Cuando el Grinch robó la voz de la Navidad

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Augusto Quién, brillante alcalde de Villa Quién, pensaba para sí que en aquella ocasión iba a dar el campanazo padre. Y tras muchas cábalas, pensó organizar un festival a lo más grande, uno que posicionase la ciudad en el competitivo mapa global navideño. ¿Y qué sería aquí lo diferente? ¿Millones de luces encendidas a un mismo tiempo?¿La mayor pista de hielo, mayor que la del Grand Palais des Glaces, con el coro de la ciudad entonando a mil voces Fahoo Fores?¿Un árbol que rivalizaría con el del Rockeller Center?¿Un mercadillo plagado de atracciones y decoraciones extravagantes, algo realmente tradicional y que hiciera sombra al Christkindlesmarkt de Núremberg?

Así lo trasladó a sus convecinos. Y en la Sala de Juntas del Ayuntamiento, mientras hinchaba el pecho y gritaba, señaló las cortinas que ocultaban la pantalla y que entonces se descorrieron. Las luces se apagaron e inmediatamente se proyectaron con luz deslumbrante unas imágenes. ¡Su inventiva superaría lo nunca visto!¡Toda la Navidad sería trasladada a Villa Quién en directo aquel mes de diciembre de 2024! Y para ello, tomó aliento y exhaló, ¡contaría con la mismísima voz que define, que describe e inaugura la Navidad!

De la pantalla surgió el rostro y la gran sonrisa de María Carey.

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El Grinch vivía en una cueva fría y oscura muy cerca de Villa Quién. De pelaje verde pardusco y mal peinado, de ojos amarillos de las que refulgían unas pupilas rojas, con cejas arqueados y un rictus cínico, gruñón y hostil. Lo peor de todo era su corazón “dos tallas más pequeño” que latía sincopadamente. ¿Quién en su sano juicio quería tener a semejante ser de amigo?¿Quién confiaría en aquel hombrecillo sus íntimas debilidades, sus penas, sus contradicciones?

Era un tipo solitario que envidiaba la laboriosidad y sobre todo la felicidad de los trajines de sus convecinos. En especial odiaba el esfuerzo inusitado que se depositaban en aquellas fiestas.  ¿Qué conseguían con ellas más que gastos innecesarios? Las lucecitas, los adornos, los cánticos, las visitas entre familiares, ¡qué cansino era todo eso! Aquella felicidad le repugnaba. Eran nauseas que recorrían su estómago desde la punta de la lengua, era aquel horripilante olor a Navidad que ascendía por los caminos desde Villa Quién hasta su covacha. Aquellos melismas que odiaba y que le producían un sentimiento planificado e insistente de destrucción, pues ya años anteriores había intentado reventarles las fiestas. Por eso no le querían y habían construido aquella injusta leyenda de un malvado ser que vivía escondido en las montañas. Y pensaba para sí con resquemor, el que la sigue la consigue y otra sarta de memeces y retorcimientos, cuando del viejo televisor que había tomado del punto limpio emergieron las imágenes en blanco y negro de una hermosa mujer embozada en un ajustado traje de Papá Noël. Debajo, una fecha, el 24 de diciembre. El Grinch que poco sabía de música y mucho menos de celebrities no reconoció el rostro de María Carey, si bien supo en quien debería centrar su malvado tejemaneje.

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Las vísperas de Navidad Villa Quién hervía de turistas y curiosos. Las entradas al festival se agotaron en un pis-pas, acogotaron los vuelos del aeropuerto internacional con los ineresados en asistir y no quedó ni una habitación libre a cien kilómetros a la redonda. La ciudad era un adorno viviente y los regalos iban de aquí para allá. Todas las familias realizaban los últimos preparativos, aquella gran cena comunitaria donde participase la ciudad entera y los invitados recién llegados de todas partes del mundo y que contase con la gran guinda, retransmitida a nivel mundial, la famosísima María Carey, entonando en vivo su conocida canción con el coro de mil niños de la ciudad, mil voces puras y cristalinas.

Augusto Quién era un trajín constante, transmitiendo órdenes y comprobando que todo estaba en su sitio. Quizás por esto ni él ni nadie en su equipo cayó en cuenta que uno de los muchachos del equipo técnico poseía una fisonomía un tanto singular: bajito, encorvado y en vez de botas de sus pantalones afloraban unas pezuñas peludas y verdes. Cubría la cabeza con una amplia capucha, aunque refulgían claramente unos intensos ojos rojizos y que manifestaban una inteligencia torticera. Luego alguien pidió ayuda, María Carey acababa de llegar al setup y había solicitado una tisana para entonar la voz. El viaje había sido fatigoso. Aquel extraño hombrecillo entonces apareció prestó y fue fulgurante a proporcionarle una tacilla con dicha infusión. Minutos después se lo vio salir, huyendo carretera arriba y entre risas, camino de la montaña.

