«Procuremos más ser padres de nuestro porvenir que hijos de nuestro pasado» #COVID19 #día32 #2051

El año 2020 había sido planificado para ser un gran año. Durante el otoño de 2019 en Madrid se reunieron los países más avanzados para pactar el que sería el definitivo encuentro de sostenibilidad global. El vaticinio estaba conjurado: había que dar pasos rápidos, acelerar el ritmo de lo que llamaron la descarbonización, el abandono de los combustibles fósiles, o de lo contrario el planeta divergiría en una especie de camino sin retorno, una suerte de distopía con los polos derretidos y la lluvia ácida aniquilando todos los bosques. Aquello sonaba retador, desafiante… pero ¿quién demonios apretaría el freno de mano de sus industrias?¿Quién detendría el progreso aduciendo el fin de la humanidad?¿Quién daría un paso adelante y decidiría cambiar el timón del mundo? Muchos temían que aquello discutido en aquella conferencia no fuese sino una pose, un mar de buenismo, una excusa para viajar a Madrid e irse de tapas. China, India… junto a los ciertos países asiáticos que eran fábricas del otro medio disentían de bastantes de las medidas; y también EE.UU. y todo aquel que tuviera algo que perder en aquella suerte de pactos y armisticios al sistema económico. Nadie quiere dejar de ser rico, nadie quiere cambiar su estilo de vida, ceder la mano a un potencial rival o dar aliento al débil. Además, los europeos tenían otros problemas que por entonces (¡miopes!) les parecían más acuciantes: lo llamaron Brexit, por ejemplo. Europa se desgajaba en aquel hermoso ocaso de las sociedades avanzadas, sociedades que vieron colmados sus derechos. Que transitaron a populismos porque sus democracias ya los aburrían. Era la joputa «Europa de los mercaderes», así muchos la llamaban, la que se contorsionaba en una Babel de lenguas, en un sinfín de privilegios y micro-parcelas. Era la Europa que hacía de sus fronteras una excusa y una bandera, la egoísta y vieja Europa que recibía los cayucos de Argelia o de Libia, la que era asaltada por aquellos jóvenes de piel color marfil a los que la vida no les significaba mucho. Era la Europa que gesticulaba en el Comité de Seguridad de la ONU y que mientras disparaba a los inmigrantes cuando transitaban por Hungría, la que dejaba morir a niños en la playa de Lesbos, la que vendía a Turquía los cuerpos de aquellos que fundaron la civilización occidental, en Siria, casi cinco mil años antes, y que ahora huían con el pavor y el odio de las ideas irreconciliables.
El año 2020 debería haber sido un gran año, muchos lo pronosticaron. El año de las Olimpiadas de Tokio, las más tecnológicas, con el tren bala, por ejemplo. El año del fin de las tensiones entre EE.UU. y China. El año del lanzamiento del nuevo iphone.
Y sin embargo… el que fue llamado COVID-19 llegó para trastocarlo todo. Para asentar un dramático golpe al denominado progreso universal. Muchos dijeron que era la última arma biológica y se excusaron para señalar con más ahínco a su enemigo. Unos decían que quizás hubiera sido creado por China y en un incomprensible proyecto de automutilación experimentaron con la ciudad de Wuhan para ser luego los primeros en recuperarse. Otros, generalmente aquellos enfrentados a los anteriores, creyeron ver en el COVID-19 otro VIH, la neopandemia pero que esta vez machacaría a los viejos. Lo cierto es que fue este el año de la gran reclusión, la primera y quizás por eso la más odiada y recordada. Muchos vieron en aquella reclusión una última salvaguarda de sus privilegios. Los pobres no disponían de aquello tan siquiera y tuvieron que capear el temporal en sus barriadas, en sus infraviviendas, entre el mar de plástico, acianos, enterrados sin tan siquiera el reconocimiento de haber caído enfermos. Tan solo los ricos tenían la oportunidad a contar sus muertos.
Samuel G. y Gabriel también lo vivieron en sus carnes, aunque sin referentes previos. Sus familias no habían visto ninguna guerra anterior, al menos no habían participado directamente de ellas. Los años del hambre, de la precariedad, habían quedado muy lejos ya, y la España autárquica y franquista vivía reducida a los libros de historia y a manifestaciones de somnolientos y nostálgicos.
¿Qué aprendieron los chicos durante aquellos meses? Muchos años después se lo recordaría Benjamin a Gabriel a colación de la cernida tragedia de los «outros», la que derrumbó la humanidad de mediados del siglo XXI. Porque muchos fueron los que quisieron ver en la Gran Pandemia del 2020 un mundo en tránsito al nuevo milenio. Un mundo que perseguía una oportunidad de cambio. Quizás, esencialmente a un mundo mejor. La redención a todos los males, de la Amazonía prendida en llamas, de la soberbia y de la avaricia, de la celeridad de una sociedad que se consumía y consumía sin ningún propósito… salvo su afán masturbador. Años después, cuando «outros» llenaron las calles mediado el siglo XXI, Benjamin llamaría a Gabriel y le diría que ambas tragedias tenían su punto en común, y le recordaría que si bien el mundo se armó de buenos deseos «post-pandemia», nada de todo aquello se tomaría en serio, cuando se tocó el silbato y todos abandonaron la seguridad de sus huras y en manada, fueron lobos o hienas con fuerzas renovadas. Enterraron los muertos y no quedó nada de ellos salvo plaquitas doradas, y una generación de viejos que se fue directamente a la tumba.
