«Procuremos más ser padres de nuestro porvenir que hijos de nuestro pasado» #COVID19 #día32 #2051

El año 2020 había sido planificado para ser un gran año. Durante el otoño de 2019 en Madrid se reunieron los países más avanzados para pactar el que sería el definitivo encuentro de sostenibilidad global. El vaticinio estaba conjurado: había que dar pasos rápidos, acelerar el ritmo de lo que llamaron la descarbonización, el abandono de los combustibles fósiles, o de lo contrario el planeta divergiría en una especie de camino sin retorno, una suerte de distopía con los polos derretidos y la lluvia ácida aniquilando todos los bosques. Aquello sonaba retador, desafiante… pero ¿quién demonios apretaría el freno de mano de sus industrias?¿Quién detendría el progreso aduciendo el fin de la humanidad?¿Quién daría un paso adelante y decidiría cambiar el timón del mundo? Muchos temían que aquello discutido en aquella conferencia no fuese sino una pose, un mar de buenismo, una excusa para viajar a Madrid e irse de tapas. China, India… junto a los ciertos países asiáticos que eran fábricas del otro medio disentían de bastantes de las medidas; y también EE.UU. y todo aquel que tuviera algo que perder en aquella suerte de pactos y armisticios al sistema económico. Nadie quiere dejar de ser rico, nadie quiere cambiar su estilo de vida, ceder la mano a un potencial rival o dar aliento al débil. Además, los europeos tenían otros problemas que por entonces (¡miopes!) les parecían más acuciantes: lo llamaron Brexit, por ejemplo. Europa se desgajaba en aquel hermoso ocaso de las sociedades avanzadas, sociedades que vieron colmados sus derechos. Que transitaron a populismos porque sus democracias ya los aburrían. Era la joputa «Europa de los mercaderes», así muchos la llamaban, la que se contorsionaba en una Babel de lenguas, en un sinfín de privilegios y micro-parcelas. Era la Europa que hacía de sus fronteras una excusa y una bandera, la egoísta y vieja Europa que recibía los cayucos de Argelia o de Libia, la que era asaltada por aquellos jóvenes de piel color marfil a los que la vida no les significaba mucho. Era la Europa que gesticulaba en el Comité de Seguridad de la ONU y que mientras disparaba a los inmigrantes cuando transitaban por Hungría, la que dejaba morir a niños en la playa de Lesbos, la que vendía a Turquía los cuerpos de aquellos que fundaron la civilización occidental, en Siria, casi cinco mil años antes, y que ahora huían con el pavor y el odio de las ideas irreconciliables.
El año 2020 debería haber sido un gran año, muchos lo pronosticaron. El año de las Olimpiadas de Tokio, las más tecnológicas, con el tren bala, por ejemplo. El año del fin de las tensiones entre EE.UU. y China. El año del lanzamiento del nuevo iphone.
Y sin embargo… el que fue llamado COVID-19 llegó para trastocarlo todo. Para asentar un dramático golpe al denominado progreso universal. Muchos dijeron que era la última arma biológica y se excusaron para señalar con más ahínco a su enemigo. Unos decían que quizás hubiera sido creado por China y en un incomprensible proyecto de automutilación experimentaron con la ciudad de Wuhan para ser luego los primeros en recuperarse. Otros, generalmente aquellos enfrentados a los anteriores, creyeron ver en el COVID-19 otro VIH, la neopandemia pero que esta vez machacaría a los viejos. Lo cierto es que fue este el año de la gran reclusión, la primera y quizás por eso la más odiada y recordada. Muchos vieron en aquella reclusión una última salvaguarda de sus privilegios. Los pobres no disponían de aquello tan siquiera y tuvieron que capear el temporal en sus barriadas, en sus infraviviendas, entre el mar de plástico, acianos, enterrados sin tan siquiera el reconocimiento de haber caído enfermos. Tan solo los ricos tenían la oportunidad a contar sus muertos.
Samuel G. y Gabriel también lo vivieron en sus carnes, aunque sin referentes previos. Sus familias no habían visto ninguna guerra anterior, al menos no habían participado directamente de ellas. Los años del hambre, de la precariedad, habían quedado muy lejos ya, y la España autárquica y franquista vivía reducida a los libros de historia y a manifestaciones de somnolientos y nostálgicos.
¿Qué aprendieron los chicos durante aquellos meses? Muchos años después se lo recordaría Benjamin a Gabriel a colación de la cernida tragedia de los «outros», la que derrumbó la humanidad de mediados del siglo XXI. Porque muchos fueron los que quisieron ver en la Gran Pandemia del 2020 un mundo en tránsito al nuevo milenio. Un mundo que perseguía una oportunidad de cambio. Quizás, esencialmente a un mundo mejor. La redención a todos los males, de la Amazonía prendida en llamas, de la soberbia y de la avaricia, de la celeridad de una sociedad que se consumía y consumía sin ningún propósito… salvo su afán masturbador. Años después, cuando «outros» llenaron las calles mediado el siglo XXI, Benjamin llamaría a Gabriel y le diría que ambas tragedias tenían su punto en común, y le recordaría que si bien el mundo se armó de buenos deseos «post-pandemia», nada de todo aquello se tomaría en serio, cuando se tocó el silbato y todos abandonaron la seguridad de sus huras y en manada, fueron lobos o hienas con fuerzas renovadas. Enterraron los muertos y no quedó nada de ellos salvo plaquitas doradas, y una generación de viejos que se fue directamente a la tumba.
En realidad, si quisiéramos recordar las vidas de Gabriel o del Samuel en la Gran Pandemia, ellos eran por aquel entonces unos jovenzuelos terriblemente optimistas, pues era éste su primer año universitario. Ellos empezaron a cursar una misteriosa y nueva titulación de nombre un tanto rimbombante, «Neural Engineering», gestada por aquella organización tan particular, la Fundación y a la que deberían tanto en los momentos sucesivos; vivían así, alejados del drama de las calles vacías y de las casas ocupadas por el miedo. Se les propuso a ellos, como medida excepcional, que mantuvieran el confinamiento en los laboratorios de la Fundación y ellos creyeron ver en todo aquello una suerte de acampada infinita. Tal era su curiosidad, inabarcable, ardiente, les faltaban horas del día para recabar información sobre computación cuántica aplicada a interfaces cerebrales, por ejemplo. Sin embargo, Benjamin, el tercero de los amigos, había quedado fuera, desterrado del sueño de sus otros dos compañeros. Sería el primer paso de la fractura que luego acontecería en sus vidas ya fuera del internado. Benjamin no tenía alma de científico ni de ingeniero, no se sentía con suficientes fuerzas para cambiar el mundo. Por aquel entonces mantenía una lucha salvaje por encontrarse. Por observar y definirse.
¿Y a qué se dedicarían ellos durante ese tiempo de reclusión? En principio a nada y a todo. Fuera, el mundo se encontraba detenido, Benjamin se lo explicaba a Gabriel. La naturaleza retomando cada uno de los rincones de la ciudad. Jabalíes circulando por las aceras. Aquella primavera el silencio se apoderó de las ciudades. Las empresas pararon, la economía se detuvo. La gente salía a aplaudir todos los días a las ocho y buscaba esperanzas en las palabras de sus vecinos.
Ni Samuel G. ni Gabriel entendían nada. El primero, sabedor de aquella oportunidad irrepetible, y de que no podía dejar escapar su escaso tiempo. El segundo que vivía en una especie de confinamiento interior. La enfermedad era un concepto ajeno para Gabriel. Feliz de poder dedicar toda su vida a sus propios pensamientos, deseando aprender de todas aquellas tecnologías que parecían prometer la vida eterna y la memoria perpetuada.
Benjamin hablaba casi todos los días con sus amigos por videoconferencia; eran charlas largas, sentados a mesa cenaban remotamente, se enseñaban vídeos y enlaces, hablaban de mujeres. En una de aquellas charlas, Benjamin les confesó que no había podido soportarlo y que había violado finalmente la reclusión impuesta por el estado de alerta. Fue la noche anterior y quizás por eso exhibía un aspecto especialmente cansado y lamentable: marchó a una fiesta prohibida, dijo, una de esas que se organizaban en algún cobertizo retirado de cualquier polígono industrial. Como no tenía coche había pedido prestada una bicicleta de carreras y había esquivado, aún no sabía cómo, al ejército y sus controles.
En la fiesta conoció a personas que le decían que el final de los tiempos estaba cerca. Bebían y cantaban, muchos de ellos eran jóvenes y no pensaban sino gozar de sus cuerpos. Quizás no se tomasen lo suficientemente en serio la amenaza de la pandemia o tal vez entrevieran un futuro gris. Uno de ellos era una morena tetuda que parecía haberse tomado varias copas de más. Decía que no era un tema de secta alguna, que mira cómo habían caído todos los países, unos detrás de otros. Benjamin asentía aparentemente interesado… aunque en realidad solo quería llevársela a la cama. Ella había hablado con otra amiga suya y le planteaba el mismo dilema: ¿Por qué todos los países han llegado tarde en este dislate de confinamiento?¿No será que todo dilataron las medidas «a drede»?
A Samuel G. le apasionaba pensar que detrás de todo aquello existiese un grupo animado por fines oscuros. Benjamin se enfadaba con aquellas afirmaciones y tosía compulsivamente. A lo mejor él también se encontraba enfermo, pensaba Gabriel sin atrever a confesar aquel horrible barrunto de su buen amigo, en una extraña desconexión con el mundo exterior, en una apatía no premeditada hacia las calamidades… no era que Gabriel se considerase inmunizado… ni que perteneciera a una especie disjunta… era una mezcla terrible de ignorancia y puerilidad que contrastaba con su brillante intelecto.
Benjamin les enseñó esta foto a sus amigos:

Madre migrante, fotografía de Dorothea Lange (1936)

―Bueno, no tiene nada de particular ―explicó Samuel―. Es la famosa Madre Migrante de Dorothea Lange. Creo que fue tomada aproximadamente en 1936. Es la foto por antonomasia de la «Gran Depresión».
―¡Qué resabiado y qué tonto eres a un mismo tiempo! ―le respondió Benjamin.
Todos rieron.
―¿Sabes por qué os la enseño?
Se hizo un silencio.
―Es el símbolo extremo de los tiempos. Esta madre se llamaba Florence. No recibió ni un centavo por su imagen, a pesar de que su foto encabezase todos los diarios al día siguiente para demostrar la pobreza y la desesperación por alimentar a sus siete hijos. Una cautivadora imagen que no aporta ni un ápice de piedad al mundo. Es la estética y el temblor enfocadas en un momento… y punto. Creo que lo mismo puede estar pasándonos con esta Gran Pandemia, y lo peor, me temo, que creo que después se repita de nuevo. Que no queramos aprender nada. Que solo seamos fundamentalmente hijos de nuestro pasado… y no padres de nuestro porvenir.

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2020 es pura #Abundancia

Lo llaman la teoría de la abundancia. La economía lo hizo fatal, y se daría cuenta de eso una vez inaugurado el 2020, justo para encauzar su destino, porque se creía que había sido Adam Smith el que dijo que la carestía de un bien lo dotaba automáticamente de valor…y era, a fin de cuentas, una tontería.


Hasta aquel momento todo había funcionado así en su mente analítica y mecanizada, con esta máquina tonta del oro, del petróleo, hasta del amor, donde todo mantenía aquella obsesiva lógica de la escasez. Nacemos envidiando lo que no poseemos: por ello matamos, robamos, traicionamos. Vendemos nuestra alma, que se hace chiquita con los años, se desvanece y cuando nos queremos dar cuenta… nuestra vida se da por concluida. ¡Y todo por dinero!, por acumular, por ser lo que no se puede alcanzar, por joder al que tenemos más cerca y hacernos con sus posesiones. Por una yarda más de tierra en nuestro imperio.


Pero aquello era revolucionario: lo llamaban la teoría de la abundancia. Tan solo había que saber abrir los ojos y saber dar las gracias. Entender que la naturaleza lo ocupa todo. Que pasa un poco como con el agua, el sol y las montañas. Estuvieron allí y nosotros no representamos más que aquel pequeño devaneo.


La vida no es un mercado financiero, nadie liquida sus acciones con la contraparte que le pague menos, nadie atesora un bien con el evidente deseo de compartirlo generosamente.


¿O sí?


Cuando la vida es y se ve como pura abundancia…

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Cuento de Navidad #losfantasmasdeMrScrooge #laoportunidaddeserfeliz en #2020


“Si ese espíritu no lo hace en vida, será condenado a hacerlo tras la muerte” (Charles Dickens)

Como todos los años, mi hijo y yo hemos preparado un regalo de Navidad. Este año le hemos dado un par de vueltas a un famoso cuento de Charles Dickens: ¡espero qué os guste!