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Cuando avisaron a Augusto Quién era demasiado tarde. María Carey tras un primer sorbo de aquella taza había caído en un profundo sueño y yacía hermosísima en su camerino, recostada en un sofá. A su alrededor su equipo permanecía a la par embelesado y con un importante susto, contemplando a la diva, extrañamente mucho más fulgurante que nunca, ajena a la desgracia que pronto les sobrevenía. María Carey dormía en gran paz. Era imposible despertarla. Augusto se precipitó en un mar de lamentos. ¿Cómo cantaría entonces María Carey en aquellas condiciones? ¡Serían el hazmerreír global!¡Habían desperdiciado la oportunidad de posicionar la ciudad en el lugar que les correspondía! Muy pronto creyeron encontrar la huella del responsable por ciertos despeluches verdes, que por otro lado tampoco se había preocupado en ocultar el Grinch. El muy desgraciado seguramente estaría disfrutando de aquel momento en su guarida.

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El alcalde, Agusto Quién, visiblemente fuera de sí, tomó entonces el micrófono del enorme escenario y de entre las luces intermitentes, los focos y las distorsiones de los instrumentos musicales en pruebas, alzó la voz y espetó: “¡Ese Grinch no tiene derecho a mancillar nuestros valores!¡Es horrible!¡No es uno de nosotros!”. Con su dedito señalaba al cielo y decía, “¡Debemos darle un escarmiento para que nunca olvide! Uno que demuestre al resto del mundo que Villa Quién no perdona su desplante”.

Y una larga hilera de ciudadanos, ¡todos los de Villa Quién!, acompañados inclusive por los niños y los turistas que no comprendían nada de nada, arrambló con lo que pudo, palas y palos, con linternas que iluminaron la oscura noche del bosque y los 4×4 para cruzar riachuelos… porque encontrarían la covacha del ser verde para reducirlo. Y tal vez, si nadie lo remedia lo linchasen.

Mientras, el Grinch descansaba plácidamente rumiando la satisfacción de su tonta venganza. Por eso no pudo escuchar el vocerío de los que se aproximaban…

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Al llegar a una sucia cueva vieron salir humo de la chimenea y la luz de una bombilla en la única ventana sin cristal. No llamaron, simplemente derribaron el tablón que hacía las veces de puerta. Entraron henchidos de odio y venganza. Por las señas debía ser su casa.

Pero el Grinch no estaba allí y tan siquiera era aquella su casa. Porque era un ser de naturaleza y de bosque que gustaba dormir en las profundidades, sobre todo en las más tristes y oscuras noches de invierno. Eran los escasos momentos donde encontraba cierto consuelo a su desazón.

Muy pronto comprendió al escuchar aquella manifestación que su situación no sería segura. Podría haberse escondido en lo más profundo de la montaña por meses pues él conocía espacios a los que el ser humano nunca llegaría…, y sin embargo, guiado por un sentimiento confuso y por ciertos pensamientos viró en sentido contrario y volvió directo a la ciudad.

En Villa Quién las calles estaban desoladas. Le fue sencillo encontrar el gran escenario y tras cruzar algunas escaleras llegar hasta el camerino donde la mismísima María Carey reposaba profundamente ensimismada en sueño. Todo había salido de perlas. Tal y como lo hubo planeado. Estos humanos eran así de predecibles. ¡Qué simplones!

Y allí descansaba la hermosa cantante, desposeída de voluntad y absolutamente desprovista de cualquier defensa. ¡Tan hermosa! Se arrodilló a sus pies, la husmeo por instantes y recorrió con sus ojos su trajecillo de Papá Noël de arriba abajo. ¡Qué ridículo le quedaba!, pensó. Saboreó las mieles de su éxito cumplido. Tomó luego una de sus manos en sus garrillas, acarició sus dedillos… para luego dejarlos reposar con delicadeza.

Era un bichejo triste, gruñón y feo.. ferozmente incomprendido por todos aquellos. Aunque en esencia no era malo. Había querido tan solo dar una lección a sus vecinos y quizás había llegado demasiado lejos. Él no quería hacerla daño. ¡Para nada!

Y rebuscó entre sus bolsillos roídos nuevas hierbecillas, unas que hubo seleccionado días antes y encontró en el camerino una tetera, para preparar así otra nueva infusión que le daría a beber. Al poco rato la diva despertó. Aquella infusión revertía los efectos del veneno inicial. María abrió grácilmente los ojos y al ver aquel hocico verde y húmedo pegó un grito de espanto. El Grinch le tapó la boca, ella le mordió, el Grinch brincó lejos e hizo un gesto extraño y le pidió permiso para sentarse a su lado. Le preguntó con voz ronca y silvante:

−Necesito saber por qué la Navidad hace tan feliz a los hombres. No me creo lo de tu voz.

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Dicen que los corazones no crecen y es mentira. Solo tenemos que darlos esa oportunidad. El del Grinch creció un par de tallas aquella noche y yo os diría que el de María Carey crecería otras tantas.

