TEMPUS FUGIT: El trepa

Ni un solo momento, viejo hermoso Walt Whitman,
he dejado de ver tu barba llena de mariposas,
ni tus hombros de pana gastados por la luna,
ni tus muslos de Apolo virginal,
ni tu voz como una columna de ceniza;
anciano hermoso como la niebla
que gemías igual que un pájaro
con el sexo atravesado por una aguja,
enemigo del sátiro,
enemigo de la vid
y amante de los cuerpos bajo la burda tela.

¿Qué sucede cuándo lo damos todo y nos olvidamos de quién realmente fuimos? ¿Cuándo entregamos el amor, nuestro corazón, nuestras tripas, y para llegar bien alto perdemos aquello que nos hacía especial, lo qué más nos pertenecía? En Tempus Fugit Est, sabrán por qué. ¡Ayúdenme con el 3er Premio Bubok Alfaguara!

…O por lo menos disfruten del poema de Lorca, serán 10′ bien robados a su trajín. ¿No les parece terriblemente actual?

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TEMPUS FUGIT: La madurez


«El modo en que un hombre acepta su destino y todo el sufrimiento que éste conlleva, la forma en que carga con su cruz, le da muchas oportunidades —incluso bajo las circunstancias más difíciles— para añadir a su vida un sentido más profundo. Puede conservar su valor, su dignidad, su generosidad. O bien, en la dura lucha por la supervivencia, puede olvidar su dignidad humana y ser poco más que un animal, tal como nos ha recordado la psicología del prisionero en un campo de concentración. Aquí reside la oportunidad que el hombre tiene de aprovechar o de dejar pasar las ocasiones de alcanzar los méritos que una situación difícil puede proporcionarle. Y lo que decide si es merecedor de sus sufrimientos o no lo es.» (VIKTOR FRANKL)

Y mi breve relato sobre la madurez comienza así:

«Juan P. fue cesado en su puesto de gerente del Banco Integral casi rondando la cincuentena. Fue así de sencillo, así de simple, cualquier día de otoño le llamaron y negoció una salida digna de aquella corporación que lo había amamantado durante las últimas dos décadas. La contraprestación aunque no muy cuantiosa le permitiría desligarse emocionalmente de las muchas cosas que nos obligan a levantarnos con los ojos indignados, a sudar de madrugada para reconocer en nuestro destino un sin sentido que peligra…»

Porque la madurez es un proceso sorprendente. Es mirar siempre para delante y sacar de la mochila un librillo del que tenemos que escribir las siguientes hojas por necesidad. Viktor Frankl lo sintetizó perfectamente. Esta es nuestra libertad máxima, la libertad interior para decidir cómo será nuestro camino. Madurar no es envejecer. Es una parte de la fórmula pero es, creo, la que menos pesa. Y en nuestras empresas la vejez suena a peligro, y la madurez a cosa rancia, a persecución. Pero en este destino siempre hay muchos filos, y habrá que rebuscar en ellos como dice Viktor Frankl.

¡TEMPUS FUGIT EST!

El resto del cuento lo puedes terminar de leer gratis de la edición que realizo para el “3er premio Bubok Alfaguara”. Te invito a ello, te gustará.

PD. La foto, otra pequeña obra de arte de Julián Madroño. Muerte entre las flores.

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TEMPUS FUGIT: Requiem por la canción quebrada

«Andrés (viejo espartano), Andrés (astuto gladiador), que bebe y cabalga a las mujeres, que toma su dinero y lo convierte en arrobas de galas y éxito ¿qué vino a perderte si  todos apostamos por ti en casa?, ¿qué te pasó, si todos los enemigos pagaron ya sus tributos?¿Por qué nadie acude con la masa panadera a tus funerales?»

Requiem por la canción quebrada nació y desapareció muchas veces en mi cabeza. Se perdía entre los ficheros del ordenador y renacía para esconderse de nuevo. Así por años. Finalmente se trasmutó en un relato mágico. También cínico, y feroz. Habla del consumo, del agotamiento de los valores. Del vaciamiento hasta morir. Cuentan del gestor empresarial que se pasó la mañana y la tarde de su último día despidiendo a toda su plantilla. Y luego le tocó su turno, era evidente. También cuentan algunos la historia del despiadado jefe de producción que murió el día de su prejubilación, justo enfrente de los tornos de la factoría. Duramos hasta que nuestra misión asignada se nos agota. Entonces, desnudos, sale a relucir lo que somos y si es poco o nada lo que queda… pues…

«La frialdad del corazón de los hombres rivaliza con la piel de los muertos. Larga vida a los condenados a ser escuchados por mutantes del espacio, a los montañeros entretenidos en las cumbres, a los torticeros de las multitudes, a los agónicos que dejaron de fumar a tiempo. A todos nosotros nos llegará el tiempo de las peras maduras, será entonces cuando habremos de sumar o restar la cuenta». O algo parecido. Siempre sucede lo mismo. Nadie recuerda las palabras exactas. Por eso, sea cual fuese la ofensa, el laudatorio es recibido firme, y el sucinto cortejo abandona con prontitud la fila, te abandonan y te dejan humildemente solo, descompuesto, para así depurar la parva noche perdonada.