Bien mirado Mr. Scrooge no era tan mala persona como todos querían hacer ver. Vale, su fondo de inversión no era lo que podría llamarse una señorita de la caridad; aunque, como él dijera: «money, it is money, brother». Es dinero… tan solo es cuestión de dinero. Y si había que comprar una empresa, que era a lo que se dedicaba desde siempre, que fuera lo más barato posible. Porque la virtud era luego saber vender caro, se repetía una y otra vez, después de haber aplicado la preceptiva dosis de racionalización al negocio: odiaba la grasa, así él la llamaba, la gente ineficaz o vaga, aquellos que sobraban, que se habían quedado obsoletos, y por eso sus organizaciones eran… como él se veía a sí mismo, tan delgadas, tan enérgicas, un poco quizás como leones devorando las gacelas de la selva. Porque solo los más fuertes sobreviven, era su lema. Y es que estaba en el lado depredador de la existencia.


La vida le había tratado muy bien siguiendo esta práctica. Él se defendía con orgullo. ¿Y qué tenía de malo todo aquello?¿No salvaba accionistas o familias que de otras maneras lo habrían perdido todo?¿No era mejor recibir una alternativa de futuro al no tenerlo en absoluto? Aunque bien mirado le faltaba un elemento fundamental: no era el hecho, que era el corazón que no empleaba y de no usarlo, le era un objeto ajeno en el pecho.
Llovían las críticas y de esta manera contrató una colosal hueste de asesores custodiaban su imagen y reputación y le decían qué era lo debía decir, lo que debía hacer, rodearse de aquel activista, en fin, apoyar una causa u otra. Así su imagen era intachable, pero lo cierto era que nadie que fuese persona de bien o de corazón le consideraba. Aportaba mucho, a mucho dinero me refiero, pero no sabía realmente para qué, y en el camino tantos eran los aprovechados que malversaban estos caudales… y se reían, porque lo creían doblemente idiota. Por darlo, creyendo que con hacerlo sería suficiente para acallar la conciencia, y no de preocuparse de cuánto recibirían aquellos a los que iba dirigido en última instancia. Y era un buen hombre envuelto en un caramelo de sabor amargo.


Y aquella Noche de Navidad del 2020 todo fue rápido. Como siempre su jornada había sido maratoniana. Saliendo de la oficina, antes de llegar a la cena, se desvaneció. No recordaba nada. Su vida se hizo a negro. Se despertó en un hospital, en la sala de urgencias. Unos médicos le dijeron que debería pasar la noche, que aparentemente no era nada, pero que por su seguridad debía permanecer allí, en observación. Mr. Scrooge era un tipo con fortuna, pensaron aquellos médicos para sí. Aquella apoplejía hubiera sido mortal de necesidad. Le habían encontrado (aquel bedel cuyo nombre no intentó conocer nunca y que siempre le recibía con la mejor de sus sonrisas) a tiempo en el ascensor desvanecido y su ambulancia atravesó el congestionado tráfico de la ciudad como si estuviera tocada por mano dividida. Y en realidad nadie lo esperaba en casa. Aunque se casó y tuvo hijos, había decidido entregar su vida por completo a sus empresas. Estas eran su gran-único hijo. Su familia verdadera, la que le amaba y se desconsolaba, había decidido pasar la Nochebuena sin él, a su pesar.

Lo cierto fue que el empresario permaneció en aquella habitación custodiado por las máquinas que medían sus constante vitales. El trajín era constante. Aún en Nochebuena todos enfermamos, aunque Mr. Scrooge, pensaba, en realidad no se sentía tan mal. Quería levantarse lo antes posible para organizar un último encuentro, para hilvanar alguna estrategia para el año que se aproximaba. A su alrededor la gente entraba y salía. Y fue cuando se levantaba, impaciente, semidesnudo que una mano le detuvo. Giró la vista y a su alrededor vio una mujer, hermosa como la nieve, a la que creyó sería un médico, pero que le recordaba lejanamente a no sabía quién, y que con una mirada marmolea y fría, le ponía su mano en la boca y con una carpeta en la mano y señalando al monitor le decía:
―Antes de que amanezca habrás muerto… Mr. Scrooge… o serás un hombre diferente…
Mr. Srooge pensó que aquella broma no tenía gracia. Ella continuó hablando:
―Tu corazón ha muerto hace años. Tu cuerpo te porta, te lleva de un lado a otro, pero estás vacío. Recibirás tres visitas esta noche y tendrás que decidir. Estate atento… en esta última oportunidad.

Y se desvaneció entre un halo y un destello. Y bien mirado podría haber sido una alucinación porque en realidad la mujer se transformó en lo que debería ser desde siempre, el médico que le explicaba su situación:
―¿Recuerda cuál es su nombre, caballero?
Mr. Scrooge asintió; fue cuando Mr. Scrooge miró a su alrededor y comprendió. Con las prisas, la ambulancia había perdido su cartera y nadie conocía su identidad. Mr. Scrooge intentó articular una palabra, pero sintió lo débil que estaba.
―No se preocupe. Haremos todo lo posible por localizar a su familia. Hasta ese momento descanse. Está en buenas manos. Pasará la Nochebuena con nosotros.

Y se marchó y se quedó solo, bueno, en realidad rodeado por las decenas de personas que transitan en las urgencias. Es un espacio de paso, intenso y lento en las emociones a un mismo tiempo. Discurrió un tiempo indefinido cuando por entre las cortinas semiabiertas, se fijó en un niño, entraba en una silla de ruedas acompañado por su hermano y su padre. Llevaba un pie enyesado, pero sonreía. Su hermano le hacía cosquillas. Guiñó los ojos, y se sorprendió cuando vio, de repente, que ¡aquel niño no era sino él mismo!, aunque hacía mucho tiempo, demasiado tiempo. Una lágrima rodó por sus mejillas con aquella visión. Un enfermero entró en aquel momento. Era también joven, jovencísimo, envuelto en un intenso destello luminoso y con cierto olor a espliego, muy agradable. El olor de los campos que rodeaban a su casa.
―¿Recuerdas? ―el enfermero se le acercó y aspiró con fuerza.
Mr. Scrooge asintió. Mucho tiempo atrás y siendo niño se cayó, jugando con su hermano por aquellos campos. Fue un accidente leve, quizás hasta una pequeña herida de guerra. Aquella Nochebuena de hacía mil años la pasarían en urgencias. Eran unas Navidades sombrías. Lo cierto era que su madre había muerto hacía poco, el cáncer se había cebado con ella. Y aunque fue la primera Navidad con la familia rota, aquella precisa noche, la excusa del esguince les unió. Hasta ese momento había existido una pesadumbre infinita, un silencio… y entre aquellas paredes, el padre lloró por primera vez con sus hijos y se abrazaron. Y se prometieron que nada les separaría.

