El palacio de justicia

La prisión y palacio de justicia del condado tenía dos puertas. La mayor de ellas, una hermosa puerta enrejada, permanecía cerrada no se conocía desde hacía cuándo. Así que el acceso se realizaba habitualmente desde la otra, mucho más pequeña, apenas una puerta de madera de nogal macizo; si bien en sus tiempos debió ser hermosa, hoy se había degradado a fuerza del tránsito constante de los carros con las avituallas de la prisión, los familiares de los presos y cualquier otro que saliera o entrase del lugar, y a primera vista ofrecía un aspecto lóbrego, repugnante y a todas luces, impropio de un edificio público.

No obstante, todo aquel que quisiera acercarse y pedir justicia a Humboldt debería primeramente cruzar por aquel lugar.

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El oprobio de los 85 #85acumulanlariquezade3500millones

Mikelow creía que todo mantendría  su justicia y su equilibrio aproximado. Era cuestión de tiempo, se decía.  Pensaba que sin estos someros argumentos todos viviríamos diciendo “…Quien muere a hierro…”. Y esta singular justicia humana no obstante se infiltraba con excesiva lentitud, y en su parsimonia los ricos lo eran un poco más. Tal vez no era éste el dilema último sino el de no poder contestar a la pregunta de, “Pero, por cuánto tiempo…”

Por eso cuando un día leyó…

85 ricos suman tanto dinero como 3.570 millones de pobres del mundo

…supo que la cifra se aproximaba a su límite. Estaba colmada.

No eran los edificios grises y poderosos de Manhattan, no eran las playas arrinconadas y frías de Long Island donde los más afortunados disfrutan. Eran los 6.000 millones de brazos que se alzaban. Era el comercio esclavo del siglo XXI. Era la civilización que se arrojaba al humilladero, el oprobio de la riqueza injustificada.

En aquellos momentos se detenía frente a los muelles del Hudson y con el hermoso skyline de fondo, contemplaba la gran manzana podrida, y mientras, mordía un palillo entre dientes gritando:

-¡Vergüenza!

 

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Jesús y Gandhi #noviolencia #FHR

Era de mirada tan humilde que se habría dejado partir el corazón por los adversarios sin oponer resistencia. No era una impostura. No era falta de asertividad. No era éste un afán “masoca” por adquirir protagonismo. No era un ser dominado por interés torticero alguno, por llevarse el gato al agua. Escuchaba, escuchaba, asentía y blandía una comprensión infinita, una paciencia de caimán, la vejez del loro que verá derrumbarse el cuerpo del amo que lo encadena, la insistencia de la tortuga por retornar a las mismas playas y dejar huevos fértiles.
-¿En qué se parecen Jesús y Gandhi?
Era su acertijo para nuestro encuentro. Jonás le sonrió. Abrió la bocaza, dejó resbalar cuatro frases absurdas, luego se dio por vencido. Bostezó. Por entonces éramos tres: FHR, Jonás y un servidor. Un trío calavera, un grupo conspirador, una célula durmiente de no-se-sabe-que-activismo-no-violento, aunque fundamentalmente él lo era todo de todo, puesto que Jonás y yo acompañábamos sus reflexiones como lo hacen los ceros a la izquierda de una cifra imaginaría. Tosí y dije cualquier chorrada, ya que era mi turno.
Él me sonrío, y dejó que me explayara a gusto, que extendiera mi argumentación “a piacere”, la matizase, la adornara, la construyese hasta dejarla hermosa e irrebatible. Jonás se atusó la calva, en sus ojillos arrastraba un encaje de burla.
Finalmente respiré bien hondo y comprendí la trampa. Fue que dije:
-Joder, ni puta idea…
Todos los reímos. FHR se recostó sobre nosotros, enarcó las cejas, para que por fin en un hilo de voz firme nos desvelara:
-Ambos usaron la misma estrategia: primero te ignoran, después se ríen de ti, luego te atacan, entonces ganas.

