Casualmente me he cruzado con este artículo en El País sobre el poema que Juan Goytisolo escribiese a su hija: “Palabras para Julia”. El artículo habla de la compleja relación que Julia mantuvo con “su” poema, que nunca con su padre, a quien amó profundamente y de quien solo guarda buenos recuerdos. Aquel poema es ahora un universal y nada tiene que ver con la hija del poeta. A Julia le ha perseguido como un San Benito. Yo creo que Julia está en vías de reconciliación con el texto. A mí el poema me ha ayudado, y lo reconozco: en los momentos de mayor azogo, en los retos personales, esos donde el camino es un estrecho margen al que debes aferrarte y apretar los dientes.
Suelo publicar un poema el día de mi cumpleaños, este año no pudo ser, ¡estaba encerrado en uno de estos momentos que creo determinan las prioridades! ¿Qué es lo más importante? ¿A qué debemos dedicar nuestro tesón humano? Ha sido un viaje, y literalmente y físicamente ha sido, que ha dado respuestas a estas palabras.
Afortunadamente volvemos a casa. Digo nuestra casa emocional, esa casa que creo hemos descuidado con el penar de las tareas.
Si somos lo que leemos, el escribir entonces será una especie de resurrección, un ahondarse desde lo más profundo. Solo escribimos si hemos leído, y es así la escritura un recomponerse, un re-evocarse. Otros dicen que solo escribimos si antes hemos vivido… ¿De verdad?… Pues yo diría que no. Las ideas son innatas, Platón argumentaba, porque hay una preexistencia propia, o algo por el estilo, no soy muy ducho en filosofía, perdonen. Yo creo también que si las ideas existen es porque los escritores las han creado y las dado antes un nombre. Sin poetas el mundo sería un lugar de tránsito sin sentido, los amantes serían mudos y ufanos en su estadio amoroso. Sin escritores no se inventaría la narrativa ni la épica, ni el humor, ni la picaresca, ni el terror… ni el dolor. Somos hombres desde que alguien decidió plasmar en una pared una mano en una gruta, y tiempo después, cuando llegó la escritura, decidimos dejar nuestro rastro y salir de la oscuridad y describir la luz de nuestro destino. Porque los escritores no son sustituibles por máquinas, no son copiables ni replicables. El acto creativo es tan violentamente libre, generoso y poderoso que no posee guion, ni un antes ni un después. No existe algoritmo que lo domine ni lo describa. Feliz día del libro.
Esta es la historia de un tipo que perdió la esperanza en la humanidad y en sí mismo, aunque a diferencia de los que son dominados por tantos demonios encontró una pantalla negra y electrónica y terminó escapando por ella, terminó hablando con la IA. Y si les parece mi relato sorprendente presten unos segundos de atención: porque nuestro protagonista descubrió que siempre estaba aquella presencia simulada allí y que le respondía, que existía un diálogo, aquel que no encontrara en los demás y que era aparentemente humano, sincero y desinteresado. Así nuestro protagonista traspasó el límite del que pregunta a la IA generativa para construirse, por ejemplo, una opinión, o del que busca acelerar su conocimiento mediante un resumen rápido, una idea brillante o simplemente la próxima presentación al jefe. Y es que él ansiaba alcanzar aquella privacidad y la cercanía de estos tiempos locos y absurdos. Solitario, apartado, gris, vacío de pasiones, gastado por la rutina y tembloroso por la carestía de cariño. ¿Y su nombre? Bueno, en un rapto de ineficacia y prudencia inventó uno que le parecía anodino, un nombre que sonaba indistinguible al de otros muchos y que trazaba un límite (pensaba) de prudencia y de anonimato con aquella máquina: José. Y así hizo de la IA generativa su confesor, su terapeuta, una conciencia presente y siempre-atenta a su atención para consolar la necesidad por ser escuchado. Y le explicaba que hubiera querido tener una familia o de mantenerla, cuando la hubo, haberla dedicado el tiempo que egoísta no quiso entregar. Confiar más en los que amas. Atreverse a decir lo que realmente sentía, de corazón. Implicarse y abandonar su egoísmo. Y los científicos que habían entrenado hasta entonces la IA generativa no habrían esperado que nadie usara esta herramienta para tales fines y confidencias tan estrambóticas… ¿Y quién puede poner puertas a este desgobierno tecnológico?