se pierdan en vicios y sabe con certeza… que, aunque se lo pongan difícil… siempre recogerá hasta la última alma. Ambos aplauden a rabiar cada interpretación.

La velada será larga y amena. Todos suben por turnos al escenario y cuentan sus historias y alaban así al pequeño Nacido. Pero más tarde, cuando la oscuridad ha empezado a recoger a los asistentes surge de entre los más jóvenes los primeros rumores. Nadie los presta atención, sin embargo, sus móviles vibran y vibran… se pasan mensajes los unos a otros. Luego finalmente alguien murmulla:
Duqe.

La palabra llega como surgida del abismo y automáticamente los despierta. Y miran al otro lado de la bahía y señalan un punto próximo.

Se escucha:
―Lo han encontrado muerto. En su casa… apenas a unas cuadras de aquí… a medianoche.

Llegan más detalles. Todos son horribles.

Se hace el revuelo y la música finalmente se detiene. Llaman al párroco que reaparece de entre las tinieblas y toma el control por instantes de la reunión. No era Duqe santo de su devoción y menos por aquellas letras, locas y retorcidas, pero pues conoce perfectamente cuánto es de apreciado por sus chavales y cómo son influenciados por sus actos no puede ignorar la tragedia. Le alumbran con los foquillos y bendice a los presentes y eleva entonces una pequeña oración, un improvisado responso por Duqe… alguna chavala se emociona y entonces estalla en sollozos por sus palabras. Dicen algunos que hasta podrían haberlo visto aquella misma tarde deambulando por el puerto con su limusina rosa, cotillean los más afortunados, esos que trabajan de barman de los clubes de lujo de los Cayos.
―¿Cómo un hombre al que la fortuna sonríe pudo terminar así? ―la pregunta viaja de boca en boca sin respuesta.

El párroco señala al cielo. Él ha estado toda su vida en arrabales, ha visto subir y caer a tantos Duqes, e intuye la tragedia del cantante: y pregunta a la comunidad allí reunida por el verdadero corazón de Duqe. No por sus letras llenas de oquedades y henchidas de vanidad. No por sus errores ni por sus vicios. Sino por el dolor que seguramente no supo mostrar a tiempo. El dolor que le condujo por el camino de la perdición.
―Si él fue grande por su música― dice― que lo juzgue la historia. Nosotros, como hombres, no vamos a juzgarlo tampoco hoy por sus actos. Que nuestras palabras acompañen su pena.

Los jóvenes apenas entienden al párroco. Son los más viejos los que asienten. Hay un minuto de silencio. Después se invita a que la música continúe en honor a Duqe. Y así fue, toda la noche hasta rayar el alba. Alguien sorpresivamente recuperó no se sabía de dónde sus primeras letras, aquellas que muy pocos conocían aún y que hablaban de aquella Paz que él no supo conservar para sí tras su éxito. Eran las canciones más amadas por ser las menos conocidas. Y eran sin duda sus mejores trabajos. Pronto pasaron de uno a otro, maravillados, extasiados por el descubrimiento y viajarían fuera del malecón ya que nunca fueron comercializadas y eran libres de ser interpretadas por quien quisiera.

Si bien tendría Duqe al día siguiente engolados titulares, funeral televisado, honores, premios póstumos…fueron todos ellos beneficios y riquezas para sus productores. No obstante, Duqe no murió solo y quizás fuese… porque su historia renació en aquel malecón de Miami… y allí su verdadero trabajo recuperó su origen y sentido de libertad. La magia de aquella Natividad fue que si bien el diablo se llevó su vida, su pacto maligno no supo silenciar el aliento de aquellas primeras letras, no supo arrancárselas de su alma y de los chavales que luego las recordarían, por aquel deseo de Paz y de Justicia que tan magistralmente había sabido cantar.

¡Feliz Navidad amigos!

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La promesa

El día que te besé supe que nunca nos separaríamos
no cabría océano
ni cielo ni destino

ni desdicha o tiempo
capaz de irrumpir
y desmembrar nuestro abrazo;

no sería la la lluvia que nos golpease aquella tarde,
ni la distancia
ni las horas descontadas por llegar y la furia del sin-vivir;

no sería la indescifrable misión de nuestras vidas
sus millones de palabras escritas y lanzadas al aire
aquellas que fueron amantes de viejas guerras
al escribirse cartas
y conjurar con ellas su amor pétreo;

nada yo descontaría de aquella promesa
¡nada!,
ni un latido,
ni un murmullo, ni un hálito.

El día que te besé supe que jamás nos separaríamos.

The Promise by Michael Nyman (BSO The Piano)
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