En realidad, si quisiéramos recordar las vidas de Gabriel o del Samuel en la Gran Pandemia, ellos eran por aquel entonces unos jovenzuelos terriblemente optimistas, pues era éste su primer año universitario. Ellos empezaron a cursar una misteriosa y nueva titulación de nombre un tanto rimbombante, «Neural Engineering», gestada por aquella organización tan particular, la Fundación y a la que deberían tanto en los momentos sucesivos; vivían así, alejados del drama de las calles vacías y de las casas ocupadas por el miedo. Se les propuso a ellos, como medida excepcional, que mantuvieran el confinamiento en los laboratorios de la Fundación y ellos creyeron ver en todo aquello una suerte de acampada infinita. Tal era su curiosidad, inabarcable, ardiente, les faltaban horas del día para recabar información sobre computación cuántica aplicada a interfaces cerebrales, por ejemplo. Sin embargo, Benjamin, el tercero de los amigos, había quedado fuera, desterrado del sueño de sus otros dos compañeros. Sería el primer paso de la fractura que luego acontecería en sus vidas ya fuera del internado. Benjamin no tenía alma de científico ni de ingeniero, no se sentía con suficientes fuerzas para cambiar el mundo. Por aquel entonces mantenía una lucha salvaje por encontrarse. Por observar y definirse.
¿Y a qué se dedicarían ellos durante ese tiempo de reclusión? En principio a nada y a todo. Fuera, el mundo se encontraba detenido, Benjamin se lo explicaba a Gabriel. La naturaleza retomando cada uno de los rincones de la ciudad. Jabalíes circulando por las aceras. Aquella primavera el silencio se apoderó de las ciudades. Las empresas pararon, la economía se detuvo. La gente salía a aplaudir todos los días a las ocho y buscaba esperanzas en las palabras de sus vecinos.
Ni Samuel G. ni Gabriel entendían nada. El primero, sabedor de aquella oportunidad irrepetible, y de que no podía dejar escapar su escaso tiempo. El segundo que vivía en una especie de confinamiento interior. La enfermedad era un concepto ajeno para Gabriel. Feliz de poder dedicar toda su vida a sus propios pensamientos, deseando aprender de todas aquellas tecnologías que parecían prometer la vida eterna y la memoria perpetuada.
Benjamin hablaba casi todos los días con sus amigos por videoconferencia; eran charlas largas, sentados a mesa cenaban remotamente, se enseñaban vídeos y enlaces, hablaban de mujeres. En una de aquellas charlas, Benjamin les confesó que no había podido soportarlo y que había violado finalmente la reclusión impuesta por el estado de alerta. Fue la noche anterior y quizás por eso exhibía un aspecto especialmente cansado y lamentable: marchó a una fiesta prohibida, dijo, una de esas que se organizaban en algún cobertizo retirado de cualquier polígono industrial. Como no tenía coche había pedido prestada una bicicleta de carreras y había esquivado, aún no sabía cómo, al ejército y sus controles.
En la fiesta conoció a personas que le decían que el final de los tiempos estaba cerca. Bebían y cantaban, muchos de ellos eran jóvenes y no pensaban sino gozar de sus cuerpos. Quizás no se tomasen lo suficientemente en serio la amenaza de la pandemia o tal vez entrevieran un futuro gris. Uno de ellos era una morena tetuda que parecía haberse tomado varias copas de más. Decía que no era un tema de secta alguna, que mira cómo habían caído todos los países, unos detrás de otros. Benjamin asentía aparentemente interesado… aunque en realidad solo quería llevársela a la cama. Ella había hablado con otra amiga suya y le planteaba el mismo dilema: ¿Por qué todos los países han llegado tarde en este dislate de confinamiento?¿No será que todo dilataron las medidas «a drede»?
A Samuel G. le apasionaba pensar que detrás de todo aquello existiese un grupo animado por fines oscuros. Benjamin se enfadaba con aquellas afirmaciones y tosía compulsivamente. A lo mejor él también se encontraba enfermo, pensaba Gabriel sin atrever a confesar aquel horrible barrunto de su buen amigo, en una extraña desconexión con el mundo exterior, en una apatía no premeditada hacia las calamidades… no era que Gabriel se considerase inmunizado… ni que perteneciera a una especie disjunta… era una mezcla terrible de ignorancia y puerilidad que contrastaba con su brillante intelecto.
Benjamin les enseñó esta foto a sus amigos:

