El físico imaginario (parte 1 de 3)

>Hace cosa de un mes, apareció reseñado en el País una breve e interesante historia sobre un jovencillo (creo que indio) que engañó a sus paisanos haciéndolos creer que había sido seleccionado por la NASA en un examen para astronauta. Parece increíble, puesto que el chaval era un completo iletrado. La bola fue tomando tintes dramáticos, tales que la noticia llegó a oídos de un importante noticiario. Lo entrevistaron y el suceso transcendió. Así, engaño tras engaño, pudo convertirse en héroe nacional. Desgraciadamente, la realidad truncó sus aspiraciones. La historia tuvo un final triste.

Inspirándome en dicha anécdota, nació mi “Físico imaginario”. Que lo disfruten.
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Levantó su mirada del plato, pesada, huidiza, hartada por los años, cansada de los memos y sus discursos envalentonados. Sus carillos colgaban hoscos y abotagardos por los hidratos de carbono, las grasas con las que abundantemente aliñaba las comidas. Y luego sonrío. Fue la primera vez que lo hizo en toda aquella presentación, como si en algún momento inmediatamente anterior pero desconocido para mi, hubiera escuchado, por fin, la frase que saciará su apetito feroz de empresario. Me dijo:

– Escucha hijo. Hace muchos años, en una pequeña aldea leonesa pérdida entre las montañas, un rapaz desapareció sin decir esta boca es mía. Eso sí, cuando volvió al cabo de los meses, aunque nadie supo donde estuvo, portaba consigo algunos pliegos y carpetas con diseños singulares.

Entonces tomó una servilleta de papel y se enfrascó en un sesudo dibujo. Al cabo, giró su obra terminada y me la plantó con manifiesta satisfacción.

– ¿Qué es esto? – pregunté aparentemente interesado.
– ¿Pues no lo sabe aún? – interpeló su joven secretario -: Es un móvil perpetuo.
– … Un móvil perpetuo … – repetí casi automáticamente, intentando comprender las palabras.
– Sí. – y comenzó su breve explicación – Es decir, un ingenio que permite girar un motor de forma ininterrumpida y sin intervención externa o fuente de energía.

Aquello me parecía una burla. Repasé mis anquilosados conocimientos de Termodinámica. Allí, ocultas por la pátina de los acontecimientos, quedaron las clases de mi primer curso en la Escuela de Ingenieros… aunque en un rapto de clarividencia balbucee:

– Bueno… según recuerdo ahora… este tipo de máquinas son imposibles…quiero decir, físicamente. – y continuó hablando, aclarándose la voz previamente, como si mi comentario hubiera de pasar desapercibido.
– Éste en concreto, es un diseño de móvil perpetuo clásico, bastante ingenuo, todo sea dicho, los entendidos lo clasifican dentro del grupo de primera especie, puesto que viola la primera ley de la Termodinámica, imagino que la recuerde usted: la ley de la conservación de la energía. La ley dice que ésta no se crea ni se destruye, sino que únicamente se transforma. Pero aún así, desquició a muchos sabios del siglo XVI y engañó a otro muchos, tiempo después.
– ¡No entiendo a que viene esto! – Insistí cada vez más irritado. Entonces fue que aquel gordinflón se revolvió en su asiento, se limpió la grasa de su cara y me apuntó con su barbilla. Hizo un ademán decidido de querer irse.

Su secretario sonrío cínicamente, detuvo a su jefe con un brazo y me dijo:
– Ha sabido gratamente contarnos su propuesta durante nuestro encuentro en el restaurante, la cual hemos sabido escuchar con paciencia. Permítame que le relatemos ahora nuestra historia. Y luego verá si le sirve.

Me encogí de hombros pues necesitaba a toda costa aquel contrato. Mi proyecto y mi empresa carecían de capital. Aquella frase oportuna y mi gesto supieron aplacar la rabia contenida del empresario y como contagiado de una felicidad a la par simplona e hipnótica, elevó su copa de vino, hizo un brindis tontorrón y continúo con su relato.

– Sabe, joven, a pesar de la farragosa explicación necesaria para comprender el sentido de sus dibujos, y las razones que permitirían que la máquina nunca detuviese su trabajo, el jovenzuelo, dotado de una imaginación portentosa, acertó con la argumentación y táctica necesaria para convencer a los aldeanos y elevar así sus expectativas: Fue, por aquí y allá, exponiendo primeramente las maravillas de su engendro, en el bar de la mina, entre chatos, aguardientes y bastos, soportando el sopor de la borrachera donde perdió innumerables partidas al cinquillo a fin de conseguir que los lugareños entendiesen el elevado destino de su misión; En la botica, donde en su tertulia semanal el alcalde y el maestro se explayaron en un mar de preguntas sobre el beneficio y usos de dicho instrumento en la industria moderna; Y finalmente en la iglesia, donde en su sermón, el mismísimo párroco atisbó la magnánima gracia del Señor al haberles obsequiados con tan sabio mecanismo.
Luego así todos, en la aldea, recibieron con sorpresa como el jovenzuelo se encerró en el granero de la familia y trabajó incansablemente, y como, discurrido un mes, presentó a la comunidad su invención: Una suerte ininteligible de poleas y cabos mal anudados, ruedas dentadas y engranajes de madera que supuestamente giraban unidos entre sí, siguiendo una lógica confusa, que a tal efecto él hubo denominado, la física del ‘impetus’ de los cuerpos.
En resumen. Con vivo escepticismo los lugareños se acercaron para ser testigos de la primera demostración práctica del prototipo. El chaval comenzó a enjuagarles con sus palabras ingeniosas, sus ripios: pronto ya nadie tendría que desplazarse kilómetros andando para hacer el camino entre las vecindades, ni sería necesario el agua del riachuelo para poner en marcha la muela del molino. Aquel nuevo motor que giraría y giraría día y noche sin fin, haría todo aquel trabajo por todos ellos… y mucho más; Era un símbolo de lo tiempos modernos que revolucionarían toda la comarca atrasada y apartada de la civilización europea. Pero aquel día el motor no fue puesto en marcha. Y sin embargo, pese a este pequeño detalle, la sorna y duda iniciales se trastocaron misteriosamente. Las causas, no las sabemos a ciencia cierta, pero era innegable que una extravagante inquietud poseía el ánimo de los asistentes: la oportunidad de alcanzar por fin sus sueños de progreso, quizás fue lo que, en definitiva, precipitó a las simples gentes del lugar a creerse aquel aparatoso galimatías.

(Continuará en siguientes mensajes)

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