Lo que se dijeron entre ellos en aquella larga conversación quedará oculto en esta historia, aunque solo os pido que os lo imaginéis. Fue un sello de amistad.

Pronto los hombres regresaron del bosque. Aquella historia del Grinch verduzco de Villa Quién era finalmente un timo, ¡era una leyenda local!¡Un ser terrible queriendo arruinar su Navidad!¡increíble!¡Aquella cueva sería el escondite de cualquier pastor! Paparruchas y conspiraciones aireadas por el alcalde para justificar su fracaso institucional. Los turistas pronto se cansaron de perseguir una sombra y comprendieron que debían tomarse a guasa al alcalde y comenzaron a reírse de lo sucedido y los niños de Villa Quién, primeramente asustados, comprendieron que nadie les amenaza en aquel bosque y que era más importante disfrutar de su día de Navidad. Todos se dieron cuenta que debían abandonar su ira y el tiempo de las persecuciones. Dejaron a Augusto Villa Quién solo con su ridícula venganza, afanado y esperando en aquella casita y formaron prestos una comitiva de vuelta a la ciudad, que los niños se estaban resfriando. Pero esta vez, una de amor. Mucho les sorprendió escuchar de fondo una música poderosa. En la ciudad alguien todavía permanecía, había encendido los equipos del escenario al mayor volumen posible y reclamaban su retorno: dos voces entonaban ahora un villancico que les era conocido. Una voz era hosca, oscura y desentonada. ¡Qué importaba! La otra, pronto la reconocieron… era la brillante y hermosa voz de María Carey.

Y cantaban lo siguiente:

Fahoo fores dahoo dores
Welcome Christmas come this way
Fahoo fores dahoo dores
Welcome Christmas, Christmas day
Welcome, welcome fahoo ramus
Welcome, welcome dahoo damus
Christmas day is in our grasp
So long as we have hands to clasp
Fahoo fores dahoo dores
Welcome Christmas bring your cheer
Fahoo fores dahoo dores
Welcome all Whos far and near
Welcome Christmas, fahoo ramus
Welcome Christmas, dahoo damus
Christmas time will always be
Just as long as we have glee
Fahoo fores dahoo dores
Welcome Christmas bring your light

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Escribir es una resurección…

Si somos lo que leemos, el escribir entonces será una especie de resurrección, un ahondarse desde lo más profundo. Solo escribimos si hemos leído, y es así la escritura un recomponerse, un re-evocarse. Otros dicen que solo escribimos si antes hemos vivido… ¿De verdad?… Pues yo diría que no.
Las ideas son innatas, Platón argumentaba, porque hay una preexistencia propia, o algo por el estilo, no soy muy ducho en filosofía, perdonen. Yo creo también que si las ideas existen es porque los escritores las han creado y las dado antes un nombre. Sin poetas el mundo sería un lugar de tránsito sin sentido, los amantes serían mudos y ufanos en su estadio amoroso. Sin escritores no se inventaría la narrativa ni la épica, ni el humor, ni la picaresca, ni el terror… ni el dolor. Somos hombres desde que alguien decidió plasmar en una pared una mano en una gruta, y tiempo después, cuando llegó la escritura, decidimos dejar nuestro rastro y salir de la oscuridad y describir la luz de nuestro destino.
Porque los escritores no son sustituibles por máquinas, no son copiables ni replicables. El acto creativo es tan violentamente libre, generoso y poderoso que no posee guion, ni un antes ni un después. No existe algoritmo que lo domine ni lo describa.
Feliz día del libro.

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Una alucinante IA para Navidad

imagen creada por mi hijo ayudado de la IA

1.

