>De vuelta en casa:

Gafitas retro ahumadas, cinturita melosa y regordeta, el cálido sabor de la brisa que se va.
Esto es Madrid: esta jodida ciudad, sus prisas y sus ascos. Ya no me acordaba, pero tengo envidia hasta de mi vecino. Su coche corre más y el muy cabrón es (encima) funcionario.

Y aquí me tenéis, encerrado en la urna de cristal de la oficina. Mascullando mi nausea.
Mirando por la ventana del ordenador. Solo, muy solo, cochinamente solo.

Quisiera volar como la lechuza y como ella misma, hacerme de noche y otear el horizonte.
Un año más, la mochila a cuestas, soy colegial del nuevo curso, 2005-2006,
ayer me compré los libros y la columna me llega al techo.

Tan solo un detalle. Mi blog. Amado compañero. Bebida infanticida. Polvo perverso.
Estimado canalla.

Saludos a todos,

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Pequeña noticia: me han publicado un microrelato “Corazón de encina”. Leedlo y me decís.

http://www.margencero.com/relatos/relatos_index.htm

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>Amigos, este mesecito de Agosto lo dedicaré al relajo. Hasta los poetastros necesitan un tiempo de asueto para lamer las heridas y escribir para si mismos. Perdonadme si el ritmo de publicación se resiente. Es la canícula, también.

Mikelow voló, en sueños alcanzó por fin el alto otero para reposar junto a la lechuza.

La lechuza tenía ojos tristísimos; Ojos cansados por la espera.
La noche seducía su grito acartonado, híbrido, de miembros desproporcionados: Era la noche digna.

Las palabras de la lechuza silbaban, Mikelow se agita entre fiebres en la cama.
Hay en la meseta de Alabama un calor tórrido de Agosto, un sabor a rancho viejo, un olor a película quemada.

En el motel de carretera, Mikelow sueña su destino de transeúnte.
A veces quisiera arrancar del narrador palabras mágicas de consuelo.

Cuando despierte el detective,
tomará su café con galletas, el Ford Galaxy, y del camino, un plano de carretera por compañero.

Hoy se marchó el viejo Mikelow de viaje.
En las barras de los clubes, las putas beben ron cubano:

Mikelow y sus bermudas, marcando el estribillo, la música en la radio.

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El físico imaginario (última entrega)

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(Después de bastante tiempo, el final del relato. Debe ser cosa del verano. Sudar y sudar. Las partes anteriores del relato son http://eloterodelalechuza.blogspot.com/2005/06/el-fsico-imaginario-parte-1-de-3.html y http://eloterodelalechuza.blogspot.com/2005/06/el-fsico-imaginario-entrega-2-de-3.html. Tiempo de lectura: 10 minutos y la pensadita posterior)

Finalmente llegó la carta confirmando la fecha del traslado. Habría de empaquetar todos los mecanismos con sumo cuidado, y junto con toda la documentación, trasportarla en furgón. Él viajaría también, para proceder a la definitiva reconstrucción y ulterior presentación de su dispositivo a la Comisión y al público en general.

El empresario hizo un silencio en su extraña narración. Parecía emocionado. Acercó la botella de pacharán y llenó nuestras copas. Hizo un brindis cortés y vació su baso de un trago. Sus ojos, de vidrioso azul, resplandecían, casi adolescentes.
– ¿Y dígame, pues, qué sucedió? – mi tono de voz parecía alterado; extraño por aquel relato, del cual ahora yo exigía no fuese detenido…
– Abreviaré para serle útil. Hijo, fueron meses duros aquellos, de los que la memoria apenas nos trae más que débiles recuerdos. Y sin darse cuenta, fue que llegó la fecha señalada. Por siempre recordaría nuestro jovenzuelo aquella precisa tarde al sabio, responsable de la Comisión, en su laboratorio de física, mesándose las barbas, ralas, grises, huidizas. Parecía absorto ante los dibujos y galimatías de la máquina. Sin embargo, de cuando en cuando, alzaba la cabeza y escuchaba las palabras del muchacho con un punto de sonrisa en su boca, para anotar sus comentarios en la libreta. Finalmente alzó el gesto y muy serio comenzó su exposición. Usted sabe cómo los sabios miden sus palabras, y éste parecía pertenecer al grupo más acendrado de estos. Alzó la voz y le dijo, directamente, que ciertamente le sorprendía su osadía, pero que lamentablemente la máquina nunca podría funcionar, y que no era necesario entender toda aquella construcción ni perder más tiempo. Salvo que cambiaran las leyes de la naturaleza. Parecía dar por concluido el asunto. Así de simple.