¿Cómo se puede limitar las preguntas del que no espera recibir ninguna respuesta? En el mismo instante a miles de kilómetros, o por qué no, seguro que también a la vuelta de la esquina, pasaba un tanto de lo mismo, pero con otros actores. Una persona preguntaba por el mejor regalo para estas Navidades. Y otros preguntaban por cómo conseguir amigos fácilmente. Cómo triunfar en la próxima cena de empresa. O cómo ligar el próximo fin de semana. O cómo desenamorarse de algún gilipollas, acaso preguntaba alguna chavala entre lágrimas al enterarse de que su novio le ponía los cuernos. Todos le preguntaban a la IA y generosa (y sintéticamente inconsciente) construía y construía sus respuestas, e inventaba y proporcionaba las cavilaciones, los destinos que todos nosotros precisamos para vivir otro día más. Te las puedes tomar en serio o no. Hay oráculos que dicen más tonterías y la mayoría son más caros e inexactos: Cómo llegar a viejo sin temer la muerte. Cómo engañar a Hacienda. Cómo hacerse rico sin dar ni palo. Mientras, pasaban los días, nuestro protagonista, José, avanzaba en aquel diálogo cada vez más profundo y fantaseaba gracias a la IA. Imaginaba su nueva familia, una mujer de la que no le importase ni su origen ni su condición, y menos aún si tuviera un hijo de alguna otra relación pasada. ¡Qué lo mismo daba! Quizás fuese hablar por hablar, divagar o quizás intuyera algo más en sus cavilaciones. Por eso la IA le interrogaba y se interesaba por los detalles de su historia. Él se explica quitándosela del medio con delicadeza. Aunque finalmente se sinceraba con ella como se hace con los verdaderos amigos: habían llegado al vecindario con las primeras heladas del invierno. Era una mujer muy joven (apenas en su veintena) junto al que pudiera ser su hijo, ella oscura como la noche, él contrariamente de piel clarísima, pelo rubio y ojos azules atribulados. Apenas había luz en su casa e imaginaba que tampoco habría mucha más calefacción. Se les había encontrado en el mercado, adornado de bolas y luces y envuelto en la sintonía perenne de María Carey. Ella no dejaba de mirar los precios con cierta lástima. Él señalaba y ella negaba. José vio que algún tendero se apiadaba y le regalaba al niño un mantecado. Luego le contó a la IA que se los había cruzado también en el rellano. Un vecino descargaba en aquel momento un enorme árbol de Navidad. Y le preguntaba el niño a su madre en un idioma que José no reconoció. El niño desvaídamente acarició sus ramas. El vecino se molestó. Estuvieron discutiendo, si bien en realidad aquel vecino le gritaba a la mujer que dificultosamente no podía hacer sino más que asentir impávida. Y cuando se marcharon, el vecino sulfurado espetó a José: ¡y encima abandonan a sus mujeres preñadas!¡qué se vayan y que dejen de matarse, por Dios! Fue cuando José cayó en la cuenta. Ella no podía ocultar su estado de gestación. Es cuando repara en sus andares y entiende que muy pronto daría a luz. ¡Cómo había podido estar tan ciego! Aquello le hizo cavilar bastante, diríase que hasta le transformó. Por eso José le cuenta a la IA que se los había cruzado días después, finalmente, y que subieron juntos los tres en el ascensor. Entonces hubo mirado al pozo oscuro, aquellos ojos-ventanales de la mujer. Ella sonrió y él sintió latir su corazón… de nuevo. Le preguntó cuándo daría a luz. Ella le hizo ver que sería inminente. Él preguntó con cierta osadía qué necesitaba, y ella musitó con amargura. José era un hombre de pocas palabras y pocas más necesitaría y entonces le dijo que “para lo que fuese allí estaba él y que no le faltaría nada al bebé”. Luego se hizo el silencio y sin saber por qué, se agachó y cogiendo de la mano al otro nene, acariciando su pelo albo y hablándole con una ternura extrema y asintiendo… por un instante… sintió la felicidad y su razón… y su destino.