Madre migrante, fotografía de Dorothea Lange (1936)

―Bueno, no tiene nada de particular ―explicó Samuel―. Es la famosa Madre Migrante de Dorothea Lange. Creo que fue tomada aproximadamente en 1936. Es la foto por antonomasia de la «Gran Depresión».
―¡Qué resabiado y qué tonto eres a un mismo tiempo! ―le respondió Benjamin.
Todos rieron.
―¿Sabes por qué os la enseño?
Se hizo un silencio.
―Es el símbolo extremo de los tiempos. Esta madre se llamaba Florence. No recibió ni un centavo por su imagen, a pesar de que su foto encabezase todos los diarios al día siguiente para demostrar la pobreza y la desesperación por alimentar a sus siete hijos. Una cautivadora imagen que no aporta ni un ápice de piedad al mundo. Es la estética y el temblor enfocadas en un momento… y punto. Creo que lo mismo puede estar pasándonos con esta Gran Pandemia, y lo peor, me temo, que creo que después se repita de nuevo. Que no queramos aprender nada. Que solo seamos fundamentalmente hijos de nuestro pasado… y no padres de nuestro porvenir.

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Todos los ríos van al mar, pero el mar no se desborda #COVID19 #Día21

¡Cómo florece la salvia!

Día 21 del gran experimento, de nuestro encierro familiar que ha dado pie al encierro global. Hoy ha tocado reunión de equipo. Nuestro presidente, Pallete, nos ha reunido, somos más de 14 mil personas conectadas en Workplace. Fascinante la cifra: casi el 95% de la compañía teletrabaja ahora globalmente. Hemos dado el gran salto a marchas forzadas. Siento que pensamos un poco más en formato colmena. Él dice “Somos una parte fundamental a la solución de la pandemia” y “nos toca reinventarnos”. Y no son meras palabras.


