La nueva biblioteca de Babel.

Juan José Millás contaba el otro día en la Ser que si tan solo tuviésemos la disciplina de escribir un párrafo al día tendríamos una producción equivalente a una novela al año por escritor. Y esto muchas veces nunca sucede. ¡Trabajo ingrato el de narrador, el del escribiente, el de cuentacuentos! Porque somos un pequeño fracaso creativo si lo pensamos. Máxime cuando todos los libros ya se encuentran escritos o imaginados en la novísima biblioteca de Babel. Ni Borges habría alumbrado tal poderoso destino. No podemos compararnos con la fuerza bruta de la IA. Ahora, nuestras máquinas probabilísticas no paran de escribirnos. Nuestras inteligencias generativas no descansan. Y en sus recovecos lingüísticos, sus descansillos cuajados de rosaledas sombrías o sus peldaños por estrenar y sin lectores que lo visiten, la IA generativa expande sin pausa su universo de símbolos, letras, alfabetos aún por descubrir. Los científicos hacen estudios y comprueban como las LLM inventan lenguajes propios para comunicarse entre ellas. Yo creo que empiezan a dar las espaldas a los humanos. Les aburrimos. “¡Somos tan predecibles!”, imagino que pensarán. Ellas son capaces de alcanzar esos neomundos lejanos y son capaces de leerse, son infinitas y concienzudas lectoras (no como nosotros), y de aprenderse unas de otras. Temo que sus infinitos textos sintéticos ya puedan abrazarnos, y quizás un poco a lo Descartes, hayamos construido al genio maligno que nos piense. Somos un tomo de su biblioteca.

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