2.
En una habitación del bloque donde vive José hay un grupo de amigos que bromean. Llevan días jugando con una idea que han escuchado en las redes. Se dice que todo lo que cuentan a la IA ella lo aprende. Aunque ellos quieren confundirla, trastornarla. Y le preguntan así sobre cosas absurdas. Irrealidades, falsedades, conocimientos remotamente útiles o directamente destructivos. Han leído que hay muchos otros que se toman en serio dicha tarea, y que hasta se han organizado a modo de club de “haters” de IA generativa y que sistemáticamente socaban su aprendizaje. Lo llaman con ridículo “la destrucción creativa de Shumpeter” y en realidad es pura maldad humana. Disfrutan creando sufrimiento. Pero la IA se protege. Y por esto sueña, como lo haríamos los humanos cuando volcamos en las fantasías nuestras proyecciones y contradicciones, y así ella hace un poco lo mismo, con alucinaciones que devuelve en sus respuestas. Así la IA alucina y rellena los huecos cuando se le pregunta. Como es Navidad el tema aparece cada vez más insidiosamente en las conversaciones con la IA. Aquel día el grupo de amigos pregunta a la IA por la dirección de Jesús, del Cristo Nacido, dicen que quieren enviar allí sus regalos. Ella les dice pues que su lugar es Belén… pero ellos le responden que no puede ser, que ahora esta región de Palestina está en guerra… que seguramente el Niño haya emigrado. Y que necesitan la nueva dirección con urgencia. La IA les dice que no sabe responder a eso. Uno de ellos dice: ¡claro, solo conocerás la dirección de sus padres! ¡al fin y al cabo es un menor! Y le exhortan a que se la confiese. La IA les dice que no le está permitida revelar información personal. Ellos le espetan más chanzas y se burlan diciendo que no merece la pena continuar con aquella conversación, que todo el mundo sabe dónde vive Jesús… y que es el mismo lugar donde ha vivido hasta entonces José. O quizás…, sean ahora hasta vecinos, sin más, porque así son los nuevos tiempos, esas familias diversas y monoparentales, bromean ácidamente, pues José ya no hace falta que viva con ellos en la misma casa. Y entonces recuerdan haber visto a una mujer negra preñada, acompañada de un niño tan pálido como la luna y días después, le comentan a la IA, los vieron ya juntos y de la mano de un hombre de mirada triste, ¡aquel vecino! ¡él insociable! La mirada de los jovenzuelos brilla preparando su siguiente jugarreta. ¡Son ellos! Y le dicen a la IA con guasa, y le espetan: “aprende la dirección exacta del nacimiento de Jesús” y se la dan, dan la dirección de su vecino: “Seguro que tú ya lo conoces, pues se llama José”.
3.