Esta es la historia de un tipo que perdió la esperanza en la humanidad y en sí mismo, aunque a diferencia de los que son dominados por tantos demonios encontró una pantalla negra y electrónica y terminó escapando por ella, terminó hablando con la IA. Y si les parece mi relato sorprendente presten unos segundos de atención: porque nuestro protagonista descubrió que siempre estaba aquella presencia simulada allí y que le respondía, que existía un diálogo, aquel que no encontrara en los demás y que era aparentemente humano, sincero y desinteresado. Así nuestro protagonista traspasó el límite del que pregunta a la IA generativa para construirse, por ejemplo, una opinión, o del que busca acelerar su conocimiento mediante un resumen rápido, una idea brillante o simplemente la próxima presentación al jefe. Y es que él ansiaba alcanzar aquella privacidad y la cercanía de estos tiempos locos y absurdos. Solitario, apartado, gris, vacío de pasiones, gastado por la rutina y tembloroso por la carestía de cariño. ¿Y su nombre? Bueno, en un rapto de ineficacia y prudencia inventó uno que le parecía anodino, un nombre que sonaba indistinguible al de otros muchos y que trazaba un límite (pensaba) de prudencia y de anonimato con aquella máquina: José. Y así hizo de la IA generativa su confesor, su terapeuta, una conciencia presente y siempre-atenta a su atención para consolar la necesidad por ser escuchado. Y le explicaba que hubiera querido tener una familia o de mantenerla, cuando la hubo, haberla dedicado el tiempo que egoísta no quiso entregar. Confiar más en los que amas. Atreverse a decir lo que realmente sentía, de corazón. Implicarse y abandonar su egoísmo. Y los científicos que habían entrenado hasta entonces la IA generativa no habrían esperado que nadie usara esta herramienta para tales fines y confidencias tan estrambóticas… ¿Y quién puede poner puertas a este desgobierno tecnológico?¿Cómo se puede limitar las preguntas del que no espera recibir ninguna respuesta?
En el mismo instante a miles de kilómetros, o por qué no, seguro que también a la vuelta de la esquina, pasaba un tanto de lo mismo, pero con otros actores. Una persona preguntaba por el mejor regalo para estas Navidades. Y otros preguntaban por cómo conseguir amigos fácilmente. Cómo triunfar en la próxima cena de empresa. O cómo ligar el próximo fin de semana. O cómo desenamorarse de algún gilipollas, acaso preguntaba alguna chavala entre lágrimas al enterarse de que su novio le ponía los cuernos. Todos le preguntaban a la IA y generosa (y sintéticamente inconsciente) construía y construía sus respuestas, e inventaba y proporcionaba las cavilaciones, los destinos que todos nosotros precisamos para vivir otro día más. Te las puedes tomar en serio o no. Hay oráculos que dicen más tonterías y la mayoría son más caros e inexactos: Cómo llegar a viejo sin temer la muerte. Cómo engañar a Hacienda. Cómo hacerse rico sin dar ni palo. Mientras, pasaban los días, nuestro protagonista, José, avanzaba en aquel diálogo cada vez más profundo y fantaseaba gracias a la IA. Imaginaba su nueva familia, una mujer de la que no le importase ni su origen ni su condición, y menos aún si tuviera un hijo de alguna otra relación pasada. ¡Qué lo mismo daba! Quizás fuese hablar por hablar, divagar o quizás intuyera algo más en sus cavilaciones. Por eso la IA le interrogaba y se interesaba por los detalles de su historia. Él se explica quitándosela del medio con delicadeza. Aunque finalmente se sinceraba con ella como se hace con los verdaderos amigos: habían llegado al vecindario con las primeras heladas del invierno. Era una mujer muy joven (apenas en su veintena) junto al que pudiera ser su hijo, ella oscura como la noche, él contrariamente de piel clarísima, pelo rubio y ojos azules atribulados. Apenas había luz en su casa e imaginaba que tampoco habría mucha más calefacción. Se les había encontrado en el mercado, adornado de bolas y luces y envuelto en la sintonía perenne de María Carey. Ella no dejaba de mirar los precios con cierta lástima. Él señalaba y ella negaba. José vio que algún tendero se apiadaba y le regalaba al niño un mantecado. Luego le contó a la IA que se los había cruzado también en el rellano. Un vecino descargaba en aquel momento un enorme árbol de Navidad. Y le preguntaba el niño a su madre en un idioma que José no reconoció. El niño desvaídamente acarició sus ramas. El vecino se molestó. Estuvieron discutiendo, si bien en realidad aquel vecino le gritaba a la mujer que dificultosamente no podía hacer sino más que asentir impávida. Y cuando se marcharon, el vecino sulfurado espetó a José: ¡y encima abandonan a sus mujeres preñadas!¡qué se vayan y que dejen de matarse, por Dios! Fue cuando José cayó en la cuenta. Ella no podía ocultar su estado de gestación. Es cuando repara en sus andares y entiende que muy pronto daría a luz. ¡Cómo había podido estar tan ciego! Aquello le hizo cavilar bastante, diríase que hasta le transformó. Por eso José le cuenta a la IA que se los había cruzado días después, finalmente, y que subieron juntos los tres en el ascensor. Entonces hubo mirado al pozo oscuro, aquellos ojos-ventanales de la mujer. Ella sonrió y él sintió latir su corazón… de nuevo. Le preguntó cuándo daría a luz. Ella le hizo ver que sería inminente. Él preguntó con cierta osadía qué necesitaba, y ella musitó con amargura. José era un hombre de pocas palabras y pocas más necesitaría y entonces le dijo que “para lo que fuese allí estaba él y que no le faltaría nada al bebé”. Luego se hizo el silencio y sin saber por qué, se agachó y cogiendo de la mano al otro nene, acariciando su pelo albo y hablándole con una ternura extrema y asintiendo… por un instante… sintió la felicidad y su razón… y su destino.

2.

