El oprobio de los 85 #85acumulanlariquezade3500millones

Mikelow creía que todo mantendría  su justicia y su equilibrio aproximado. Era cuestión de tiempo, se decía.  Pensaba que sin estos someros argumentos todos viviríamos diciendo “…Quien muere a hierro…”. Y esta singular justicia humana no obstante se infiltraba con excesiva lentitud, y en su parsimonia los ricos lo eran un poco más. Tal vez no era éste el dilema último sino el de no poder contestar a la pregunta de, “Pero, por cuánto tiempo…”

Por eso cuando un día leyó…

85 ricos suman tanto dinero como 3.570 millones de pobres del mundo

…supo que la cifra se aproximaba a su límite. Estaba colmada.

No eran los edificios grises y poderosos de Manhattan, no eran las playas arrinconadas y frías de Long Island donde los más afortunados disfrutan. Eran los 6.000 millones de brazos que se alzaban. Era el comercio esclavo del siglo XXI. Era la civilización que se arrojaba al humilladero, el oprobio de la riqueza injustificada.

En aquellos momentos se detenía frente a los muelles del Hudson y con el hermoso skyline de fondo, contemplaba la gran manzana podrida, y mientras, mordía un palillo entre dientes gritando:

-¡Vergüenza!

 

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2013 o el año que se asó la manteca

A Mikelow, por año nuevo, le regalaron un libro de poemas que decía más o menos lo siguiente:

Increíble / porque llegó el tiempo de la manteca, el crudo y final desenlace vano, / como cuando te levantas de madrugada, /y por cierto, haciendo frío / y en el cielo se dibuja un color «blur», un sabor a ombligo y a sexo, / un olor a masturbación plácida.

Mikelow disfrutaba con aquella basura pseudoliteraria. Se entretenía desentrañando el galimatías de sus versos, flagelándose, expiando sus miserias. Se preguntaba, “¿Qué cojones es aquello del tiempo de la manteca?”

Había comprado también el periódico aquel primer día del año y allí se leían banderas barajadas en colores y tipos que bajaban de Audis a toda prisa: eran los trovadores y talibanes y comerciantes de mercurio que habrían follado a sus hermanos por tan siquiera un trozo más del queso del poder. El parmesano embriaga, aunque sin duda, el curado de oveja, si viejo, es el mejor…. ¿o tal vez no?… ¡No!… porque en realidad lo que más les gustaba, aunque nunca desentrañarían su secreto ni lo reconocerían aquellos poderosos, era el tiempo dedicado al asado de manteca.

Y Mike sonreía amodorrado, al repasar los artículos del periódico, aquel primer día del año.


 

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Here comes the sun #Invierno

Contra la sierra de fondo y en algún apartado recoveco de ella Mikelow detuvo el automóvil y ya afuera tuvo el tiempo justo para mirar al cielo. Pronto se cernirían las lluvias aunque ahora esto le daba lo mismo. Lo importante era sentir aquel calorcillo que rebotaba en la piel.

Y pensó que lo mejor de no estar muerto era que aún podría fumarse un pedazo de vida. Y suspiró.

Mientas, en el maletero  del vehículo alguien golpeaba, estaba maniatado y amordazado. Mikelow se acordó de él, por supuesto, había que entregar cuantos antes aquel paquete a su cliente. Aquello era simplemente trabajo, pero no podía quitarse de la mente que su corazón latía y precisamente ella se encontraba demasiado lejos en aquel instante.

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Y sin embargo… #Sabina

Mikelow se compró un DVD de esos de Sabina en el rastro de Sunset Boulevard; era usado, estaba gastado, hasta diríase que era la merma de un puto bazar chino. Solía llorar con estos chismes, reconocía que los poetas eran todos unos cabronazos. Acompañaba estos momentos con un chupo de Don Julio y aquel veneno era taimado, como la boa constrictor cuando se atraganta en un paritorio.
Él era así un hombre solitario y daría su corazón por mitigar aquella sombra en el entreacto de las palabras de Sabina. Las palabras eran  justas y premonitorias. Fuera, la lluvia ardía.
A Mikelow no le restaba mucho más tiempo. Y sin embargo daría con sus huesos con una cualquiera, y sus besos serían la carnaza apercibida.