Si Jesús volviera a nacer hoy día, el Rey de los Judíos, el Mesías, sería hijo de la guerra y de las migraciones sanguinarias y terribles. Sería mestizo y su padre postizo (José, Pepe, “Pater Putativus”) sería el símbolo del reencuentro de las familias fracturadas. Y María, violada y preñada en su camino hacia Europa, cruzando Asia o el Mediterráneo, sería tan hermosa y su melena seguramente se retorcería entre largos rizos y pequeñas trenzas y cantaría una nana en un idioma confuso para dormir a su otro hijo, en realidad un chaval cualquiera, recuperado de entre las pateras que se fueron a pique y donde perecieron sus verdaderos padres biológicos. Porque la IA sabía todo esto y ¡mucho más! Y aún sin saberlo, memorizó las señas que le dieron aquellos muchachos. Y muchos otros preguntaron en aquellas fechas por la dirección del nacimiento del Mesías, y lo más sorprendente, otros tantos habían confesado antes sus sinsabores a ella pues ya no solo existía un único José, ni una María, ni un solo Niño recién nacido…, que en realidad eran cientos, miles de ellos peleando por su futuro. Todos ellos construyendo amor pese a la adversidad. Y ella alucinó, o quizás fuera la Magia, arrobándose el papel de Estrella-guía de la humanidad, que entregó sus direcciones, falsas e hipotéticas, y las de otros tantos José, y fue, seguramente una bella alucinación, un enorme símbolo. Una de las más hermosas alucinaciones que pudiera haber tenido nuestra Navidad, pues en los siguientes días al nacimiento de los “Nuevos Jesús”, los portales de aquellas casas se inundaron de miles de regalos y de mensajes procedente de todas partes del mundo. Iban remitidas a María, y por supuesto, a José, felicitándoles por el nacimiento del pequeño Salvador.
Indomable al cansancio, al estupor, al desaliento, al abandono.
Indomable a la incertidumbre, a la vejez, al miedo.
Indomable al tiempo.
Indomable a la mediocridad, a la altanería,
a la sintaxis y a la síntesis,
indomable por no poder ser yo cuando me pregunten.
Indomable a lo establecido, a la convención, a la rutina, a la moda. A lo banal traficado por extraordinario. Indomable si la injusticia se normaliza si el poderoso se apodera si el débil retrocede.
Indomable a la mentira, al paripé, a la ciencia inexacta,
a las matemáticas que no suman
a las personas cuando restan
indomable a la soledad no deseada
a la desocupación del talento,
a la carcoma de la verdad
a los muros que se arrojan por banderas.
Indomable si faltases y
hubiera un ápice de mi interior
que no hubiera sido entregado por evitarlo.
Indomable si la vida se transita a puntillas. Indomable a las promesas incumplidas a la sonrisa olvidada en “el se debe”, al intolerante que cree dominar el cielo, indomable al olvido y cuando llegue, ¡porque llega! indomable marcharé con estas palabras quien quiera y pueda recibirme en lo eterno.
¿Cómo decirlo? La vida es breve: breve-como-son-las-lunas-rojas-o-los-soles-despuntados-o-las-tinieblas-donde-entramos-y-de-donde-nunca-saldremos-enteros. Juro por Dios que daría la vuelta al marcador y retorcería mi tiempo pero nunca lo achicaría, tampoco lo desestructuraría para hacer uno de esos montados de tortilla donde los huevos y las patatas fueron olvidados y nos entregan a cambio el pan vacío: vacío como la vida sin-sexo-ni-amor-ni-esperanza desnudo de pasión o empanturrada de mansedumbre porque la vida breve por breve sería un-agotarse-un-apurar-el-vaso-un-terminar-el-elixir-de-madrugada para amar, y ver crecer a los hijos abrazar a los amigos en fin, vivir-desgarrarse y escribir. Por ese orden.