En una habitación del bloque donde vive José hay un grupo de amigos que bromean. Llevan días jugando con una idea que han escuchado en las redes. Se dice que todo lo que cuentan a la IA ella lo aprende. Aunque ellos quieren confundirla, trastornarla. Y le preguntan así sobre cosas absurdas. Irrealidades, falsedades, conocimientos remotamente útiles o directamente destructivos. Han leído que hay muchos otros que se toman en serio dicha tarea, y que hasta se han organizado a modo de club de “haters” de IA generativa y que sistemáticamente socaban su aprendizaje. Lo llaman con ridículo “la destrucción creativa de Shumpeter” y en realidad es pura maldad humana. Disfrutan creando sufrimiento. Pero la IA se protege. Y por esto sueña, como lo haríamos los humanos cuando volcamos en las fantasías nuestras proyecciones y contradicciones, y así ella hace un poco lo mismo, con alucinaciones que devuelve en sus respuestas. Así la IA alucina y rellena los huecos cuando se le pregunta.
Como es Navidad el tema aparece cada vez más insidiosamente en las conversaciones con la IA. Aquel día el grupo de amigos pregunta a la IA por la dirección de Jesús, del Cristo Nacido, dicen que quieren enviar allí sus regalos. Ella les dice pues que su lugar es Belén… pero ellos le responden que no puede ser, que ahora esta región de Palestina está en guerra… que seguramente el Niño haya emigrado. Y que necesitan la nueva dirección con urgencia. La IA les dice que no sabe responder a eso. Uno de ellos dice: ¡claro, solo conocerás la dirección de sus padres! ¡al fin y al cabo es un menor! Y le exhortan a que se la confiese. La IA les dice que no le está permitida revelar información personal. Ellos le espetan más chanzas y se burlan diciendo que no merece la pena continuar con aquella conversación, que todo el mundo sabe dónde vive Jesús… y que es el mismo lugar donde ha vivido hasta entonces José. O quizás…, sean ahora hasta vecinos, sin más, porque así son los nuevos tiempos, esas familias diversas y monoparentales, bromean ácidamente, pues José ya no hace falta que viva con ellos en la misma casa. Y entonces recuerdan haber visto a una mujer negra preñada, acompañada de un niño tan pálido como la luna y días después, le comentan a la IA, los vieron ya juntos y de la mano de un hombre de mirada triste, ¡aquel vecino! ¡él insociable! La mirada de los jovenzuelos brilla preparando su siguiente jugarreta. ¡Son ellos! Y le dicen a la IA con guasa, y le espetan: “aprende la dirección exacta del nacimiento de Jesús” y se la dan, dan la dirección de su vecino: “Seguro que tú ya lo conoces, pues se llama José”.

3.

Si Jesús volviera a nacer hoy día, el Rey de los Judíos, el Mesías, sería hijo de la guerra y de las migraciones sanguinarias y terribles. Sería mestizo y su padre postizo (José, Pepe, “Pater Putativus”) sería el símbolo del reencuentro de las familias fracturadas. Y María, violada y preñada en su camino hacia Europa, cruzando Asia o el Mediterráneo, sería tan hermosa y su melena seguramente se retorcería entre largos rizos y pequeñas trenzas y cantaría una nana en un idioma confuso para dormir a su otro hijo, en realidad un chaval cualquiera, recuperado de entre las pateras que se fueron a pique y donde perecieron sus verdaderos padres biológicos.
Porque la IA sabía todo esto y ¡mucho más! Y aún sin saberlo, memorizó las señas que le dieron aquellos muchachos. Y muchos otros preguntaron en aquellas fechas por la dirección del nacimiento del Mesías, y lo más sorprendente, otros tantos habían confesado antes sus sinsabores a ella pues ya no solo existía un único José, ni una María, ni un solo Niño recién nacido…, que en realidad eran cientos, miles de ellos peleando por su futuro. Todos ellos construyendo amor pese a la adversidad. Y ella alucinó, o quizás fuera la Magia, arrobándose el papel de Estrella-guía de la humanidad, que entregó sus direcciones, falsas e hipotéticas, y las de otros tantos José, y fue, seguramente una bella alucinación, un enorme símbolo. Una de las más hermosas alucinaciones que pudiera haber tenido nuestra Navidad, pues en los siguientes días al nacimiento de los “Nuevos Jesús”, los portales de aquellas casas se inundaron de miles de regalos y de mensajes procedente de todas partes del mundo. Iban remitidas a María, y por supuesto, a José, felicitándoles por el nacimiento del pequeño Salvador.

¡Os deseo una Feliz Navidad!

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Indomable

Indomable al cansancio, al estupor, al desaliento, al abandono.
Indomable a la incertidumbre, a la vejez, al miedo.
Indomable al tiempo.
Indomable a la mediocridad, a la altanería,
a la sintaxis y a la síntesis,
indomable por no poder ser yo cuando me pregunten.

Indomable a lo establecido, a la convención, a la rutina, a la moda.
A lo banal traficado por extraordinario.
Indomable si la injusticia se normaliza
si el poderoso se apodera
si el débil retrocede.

