Lo llaman la teoría de la abundancia. La economía lo hizo fatal, y se daría cuenta de eso una vez inaugurado el 2020, justo para encauzar su destino, porque se creía que había sido Adam Smith el que dijo que la carestía de un bien lo dotaba automáticamente de valor…y era, a fin de cuentas, una tontería.
Hasta aquel momento todo había funcionado así en su mente analítica y mecanizada, con esta máquina tonta del oro, del petróleo, hasta del amor, donde todo mantenía aquella obsesiva lógica de la escasez. Nacemos envidiando lo que no poseemos: por ello matamos, robamos, traicionamos. Vendemos nuestra alma, que se hace chiquita con los años, se desvanece y cuando nos queremos dar cuenta… nuestra vida se da por concluida. ¡Y todo por dinero!, por acumular, por ser lo que no se puede alcanzar, por joder al que tenemos más cerca y hacernos con sus posesiones. Por una yarda más de tierra en nuestro imperio.
Pero aquello era revolucionario: lo llamaban la teoría de la abundancia. Tan solo había que saber abrir los ojos y saber dar las gracias. Entender que la naturaleza lo ocupa todo. Que pasa un poco como con el agua, el sol y las montañas. Estuvieron allí y nosotros no representamos más que aquel pequeño devaneo.
La vida no es un mercado financiero, nadie liquida sus acciones con la contraparte que le pague menos, nadie atesora un bien con el evidente deseo de compartirlo generosamente.
Tengo que hacerles tres apreciaciones a los paraísos propios: la primera, solo sobreviven sin te los tragas, si esa burbuja donde los imaginas se localiza en tu estómago y baja que te baja se asienta un poquito más abajo, en el intestino delgado y busca allí asiento. La segunda, han de achucharlos, tanto como haría la madre a su hijo pequeño. Háganlo a diario, porque los paraísos si no se exploran se nos morirán por inaniciones varias.Dicen de los paraísos muertos que son como los corazones ultrajados: pintan bien en los poemas pero son horribles para convivir con ellos a diario. De aquí me nace la tercera apreciación, escuchen. Sean generosos con sus paraísos enfermos, denlos tiempo, permitan que se enfaden con ustedes, que se alejen de sus vidas, que se vuelvan chicos o que sean destructivos, y quieran que no, antojadizos cuando lo que necesiten principalmente sean sus mimos. Y es que los paraísos se exploran a escondidas. Y solo es así como uno se acostumbra a ellos, se hace uno a su traje, y esta medida de nuestros sentimientos los hacer florecer; porque de lo contrario esto será como aquel gran amor, uno que hubo por momentos precisos irradiado soles y al que habrías dado un brazo por besarle, y sin embargo, falto de coraje no le dijiste nada, no diste el paso, y ahora le ves todos los días, y por causas diversas, os saludáis, y sentís ambos este grave silencio, pero hay una distancia cosmológica de paraíso que se murió y que procuráis evitar. En el estómago lo sabéis perfectamente pero es tarde para que haya un hueco donde fructifique este paraíso.
Los más envidiosos le llamaron «el gran mamporrero cañí» y querían así en parte denigrarlo, en parte auparlo a su merecido pódium de villano; eran aquellos que no alcanzaban las secretarías más sabrosonas, aquellas trufadas de influencias, de viajes colosales y de colosales Comisiones por presidir. Eran los envidiosos que no habrían de conseguir ningún beneficio ni parabién en su oficio político. Pues cuando lo que otros hablaban era… neta y mera torcedumbre, postureo, alarde fútil… era un mero «rasca-rasca», un complacido derrape y tontorrón aplomo para las conciencias. Era repetir un dale-que-toma cansino, un qué-se-yo desesperantemente escuchado siempre antes; él, no obstante, fue el canto del cisne e iría cien pasos por delate del resto… pues con orgullo abría su bocaza y simplemente al hablarnos… nos mentiría… Y nosotros, todos, allende fuera nuestra simpatía le creíamos y le seguíamos, tal cual la luz del día persigue al sol. Y la razón de su comportamiento y de sus patochadas tenía su cierto quid práctico: creo que pensaba… «si nada sirve ya en esta ágora social, por lo menos que el corazón se ilusione y rule y siga unos pasitos más para delante». Muchos le escupían y se hartaban de llamarle populista. Él les llamaba los tristes de corazón. Esto me lo contó con una fanta después de un apasionado mitin y mi corazón entregado a sus pies. Yo fui por un tiempo uno de sus discípulos. Tomé su pan y bebí su vino de primera mano. Él era un enorme ser. Un humano que refulgía. Vivía de los demás, era un absoluto servidor público. Quiero decir que no quería (aparentemente) el dinero de nadie, y era pobre de solemnidad (aparentemente) y me decía que en su cuenta no se guarda un chavo ni robado ni mal conseguido. Le gustaba chupar cámara para imaginarse un mundo más feliz. Y decía que el amor era un parabién por distribuir entre todos. Y decía que esta era su enorme misión en España. Pero el «mamporrero cañí» no sabía por entonces que no sería inmune a los miles de venenos y trampas de periodistas, contertulios y compatriotas de partido. Este sufrimiento, esta pasión, esté manto de espinas le hizo doblemente noble: dijo que nos amásemos los unos a los otros y prometió la redención de nuestros pecados. Y si nunca sucedió ni se cumplieron las promesas… fue porque fiarlas a sus palabras era un brindis al sol. Pero si todo lo que nos dijo fueron mentiras… ¡qué mejores mentiras nunca hubo por admirar! Fueron meses hermosos mi caminar con el «el gran mamporrero cañí». Comprendí que faltan muchos hombres como éste en nuestra política. Porque a falta de héroes… al menos tener villanos que merezcan nuestra condescendencia…
En este retazo de historia es el Jesús del pesebre un niño que se haya perdido por la maraña de las calles. Adviento significa llegada, venida aunque también aventura. Es el héroe imaginado que necesitamos.