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FHR #noviolencia

Imagino que sus iniciales no les sonarán y son para el público referentes de un completo desconocido. Pero a mí sí, ya que coinciden accidentalmente con las de mi nombre: FHR. Pero se quedará tan solo en eso, pocas similitudes más existen con las coordenadas de mi vida y no las busquen ni las pretendan, aunque gracias a esta feliz coincidencia tuve el primer conocimiento de su existencia. Me he resistido a hablar de él hasta este momento, y bien que me ha pesado en mi ánimo y espíritu. He vivido obsesionado estos últimos años con sus andanzas, sus devaneos y aventuras. Cabe la sorpresa de ver como alguien como FHR haya permanecido ajeno al runrún de la opinión pública. Pero ahora tengo la explicación: es un líder hecho de otra pasta.
Sus andanzas han llenado plazas, han llenado polideportivos, han convocados marchas en las geografías del país, aunque nada, absolutamente nada de ello ha permeado en los medios de comunicación, sea cual fuere su cobertura o formato, lo mismo da. Resulta incomprensible, y seguramente frustrante, y sin embargo, nadie sabe por qué, FHR insiste una y otra vez en su voz. Gurú, Mesías o seguramente, loco, sus palabras viajan por el aire y si todos hablan de ellas, lo hacen siempre en cenáculos o contubernios privados. Están ahí sin figurar, sin resplandecer.
Son como el viento, y tal vez, como la nieve que si bien cubre y pinta las cumbres de resplandor blanco, llegado el deshielo desaparece, pero se infiltran entre las rocas y rellenan los acuíferos o resbalan por los arroyos hasta las grandes cuencas.
Quiero hablar ahora de las grandes palabras de FHR, y estas palabras nos hablan de la no violencia que transformará nuestras vidas.

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El silencio de las cigüeñas y del héroe en #Valladolid

 

Sabía mantener la vista fija como nadie. Elegía un objeto, lo poseía en su interior, lo tomaba, lo repetía mil veces.

Lo estático. Su dominio. En el sexo, lo pasivo. Círculos. Pi. Sin fin. FIN.

Odiaba los finales.

Odio los finales. No les soporto. Es perecer. Imagínate, aquella aguja donde se posan las cigüeñas. Me planto y las domino. Ellas no me ven y pronto sabría más de ellas, cada movimiento instintivo, el rizado del plumaje, sería una más, así hasta confundirme, sin pulso, me nacerían las alas, volaría…

Lo dinámico  parecía confuso. No era estable. Ser consciente de la perpetuidad de una posición, sus detalles.

Te arrojas al cielo. Azul sin nubes. Limpio. Constante. Eyaculas. Terminas. Comienzas. Centras toda tu pasión en un momento fijo, tan inamovible. La recoges entre tus brazos y la besas. El beso es corto, pero si lo mantienes en la cabeza, lo congelas. Sabes, el beso resulta ser la aguja con las cigüeñas, vives y sólo vives para este beso, ni eso, es la imagen fija del beso que te repites. La vida es así. Sé parar el tiempo. Te miro, brillan los ojos y amo tu brillo, amo el momento.

Era el dominio del círculo. Señalaba las cigüeñas. Guiñaba los ojos al sol mientras lo repetía. Me había contado que mantuvo fija la mirada frente al espejo más de seis horas. Después se quedó dormido. Había memorizado su rostro y no podía olvidarlo. Memorizó el gesto, el reflejo, la luz, la piel, las cejas, mantuvo la impresión en la vigilia, la petrificó. Grabó el espejo. Durmió y el espejo siguió dentro.

Nunca creí su historia. Evidentemente exageraba. Sabía fijar la mirada, absorber al contrincante, desnudarlo, examinarlo. Media, tres cuartos, dos horas. No contra sí. Ni soñar con uno mismo.

Arrebato. Vampirismo. Pronunciaba detenidamente las palabras.

-Una vez –se reía– cuando conocí una tía, le propuse joder en silencio. La desnudé. La poseí. Se extrañó. ¿Qué haces?,  en un descuido la até a la cama. La penetré. Al principio ella se resistió, pero cuando comprendió se mantuvo quieta. Y lo hicimos.  Ves la cigüeña. No son horas. Es un siempre. Siempre estuvimos ella y yo, encima y debajo, en silencio, mirándonos la boca, gozando. Lo entiendes. Somos así.

Y se reía aún más.

[Vídeo cortesía de Xandocandra@hotmail.com y copyright del texto, fragmento de Héroe Local]

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2013 o el año que se asó la manteca

A Mikelow, por año nuevo, le regalaron un libro de poemas que decía más o menos lo siguiente:

Increíble / porque llegó el tiempo de la manteca, el crudo y final desenlace vano, / como cuando te levantas de madrugada, /y por cierto, haciendo frío / y en el cielo se dibuja un color «blur», un sabor a ombligo y a sexo, / un olor a masturbación plácida.