Porque junto al silencio del drama de los muertos, hoy han sido más de 900 en España, llega de seguro un escenario donde la parte emocional es importante; ayer asistí a un seminario que organizaba Ubbiquo  sobre Quantum Mindset, dirigido a todo el mundo hispanohablante, y aprendí que un aspecto importante es la actitud que tomemos. Está actitud orientada a alejar el miedo, evitar que nos paralice, una mentalidad orientada a que nuestra mente racional construya y dirija objetivos de prosperidad. Y que lo importante y la fuerza proviene de nuestro interior.
¿Qué nos depara el futuro? Nadie lo sabe, y justamente eso es, tenemos que aprender a vivir con estas incertidumbres a diario. Nuestro destino es niebla, que se difumina al acercarnos.


Las carestías materiales son justamente eso, solo carestías materiales. Es tiempo de prioridades, de saber que lo importante serán las personas.
Este es mi dicho de hoy: “Todos los ríos van al mar, pero el mar no se desborda”. Quiero decir con esto que todas nuestras voluntades serán la suma del nuevo mar infinito. Todos los ríos son necesarios, todos somos necesarios, algunos seremos chicos y breves, otros inmensos y llenos de meandros, pero cualesquiera que nos consideremos, el agua aportado, es todo él necesario para la vida.


Mirad la foto cada vez más florida de nuestro patio.

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Serán el objetivo que organice y mida lo mejor de nuestras energías y capacidades #COVID19 #Día16

Las flores se atisban ya en la salvia

Día 16. Los “Moonshot” son por definición desafíos que movilizan a todo un pueblo en pos de una gran misión. Lo hizo Kennedy en el Rice Stadium, en septiembre de 1962 y dijo algo así como “hemos elegido ir a la Luna como hacemos otras (grandes) cosas… no porque ellas sean fáciles sino difíciles, sino porque serán el objetivo que organice y mida lo mejor de nuestras energías y capacidades, porque este reto es uno que estamos obligados a aceptar, uno que no podemos postponer”.


En aquel momento imagino que muchos se hicieron preguntas y dudaron: ¿Era Kennedy un lerdo, un temerario, un alocado que arrojó a una de las mayores naciones, con toda su riqueza y capacidad tecnológica, a un sin sentido? ¿Era Kennedy un optimista mal informado que desconocía las últimas consecuencias de sus palabras?¿Un político torticero que jugaba con el dinero de otros?¿Era un manipulador de masas?


Las décadas y la historia han pasado y creo que todos estamos de acuerdo en la grandeza de la gesta. En sus beneficiosas consecuencias.
Hoy quiero escribir de “Moonshots”. Tenemos delante uno. Uno que moviliza todos nuestros recursos humanos, técnicos y económicos. Uno que cambiará la faz del planeta. Mira por donde no se trataba de un nuevo viaje, un salto a Marte o a las estrellas. Por el contrario, es un viaje hacia nuestro interior, el mayor confinamiento de la humanidad. Habremos entrado simios y espero que al salir, despertemos de esta hibernación para convivir en un Antropoceno renovado y más justo.


Tengo fe ciega. No ya por nuestros viejos líderes, que transitan su propia metamorfosis, que se pensaban que la sociedad precisaba de su mediocre relato como si no tuviéramos otra cosa que hacer. Tengo fe ciega. En la pequeña gente, aquella que es anónima pero que construye ladrillo a ladrillo los grandes sueños. La que tiene un marcado sentido de responsabilidad y da un paso firme, inclusive desde la reclusión de sus casas. Nuestras casas donde nos refugiamos, donde esperamos y desesperamos por la llamada de los que nos quieren. Nuestras casas, que las sentimos tan vacías si alguien falta.


Esta sociedad que despierta de un letargo de valores, esta sociedad egoísta, cruel e infiel ahora tiene por delante este “Moonshot”. Nuevos líderes se forjarán, su nuevo crisol y el acero fundido por el dolor de los que ahora sufren, del crujido de los goznes de la puerta que se abre. Ojalá sepan reconocer los tiempos, ojalá no desaprovechemos el desafío.

Nuestra civilización lleva dejando rastro escrito por 7.000 años. ¿será este una especie de renovado Diluvio donde dejemos fuera aquella sociedad insolidaria?¿Quién se ateve a ser el nuevo Noe y cómo construiremos una nueva Arca donde quepamos todos?

