Cuando el amor se contaba por los segundos que pasamos
desaparecidos,
esparcidos en la noche;
éramos dueños del tiempo,
del calor
del verano;
¿recuerdas el olor a menta
-aquel camino cuyo final
atisbamos-?
Allí crecían los cerezos.
Con perenne y machacante soniquete
retorna este pensamiento,
con tu voz,
fue la sal que curtía las entrañas,
y la pimienta que nos aviva
el dulce
sabor
de las cerezas.