El chaval rompió a llorar. Fue un momento, breve, de debilidad. Pero lo suficiente como para confesar al sabio cómo hubo abandonado su aldea, huyendo de la miseria, y cómo había copiado los diseños de un antiguo libro que ganó en una partida de cartas a un buhonero. Fascinado por aquellos dibujos y deseoso de alcanzar la fama, creyó que modificando las tensiones y configuraciones de las poleas y mecanismos, alcanzaría su éxito.

Durante los últimos meses había estudiado y leído cientos de libros de mecánica. Lo que inicialmente creyó una torpe astucia adolescente para engañar a sus conciudadanos y ganar algún dinero, se había convertido en su única obsesión y en su mayor ansia, una transformación animosa de su espíritu.

Pero ahora, justo antes de presentar su obra, se daba cuenta de lo fútil e inútil de la quimera. De su inconsciencia. Inocente, soñó que podría engañar a labriegos o codiciosos comerciantes pero nunca a un sabio. Y sabía que finalmente el resto se daría cuenta de su montaje y se burlarían de él, marginándolo. Se hundiría por siempre en el anonimato sin haber alcanzado su sueño: aquella máquina de movimiento perpetuo. Sin embargo, este hombrecillo, había sido el único que había sabido abrirle los ojos, primero porque conocía la ciencia cierta y segundo, porque no buscaba otros intereses tergiversados. Y entonces también se dio cuenta de lo engañado que había estado: quizás el resto, detrás de sus felicitaciones y tibios apoyos, escondían una pesada y sórdida burla de menosprecio.

Solo entonces, el empresario hizo una última pausa en la historia. Me guiñó un ojo y chascó la lengua como con disgusto. Me mordía la lengua de emoción. No entendía nada. Mi pensamiento se precipitó fuera del relato. De sopetón, me espetó una pregunta rabiosa. Fue la única vez que me tutease en aquella comida.

– Dime, ¿qué habrías hecho tú en su caso? Quiero decir, en el caso de haber sido aquel rapaz de la historia.

Interpelé al secretario con un pesado gesto de hombros, pero éste evitó cualquier respuesta. Se entretenía encendiendo su puro, y permanecía absorto rompiendo la preciosa vitola cual profesional cirujano.

– Y bueno… ¿Qué hubieses intentado … ? – Repetía su pregunta mientras daba el primer par de chupadas y el humo desdibujaba su rostro. El tiempo se agotaba… tartamudeé improvisando una respuesta.
– Hombre… ¿Sabe? Podría haber maniobrado con rapidez… creando confusión… cancelando y posponiendo la presentación para ganar tiempo… en realidad, hubiese sido fácil hasta contrarrestar la posición del sabio con nuevos especialistas contratados por los industriales… argumentando que siempre existen principios tecnológicos por descubrir… que aquello era una innovación diferencial, mal entendida por los científicos del Ministerio.
– ¿Pero…? – Se reía, con su papada columpiándose repugnantemente, mientras estrujaba con su pregunta mis sesos. Era el tono, los gestos, que delatan mis dudas. Cuando me percaté de la celada escondida en aquella historia, casi se me saltan las lágrimas. Podía desperdiciar mi oportunidad. Continué, prácticamente tartamudeando. Y dije:
– … Hubiese cumplido mi cometido… la empresa habría cosechado hasta buenos resultados durante cierto tiempo… las acciones se habrían revaluado lo necesario para ser vendidas con grandes beneficios… un buen negocio a todas luces antes de que descubriesen el montaje – entonces me sinceré a riesgo de parecer un mentecato, porque prefería ser un nene debilucho con torpes escrúpulos que un traidor. Por eso terminé: – … y sin embargo no me hubiese hecho feliz. Hubiera ido en contra del sueño. – Y me quedé luego mudito, la cabeza alta. Seguro de mi contestación porque era digna de mis propias ideas. No me importaba qué pensase aquel gordinflón. Y si no me financiaba, ya buscaría otros banqueros.

