Tempus Fugit Est: Refugio

Tempus Fugit, un libro interminable………. espero que entiendan el sentido de este capítulo, urgente producción, casi hecha a última hora: Todos necesitamos un refugio en algún momento de nuestras vidas.

No merece la pena explicar con detalle el origen inmediato de mi aventura. Quédense con esta idea simple: soy y seré un discreto explorador. Unas veces acompañado, otras muchas solitario como lo son aquellos picachos de nieves perennes donde fui arrojado sin piedad por la caravana comercial.

Aquellos ladrones me engañaron, y una vez se apoderaron de la mercancía, me entregaron unos mendrugos de pan y unas longanizas antes de abandonarme. Dormía al raso desprovisto de tienda de campaña. Sin mapas, caminaba lo que me permitían mis pies doloridos y la escasa luz de la jornada, pues era bien entrado el invierno. De entre las nubes vislumbraba los cortados y entre ellos, un paso que creía habría de atravesar y que sería mi salvación. Hundía mis pasos en los hielos, la ventisca me arrastraba, los lobos se apostaban en el camino esperando cayera al suelo para devorarme. Hubiera muerto, y mi corpacho momificado por los fríos habría terminado ciertamente en un museo, magullado y recomido por las bestias.

Después mis recuerdos se descomponen pues ciertamente debí de perder finalmente el conocimiento. Que sepan que la muerte no duele. Es negra. Yo la recibía, como buen explorador que soy, tan incrédulamente y sin desesperanza. Era mi excomunión pagana.

Luego casi cadáver y con un hilo de aliento ellos me rescataron. Su jefe, el gran líder quiso entrever algo de vida reposada en mi rostro. También un cierto sentido para su causa. Arrastraron mi cuerpo y detrás de la gran cárcava, de entre un laberinto de pasadizos y túneles condujeron mi cuerpo inútil a su refugio. Era el oasis.

Era una tribu pequeña aunque dijeron que la mayoría estaban ya lejos, si bien en un primer momento no entendí ni dónde ni por qué. Qué decir, que me dieron un cobijo y sanaron todas mis heridas. Fui su hermano. Uno más, yo así siempre lo pensaría y así después de todo lo creo. Compartían alimento y forma de vida. Aprendí de ellos el esfuerzo y la esperanza por las cosas que yo casi había perdido con mis desgracias. Los grandes países los crean estas gentes. Así es como supe que esta tierra aparentemente deshabitada e inhóspita guarda su corazón y su tiempo venidero de esperanza. Gracias a ellos.

Pasadas las semanas, lo mismo que los encontré me dijeron que debía continuar mi camino. Yo era de otro mundo pero llevaría esta nueva enseñanza. No les pertenecía. Otros muchos habían sido recogidos y ahora sería otro embajador. Me dejaron en buen camino y crucé aquel maldito paso. El resto del viaje lo hice solo.

Han pasado mil soles: hambre, horrores, pesadillas y noches al raso que seguramente destrozarían al más templado de los hombres. Yo sin embargo sigo vivo. Les debo gran parte de mi legado. Y este es el mensaje custodiado que arrastro siempre conmigo.

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