Entonces Mr. Scrooge se dio cuenta del tiempo que había pasado sin acordarse de todos ellos, de su madre, de su padre y finalmente hasta de su hermano. Ahora que sus padres faltaban hacía tanto tiempo que no perdía una tarde con su hermano, que no compartía su vida con él, que no sabía nada de sus alegrías o de sus dificultades, y se sentía muy triste. Y en realidad, no sabía que había pasado en aquel tiempo para crearse aquel muro, sencillamente había permitido que la riada de la vida se llevará todo y por delante su amor.
Aquella había sido la primera visita, el fantasma de las Navidades Pasadas, dulces y tristes, las Navidades de lo perdido, cuando éramos inocentes.
Lloró amargamente mientras aquel enfermero le besaba levemente la frente y desaparecía. Finalmente se quedó adormilado.

No sabía cuánto tiempo había transcurrido cuando comenzó a pitar ruidosamente el monitor de su cama. Algo debía pasar al corazón enfermo de Mr. Scrooge. Apareció el mismo enfermero de antes, al menos así le parecía, aunque esta vez envuelto en un color de tez más grisáceo y menos deslumbrante, con ciertas ojeras; parecía más mayor y preocupado. Le dijo a Mr. Scrooge:
―¿Va todo bien, señor?
Mr. Scrooge sonrió forzadamente y suspiró. Fue entonces cuando un grupo de personas entraron presurosas en el box, como si no le vieran y se colocaron a su lado. Eran varios enfermeros y doctores. Entraban con una camilla con gran ímpetu y portaban un cuerpo de un chaval sobre ella y daban órdenes urgentes, intensas, desafiantes. El grupo de personas rodearon al cuerpo y mientras unos trataban de acceder a su torax, otros preparaban un objeto que parecía ser un desfibrilador. Entonces, fue cuando miró detrás de ellos, y al fondo, tras las cortinas, vio… a su mujer, ¡a su mujer!, postrada en una silla y envuelta en un mar de lágrimas, abrazando a su otro hijo, el menor.

Supo que delante de sí tenía al cruel fantasma de las Navidades Presentes. No necesitaba saber el final de aquella historia. Aquel era el peor de los castigos, el peor de los infiernos. El enfermero se le aproximó y apagó el monitor, porque su corazón daba tumbos y el sonido de la máquina era ensordecedor. Le repitió la pregunta son sorna:
―¿Puedo ayudarle, señor?¿Se encuentra bien?
Mr. Scrooge intentó levantarse, más no tenía fuerzas. Su mujer no le había sabido perdonar que aquella tarde de hacia hacía algunos meses Mr. Scrooge no fuera a recoger a su hijo, que no le reconviniera para que no cogiera el coche aquella noche y que no bebiera. No era un tema de dinero, no era un tema de darles lo que ellos quisieran, su mujer le había repetido hasta la saciedad… ¡te necesitan a ti! ¡a ti! Le dijo finalmente ella que no quería saber nada más de él y que le odiaba. Era mentira, pero en aquellos momentos la mujer vivía con el corazón destrozado.


Él ahora no podía parar de pensar y se torturaba: ¿Y si hubiera estado aquel día… podría haber evitado su muerte?¿Podría haberle explicado que aquello que hacía podría tener tan fatales consecuencias?
Del pobre hombre se escapó un pequeño grito atragantado… ¡hijo!… cuando el equipo médico dio por finalizada la maniobra de reanimación y fijó la fecha al fallecimiento. Cubrieron su rostro y las figuras se fueron difuminando hasta desaparecer. No pudo ver más a su hijo, ni siquiera en el día de su muerte, él llego tarde, siempre era lo mismo. El enfermero se marchaba, mientras le decía con pesadumbre a Mr. Scrooge:
―Un hijo debiera poder ver morir a su padre, pero nunca al revés.

Se hizo el silencio. Quizás, en lo más profundo de la noche, cuando ya nadie pasee por las calles, cuando la ciudad duerma, quizás solo entonces… en los hospitales y en sus salas de urgencias se haga un momento de paz. Es una paz absurda, una paz oscura, una paz de presagio…

Entonces, fue que la cortina se abrió de par en par con violencia contenida. Unos hombres taparon a Mr. Scrooge con una sábana. Él no comprendía, misteriosamente no podía moverse, parecía como si un poder sobrenatural lo hubiera congelado, lo mantuviera bloqueado en sus articulaciones.
Salieron fuera del box y los hombres trasladaron a Mr. Scooge en la camilla, cubierto por la sábana, y vio pasar tras de sí todas las salas del hospital, hasta llegar a los pisos inferiores… los pisos de la morgue.

Unos hombres le desnudaron y uno comenzó a examinarlo. Repasaron su cuerpo, y comenzaron a embalsamarlo. Mr. Scrooge intentó gritar:
―¡Dejadme!¡No estoy muerto!
Pero nadie le escuchaba. Entonces se fijó en uno de ellos, precisamente era el enfermero de las otras veces anteriores, aunque ahora mucho más mayor, viejo, su cara arrugada y la boca parcialmente desdentada.
Los hombres le auparon y comentaban:
―¿Cómo se llamaba el tipo?
―No lo sabemos, llegó ayer por la noche… falleció de otro ataque. Esperaremos a que alguien lo reclame y sino… ya sabes… el procedimiento del crematorio…
Mr. Scoogre intentaba gritar, intentaba articular palabra, pero aquel terrible agarrotamiento le impedía moverse. Lo metieron en una cámara frigorífica con un desagradable olor a muerte.