El tiempo lo dirá…, y mientras, acabemos con esta pandemia… y sigamos el camino.

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Si te caes siete veces, levántate ocho #COVID19 #Día14

El sol lucirá y serán momentos de grandes ideas 

Día 14. Ayer por la noche tenía una de mis clases con alumnos de Latinoamérica. Hice la pregunta y la mayoría estaban ya confinados. De esa manera he comprendido el vínculo global de la tragedia: el miedo. Sin darme cuenta conocí de primera mano la parálisis global pero como también, aquellos, los que vivimos en la nube (en mi propio caso tomadlo casi como autocrítica), caemos de tiempo en tiempo en el barro para mancharnos.

Dicen que la curva en Madrid está próxima a alcanzar su pico. Pero, joder, esos números son muertos. Tenemos imágenes poderosas, como el IFEMA, el Rey inaugurando el recinto, los militares cuadrándose y estrechando su mano. Con muchos los que hablo dicen vivir en una irrealidad particularmente extraña. Todos con pavor a escuchar toses, a tener febrícula, a levantarse una mañana habiendo perdido el sentido del olfato. En el peor de los casos a recibir una llamada de sus padres… que han sido ingresados. También hoy analizo (por temas laborales míos) las posibles oportunidades que saldrán de toda esta hemorragia. No os olvidéis, “show must go on”, no podemos dejar de vender…


Por el resto todo bien, qué no parece poco. Conozco personas cuyas empresas precisan personal en planta, sus fábricas son de esas que no pueden parar, y piden voluntarios de oficina. Imagino el silencio que habrá en sus casas. Son héroes. Imaginadlos, valorando su estado de salud, su edad, los hijos o los abuelos con los que comparten vida.


Este es el proverbio chino de hoy: “Si te caes siete veces, levántate ocho.

Un poco de esto ha salido al hablar con mi amigo Guillermo de los cambios próximos. Hablamos de lo que viene, y de como el “exponencial thinking”, la innovación transformacional en las organizaciones que aprenden, las grandes ideas que buscan realizar una evolución ambiciosa… no solo están en poder de los fuertes, de los Google, de los Facebook, de los que disrumpen industrias completas. Estas herramientas de cambio, de emprendimiento LEAN debieran ser democratizadas. Todos, los más pequeños, deben poder hacer uso de ellas. Cada cual en el entorno de vida que les toca.

Como revulsivo a la pesadilla, la medicina es pensar en grande. Océanos azules.


Esto nos ayudará a soñar más allá del horizonte de la tormenta.

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Es mejor encender una vela que maldecir la oscuridad #COVID19 Día13

La misión de nuestra nueva vida será…

Día 13. No sé por qué… pero he vuelto a escuchar “La Misión” de Ennio Morricone. Hace muchos años en un contexto un tanto dramático de adolescencia la di por perdida, se me escurrió del corazón. Cerré mi mente a estos sonidos, a esta historia. Y ahora vuelve, quizás por ese mismo heroísmo, esa épica y ese dolor de la Misión de la Amazonía. Ayer hablaba con una amiga que tenía a su marido en el hospital, afortunadamente se recupera, y me hablaba de estos tiempos donde vemos lo frágiles que somos. Somos afortunados en nuestros trabajos, tenemos una vida segura y con sentido, y de repente… nuestro espacio se desmorona. Otros con los que hablo me siguen preguntado sobre lo que aprenderemos de esta desgracia. Es cierto que es muy difícil. Ayer leía un libro superinteresante titulado “Moonshots” de Naveen Jain que nos presenta las grandes expectativas del espíritu humano a través de la tecnología. Trata de un mundo rodeado de abundancia, riqueza y audacia. ¡Cuánto contrasta con lo que estamos viviendo!


Y yo quiero aprender con este proverbio chino: “Es mejor encender una vela que maldecir la oscuridad.”


Sé que para muchos son justificaciones. Hoy solo tengo abrazos en la distancia para los que sufren.