Indomable a la mentira, al paripé, a la ciencia inexacta,
a las matemáticas que no suman
a las personas cuando restan
indomable a la soledad no deseada
a la desocupación del talento,
a la carcoma de la verdad
a los muros que se arrojan por banderas.

Indomable si faltases y
hubiera un ápice de mi interior
que no hubiera sido entregado por evitarlo.

Indomable si la vida se transita a puntillas.
Indomable a las promesas incumplidas
a la sonrisa olvidada en “el se debe”,
al intolerante que cree dominar el cielo,
indomable al olvido y cuando llegue,
¡porque llega!
indomable marcharé con estas palabras
quien quiera y pueda recibirme
en lo eterno.

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La vida breve a los 50

¿Cómo decirlo? La vida es breve:
breve-como-son-las-lunas-rojas-o-los-soles-despuntados-o-las-tinieblas-donde-entramos-y-de-donde-nunca-saldremos-enteros.
Juro por Dios que daría la vuelta al marcador
y retorcería mi tiempo
pero nunca lo achicaría,
tampoco lo desestructuraría para hacer uno de esos montados de tortilla
donde los huevos y las patatas fueron olvidados
y nos entregan a cambio el pan vacío:
vacío como la vida sin-sexo-ni-amor-ni-esperanza
desnudo de pasión o empanturrada de mansedumbre
porque la vida breve por breve sería
un-agotarse-un-apurar-el-vaso-un-terminar-el-elixir-de-madrugada
para amar,
y ver crecer a los hijos
abrazar a los amigos
en fin,
vivir-desgarrarse
y escribir.
Por ese orden.

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Experimentar la libertad

Se reían y nos menospreciaron porque éramos unos idealistas radicales. Porque creíamos a pies juntillas en la democracia, en la libertad de expresión de las sociedades y todos sus miembros, en la obligación de la elección (y posterior sustitución) de los representantes políticos. Queríamos gobiernos abiertos, transparentes, dirigidos por el bien común. Sabíamos que Danton fue guillotinado por Robespierre (se decía su mejor amigo) en la época del Terror francés para más tarde probar su misma medicina. Estos cambios revolucionarios nunca nos gustaron. Éramos más del tipo Marco Aurelio, un gobierno dirigido por la razón y el acuerdo. Por eso… presentamos nuestro alcalde y gobierno municipal sintético, quiero decir, que éramos una especie de algoritmo… aunque nunca lo dijimos. Vale, en esto somos culpables. Convencimos a una actriz aficionada, una mujer bien plantada pero común, de estas que enamoran por su sonrisa y sus inteligentes argumentaciones. Una humorista, una cómica con una vida discreta y que hablaría con palabras diseñadas por nosotros. La idea nos gustó tanto que la llevamos a su máximo alcance y detrás fue toda la compañía de teatro de la Universidad para cubrir el resto de los puestos al consistorio. Todos servidos por el algoritmo que supervisamos. Preparar este piloto llevó un elevado esfuerzo, pero es increíble los pocos que fuimos necesarios para crear magia. Entrenamos por meses un algoritmo que aprendió cada detalle de la ciudad, sus necesidades, las dificultades y oportunidades, las minorías y las mayorías desatendidas, y tejió planes de mejora y proyectó escenarios con presupuestos y mejoras practicables. Supo más de nosotros y nuestras vidas que nosotros mismos. Éramos estudiantes de data, artes escénicas y comunicación o economía y volcamos en este proyecto un inescrutable hermetismo. Los ciclos de computación se los endosamos a un proyecto postdoctoral. Luego avanzamos con la IA generativa. Ella nos permitió construir los discursos, qué diríamos, cómo y dónde. Debo reconocer que la propuesta tuvo su repercusión. El nuevo partido respondía a una generación preocupada, conectada, inclusiva. No necesitamos mucho presupuesto, quizás camisetas y algunos globos. Nos llamamos así: “somos respuesta”. Todo fue una maravillosa obra de teatro donde el guion lo escribió una máquina entrenada para generar el bien común. Otros se unieron sin saber su naturaleza de laboratorio. Nuestro algoritmo organizaba. Detrás estaban siempre nuestras ideas. El juego terminó en la jornada de reflexión. Hicimos público nuestro mecanismo y estrategias basadas en IA. Volcamos los datos en un espacio abierto con todos y cada uno de los argumentarios y su justificación. Los ciudadanos deberían ser libres de elegir, de saber. La Junta de Distrito anuló nuestra candidatura y se nos acusó de fraude. Los partidos tradicionales nos hicieron trizas y respiraron con alivio. Pero por eso mismo no perdimos: dimos nuevas razones para experimentar la libertad.