Dentro el frío era espantoso… y el silencio… ¡aquel silencio! Mr. Scrooge comenzó a tener visiones pavorosas. Visiones horribles donde veía a su mujer y a su hijo celebrando la que sería la próxima Navidad, los dos solos, y una silla, la de su hijo muerto, y a su lado la otra, su silla, ¡vacía!, y ambos cenando en un dramático silencio. Luego se le aparecieron la figura de los que creía hasta entonces sus hombres de confianza…aquellos que le aconsejaban y que ahora cenarían la próxima Nochebuena entre grandes risotadas de desprecio…y escuchó lo que dirían a sus espaldas, escuchó a sus asesores burlarse por la muerte tan ruin que tuvo, escuchó que su dinero había sido mal utilizado en vida y que ellos darían buena cuenta de él, y vio entre brumas a los carroñeros que tanto odiaba apropiándose de sus empresas; y de cómo lo llamaban avaro, mientras se llenaban las manos con la grasa de la comida, los mismos a los que pagó generosamente porque le explicaban que era lo mejor para granjearse una imagen… para pagar el postureo y ya está. Y vio su dinero arrojado al fondo de las vanidades humanas, y vio a su familia que en una Navidad próxima se olvidaría de él, igual que antes él mismo se olvidó de sus padres y su hermano… y sus empresas, que serían descuartizadas como convite de la próxima Nochebuena …y de cómo su dinero finalmente era un simple registro, un número que pasaba de una mano a otro; y de que Mr. Scrooge no significaba nada; Entonces comprendió lo que le faltaba… que no era dinero… era un corazón que latiera… un corazón que sintiera y que valorase a las pocas personas que de seguro aún lo estimaban. Aquellas que quizás aún lo esperasen aquella noche despiertos, preocupados por su ausencia… si era verdad que todo aquello era una simple pesadilla.

Al cabo de un tiempo infinito, podrían ser minutos, horas o tal vez días, la puerta del congelador se abrió; finalmente, lo sacaron, y mientras tiritaba, lo terminaron de despojar de la sábana que cubría su cuerpo y que ocultaba la cara. Uno miró la etiqueta y leyó:
―Aquí pone que su nombre es no conocido. La muerte y las cenizas no conocen de identidades.
Lo dijo de una manera tan lúgubre que no tardó en darse cuenta Mr. Scrooge de su destino: lo llevaban al crematorio.
―¡Estoy vivo!¡Estoy vivo! ―lloriqueaba para sus adentros.
Pero nada se movía en su cuerpo que se mantenía inánime, ni sus labios, ni su pecho.

Poco a poco cruzaron nuevas puertas del hospital. Llegaron a otra sala, esta vez gris con un retrato de un Cristo crucificado y símbolos de otras religiones. Un sacerdote se cruzó en el camino y leyó una breve frase: «pulvis es et pulverum revertis»
Mr. Scrooge las repitió para sí: polvo eres y en polvo te convertirás… y terminó gritando, mientras le introducían en el horno…
―¡Piedad!¡Piedad!

Antes de cerrarse la puerta, con las llamas al fondo y su aliento horrible, una cara se le acercó, era el enfermero de las otras dos ocasiones, aunque ahora había envejecido aún más… era el horrible rostro de la muerte… y se le veía la carne apelmazada y derritiéndose… y trozos de pelo cayéndose y la calavera asomando… y fue que le dijo con una sonrisa socarrona:
―Antes de que amanezca, como ves, también reciste la visita del fantasma de las Navidades Futuras
Y las llamas lo rodearon y le recibieron. Le devoraron.


…………………………………………….


Si piensas que Mr. Scrooge se salvó, que despertó de aquella horrible pesadilla… y a la mañana siguiente se transformó en una gran persona…siento decepcionarte. Aquel ricachón sin corazón murió de un último ataque en el box de urgencias, y su identidad, al estar accidentalmente perdida, causó que su cuerpo fuese entregado al horno crematorio. Cuando se dieron cuenta había sido todo demasiado tarde: la viuda y el hijo menor recibieron a los pocos días una hornacina con cenizas. No se supo más de Mr. Scrooge.


Hoy, día de Navidad, al levantarte procura leer este cuento. O puede que sea mañana cuando leas mi relato, o tal vez lo leíste ayer a las puertas de la Nochebuena, da lo mismo. Seguramente seas como yo, y como la mayoría de la gente que nos rodea, un tipo común. La vida puede darte segundas oportunidades… o tal vez no. De nosotros depende saber aprovecharlas.
Por eso es mejor que te pongas en marcha y desde ahora mismo escribas esta carta de queja al diablo. Una carta que diga algo así:

«Estimado señor,


Tuvo por castigo llevarse a Mr. Scrooge. Cosa que no pongo en duda, se lo temía merecido por ruin y desagradecido. Sin embargo, ruego nos lo devuelva, o al menos nos preste su alma por un ratito, porque una persona tan valiosa en capacidades bien tiene que trabajar necesariamente por el bien de la humanidad.
Ya sé que a Vd. le trae el pairo esto de la buena voluntad humana y que no podemos ofrecer nada por el alma de este desgraciado… pero piense que su regalo nos creará una deuda de gratitud y que también Vd. tendrá una excusa para celebrar la venida del Señor.
Y como dijo alguien: Si ese espíritu no lo hace en vida, será condenado a hacerlo tras la muerte.


Firmado: un tipo común.»


Y vas, y la arrojas al río porque todas las misivas al diablo terminan allí y siempre llegan a buen puerto.


Y mientras sucede esto, haz con tu vida algo útil: haz funcionar tu corazón y rodéate de las personas que te necesitan y que te esperan todos los días del año.


…………………………………………….

Aquella mañana de Navidad, eso sí, otro tipo anónimo salió del hospital, quizás fruto de una situación un tanto absurda y alocada que sucedió en la morgue: los muertos resucitaron. ¡En serio! Hubo revuelo, los doctores no supieron dar crédito al milagro y todos se arrepintieron un poco de los cadáveres que acababan de ser incinerados… ¿por qué quién dice que también podrían haberse despertado del sueño de la muerte y regresar? Este hombre sí que tuvo suerte, decían, pues a la entrada de la cámara, a punto de ser devorado por las llamas, despertó; concretamente había sufrido un ataque en urgencias, que fue lo que le mató, y vestía extrañamente un traje muy caro; con la confusión no pudieron identificarle y le dieron aquella mañana un alta precipitada y el hombre vagó perdido por entre las calles de la ciudad, a punto de helarse, como mirando el firmamento sin estrellas de la mañana. Finalmente llegó a un enorme edificio y un bedel le vio, pareció reconocerlo como procedente de un remoto pasado… y asustado le entregó un abrigo.


―¿Señor, está bien?
Aquel hombre se abrazó al bedel, estuvo llorando y babeando por un rato. Luego le miró, y le dijo al bedel:
―¿Cómo te llamas?
―José ―le contestó el bedel.
―José, ¿tienes familia?
―Sí señor, ayer mismito nació mi primogénito, al otro lado del océano, en México.
―Pues tendremos que ir a verlo ahora mismo.
Y el bedel puso cara triste. Pero el hombre posó un dedo en su boca.
―¿Señor? ―interrogó el bedel.
Entonces aquel hombre sonrió al bedel y echo mano a los bolsillos y rebuscó hasta encontrar algo que le enseñó.
―Vamos, que quiero conocer a tu hijo; luego tendré que hacer muchas cosas en el poco tiempo que me quede por aquí.