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Nadie se baña dos veces en el mismo río, pues siempre es otro río y otra persona #COVID19 #Día11

Luce el sol

Día 11. Comenzamos la semana en un país recluido, uno que avanza con temor ante unas cifras disparadas de contagiados y de muertos y con la certeza de que a nuestro alrededor este virus nos está haciendo daño. Es un país herido y con familias que viven separadas o que no pueden ni despedirse. Existen continuas alusiones y llamamientos del colectivo común a la responsabilidad. Una responsabilidad que puebla nuestras calles, nuestras ciudades y nuestros territorios de silencio.

Hemos huido del mundo físico (los que podemos) y poblamos un nuevo cielo, uno digital, uno virtual. Ciertamente muy pronto volveremos, y seguramente ya no seremos los mismos. Por los que se van… y porque los que permanezcan, esperemos lo hagan con el respeto al nuevo curso de los acontecimientos.


El proverbio chino dice: “Nadie se baña dos veces en el mismo río, pues siempre es otro río y otra persona.


Por un deber de cordura personal haré el siguiente ejercicio: ¿En qué puedo ayudar en estos momentos?¿Qué puedo hacer para ser mejor persona?¿Qué puedo llevarme en la mochila para cuanto todo esto pase… pueda pensar… que algo de este drama, por mínimo que sea, mereció la pena?¿Qué estamos aprendiendo?


Hoy luce el sol. Será por algo.

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No temas ser lento, teme solo a detenerte #COVID19 #Día10

¡Ya queda poco para que florezcan!

Día 10. Cuando se lea esto ya será primavera. Según el Instituto Geográfico Nacional habrá sucedido exactamente a las 4:50, hora peninsular del viernes, con la mayoría de nosotros durmiendo. Otros muchos también, cada vez más, en los hospitales.

El país amanece con una enfermedad desbocada. Y el pico de la pandemia, dicen, lo tenemos aún por delante. Acabo de escuchar por la radio que se exigen medidas tales que permitan multiplicar las pruebas de contagio. Lo cierto es que Corea ha detenido la pandemia de esta manera, con evidencias, con KPIs que se demuestren valores extrapolables a toda la población y que sean actuables y no con medidas parciales, manipulables y autocontenidas.

Es el final de esta segunda semana de teletrabajo y vida 100% en la nube y el sabor es agridulce: es cierto y es una evidencia, somos capaces de continuar con nuestra actividad. Ayer por la tarde, por ejemplo, tuve una sesión virtual de mi asignatura de Creación de Empresas Digitales de la que soy profe. Quizás debamos reorientar la asignatura, pienso, quizás este año debamos hacer alguna especie de bootcamp con ideas para dar la vuelta a la situación usando las tecnologías exponenciales y los datos de nuestras aplicaciones.

Pero, a pesar de todo, es doloroso saber que nuestro país precisa de una acción física a muy corto plazo, es decir, de materiales y de pertrechos que tienen que ser fabricados cuanto antes.

Pero dice el proverbio chino de hoy: “No temas ser lento, teme solo a detenerte”.

Porque debemos mantener nuestro pensamiento lúcido y afilado. Nos va a tocar utilizarlo. Y en esta pesada lentitud, actuemos con rapidez. Tenemos que fluir.

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No desesperes: de las nubes más negras cae un agua que es limpia y fecunda #COVID19 #Día8

¡Mañana otearemos el horizonte con mejor humor!

Día 8. Día del Padre. Tengo a mi hijo cerca y a mi padre lejos (¡y sano!). Para muchas familias es un día complicado. Hoy confieso que estoy de bajón, pero no os preocupéis, sigo detrás del teclado. Contradictoriamente a lo que mi espíritu dice, fuera ha lucido un sol estupendo, un sol cuyos rayos atravesaban la ventana. Mi agenda es intratable, si bien debo decir que me libera pensar que intento hacer algo útil en esta secuencia infinita de conversaciones de trabajo. Dicen que lo peor de esta pandemia aún está por venir, como si estas palabras escondieran una terrible maldición, un mal hado, una horrible distopía de la cual no pudiéramos desuscribirnos, porque no existe el botón que diga “exit”.