Afortunadamente aquella respuesta causó su efecto. El empresario finalizó el cuento.

– Siempre recordaría, pasados tantos años, aquella tarde. Como delante de los periodistas, los fríos responsables de la corporación que patrocinaban su trabajo, el alcalde y los convecinos, el sabio anunció que aquellas hermosas cavilaciones nunca funcionarían en la práctica. No pasaban de ser un torpe sueño, una pantomima contraria a las leyes fundamentales de la física. Entonces unos murmullos de desencuentro invadieron la sala. Muchos se marcharon indignados. Cuando se volvió a hacer el silencio en la sala, el sabio continuó su exposición: y dijo que, pese el fracaso, el valor de aquel esfuerzo radicaba en su ingenio, su imaginación e inventiva. También dijo que nuestro futuro se mide por el número de tropiezos, las irrealidades de nuestros torpes visionarios que confusos, forjarán nuevos derroteros. Seguro que nadie supo apreciar aquellos cumplidos, porque finalmente el jovenzuelo se quedó solo en la sala junto al sabio. Todos se habían marchado, el alcalde del brazo de los empresarios, sus convecinos, los periodistas, urdiendo la mimbre del escándalo a publicar en la próxima
edición matutina. Pero, como quien decide que no ha sucedido nada relevante, el jovenzuelo se dirigió al laboratorio para continuar sus esfuerzos como si se tratase de otro día más, pero esta vez bajo una nueva guía, es decir, apoyándose en los conocimientos de sabio; Al pasar los años, y nacerle las canas, las ideas se asentaron, y construyó, al fin, muchas y nuevas máquinas maravillosas, que sino móviles perpetuos, permitieron a la civilización avanzar y progresar.

De esta guisa finalizó su relato y dio por concluido, sin más, nuestro encuentro. Por entonces, una humareda invadía nuestro reservado y me hacía toser y lagrimar constantemente. El secretario, sacó un pañuelón inmeso del bolsillo y con estrépito y teatralidad se sonó la nariz. Al salir de mi atontamiento me encontré al empresario pagando la cuenta y llamando por su móvil al chofer. Volvía al frenesí de su actividad cotidiana. Miró su reloj y maldijo en voz baja, puesto que llegaba tarde a la siguiente reunión. Casi sin despedirse se marchó. Torpemente me dio la mano sin mirarme a la cara.

Y me quedé solo, jugando con la cubertería de la mesa, meditando sobre el asunto de aquella extraña reunión.

Semanas más tarde llegaría la contestación a nuestra propuesta de negocio. Había sido aceptada.

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>In memoriam

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En memoria de las víctimas y sus familias, todos inocentes.

Había vomitado toda la noche.

Por la ventana, la mañana se colaba: tenue, lúcida, ambivalente.
Sara apagó el despertador un instante antes de sonar. El zumbido eléctrico se desvanecía en su mente con celeridad.

Al levantarse, mecánicamente miró la cuna. Dentro, el pedazo de tierra y cielo se desbrozaba en arrumacos. Tomó al primogénito, y en brazos, sonrisa cándida, lo acunó.
El bebé movía sus manitas, manipulando el aire. Pensó, vaya con el glotón, ya me pide otra vez la teta. Mientras lo amantaba, veía, a lo lejos, los últimos embotellamientos de Walthamstow Avenue. Unos se movían rápidamente hacía la estación de cercanías, otros se hacinaban afanosamente con sus furgonetas para preparar el día de mercado.