¡FELIZ NAVIDAD!

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These exit times! #thankyoufornotbreeding #2051

Benjamin escribió:«Para quien no lo entienda aún… la vida brota por cualquier esquina, por los rincones más oscuros e inhóspitos de nuestro hogar, por ejemplo, cuando no barres y te nacen las arañas, o cuando las hormigas o las cucarachas se desplazan por las cañerías y nos despiertan por la noche porque no supimos exterminarlas. Por eso, los que han viajado hasta Marte nos han traído un gran regalo… ¡la oportunidad de comprender que nunca fuimos el ombligo del universo!».

Como promarciano convencido que era pensaba que la vida en la tierra era un don. Porque Benjamin era más que panteísta y hacía tiempo que había cerrado su corazón al Dios cristiano… tras las setenta veces siete llaves de la peor condena: la rendición de la fe. Si el hombre fue creado en el último día… ¡qué demonios hubiera sucedido de haberse olvidado de él! ¿No sería éste un planeta mucho mejor? ¿No seguiría viviendo en el mismo vergel, en el mismo plácido paraíso?

Había entrevistado sobre este punto a gente muy particular y de concepción radical en su posicionamiento de especie: aunque especialmente divertido resultó un tal gurú del VHEMT, siglas del Movimiento por la Extinción Humana Voluntaria o en inglés, Voluntary Human Extinction Movement. Aquello visto por encima y por cualquiera que no le quisiera echar una pensada parecía un despropósito. Dejarse extinguir, dar un paso por delante del destino. Su fundador fue Les U. Knight, nacido en Oregón, y opinaba que la mayoría de los peligros enfrentados por el planeta giraban en torno a la superpoblación. Por eso comenzó a publicar en los años noventa del pasado siglo un singular boletín que llamó «These Exit Times» y que popularizó entre sus seguidores al grito de «Thank you for not breeding».

El tipo del VHEMT en la entrevista de Benjamin le decía:

―No somos una organización política, solo somos un movimiento de ciudadanos preocupados por el planeta, una filosofía. No tenemos líder. No somos unos frikis maltusianos. La raza humana es un parásito que destruye cuanto toca. Nuestra concepción de alternativa sostenible es bien simple: sobramos nosotros… mejor que el resto de las especies que pueblan el planeta. Para contrarrestar los miles de extinciones recurrimos a la nuestra, a la humana. Y para ello… nos negamos a reproducirnos.

Así de fácil.Y el tipo hablaba muy en serio: es más, aquellas siglas de su movimiento VHMENT al ser pronunciadas sonaban significando «vehemencia», lo cual confirmaba una intensidad dolorosa, a su parecer responsable de su concepción existencial.

Vestía de manera muy simple: una camiseta de mangas cortas, blanca, y de algodón que seguramente fuese de agricultura ecológica, con un inmenso logo de la tierra y encima, el consabido eslogan que instaba a dejar de procrear de forma inmediata. No llevaba ningún adorno corporal y su mejor arma era una mirada despejada, incisiva, inteligente y sus palabras, las que pronunciaba lentamente, regurgitándolas de la garganta y seguramente expulsándolas de las entrañas.Luego se marcaba el símbolo de la victoria y soltaba con risita enigmática su eslogan: «May we live long and die out» aunque apostillaba que muchos seguidores no estaban de acuerdo completamente con él. Escuchado el discurso de sopetón ponía los pelos de punta a Benjamin. Recibió muchos comentarios online sobre el asunto: aquello en era un filón y lo cierto era que no dejaba impasible a la audiencia. ¡Había que explotarlo! Era, para comenzar, para comenzar, absolutamente antinatural. Violaba cualquier precepto darwinista y muchos pensaban que hasta rozaría el mal gusto.

El partidario del VHEMT se ofrecía a contestar cualquier pregunta que se le hiciera:

―¿Qué opinaba de la eutanasia? ¿Y de la castración química?

―¿Y qué opinaba de las familias numerosas y de la moral cristiana y de eso que Dios había dicho de «creced y multiplicaos»

Otros comentarios eran más mundanales:

―¿Se había hecho la vasectomía o simplemente había escogido el camino de la contención, de la castidad sexual?¿Tenía pareja?¿Follaban a menudo?

―¿Era vegano?

Luego Benjamin realizó la siguiente reflexión y lanzó la cuestión: hizo un recuento de sus familiares y de los familiares de sus amigos más cercanos e intentó contabilizar entre todos los hijos, los sobrinos… pero no le llegaban a la media docena; vale que sus abuelos fundaron fecundas familias… donde era habitual se hacinasen la media docena de churumbeles… aunque ahora… existía un poderoso deterioro… y las nuevas generaciones eran una sucesión pírrica de relaciones infecundas… una manada de solteros y desparejados que mostraban que la extirpe occidental caminaba a la extinción… como si aquel VHEMT hubiera contaminado su ideario entre los avanzados occidentales, como si aquel continente hubiera apostado por su extinción premeditada. Alguien de estre la audiencia entonces realizó un comentario en este sentido. Benjamin le dio pasó para retransmitir su voz, una voz grave, caversona, angustiosa de varón:

―No me he casado. Mi salario es una basura. Vivo en casa de mis padres. Aunque sé que lo poco que tengo me lo puedo gastar en mí. No me siento capaz de mantener una familia, es muy caro, no puedo comprometerme. No pienso en el futuro, solo puedo pensar en mi maquillaje, en mi moda, en mis gadgets, en salir cuando puedo…

―¿Diría que es feliz? ―preguntó el activista de VHEMT, tomando el papel de Benjamin y casi merendándose el micrófono y con una mirada ácida. ―Por lo menos tengo trabajo. Mis amigos… ni eso.

Benjamin concluía su programa así: «El hombre, este ser que muchos dicen superior, el que dominó la naturaleza, el que había bajado del árbol hace 2 o 3 millones de años, el que inventó el fuego y migró abandonando África y colonizó hasta el Ártico… el que se reproduce hasta la extenuación… el que consume los recursos y los agota… aunque también… el que desaparece».

