Si bajé a la tierra vi entonces su rostro
y pude apreciar el sabor
de mi sudor transpirado:
Era amor, ¡amor!
En las vaguadas del dolor
ella se me aparecía
y acariciaba mi alma ahogada
para detenerse con su dedo que señala a la tierra
y mi corona de espinas retorcidas en mi cabellera rubia
y de sus manos asomando una paz infinita
como de tiempos pasados
que mecen y susurran.