Esta es nuestra canción quebrada. La nota que se fractura y es interrumpida por el silencio.

Descárgatelo en Tempus Fugit Est

¡Ayúdame con el 3er Premio Bubok-Alfaguara!

PD: Foto gracias a Julián Madroño

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TEMPUS FUGIT EN ALFAGUARA

Bueno… o casi: Depende de un poco de ti.

Me presento con TEMPUS FUGIT EST al 3er premio Bubok y Alfaguara.

Una colección de relatos y una mirada crítica y divertida a los actuales libros de empresa. Unos pequeños bocados a la felicidad que buscamos diariamente en las oficinas y por la que nos pagan. Una reflexión sobre los sueños, las aspiraciones, el éxito, el amor y… la muerte. Casi todo sucede en la empresa, es el nuevo campo de batalla del siglo XXI. Y sus novelas, las nuevas novelas de caballerías. Aquí en la empresa el tiempo es breve y se nos obliga a levantarnos muy pronto y dejar pedazos o tal vez completa toda nuestra vida…

Y ahora les pido ayuda: sean mis lectores por un instante, vayan a Bubok y descarguen mi libro. Es gratis, leanlo hasta donde puedan, hasta donde lleguen. Sólo quiero sustraer el breve tiempo que les permita sus ocupaciones… y quizás abran así la puerta a Alfaguara. Que será la suya.

Ójala les aproveche.

TEMPUS FUGIT EST

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>Tempus Fugit Est

>Así comienza mi última novela “Tempus Fugit Est”, obra parida en busca de lectores o editores. Una colección de relatos que expía parte de mi reflexión sobre la felicidad humana y sus componentes dentro de la empresa “moderna”: los sueños y las aspiraciones, el éxito, el amor en sus diferentes vertientes, el fracaso, la muerte. Son pequeñas historias ficticias pero que siempre arrastran un poso de realidad, que remueven las entrañas del lector unas veces mediante una propuesta absurda que incita a la reflexión, otras por insinuaciones contagiadas de ironía o de humor, la más, a través de perfiles humanos que nos retan. Son largas horas las que dedicamos a nuestra vida profesional pero creo que muchas menos las que dedicamos a escarbar con interés en la pregunta: ¿Somos realmente felices en lo que hacemos?

Tiempo estimado de lectura: 10′

«Sed fugit interea, fugit inreparabile Tempus.» «El tiempo pasa irremisible, intensamente.» (Virgilio)