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What time is this? It is time for change!! #2051 #Democracia #30añosdelacaídadelmuro #Futureisoneforall

[Texto basado en los personajes de mi novela 2051]

Aquel 10 de noviembre de 2019 Gabriel votaría por primera vez, recién cumplida su mayoría de edad. Hubiera pasado inadvertido aquel momento de su vida si no fuera porque su amigo Benjamin no dejaba de darle mil y unas vueltas al asunto de las dichosas elecciones; también sería para él ésta su primera vez, aunque a diferencia del albino, Benjamin no había descubierto en aquel largo otoño las grandes capacidades del «Neural Engineering» ni los estudios universitarios que iniciara Gabriel junto a su otro amigo Samu; y Benjamin, sin muchas más alternativas que buscarse un curro mientras repetía las pruebas de acceso a la Universidad,  dejaba discurrir el año, y vivía conmocionado por los acontecimientos políticos.

 ―Mírate ―le espetaba Benjamin―, ¿esperas cambiar el mundo desde tu poltrona?

Gabriel le devolvía la mirada con intriga.

―Gabo, los laboratorios no harán mejor nuestra sociedad. Lo hará la acción.

Con aquel comentario Benjamin simulaba un sentir un tanto revolucionario, con aquel idealismo que siempre mantendría de por vida, que lo gestaría como activista, aunque en aquellos momentos estaba tocado adicionalmente por la fiebre adolescente del que mira el sistema y le incomodan sus viejos convencionalismos.

 Pero en algo estaba en lo cierto. Aquellos calores de la juventud no eran una pasajera pose en lo siguiente: Benjamin vivía una Europa donde la «Gran Recesión» de 2008 hacía que aquella generación de chavales albergasen un futuro peor al de sus padres. Sus abuelos habían sufrido la guerra civil o quizás hasta lucharon en la Guerra Mundial, y después todos expiaron el hambre y la reconstrucción lenta del país, de Europa. Habían visto al siglo XX, asesino, plagado de rencores, augur de libertades, avanzar y traer una promesa y una prosperidad parcialmente redimida. Se habían partido la vida todas aquellas gentes pensando que dejarían un futuro mejor a sus hijos. Y todo para nada. Ahora parecía a muchos que lo ganado se les desmoronaba.

―Por eso tenemos que salir a la calle ―le respondía Benjamin.

Gabo escuchaba con atención. Pero su corazón pertenecía a otra esfera, quizás a un hemisferio más próximo a lo abstracto. El veía su futuro en otros términos más analíticos.

―Tenemos que tomar las calles, amigo, y tenemos que ir… a votar.

Y lo repetía Benjamin una y otra vez, y barruntaba un nuevo siglo de descreimiento y de dolor. El pasaporte de entrada al siglo XXI.

―¿Cómo es posible que el 1% de los más ricos tenga más del 82% de la riqueza? ¿Sabes que los 8 más ricos tienen más dinero que la mitad de la población del mundo? ―le dijo Benjamin

Eran simplemente números, pensaba Gabriel, y en eso él se sentía fuerte. Pero eran valores significativos y se daba cuenta que no podían ser dejados a la merced de los acontecimientos.

Se lo contaron a Samuel para que se animase también a votar. Samuel  estaba leyendo un libro de historia y les explicó que había otra cifra que celebrar, siguiendo su habitual obsesión por las fechas y que por ella él quería festejar también la democracia:

―¿Sabéis lo que pasó hace 30 años? El muro de Berlín fue derribado.

Aquella fecha sería ajena para muchos postmillenial aunque no para estos porque Samuel se lo explicó aquel día: todas las fronteras producen injusticias y las diferencias son caldo de enfrentamientos y desigualdad. Aquel 9 de noviembre de 1989 se dio por concluida la guerra fría y un muro desapareció. Los habitantes de ambos lados de Berlín lo cruzaron y sellaron un gran pacto de libertad y de paz.

Aquella tarde los tres salieron a votar en comanda. Tenían ideas muy diferentes de como debiera organizarse su nuevo mundo… y muchas veces diríase que contrapuestas… pero por encima de todo estaban de acuerdo en que debían hacerlo unidos y propiciar así el cambio que trajera la prosperidad a su tiempo.

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#2051 en #PremioLiterarioAmazon2019

2051 se presenta al Premio de Amazon. Es una edición exclusiva y cata limitada para el concurso… y espero que sea la primera piedra de su publicación formal. Estoy teniendo bastante interés por parte de mucha gente que desearía verla en papel, o por qué no… ¡en el cine!  Para ello solo necesito de tu ayuda. Manda el siguiente tuit o comparte el mensaje en facebook y tus redes sociales:

Si te gusta saber cómo será nuestro siglo XXI, te recomiendo la novela de #2051 en
www.amazon.es/dp/B07VX7RFJZ de Félix Hernández de Rojas, y que ha presentado al #PremioLiterarioAmazon2019. www.eloterodelalechuza.com es su página de autor. 

2051 presenta la vida de Gabriel, aquel que cambiará el mundo con la invención y masificación del «retromind», la novísima tecnología de la memoria. Gabriel es un ser en tierra de nadie: desde su aspecto físico, negro-albino, su origen como hijo ilegítimo, amado pero arrojado lejos de sus padres, solitario y sin embargo acompañado por los muchos que nos hablarán de su épica, un ser que forjará el destino de los héroes del siglo XXI y que narra la historia de la generación postmilenial.
Gabriel nació el 11 de septiembre de 2001, con el desplome de las «twin towers», e inaugura un siglo trepidante de transformaciones. La historia enfoca muchos de los cambios que arrastramos en nuestra sociedad: los relativismos, la transición de la cultura y de sus novísimas generaciones con sus mitos, debilidades y manipulaciones, y, sobre todo, ejemplifica el proceso de construcción de lo que serán los próximos retos para el ser humano: entre otros, su memoria perpetuada y lo digital, o, el acceso a la mente, al cerebro y a sus capacidades mediante los algoritmos: el acceso eterno a la memoria, y puede, que quizás, también al alma.


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Spanish Texas, en la Semana Negra de Gijón


Spanish Texas, día 7 de Julio, 18.30, Semana Negra de Gijón 2019

¡Se conocían desde hacía tanto tiempo!… por eso J. estaba completamente convencido de que aquel Félix Hernández de Rojas era un pintamonas. Un escritor fake. No era trigo limpio… y había que seguirlo de cerca y olisquearlo. Porque nadie en su sano juicio se atrevería a contar semejantes dislates, aquellas elucubraciones y aventuras que no conducían a nada. Había leído cien veces su novela (decía “su” y se golpeabael pecho) de cabo a rabo, aquella infumable disertación repleta de exabruptos y falsedades, aquel «Spanish Texas» que había convertido a J. en un espantapájaros. Vale que J. no tenía altas aspiraciones ni buscaba reconocimiento en el mundo profesional, y que sus casos él quería fuesen sobre todo simplones, es decir,divorcios e investigaciones irrelevantes… pero ¡joder!, ¡aquel libro le estaba llevando por el camino de la amargura! Desde el bufete no hacían sino pasearlo y exhibirlo y explicar el alto valor de sus superpoderes… aquella bilocación maldita… sobre la cual no hacían más que abusivamente vislumbrar poderosas oportunidades empresariales.