Y me digo a mí mismo “No desesperes: de las nubes más negras cae un agua que es limpia y fecunda”. Este es el sabio proverbio chino que me releo hoy con intensidad.


También me llegan otras noticias más halagüeñas: ¿será el Favipiravir el remedio que buscamos?¿Aquel que persigue media humanidad con los ojos apretados?¿Será el comienzo del larguísimo hilo de seda?
Ojala.

Mañana otearemos el horizonte.

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El perro en la perrera se rasca las pulgas; el perro que caza no las siente #COVID19 #Día7

¡Me faltan dedos de la mano para acelerar tanto!

Día 7. Día de locura. Decididamente, este día está siendo un túnel sin final. Estamos acelerando. Esto que escribo y que leéis lo hago a matacaballo entre dos Teams simultáneos. Y muchos estamos así. Creo que alguien también me llama por teléfono y seguro que tengo algún WhatsApp pendiente. Luego entra mi hijo y me dice no sé qué y me río. Acierto a duras penas a poner el silencio. La red cuela nuestras comunicaciones con brío, brinca y transmite, pero creo que lo que ahora puede fallarnos son los procesos, la manera de construir nuestras reuniones y de ayudar al cliente, es nuestra vieja cultura de la interacción física que nos constriñe: el cuello de botella son las personas y sus pensamientos. Y lo cierto es que nos reclaman aceleremos estes alto a la nube, ¡más VPNs!, ¡más capacidad!… con un hambre desaforado. Tenemos que lanzar más puentes que permitan este tránsito… ¡todos al mundo online! Y pensar de otra forma. Esta manera lean para llegar a tiempo.

Dice el proverbio chino: “El perro en la perrera se rasca las pulgas; el perro que caza no las siente”… y sé que es contradictorio con todo lo que estoy sintiendo… porque hay algo que me impulsa a correr y correr… salir a cazar…y sé que en este vértigo encuentro cierto consuelo…y que aunque quizás tenga cada vez más claro el horizonte quisiera evitar algún accidente del camino.

Son muchas las lecciones que tienen que aprender los que vivimos así.

¿No será este un primer síntoma del Gran Cambio?

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Antes de iniciar la labor de cambiar el mundo, da tres vueltas por tu propia casa #COVID19 #día6

A nubes negras en el horizonte… ¡arrojo de héroe!

Día 6. Los mirlos se apoderan de nuestros parques y de nuestras antenas y llenan el silencio de la tarde. Los gorriones se hacen fuertes en las farolas y los balaustres. Los gatos los persiguen y fanfarronean sobre un universo donde los humanos han desaparecido. Siempre queda alguien: el ejercito que patrulla y multa a energúmenos. Y en este panorama todo puede ser online, todo, hasta el límite de lo que dé la red. Ya veo a mis compañeros de Soporte a las Operaciones, otros héroes de esta singular epopeya, en mil planes de contingencia para que nada se caiga. Uno de los activos más valiosos para mantener nuestra cordura de país, la fibra.


Hoy escucho tantos programas de radio que se realizan desde las casas, veo a Buenafuente que muda Late Motiv a su buhardilla. Quizás hasta haya que ir pensando mover las fábricas a la nube… ¿Dónde estamos? En cualquier parte… nuestro pensamiento vuela.


Por eso usaré el siguiente proverbio chino: “Antes de iniciar la labor de cambiar el mundo, da tres vueltas por tu propia casa”. En sentido figurado, aunque ahora, bajo un sentido físico aterrador, doloroso. Pragmático. Hay nubes negras en el horizonte. Habrá que aventarlas, pero antes, quiero decir, ahora, tenemos que realizar esta reconversión interior. ¿Dónde quedan esas preocupaciones de semanas pasadas?¿Qué tonterías ocupaban nuestros corazones? Ya empezamos a no recordarlas.


Muchos necesitan de nuestra ayuda y es momento de mantener el corazón sereno. Limpiar el polvo de las estanterías y redescubrir aquellos libros que dejamos olvidados en el camino…


Y bailar…

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