Todavía con el niño en brazos bajó a la cocina. El piso crujía. La casa donde nació Mary Lou, un antiguo caserón victoriano, había sido prácticamente remodelado por la familia de Azzi. El padre de Azzi (el viejo abuelo) regentaba una frutería en el mercado y su posición era ciertamente cómoda al ser ya un emigrante integrado en la comunidad. El abuelo de la criatura era de origen indonesio, huido de la sangría de Suharto, allá por los sesenta. Abandonando su país llegó a Londres, allí trabajó en la construcción hasta ahorrar lo suficiente para establecerse por su cuenta. Rehizo su vida, allí conoció a su mujer, otra emigrante, esta vez Marroquí. También allí nació Azzi. En el mismo Walthamstow su hijo Azzi conoció a Sara veinte años después. Allí fue concebida Mary Lou. Daba gracias a Alá en sus oraciones por aquella prosperidad recibida.

Dieron las nueve. Ahora Sara le cantaba una vieja canción de cuna a su bebe: en ella, los anglosajones eran vencidos por los normandos, era la batalla de Hastings y corría el año 1066.

Mary Lou tiraba con sus deditos de la larga melena plateada a su madre y su pequeña sonrisa recibía la nana. Escrito contra el frigorífico, una nota estilizada en árabe: era la letra de Azzi. Había tomado el metro muy pronto y le recordaba que hoy trabajaba cerca de la estación de King’s Cross.

Sara recordó todo aquello. Sonrió. Está noche le daría la buena noticia. Porque tendrían esta vez un varón. La parejita.

Anotó cuidadosamente en su recuerdo aquel día: era el 7 de Julio, Jueves.

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Este miércoles, Lidia, Carmen y yo, despachándonos unas cervecitas por Ronda de Segovia. Hablando de literatura. Hablando de la visión del creador, del artista. De su independencia.
Luego al hilo de la conversación, apareció Miguel Hernández y claro está, Celaya.

Ya un lector nos había mencionado semanas antes (http://caleidoscopiodeideas.blogspot.com/2005/06/porque-caleidoscopio-es-ficcin.html) su poesía “como arma cargada de futuro”.

Celaya. Fuerza humana devoradora. A los 17 años conocí su obra. En el instituto, montábamos una revista “Laboratorio Azul”. Impresionado por su “biografía”, leí otros poemas, aunque su impacto fue menor, quizás porque en aquellos tiempos yo buscaba literatura en mayúsculas (Lorca) y Celaya, es sobre todo un ser complejo, con una carga humana brutal. El tiempo ha pasado, a raíz del comentario, retomé sus poemas. Como decíamos, aquella tarde en la terraza del bar, donde todos coincidimos: “Lo mejor de Celaya es Celaya. Su humanidad.”. Será que nos hacemos mayores.

Curioso el poeta: niño de bien, educado para ser élite conservadora de los valores de su época, abandonó la dirección de la empresa familiar para lanzarse al poema social. Lo dejó todo. Luego se desdijo y retomó sus reflexiones abstractas, su formación ingenieril para entender al ser humano. Murió pobre. Su proyecto editorial no fue comprendido en una España ceniza y simplona. Recuerdo además que el Estado tuvo que ofrecerle una renta o así para que subsistiera en sus últimos años de vida. Torpe arranque de escrúpulos el nuestro.

“Biografía”

No cojas la cuchara con la mano izquierda.
No pongas los codos en la mesa.
Dobla bien la servilleta.
Eso, para empezar.
Extraiga la raíz cuadrada de tres mil trescientos trece.
¿Dónde está Tanganika?
¿Qué año nació Cervantes?
Le pondré un cero en conducta si habla con su compañero.
Eso, para seguir.
¿Le parece a usted correcto que un ingeniero haga versos?
La cultura es un adorno y el negocio es el negocio.
Si sigues con esa chica te cerraremos las puertas.
Eso, para vivir.
No seas tan loco.
Sé educado.
Sé correcto.
No bebas.
No fumes.
No tosas.
No respires.

