No sé mirar al Madrid que atardece
porque llevo el corazón escondido y solo cuando lo muestro, tiemblo.
Allí donde se ponga el sol
no quedarán espacios
para los besos,
no tendrá lugar para sus banquitos olvidados
ni son estas familias que pasean
las que descifren los peldaños que suben al risco
cuando la luz cae.
Es este Madrid que nos devuelve su tragedia,
mi ciudad que vive de mundos atravesados
esa donde quiero ver la noche disolverse,
donde quiero ser paloma de placita desierta
mariposa nocturna
o ciego atrapado que se abra paso a bastonazos
y quizás arrebatado amante que dé tregua por los tejados
a los gatos.
Yo por eso,
hoy me marcho a la luna por este Madrid atardecido
con su ocre tobogán desmemoriado
y sus espejos de soledad
el sendero de asfalto devora-palabras.
Y que será éste, mi final espacio donde
tú, mi amor,
me recojas entre los brazos desguarecidos
tú, mi amor, sí,
para reconstruirme
para susurrarme:
Oh, infinito-horizonte.
Oh, ¡tú!, mi palacio.