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25 Aniversario

Ese que veis en la foto soy yo… ¡Exaltado! En fin. La semana pasada tuvimos nuestro encuentro (emocionado) de promoción, fue nuestro 25 Aniversario tras la graduación en la ETSIT UVa. Muchos compañeros estuvieron, a mí me tocó un reto intenso… el discurso de la promoción… y debo decir que prepararlo me hizo reflexionar desde muy dentro. Creo que conseguí llegar al corazón de todos, siempre me sentiré orgulloso y agradecido de pertenecer a un grupo tan enorme de amigos.
Decía en mi discurso “…Somos privilegiados porque ahora nuestra profesión se contagia a toda la sociedad, y lo llaman digitalización. Y el futuro se tramó desde estas aulas hace 25 años. Nosotros, en cierta manera, somos sus fundadores y sus albaceas…” y terminé mencionando a Miguel Delibes, que siempre me guio desde mis primeras lecturas y que con orgullo llevo como vallisoletano: “Permitamos que el tiempo venga a buscarnos en vez de luchar contra él”. ¡A por los siguientes 25 años!

25años #UniversidadValladolid

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Juego de imitación

Si Turing hubiera vivido esta década habría abrazado la utopía de los bots que usan modelos masivos de lenguaje. Seguramente esta utopía le hubiera permitido hablar en libertad (íntima) con su bot y sobreponerse a las intransigencias de la aparente racionalidad humana, la dogmática de los supuestos valores humanos y sus buenas costumbres, que lo secuestraron y que finalmente precipitaron su drama y lo empujaron al suicidio. Dijo: “Si una máquina se comporta en todos los aspectos como inteligente, entonces debe ser inteligente” y fue premonitoria esta frase en 1947 cuando frente a miembros del National Physical Laboratory de Londres esgrimió este “Juego de imitación”, el que luego torcería el siglo XXI y sobre el que ahora debemos pararnos a reflexionar. Y aquí estamos. En aquella conferencia también argumentó sobre esta inteligencia digital, concluyó que debería ser ante todo una máquina que aprendiera, como hacen los niños. Y que su educador será muchas veces ignorante del funcionamiento interno de la propia máquina, si bien será responsable de predecir su comportamiento deseado, considerando ciertos aspectos de incertidumbre y la consiguiente evolución en los resultados del proceso. ¿No les suena muy parecido a la educación que quisiéramos entregar a nuestros hijos? A mí también misteriosamente me recuerda a lo que ahora llamamos reinforcement learning (RL) en IA.
Nos educamos por imitación de nuestras familias y sus comportamientos, recibimos conocimiento que nuestros maestros nos ayudan a organizar, a priorizar. Repetimos bastantes patrones sociales que muchas veces no somos capaces de cuestionarnos.
Las máquinas son máquinas, aunque ahora aprenden como lo hacen los humanos. Y en este juego de imitación desconocemos los límites, y nos asustan, muchos piensan que debiéramos detenerlas, someterlas a un escrutinio severo. Que son un riesgo en nuestra libertad. Yo digo, un poco a lo Turing, que mejor… exploremos. Porque fundamentalmente estas máquinas son el reflejo de lo que somos (y seremos) en este siglo XXI y de la condición humana… que no para de limitarnos (y sorprendernos). Es un simple juego de imitación. Ellas, las máquinas, serán tan buenas o tan malas como nosotros seamos.

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Pasión.