¡Ay, sí, no respirar!
Dar el no a todos los nos.
Y descansar: morir.

El poema “Biografía” es del propio Gabriel Celaya y el dibujo de Juan Luis Goenaga,

que realizó para su homenaje, en 1976.

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>El principio de ‘Le Chatelier’.

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Luego fue que pisó el acelerador, suavemente. Y el atasco de la N-I desapareció, lejos. Y llegamos al puerto. A mi lado, las estribaciones del Guadarrama, sus crestas erguidas, envalentonadas. Miré la hora; La tarde se asfixiaba y el sol de junio, altanero, hería los pinares por las alturas.

Entorné los ojos. Diría que me quedé transpuesto. En la radio, qué se yo: una sordina de voces, una vicisitud laxa de músicas y noticias. Zarandeado y embotado por el sueño (el cuello de goma, flexible, jirafesco) tomamos un desvío, casi justo en la cumbre, para hacer una parada técnica, café en mano. Era una pequeña casa rural.

Allí Raquel, sentados fuera, al cobijo del alero y de fondo con el canturreo de los pajarillos, me habló del principio de Le Chatelier. Ella lo tenía bien claro. Me dijo:

– Cuando un sistema es sometido a una tensión, éste reaccionará con igual fuerza para compensarlo.

Sonreía maravillosamente mientras lo contaba, quizás por mi cara de tontuelo. Yo recordaba aquella ley, desvanecida en mi memoria, casi del Bachillerato. Pero ella es Química y entiende la realidad a través de estos conceptos. Lo tiene grabado a fuego.

Habíamos hablado del mismo tema muchas veces antes y ahora se repetía como un sacrificio al trasunto del viaje. Hablábamos de la transformación de la sociedad española: libertad de pensamiento y de expresión, tolerancia, pluralidad de modos de vida, solidaridad, modernidad y progreso, frente a los comportamientos recalcitrantes y como, sin saber porqué, otras voces se alzaban, nacidas de Dios sabe donde, contra esta corriente. Voces reaccionarias.

Le dije que me sorprendía su número, eran muchos, demasiados: y me producía pavor. Todo el esfuerzo de las pasadas décadas podía verse desperdiciado. Nuestro empeño democrático, puesto en peligro por este movimiento. Se rió como siempre que me pongo tan melodramático. Era el aire de la montaña, el relajo, que me produce esta posición tan cómica. Me dijo que no debía confundirme. La realidad era así y yo lo sabía. No podemos esperar que todos piensen igual. Es necesario. Aunque sean posturas desalentadoras.

También le dije que cómo habían permanecido en silencio cuando yo ya les creía trasnochados, agotados en su discurso. Y como entre muchas voces, se escuchaban gritos pasmosos de tiempos pasados, sea cual fuese su bando. Fanfarrias que atronaban.

– Ya lo sabes, es el principio. Quiero decir, el principio de Le Chatelier. Hemos digerido muchos cambios y es tiempo de manejar algunas compensaciones. Todos deben tener su voto. Hay que guardar un cierto equilibrio para continuar.

Asentí y vacié de un trago el café. La tarde caía, el sol lamiendo los geranios que se descolgaban tan hermosos por la ventana. Me columpié con satisfacción. Me dije:

– Buen trabajo éste, el de mi amigo Le Chatelier. Pues confiaremos.

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Latin Queen.

>Este Mikelow va a resultar un tipo conocido.

Un compañero mío que estudió en Berkeley encontró algún libro suyo.

Poemas editados por no sé que institución penitenciaria (¡imaginad!). Y ha oído hablar de él en algún otro blog de Internet. Menudo pájaro… Me ha traducido uno que dice así:
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Mikelow: Deja ya la puta canalla.
Déja que vomite toda la noche.
Que su corazón se(a)(r)rastre y sea tra(s)vertido.

La joven columpiadora se mece provocando. Y desnuda su boca y su silencio, los labios irradiados por fuego, al son de la cadera breve.