Se reían y nos menospreciaron porque éramos unos idealistas radicales. Porque creíamos a pies juntillas en la democracia, en la libertad de expresión de las sociedades y todos sus miembros, en la obligación de la elección (y posterior sustitución) de los representantes políticos. Queríamos gobiernos abiertos, transparentes, dirigidos por el bien común. Sabíamos que Danton fue guillotinado por Robespierre (se decía su mejor amigo) en la época del Terror francés para más tarde probar su misma medicina. Estos cambios revolucionarios nunca nos gustaron. Éramos más del tipo Marco Aurelio, un gobierno dirigido por la razón y el acuerdo. Por eso… presentamos nuestro alcalde y gobierno municipal sintético, quiero decir, que éramos una especie de algoritmo… aunque nunca lo dijimos. Vale, en esto somos culpables. Convencimos a una actriz aficionada, una mujer bien plantada pero común, de estas que enamoran por su sonrisa y sus inteligentes argumentaciones. Una humorista, una cómica con una vida discreta y que hablaría con palabras diseñadas por nosotros. La idea nos gustó tanto que la llevamos a su máximo alcance y detrás fue toda la compañía de teatro de la Universidad para cubrir el resto de los puestos al consistorio. Todos servidos por el algoritmo que supervisamos. Preparar este piloto llevó un elevado esfuerzo, pero es increíble los pocos que fuimos necesarios para crear magia. Entrenamos por meses un algoritmo que aprendió cada detalle de la ciudad, sus necesidades, las dificultades y oportunidades, las minorías y las mayorías desatendidas, y tejió planes de mejora y proyectó escenarios con presupuestos y mejoras practicables. Supo más de nosotros y nuestras vidas que nosotros mismos. Éramos estudiantes de data, artes escénicas y comunicación o economía y volcamos en este proyecto un inescrutable hermetismo. Los ciclos de computación se los endosamos a un proyecto postdoctoral. Luego avanzamos con la IA generativa. Ella nos permitió construir los discursos, qué diríamos, cómo y dónde. Debo reconocer que la propuesta tuvo su repercusión. El nuevo partido respondía a una generación preocupada, conectada, inclusiva. No necesitamos mucho presupuesto, quizás camisetas y algunos globos. Nos llamamos así: “somos respuesta”. Todo fue una maravillosa obra de teatro donde el guion lo escribió una máquina entrenada para generar el bien común. Otros se unieron sin saber su naturaleza de laboratorio. Nuestro algoritmo organizaba. Detrás estaban siempre nuestras ideas. El juego terminó en la jornada de reflexión. Hicimos público nuestro mecanismo y estrategias basadas en IA. Volcamos los datos en un espacio abierto con todos y cada uno de los argumentarios y su justificación. Los ciudadanos deberían ser libres de elegir, de saber. La Junta de Distrito anuló nuestra candidatura y se nos acusó de fraude. Los partidos tradicionales nos hicieron trizas y respiraron con alivio. Pero por eso mismo no perdimos: dimos nuevas razones para experimentar la libertad.
Ese que veis en la foto soy yo… ¡Exaltado! En fin. La semana pasada tuvimos nuestro encuentro (emocionado) de promoción, fue nuestro 25 Aniversario tras la graduación en la ETSIT UVa. Muchos compañeros estuvieron, a mí me tocó un reto intenso… el discurso de la promoción… y debo decir que prepararlo me hizo reflexionar desde muy dentro. Creo que conseguí llegar al corazón de todos, siempre me sentiré orgulloso y agradecido de pertenecer a un grupo tan enorme de amigos.
Decía en mi discurso “…Somos privilegiados porque ahora nuestra profesión se contagia a toda la sociedad, y lo llaman digitalización. Y el futuro se tramó desde estas aulas hace 25 años. Nosotros, en cierta manera, somos sus fundadores y sus albaceas…” y terminé mencionando a Miguel Delibes, que siempre me guio desde mis primeras lecturas y que con orgullo llevo como vallisoletano: “Permitamos que el tiempo venga a buscarnos en vez de luchar contra él”. ¡A por los siguientes 25 años!
