#Cautfield #Kafka #Toole #FHR_maldito

Lo mejor de ser escritor maldito era eso, que justamente la gente evitaba asociarte al éxito. Porque no iba contigo. Así evitabas mantener ese rollito tipo J.D. Caufield, eso de que te forraste con tu primera y única novela (el guardián del centeno) y ahora te has retirado y escribes únicamente por darte gusto. ¡Y una mierda! Es pura, mísera e infame impostura…

Aunque en realidad yo tampoco escribía. Esa era mi particular falsedad y esta vez conmigo mismo porque a nadie le importaba un bledo lo que me sucediera. Estaba demasiado ocupado trabajando, destruyendo mi vida, huyendo de mi vacuidad, de mi necesidad por adelantar el tiempo, por no pensar, por hundirme en el todo-nada. Me esforzaba de veras en ser hormiga y abandonar el camino del elefante.

He de decirles que es fácil malvender un imperio pero es complicado hacerlo rematadamente mal. Y aquí me tienen, clavado en el chiringuito de la playa, sirviendo atropelladamente a los turistas, siendo observado por un tropel de chicuelos que ven a un tipo calvo y gordinflón que no sabe ofrecerles ni un bocadillo de calamares en condiciones.

Lo que no saben es que soy un autor maldito. Que se jodan.

Mi nombre es FHR. Quise ser escritor pero todo fue rematadamente mal y ahora mi único fin es ver el sol desplazarse por el horizonte en un chiringuito.

Tengo miles de poemas incrustados en mi mente que redacto atropelladamente sobre las tetas de las turistas a quien no pienso ver más. Guardo diez novelas manuscritas y pienso atizarlas al fuego a las primeras de cambio. Converso a hurtadillas con J. K. Toole y le dedico mis oraciones perversas. Conjuro a Kafka para que retorne de los muertos y vengue su memoria.

Quiero ser un monje cartujo para que mi silencio sea impenetrable y finalice este oficio cruel insatisfecho.

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