Ahora se cae la tarde en Madison Street. La lluvia empapa-ensucia y tuerce los cristales en las oficinas del viejo. La cortina aplastada, filtrando la luz, le dice:

– Oh, pequeña reina que chupas las lágrimas./ La pequeña diosa latina que exige por moneda la torva promulgada. / Deja hoy tus peleas en las avenidas./ Las pandas, improvisando un torpe ritual americano de puta iniciada. / Líbrate del luto, seis meses de tu chulo: Limpia tus manos del signo canalla.

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La soledad del cosmonauta (II)

>Otra entrega de mi serie de poemas “LA SOLEDAD DEL COSMONAUTA” (http://eloterodelalechuza.blogspot.com/2005/05/la-soledad-del-cosmonauta-i.html) que apareció este mes de enero en la revista Ariadna-rc.

A la gente de www.ariadna-rc.com les conocí hace cosa de un par de años en Alcalá de Henares. Leíamos poemas en una maratón, en la Facultad de Filosofía. Fue fantástico, gente muy especial.

Recuerdo también: extraños tiempos aquellos; USA había invadido IRAK y en mi tertulia de literatura de Alcalá, los ánimos estaban alterados. Aquel preciso día subí al estrado de la Facultad y leí poemas duros, intensos, comprometidos. Ya os los enseñaré en próximas entregas.

Por suerte el cosmonauta posee la más completa visión del Cosmos y de nuestro planeta azul.

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Viaje (galáctico) de Antonio Machado

Caminante no hay camino
sino estelas…

El cosmonauta sueña
su feto flotando por la cosmografía del vientre materno

(a merced del silencio)

la noche parecida al líquido amniótico
y la vía láctea con su cordón umbilical.

Porque fueron voces que recuerdan antiguos paraísos arcanos
y son laberintos resonantes que jamás nos devolvieron

(a merced del silencio)

serán destinos secuestrados de un largo viaje
que fue, en parte, feto castrado

y en todo, naufrago de mar. purchase custom research papers

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Detective Mikelow

>Más textos de mi alterego:

Versos rescatados de entre las hojuelas del poeta detective Mikelow (Minnesota 1940), cuando fue encontrado su cadáver, aunque nunca después su cabeza, de entre la basuras, escombros y restos orgánicos (escondrijos no clasificables de maleantes y macarras, traficantes de sueños) del boulevard de Harlem, NY.

Este viejo y singular detective investigaba un caso de abuso de menores.

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Será que la lechuza imita los jadeos de parejas copulando.

Será por los próximos parecidos de los guiñoles, donde los reflejos de los políticos y famosos se prodigan.

Será que por cada llamada que recibo imito una respuesta a la medida, facturada con su margen preceptivo al 40%.

Será que cuando nada parece lo que es, cada día esto me importa mucho menos.

Somos actrices pornográficas de un cuento inventado sin argumento. Me pongo los guantes de boxeo, parezco una bailarina tatuada. Un expedicionario hacia su viaje fantástico, dirás lo que sepas, que la vida te pondrá donde le de la gana.

Será tarde para cambiarlo todo. Graznaré y graznaré pero llegarán las razones de la gran jodienda.

Le digo al cliente: Sepa que los indicios son comprados en las celdas. Los abogados se comercializan en restaurantes, los jueces en barras americanas. Diga su cifra que yo inventaré nuevos nombres. Descifre su mensaje que yo le pondré rostro.

Hay canciones de postín, pero como buen delator nunca os deletrearé su letra. Cuando salte a la calle, sepa que muchos le vigilan. Lo prudente es mantener una imagen poluta, un sangrado preciso de víctimas hasta las pantorrillas, yo mercantilizo su odio porque ya otros habrán puesto su valor de seis cifras.

Será por la noche encerada que parece de otros.

Será por las víctimas alquiladas en los pasos de cebra.

Será por la precisa reunión de los comanches lanceados.

Será por el necesario sínodo de los arcángeles devora-niños.


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