Mikelow disfrutaba con aquella basura pseudoliteraria. Se entretenía desentrañando el galimatías de sus versos, flagelándose, expiando sus miserias. Se preguntaba, “¿Qué cojones es aquello del tiempo de la manteca?”

Había comprado también el periódico aquel primer día del año y allí se leían banderas barajadas en colores y tipos que bajaban de Audis a toda prisa: eran los trovadores y talibanes y comerciantes de mercurio que habrían follado a sus hermanos por tan siquiera un trozo más del queso del poder. El parmesano embriaga, aunque sin duda, el curado de oveja, si viejo, es el mejor…. ¿o tal vez no?… ¡No!… porque en realidad lo que más les gustaba, aunque nunca desentrañarían su secreto ni lo reconocerían aquellos poderosos, era el tiempo dedicado al asado de manteca.

Y Mike sonreía amodorrado, al repasar los artículos del periódico, aquel primer día del año.


 

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Here comes the sun #Invierno

Contra la sierra de fondo y en algún apartado recoveco de ella Mikelow detuvo el automóvil y ya afuera tuvo el tiempo justo para mirar al cielo. Pronto se cernirían las lluvias aunque ahora esto le daba lo mismo. Lo importante era sentir aquel calorcillo que rebotaba en la piel.

Y pensó que lo mejor de no estar muerto era que aún podría fumarse un pedazo de vida. Y suspiró.

Mientas, en el maletero  del vehículo alguien golpeaba, estaba maniatado y amordazado. Mikelow se acordó de él, por supuesto, había que entregar cuantos antes aquel paquete a su cliente. Aquello era simplemente trabajo, pero no podía quitarse de la mente que su corazón latía y precisamente ella se encontraba demasiado lejos en aquel instante.

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Y sin embargo… #Sabina

Mikelow se compró un DVD de esos de Sabina en el rastro de Sunset Boulevard; era usado, estaba gastado, hasta diríase que era la merma de un puto bazar chino. Solía llorar con estos chismes, reconocía que los poetas eran todos unos cabronazos. Acompañaba estos momentos con un chupo de Don Julio y aquel veneno era taimado, como la boa constrictor cuando se atraganta en un paritorio.
Él era así un hombre solitario y daría su corazón por mitigar aquella sombra en el entreacto de las palabras de Sabina. Las palabras eran  justas y premonitorias. Fuera, la lluvia ardía.
A Mikelow no le restaba mucho más tiempo. Y sin embargo daría con sus huesos con una cualquiera, y sus besos serían la carnaza apercibida.

 

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My name is Lolita #50años Marilyin

El cabronazo de Mikelow tenía una «blonde» por amiga, una de esas a la que habrías entregado el alma sin pausa. La niña decía cuando se presentaba «my name is Lolita», así, tan cándidamente, y a su alrededor el mundo se paraba. Alguien me contó que habían intentado con ella casi de todo. Finalmente había confesado su edad, aunque nadie le creyó en demasía. Era parte del juego. Entre un mar de tequila reposado y la imposibilidad de su deseo comprendimos la tibieza de Mikelow. Comprendimos que Lolita habría sido nuestra madre, habría sido nuestra amante más exhibida en las cien cuadras del Bronx, pero por nada habría sido nuestra amiga.

Entonces ella se hundía entre los brazos de Mikelow y se escapaban entre las nieblas del río Hudson. Era una mujer-niña, delicada, herida por la vida. Donde los hombres acecharon Lolita ofreció sus heridas y Mikelow sonrió.


 

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Los tiempos de Humboldt (VIII). La gran puta.

Humbdolt tenía una amante, díscola y hormonada. Pero ella le engañaba constantemente sin él saberlo. Y aunque él se creía el dueño de sus piernas (las dos), ella se entregaba con desdén a cualquiera que se lo pidiera. No era un contubernio monetario, que era la praxis de la filosofía del dictador: todos somos útiles hasta el instante mismo que dejamos de serlo.

Ella entonces le besaba y le restregaba con furia su lengua y sus valores. Y respondía mimosa: «Me tendrás justo el tiempo que veas utilidad en mi. Del resto, cariño, me encargo yo misma…»

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