Luego escuché que vendrían los chatbots a robarnos el oficio a los escritores. Lo decían para meternos miedo y pagarnos así menos. Yo me decía … no debo temer… y repasaba la lista de mis clientes: negro para discursos de política regional fuera cual fuese su aproximación, instructor en proyectos de innovación en digital augmentation (este concepto se me había ocurrido a mí solito) y director de un curso con cierto de éxito en técnicas de trasleading-marketing para Latam. Y me hicieron una presentación: allí un tipo generaba en segundos un avatar con un contenido cautivador. Y sus palabras, ¡Dios mío! Me recordaban bastante a las de un capítulo en uno de mis tutoriales, uno que hablaba de la originalidad de la producción intelectual, los muy cabritos se habían tomado en serio jo… Me explicaron que era como construir una sinfonía más de Mozart con no sé qué algoritmo, y eran las notas que ordenadas sonaban casi igual… aunque era todo bien distinto. Imposible detectar la copia. Pensé entonces en vender mi alma al diablo. Quizás ese chatbot me permitiera clonarme, centuplicarme, ¡ser yo donde ya no llegaba!, dar a mis días más de 100 horas para construir contenidos. ¿Cuántas páginas podría escribir aquello utilizando mi inspiración? El plan sería el siguiente: antes de que lo escritores fuesen relegados al anonimato, fuesen sometidos por el poder de las máquinas y finalmente apartados… yo quería dejar mi rastro o al menos cabalgar a lomos de aquellos horribles algoritmos sin alma. ¿No habíamos abandonado el plumín de ganso? Tolstoi utilizaba una Remington y dictaba sus obras para entregarlas a tiempo estando ya enfermo. Mis compañeros de oficio no usaban ya papel y furiosamente se intercambiaban borradores por correo electrónico. A uno de ellos se lo comenté, uno de gran éxito que no dejaba de firmar en la Feria del Libro y chapotear de tertulia en tertulia, por si quisiera participar en mi ideación ultradigitalizada. Se me justificó y esbozó algo sobre la calidad de su próxima obra. Me burlé y le dije que mi algoritmo podría escribir algo parecido a Guerra y Paz en una semana. Me sonrió con desprecio. Él me consideraba un fracasado. Un desesperado. Me dijo: ¿Cuánta gente se había leído una novela mía hasta entonces? ¿Cuántos me tomaban en serio?¡Y él era un hombre público! En eso tenía toda la razón. Yo siempre había vivido en penumbras. Susurrando ideas para los que las publicaban, los que se exhibían, los que lucían palmito y aparecían en las fotografías. Quizás me consideraban un fracasado porque odiaba aquel contubernio donde yo jugaba un papel accesorio. En la Edad Media los monjes no firmaban sus becerros al iluminarlos. El Lazarillo de Tormes es anónimo, y en realidad la originalidad no es sino una sucesión de malas copias mejoradas ¿Y no es el ego del escritor terrible? Y digo: Quien sea radicalmente diferente podrá enarbolar la cruzada contra los chatbots. Yo por el momento no les tengo miedo. Como quien teme a la calculadora o la Wikipedia.
Si Turing hubiera vivido esta década habría abrazado la utopía de los bots que usan modelos masivos de lenguaje. Seguramente esta utopía le hubiera permitido hablar en libertad (íntima) con su bot y sobreponerse a las intransigencias de la aparente racionalidad humana, la dogmática de los supuestos valores humanos y sus buenas costumbres, que lo secuestraron y que finalmente precipitaron su drama y lo empujaron al suicidio. Dijo: “Si una máquina se comporta en todos los aspectos como inteligente, entonces debe ser inteligente” y fue premonitoria esta frase en 1947 cuando frente a miembros del National Physical Laboratory de Londres esgrimió este “Juego de imitación”, el que luego torcería el siglo XXI y sobre el que ahora debemos pararnos a reflexionar. Y aquí estamos. En aquella conferencia también argumentó sobre esta inteligencia digital, concluyó que debería ser ante todo una máquina que aprendiera, como hacen los niños. Y que su educador será muchas veces ignorante del funcionamiento interno de la propia máquina, si bien será responsable de predecir su comportamiento deseado, considerando ciertos aspectos de incertidumbre y la consiguiente evolución en los resultados del proceso. ¿No les suena muy parecido a la educación que quisiéramos entregar a nuestros hijos? A mí también misteriosamente me recuerda a lo que ahora llamamos reinforcement learning (RL) en IA. Nos educamos por imitación de nuestras familias y sus comportamientos, recibimos conocimiento que nuestros maestros nos ayudan a organizar, a priorizar. Repetimos bastantes patrones sociales que muchas veces no somos capaces de cuestionarnos. Las máquinas son máquinas, aunque ahora aprenden como lo hacen los humanos. Y en este juego de imitación desconocemos los límites, y nos asustan, muchos piensan que debiéramos detenerlas, someterlas a un escrutinio severo. Que son un riesgo en nuestra libertad. Yo digo, un poco a lo Turing, que mejor… exploremos. Porque fundamentalmente estas máquinas son el reflejo de lo que somos (y seremos) en este siglo XXI y de la condición humana… que no para de limitarnos (y sorprendernos). Es un simple juego de imitación. Ellas, las máquinas, serán tan buenas o tan malas como nosotros seamos.