Dicen de esta sociedad sin valores que es una sociedad liquida, una de esas que se escapara de entre los dedos y que no conduce a ningún lugar. Pero es el contador humano el que deberá “ponerse a 0” para que nada de esto suceda, para salvarnos, y que no sea perenne en nuestros corazones el Gran Egoísmo.
Por eso, es ese niño Jesús un pequeño que avanzará entre la niebla de lo incierto el que me preocupa… porque su destino lo describen nuestros actos. Todos los años invocamos el saco de la esperanza: unos creen verlo con fondo y finito y otros lo imaginan imposible de vaciar: unos lo llaman y no pocos lo esperan.
Hoy invoco su nombre, es el Adviento del Amor, del Recién Llegado. Del Crucificado que señaló el fin de la Historia con la Paz entre las razas, el que dijo que amaremos al prójimo y que la muerte del hermano será el agrio sollozo… y que compartamos nuestro pan sin esperar nada a cambio.
Satán visitará CYLCON’17 este próximo fin de semana, día 21, en la Feria de Muestras de Valladolid, a las 13:15 horas.
Allí KALPA presenta su colección de “Relatos SATÁNICOS” y allí me podréis encontrar, con mi relato seleccionado de Sci-Fi y Terror: «Retromind, cuando el paraíso y el infierno se fusionan por los algoritmos de la memoria sintética…»
¡Y rodeado de lo mejorcito del relato fantástico de la región!¡es un pedazo de experiencia compartir antología con todos estos maravillosos creadores!
Él decía denominarse «mamporrero de políticos» y eso sonaba raro-raro, mucho más si cuando te lo decía lo hacía casi siempre con un tubo de cerveza entre las manos. He olvidado y tergiversado en mis recuerdos tantas de sus historias que los bandos y las siglas se me retuercen y si tan siquiera hubiera de narrarles una de ellas, haría grave apaño a los aludidos. Por eso he decidido callar. Ni miento por error u omisión.
Mi amigo, el «mamporrero», era un tío pagado de sus aventuras. Se decía trabajador del poder, desmembrador de encrucijadas y putero de la realidad. Me decía que en las orgías los ideales o posicionamiento son casi siempre muy relativos: tú encima o debajo es el sustrato básico y después… pues es todo ponerse a hablar y va veremos…
Tuve la sensación que en sus muchas de sus historias inventaba e idealizaba a sus políticos: y no eran ni tan vagos ni tan mediocres, y por otro lado, tampoco eran tan dechado de virtudes.
Y yo siempre les vi, creo yo, un batiburrillo de pasión, orgullo y dinero. Vaya que sí… y sobre todo esto último…
Pues va por ellos estas historias y vamos al lío…
A veces se imaginaba al esqueleto de Cervantes reclinado sobres los papeles, leyendo así las palabras dedicadas por María Manzano. Ambos se habían lanzado por caminos polvorientos, él había estado cautivo en Argel, ella en México, y ambos ansiaban una oportunidad para que el hombre se lanzara al alba, al alborear, a ese estado de libertad indeciso. A ese estado de reclusión del que tan solo la locura e imaginario de los hombres nos permite escapar.
Por eso y por mucho más Cervantes ideó su Quijote y por eso se lo imaginó también abandonando su hacienda manchega. Únicamente para que María lo reprodujera años después en aquel discurso magistral.
Lo revelador, lo más sagrado llegaría casi 400 años después. Fue Cervantes un tipo callado. Rumiaba su futuro, eso decían, pero él creía sino creaba su futuro, o más bien, lo barruntaba.
A veces él, el Quijote, se imaginaba los huesos de Cervantes, pues fue éste su amo, levantándose, siendo llamado por Cristo como lo fue Lázaro tiempo atrás. Y era su calavera que se reía, y los párpados vacíos, y las cuencas, y todo eso que los muertos echan en falta cuando se nos aparecen.
A veces el Quijote se imaginaba la voz de su escritor que se resignaba y lloraba en soledad, como siempre hacen los muertos. Era a la vez grito y silencio. Porque todos hablaban de él pero nadie se detenía a escucharlo. Nadie se reclinaba sobre las comisuras de sus labios.
Menos mal que María Zambrano aún resistía con las hermosas palabras recitadas en aquel discurso, y entonces se le acercaba y le decía que aún quedarían locos suficientes, locos sueltos para celebrar su no-carnaval. Y es que lo importante comenzaría al día siguiente, pues sería el momento de abrir las tapas y leer sus ingenios perennes.
Y si me amas que sea por siempre,
si me amas, dímelo o calla, haz que caiga lo negraco del olvido:
haz de nuestro laberinto un pabellón de guerra,
por ansiado fin
el presagio y su refugio.
Tengo por disfraz el silencio
y me hundo en el barro sin límites.
Ayer fui. Tú eras.