 

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My name is Lolita #50años Marilyin

El cabronazo de Mikelow tenía una «blonde» por amiga, una de esas a la que habrías entregado el alma sin pausa. La niña decía cuando se presentaba «my name is Lolita», así, tan cándidamente, y a su alrededor el mundo se paraba. Alguien me contó que habían intentado con ella casi de todo. Finalmente había confesado su edad, aunque nadie le creyó en demasía. Era parte del juego. Entre un mar de tequila reposado y la imposibilidad de su deseo comprendimos la tibieza de Mikelow. Comprendimos que Lolita habría sido nuestra madre, habría sido nuestra amante más exhibida en las cien cuadras del Bronx, pero por nada habría sido nuestra amiga.

Entonces ella se hundía entre los brazos de Mikelow y se escapaban entre las nieblas del río Hudson. Era una mujer-niña, delicada, herida por la vida. Donde los hombres acecharon Lolita ofreció sus heridas y Mikelow sonrió.


 

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El sendero del elefante no se bifurca

>Está es la introducción a mi nuevo libro de poesía.


Cuando escribimos somos lo que somos, no podemos ir ni un ápice más lejos. Somos animales y de nuestra carne se caen los huesos, se caen las anchuras, nuestras nulidad y luego hasta nuestro olvido. A veces se deshacen tantas cosas a un mismo tiempo que pareciéramos un árbol desmochado, con ramas como brazos y manos sin hojas. Tan sólo sirven para golpearnos, hacernos daño. La poesía no es ficción, la poesía es entraña exhibida.

Transitamos nuestro sendero y debemos hacerlo con la férrea volunta del elefante. Saben, pues así firmamos un «CUSTOMER AGREEMENT » con la vida y después ya no podemos salirnos del marco establecido: ¿o tal vez no…? Quién tenga cojones que tire la primera piedra. Y miramos al mundo y nos estremecemos de pánico y entonces quisiéramos malograr la «TORTUGA QUE AVANZA»: nuestra visión critica, la negación al idealismo, la denuncia al comprender la hostilidad de nuestra existencia. Y de aquí la posterior huida, la reclusión espacial, el alegato del eremita y la «SOLEDAD DEL COSMONAUTA» que nos permita a lo menos levantar altas barricadas. Que nos conceda algún tiempo fuera para pensar, y lanzarnos así a la piscina fría del «CIELO DIRIMIDO». Y es que todos luchamos por este cielo, pero todos los cielos tienen su fin, los buenos, pero sobre todos los malos. Lo peor es cuando nuestra esta lucha es falseada como traición al camino certero, y compramos el éxito fosco y la materialización de los valores equivocados. Muchas veces creemos que la vida se mide por el tamaño de lo que tenemos, no de lo que somos. Esto produce mucho dolor. Por esto quisiera presentar a «MIKELOW». «MIKELOW» es un descreído porque ha comprendido lo anterior, aunque de mala gana. Y ha roto sus vínculos emocionales con la esperanza. Es un alma destrozada en busca de justicia. Recorre el mundo e investiga, busca los culpables para castigarlos atrozmente, pero nadie lo busca a él. Éste sería un final triste a mi propuesta de relato poético, de camino de vida, pero definitivamente creo en nuestra capacidad de reencontrarnos, de redefinirnos, de saber y querer despertar a la pesadilla. Por eso termino con los «POEMAS DEL HOSPITAL», porque somos sobretodo vida, y segunda oportunidad si nos equivocamos. No es el concepto de salvación cristiana, es el concepto de la superación vital. Pasar hoja para seguir, conocer dónde fracasamos, reencontrar los cimientos y motores de nuestro yo. Por eso el camino del elefante no se bifurca.

Y saben, cuando me descubro a mi mismo flagelándome me pongo a escribir en seguida. Sucede que da rabia porque muchas veces no sale nada. Luego me llaman al móvil y tengo que seguir trabajando, y lo hago con la razón y la predisposición del administrador que toquetea un dinero del que nunca fue dueño, y que sueña con la obligación del éxito aunque sea pagado con la nómina del pan y la sal. Así es el trabajo, que no da para ser poeta a tiempo completo.