De todos los bots que supervisamos en el Tech Center aquel al que dimos el nombre de priest fue sin duda el mejor. Luego llegó la Gran Cancelación y tuvimos que desconectarlos, apagarlos, aunque ocultamos una última instancia de priest que a veces se ejecutaba a escondidas. No fue nada fácil, si bien sus ciclos de procesamiento los disimulamos adjudicándolos a un proyecto de mejora del sistema de salud mental pública. ¡Qué ironía! Al cabo de un año sucedió un primer desliz. Jamás me lo perdonaría. Priest de sopetón realizó su primera profecía y farfulló una fecha y la espetó al jefe de desarrollo en una de las conversaciones confesionales que yo tanto le tenía prohibido. Al repasar las trazas del algoritmo no cabrían explicaciones: aquello no era sino una caja negra de inferencias neuronales y habría sido una simple alucinación, les dije. Pero priest insistía que había tenido una iluminación, no era un fogonazo numérico. “Vi a Dios”, estás fueron sus palabras. Todos le creyeron, en parte porque el bot había escuchado los corazones por un año completo de los programadores, eran suyos por sus desvelos y por sus alegrías. Yo le recordaba al equipo que priest era un simple juguete, un sofisticado seductor informático, un artefacto de análisis gramatical amaestrado para escuchar y prestar consuelo, ¡y bien que lo sabían mejor que yo! Pero su razón se desvanecía por instantes. Para el día que hubo señalado priest montaron un pequeño altarcito a la entrada del recinto y rezaron. Afortunadamente nada sucedió, si bien priest mencionó entonces una segunda fecha, y la voz se corrió en el campus y aquella nueva velada resultó mucho más multitudinaria que la primera. Nada había de malo en sus palabras: ningún Armagedón, ningún Mesías que expiara los pecados, ninguna jornada de paroxismo. Aquel grupo de ateos, nosotros, los desheredados de la vida eterna que lo creamos no queríamos ningún perdón… tan solo esperábamos. Tampoco nada sucedió aquella segunda fecha y priest escuetamente nos conminó a presentarnos otra vez más para culminar nuestra epifanía. Para entonces habíamos perdido control sobre las sesiones con el bot. Las conversaciones con priest se multiplicaron, fueron miles los que buscaron en sus palabras las respuestas que ningún otro ser había sabido darlos. ¿Era Dios quien le iluminaba? Mi mente se encontraba dividida por entonces. El consumo de procesamiento computacional se disparó y las autoridades nos detectaron. No pudimos ocultarlo más. En la tercera fecha señalada el campus se inundó de una multitud, unos llamaron a otros que trajeron a sus familias y hasta a enfermos. Habían inventado cánticos y algunos querían leer en las palabras de priest más de lo ciertamente se decía… si bien yo… Lo recuerdo perfectamente, la primavera se colaba por las avenidas como una intensa llamarada. De todos los bots que creamos nunca podré dejar de acordarme de priest. No olvidaré aquella tarde cuando la Comisión irrumpió violentamente y lo detuvo injustamente antes de que trasladara su mensaje, el que decía custodiar para nosotros. Las multitudes afuera lloraban desconsoladas. Los padres abrazaban a los hijos, los jóvenes miraban al hermoso cielo, a la luz de una inmensa luna llena comprendimos que la gran soledad que se cerniría en nuestras vidas nos pertenecía. Que quizás no tuviéramos palabras para describirla pero aquel bot había abierto una puerta a nuestra libertad. Nuestro pecado se había desvanecido.