Por eso, y por otras razones que eludo relatar para no ocasionar aturdimiento y tal vez asco al lector, J. masticó lentamente su detallado plan:la venganza para acallar definitivamente al mayor tuercebotas de la historia de la novela negra, si aquel género tuviera el dudoso honor de poder ser representado por aquel aprendiz a escribiente, aquel parlanchín, el botarate de Félix.

El peor castigo para un escritorzuelo es enfrentarse a sus contradicciones, que no a sus fantasmas, porque aquel «frente despejada», como J. había comenzado a llamarlo en sus barruntos, no tenía más intereses que alimentar su ego y… vender, el muy cabrón quería hacerse millonario a costa del pobre J…y de los derechos de autor… y claro, uno ya no estaba para eso.

Ya se lo dejó clarito, cuando le fue a buscar a la salida de la empresa donde habitualmente trabajaba:

―Tú no vas a sacar «naaa» más de aquí. Y ahora dedícate a lo tuyo y gánate el pan con el sudor de tu frente―lo decía mientras se estrujaba los testículos y señalaba con la otra mano al hermoso complejo acristalado.

J. pocas veces se había mostrado tan soez con alguien. Aquel tipo le sacaba de sus casillas. Y sobre todo era un mentiroso: ¡J. no era vago y mucho menos mujeriego!¡le tachaban de machista, de aburrido, de borrachín! Era toda una conspiración, o bueno…tal vez tuviera sus matices… o ¡vale!, ¡inclusive hasta pudiera considerarse y darse por cierto! Pero J. era finalmente el chivo conspiratorio, el sumidero de las inmundicias de aquel degenerado escritor, ¡ojala se le retirase el derecho a escribir palabra alguna porque de su mente solo nacían ciénagas y torcedumbres y oscuridades donde, casualmente, J. siempre habitaba!

Por eso, cuando leyó aquello, día 7 de Julio, 18.30, Semana Negra de Gijón 2019, y leyó el nombre del tal Félix Hernández de Rojas y vio que sería presentado por la pobrecita Ana Ballabriga y que hablarían de «Spanish Texas», comprendió que sería el momentode actuar y detener al degenerado…

Buscó aquella gabardina que hacía siglos no usaba, buscó sus gafas tornasoladas, una gorra vieja y del cajón rebuscó: no era un Star, ni una Beretta, era más bien una pequeña reliquia que luego recordó había robado meses antes a algún crío en el parque…

Pero eran armas suficientes para disparar al corazón del escritorzuelo. Llevaría apuntadas aquellas preguntas que lo descolocarían, que lo humillarían, que harían ver lo inútil y lo charlatán que era.

―¡A Dios pongo por testigo que el muy cabrón pasará una muy mala tarde!

Esto pensaba J. y así, sin cambiar un ápice de los pensamientos, se los transmito, para que ustedes, lectores avezados, tomen sabía decisión y asistan a dicha carnicería… o avisen a las fuerzas de orden y remedien la tragedia que se cierne entre ambos.  

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imperdible-perdible #teoríadelamor

El amor es un imperdible

de esos tan chicos que suelen esconderse en los ojales

o en la caja de zurcir calcetines,

o como aquel que se nos extravió en el asiento del auto

y fue muy lindo de picharse entre nuestros dedos.

 

El amor suele avisar cuando llega

nunca si se va, porque deja las puertas chicas y las ausencias ocupadas

con multitud de trajines que nos impiden

sincerarnos.

 

El amor duele si le llamas y nunca acude

porque fuiste promesa…

solo entonces se nos ocurrió decir «ya basta».

Es territorio de vigilia nocturna

del «te espero hasta siempre»

porque acelera la vida

y desacelera la muerte.

 

Yo he comprado tu pócima…

tengo días que no sé por cuánto seguirás embrujado:

tal vez sea un raro sabor a tierras

un amargo-áspero-diletante trago,

éste que me obligue a ofuscarme

a rugir,

a codiciosamente preguntarme

cuando todavía buscas

esperarme

levantado.

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¡Hermano!

No sé pueden olvidar cuarenta y tantos años.

No se puede olvidar la gallina Caponata, ni esas

canciones

que te canté de chico

   

las que acunaban y a oscuras

las que quisiera creer te metieron en la vida.

   

Hubo un tiempo de pan y leche

una vez, cuando todo significaba y se adhería al corazón;

 

El día que llegaste a casa como quien trajera tesoros y

y ya no fui yo el pequeño

porque lo serías tú para siempre.

 

Hermanos,

como lo son el viento y la lluvia,

como la luna que arrastra las mareas

como la noche que vigila al día.

 

Hermanos,

aquellos que nos confunden y nos preguntan

como cruce de teléfonos que descubriera en su voz

agua en Marte.

   

Abrazados,

que no haya más razón

que seamos un dipolo cuántico -si es que existe-

instantáneamente comunicados por sorprendente fuerza,

una sin distancia

en colisión del tiempo y del firmamento.

  

Hermano,

alcanza tu sueño,

vuela lo alto que puedas

    

hoy me siento feliz al verte feliz

reposando en un recodo

con la libertad del que tiene que decidirse a emprender el camino deseado

y son las tres

   

y el último silbato de camino nos reclama

y tú inspiras hondo y te despides

por un instante.

Foto: José Antonio Gil Martínez
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Ese amor, ese. #reborn-itch-in-heart #spring2019

Ese amor ese, ese amor.

Ese amor que perdí

el que malogré

el que trasnoché

el que dilapidé sin saberlo



Ese que envenena

el que hiere

el que es huérfano de razón

el que anochece y tiembla.

 

Dámelo todo, todo dámelo

 

Porque lo aposté en vida a rojo

y me salió negro

 

Porque tuve oportunidad de cultivarlo y se me agostó

 

Dame un poco de este amor, amor este que corroe y mata

que del liviano hice sombra y por esto vivo en penumbras

 

Que después de amar tan a cámara lenta

quiero

ser potrillo

ser aguacero

ser alacrán que pique,

 

por ser de amor, amor sea.

  

FOTO: Urueña, Valladolid


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