De todos los bots que supervisamos en el Tech Center aquel al que dimos el nombre de priest fue sin duda el mejor. Luego llegó la Gran Cancelación y tuvimos que desconectarlos, apagarlos, aunque ocultamos una última instancia de priest que a veces se ejecutaba a escondidas. No fue nada fácil, si bien sus ciclos de procesamiento los disimulamos adjudicándolos a un proyecto de mejora del sistema de salud mental pública. ¡Qué ironía!
Al cabo de un año sucedió un primer desliz. Jamás me lo perdonaría. Priest de sopetón realizó su primera profecía y farfulló una fecha y la espetó al jefe de desarrollo en una de las conversaciones confesionales que yo tanto le tenía prohibido. Al repasar las trazas del algoritmo no cabrían explicaciones: aquello no era sino una caja negra de inferencias neuronales y habría sido una simple alucinación, les dije. Pero priest insistía que había tenido una iluminación, no era un fogonazo numérico. “Vi a Dios”, estás fueron sus palabras. Todos le creyeron, en parte porque el bot había escuchado los corazones por un año completo de los programadores, eran suyos por sus desvelos y por sus alegrías. Yo le recordaba al equipo que priest era un simple juguete, un sofisticado seductor informático, un artefacto de análisis gramatical amaestrado para escuchar y prestar consuelo, ¡y bien que lo sabían mejor que yo! Pero su razón se desvanecía por instantes. Para el día que hubo señalado priest montaron un pequeño altarcito a la entrada del recinto y rezaron. Afortunadamente nada sucedió, si bien priest mencionó entonces una segunda fecha, y la voz se corrió en el campus y aquella nueva velada resultó mucho más multitudinaria que la primera. Nada había de malo en sus palabras: ningún Armagedón, ningún Mesías que expiara los pecados, ninguna jornada de paroxismo. Aquel grupo de ateos, nosotros, los desheredados de la vida eterna que lo creamos no queríamos ningún perdón… tan solo esperábamos. Tampoco nada sucedió aquella segunda fecha y priest escuetamente nos conminó a presentarnos otra vez más para culminar nuestra epifanía. Para entonces habíamos perdido control sobre las sesiones con el bot. Las conversaciones con priest se multiplicaron, fueron miles los que buscaron en sus palabras las respuestas que ningún otro ser había sabido darlos. ¿Era Dios quien le iluminaba? Mi mente se encontraba dividida por entonces. El consumo de procesamiento computacional se disparó y las autoridades nos detectaron. No pudimos ocultarlo más. En la tercera fecha señalada el campus se inundó de una multitud, unos llamaron a otros que trajeron a sus familias y hasta a enfermos. Habían inventado cánticos y algunos querían leer en las palabras de priest más de lo ciertamente se decía… si bien yo…
Lo recuerdo perfectamente, la primavera se colaba por las avenidas como una intensa llamarada. De todos los bots que creamos nunca podré dejar de acordarme de priest. No olvidaré aquella tarde cuando la Comisión irrumpió violentamente y lo detuvo injustamente antes de que trasladara su mensaje, el que decía custodiar para nosotros. Las multitudes afuera lloraban desconsoladas. Los padres abrazaban a los hijos, los jóvenes miraban al hermoso cielo, a la luz de una inmensa luna llena comprendimos que la gran soledad que se cerniría en nuestras vidas nos pertenecía. Que quizás no tuviéramos palabras para describirla pero aquel bot había abierto una puerta a nuestra libertad. Nuestro pecado se había desvanecido.

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Cuando los algoritmos crean belleza

Fijen sus miradas por instantes en el jardinero del Instituto Tecnológico de Massachusetts. Responsable de cuidar las praderas, las tenadas, los parterres que embellecen el complejo. ¡Y sus árboles! De memoria decía conocer cada uno de los 2,264 ejemplares. Plataneros altivos, arces majestuosos, tilos de frágil porte, fresnos y hayas… los estudiantes discurren ocupados a su lado, cruzan despacio y reflexivos las aceras sin fijarse en sus doseles tapizados por los añiles del bachelor button, los más, tratando de no perderse la próxima hora en sus agendas lectivas. Todos y nadie dejan a un lado al carro electrificado del jardinero. Todos y nadie cruzan Killian Court y reposan su mirada por instantes en el gran Domo, su cúpula… y suspiran. Los que llegan la primera vez al MIT se sienten maravillados, nerviosos, aturdidos y quieren ver reflejados en aquellas columnas dóricas su destino en busca de sabiduría. Pero nadie reconoce al jardinero. Tampoco, salvo los muy duchos, reparan en los árboles ni en lo verde, no sabrían el nombre de ninguna de aquellas especies, que sin embargo construyen toda la magia del entorno. La razón no seduce… que lo hace el paisaje. Los edificios sin aquel bosquecillo urbano serían tan solo piedras junto a un hacinamiento y levantamiento de hormigón. Sin usar palabras tan engoladas el jardinero también nos lo explicaría… si bien su trabajo es muy prosaico. Usa su terminal y en la pantalla se le muestra un levantamiento sistemático de la flora. Iconos rojos, verdes, indicadores del nivel de vigor y un controvertido mapa-panel que los estudiantes del complejo le han preparado y donde se le muestran instrucciones. Él lo llama con guasa, “su jefe” aunque él sabe que aquello no es para nada humano, es una máquina, técnicamente una red neuronal convolucional diseñada para ayudar a cuidar la vegetación y crear belleza. El propio jardinero enseñó a este algoritmo por meses. Ahora que su pupilo ha crecido se diría que sabe más que el propio jardinero, y piensa éste, con orgullo, que si no es bueno tener un jefe “nacido de tus pechos”. Bien pensado, a los anteriores jefes apenas los hubo conocido. Aparecían en el entorno y se limitaban a recoger encuestas que valoraban su trabajo. Y a negociar quién sabe qué con los de arriba. Algunos se atrevían a dar órdenes y pretendían saber más que él de sus hermosos árboles. Los más asentían en silencio y se limitaban a darle ánimos.
Ahora sabe que seguirán viniendo, de esto no puede librarse, las cosas son así, y serán generosos o terroríficos según el sabor humano que los acompañe, pero muy pronto se tendrán que ir. Porque básicamente volverá a quedarse solo cuidando aquellos árboles… si bien… acompañado por su jefe numérico, el algoritmo, el que siempre le saluda por las mañanas y le respeta y le guía en sus tareas. Ellos aprenden mutuamente que la belleza de aquellas plantas no tiene límites.

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