Creo en la poesía-tenaza, poesía capaz de amalgamar nuestros corazones amantes de padres e hijos, de empresarios histriónicos y curritos de cuello gris, de mendigos con cínicos y de hasta críticos y beatos de barra de bar… la poesía es intención, es acción. Y no paramos de vernos desnudos todos a un mismo tiempo. Por eso describo mi biografía en el siguiente poemario y la veo cruelmente paritaria, y mi objetivo último sería arrancarles una sonrisa cómplice. La poesía se pare y los hijos que quieran leerla los alumbra la incomodidad de entrever sus pasiones y vicios en ella: y sobre todo, que les aproveche…

Foto de portada: Fernando de la Iglesia (meseon.es)

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La oración de Caronte

>Tras el funeral, que fue más bien breve, Mikelow paseó hasta llegar a los muelles del “Wide-end”. Los rallos cansinos del mes de marzo se desconchaban en los rizos grises y cobalto del río Hudson. Las gaviotas penduleaban ociosas sobre los mástiles de los pesqueros o las cisternas-ataud de los petroleros, camino del Golfo.

Como si el silencio hubiera llenado los recovecos y estancias nínfulas del corazón, el río se agostaba, se interrumpía mansamente y alcanzaba las aguas del Atlántico. Se asomó a la barandilla, al final del paseo: a sus pies, un pequeño dique, y al fondo, una pequeña embarcación, pintada a franjas negras y rojas, donde el capitán esperaba pacientemente la llegada de su presa. Se pasó, quién sabe cuántas horas, días, hipnotizando el horizonte de fondo. Todo fue en vano.

El tiempo se había consumido por completo, apenas restaba el justo instante para entonar la oración de Caronte.

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Natalicio

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Por Navidad, Mikelow se vestía de charro, botonadura de oro y plata, y con su guitarrón y boca bronca se colaba en los garitos de Madison Street a cantar a las fulanas.

No sabía un solo corrido completo y por su acento de irlandés arrepentido, las frases en español sonaban ininteligibles o rajadas, pero al rasgar aquellas cuerdas, las mujeres quedaban seducidas y todas cantaban al son, tristes o enajenadas.

Fuera, las lucecitas de múltiples formas, los centros comerciales rebosantes y saciados o el propio estigma de unas Navidades nevadas. Y Mikelow no habría cambiado por nada aquellas veladas, y menos por una sesión jazz en la cocina con una rubia aterciopelada de Mahattan, porque en aquellos ojillos, las pobres mexicanas ilegales, se contenía la esperanza de un mejor tiempo por llegar, al otro lado de Tijuana, una vez cruzado Río Grande.

Por entonces nunca se acostaba con ellas y recogía papelitos con sus teléfonos para pincharlos en la nevera, como si aquellos pequeños testigos, justificasen por si mismos la propia venida del Natalicio.

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Gran Eva

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Mikelow:

en las calles de Manhattan
hoy los ejecutivos se masturban,

y se hacinan reservados
para cuadrar sus números impíos.

Hoy he visto sus burdeles,
vi los parkings de los bancos repletos;

Allí, fornicaban con los mendigos,
en la danza sorda de la “Gran Eva”

PD: Espero que aún recuerden a nuestro entrañable detective, Mikelow.

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>Amigos, este mesecito de Agosto lo dedicaré al relajo. Hasta los poetastros necesitan un tiempo de asueto para lamer las heridas y escribir para si mismos. Perdonadme si el ritmo de publicación se resiente. Es la canícula, también.

Mikelow voló, en sueños alcanzó por fin el alto otero para reposar junto a la lechuza.

La lechuza tenía ojos tristísimos; Ojos cansados por la espera.
La noche seducía su grito acartonado, híbrido, de miembros desproporcionados: Era la noche digna.

Las palabras de la lechuza silbaban, Mikelow se agita entre fiebres en la cama.
Hay en la meseta de Alabama un calor tórrido de Agosto, un sabor a rancho viejo, un olor a película quemada.

En el motel de carretera, Mikelow sueña su destino de transeúnte.
A veces quisiera arrancar del narrador palabras mágicas de consuelo.

Cuando despierte el detective,
tomará su café con galletas, el Ford Galaxy, y del camino, un plano de carretera por compañero.

Hoy se marchó el viejo Mikelow de viaje.
En las barras de los clubes, las putas beben ron cubano:

Mikelow y sus bermudas, marcando el estribillo, la música en la radio.

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