Los ingenios sobre el tiempo siempre han existido; fueron los dioses medievales, los constructos de los sabios quiromantes o las ensoñaciones de algunos matemáticos inefables del barroco europeo. Sentimos el tiempo como una odalisca fofa, un ave rapada que se contonea imitando una noria desmembrada; es la vejez que se torva oscura, que se rapa el vello de las axilas, que nos escupe y que nos engaña y nos acompaña por caminos equivocados hasta la muerte.
Peor sucede ahora cuando nuestra sociedad babea por el tiempo de los demás: y esto tiene nombre, lo llaman el capitalismo facilón del cronógrafo, de la agenda electrónica, del «possit», de las citas, del móvil ultracompacto que nos recuerda cuanto tenemos que hacer y que siempre hemos llegado tarde. Es la secretaria perpetua y automática que nos organiza la jornada, el remo de nuestra personal galera diaria, la que llama a nuestros clientes sin darnos cuenta e incluye los familiares y su revisión anual. «Tempus Fugit», tiempo en fuga, y tras él nuestra hirsuta felicidad, la de los mejores recuerdos adolescentes, la de los deseos irrealizados, son aquellos que embuchamos y que nos engordan en el comedor de empresa al recordarlos.
Erase que se era una sociedad anónima cuyo fin primero, su misión y visión eran ofrecer la felicidad a los terráqueos y en concreto a los habitantes de las grandes empresas, de las multinacionales. Y vendían que esta felicidad proporcionada debería corresponderse con la felicidad máxima, prudentemente personalizada para que sus clientes dispusieran de jugosos sueños: la capacidad infinita de dormir alguna hora más de madrugada, de mantener una segunda vida y quizás una ulterior oportunidad a la cual afanarse. Romper con la monotonía, el maquinismo del trabajo. Para conocer paisajes diferentes, para amar en tecnicolor y para morir por un ideal heroico y digno. Y nuestra organización tenía por singular nombre «Tempus Fugit» y con sabiduría hubo patentado un servicio en exclusiva que proporcionaría tal grado de bienestar y satisfacción: ofrecía a sus clientes empresariales «contadores de historias», cuentacuentos para organizaciones multinacionales, bufones disfrazados que se paseaban por las sedes y «headquarters» para animar así a los trabajadores cabizbajos, sobrecogidos por la incertidumbre de su responsabilidad. Todo esto, por supuesto, acompañado quizás por la dosis tecnológica precisa: cuentacuentos electrónicos por teléfono, DVD interactivos, canales de contenidos en la red, lo que fuera necesario para mejorar la «experiencia narrativa». Decía en su publicidad «créannos, que nos roban los sueños y nos hacen vivir a disgusto. Porque escasean sus trabajadores centrados y eficientes, nosotros les ayudamos a retenerlos, a recuperarlos y les pintamos sus sueños, aquellos que se les secaron, les construimos y envasamos aquellos que más les guste y necesiten.» Y luego mencionaban torticeramente a quien hiciera falta, siempre y cuando estuviese de moda, «porque se habla de la necesidad de construir nuestro sentido de vida», aunque por casualidad se les hubo olvidado mencionar que la felicidad tan sólo ocupaba un fragmento breve de nuestra libertad personal última. Aquella idea, la de contar historias también encerraba su doble intención. Guardaba consignas. Y los nuevos ensoñadores tergiversaban sus discursos mezclados con «product placement» y otras artimañas para incentivar un fiero «cross-selling», un arriesgado y taimado modelo de negocio. «Todo realmente innovador, todo muy cool»
Sus narradores por otro lado funcionaban a las mil maravillas. En nuestra sociedad de consumo esta empresa había discernido que contratando a un «pull» de escritorcillos frustrados y guionistas de segunda sería capaz de hacerse con la maquinaría atroz que ejecutará contenidos personalizados y bajo demanda. Siempre hay un san Martín a la medida de nuestra necesidades: para las azafatas, el vuelo en exclusiva acompañando a su actor favorito. A las teleoperadoras, un mes de silencio. A los poetas de los departamentos creativos, un atril y millones de lectores expectantes. A los solitarios financieros, una amante loca por los créditos revolver. De esta guisa buscaban ocupar las estrechas alacenas de nuestro tiempo vacante con emociones fabricadas, enlatadas y listas para el toque definitivo de «postponed emotion». Y ocupaban los corazones de dichos trabajadores para que no sintieran su propia infelicidad, latiendo con fuerza, sus canas y su calvicie agresiva, mezcla de estrés, mezcla de melancolía no diagnosticada a tiempo.
Imaginen: es el paisaje madrileño, los cuatro torreones del castillo que se yerguen sobretodo, el cristal y el asfalto, son pirámides con sus tumbas de faraones, que se ven desde cualquier lugar, desde la sierra, desde el río Jarama, desde San Martín de la Vega, son el punto atractor de nuestra mirada, camino y peregrinaje definitivo.
Imaginen: una gran cristalera de uno de estos mastodontes y el horizonte abierto, y las nieves que se enganchan en las cumbres y muchos metros abajo, la singular culebra de la N1. Una ligera neblina rezuma, el diablo que consigue alzarse sobre la contaminación metropolitana. Las mejores salas de presentaciones se localizan en los pisos superiores y su alquiler por horas cuesta una fortuna. Forradas de pizarra o mica, el cuero cruje y acaricia nuestros traseros. A pesar del lujo nadie quiere mirar la proyección, ni tomar las viandas de suculentos ibéricos acompañados de Pérez Pascuas, todos quieren arrojarse por las vidrieras y si tuvieran un catalejo buscarían su barrio, su casa, sus hijos marchando a la escuela. El lujo y la ostentación acompaña y atonta. Y a ultranza la altura parece hacernos un poco más dignos. Ésta es parte de la estrategia empresarial de «Tempus Fugit», conmocionar al cliente.
–Hemos diseñado nuestros contenidos cuidando fondo y forma, siempre sin ostentación ni ruido morfológico ni semántico. Evitando lugares comunes, «of course», arañando… –Este era Jaime Peñalver, el DC o Director Creativo, un pájaro de cuidado, ojos intensos, azules como la nieve, y pedazo de MFA de la Wharton Business School–…el interior, raspando los intestinos de sus empleados. Estos rellenan el formulario, todo muy simple y para el Consejo recogeremos las recomendaciones del «coacher» personal…
–¿Y habéis valorado los «adhoc meetings»? –Preguntó el directivo responsable del proyecto en la compañía cliente. Éste era un tipo más bien anodino, con voz arrastrada, visiblemente preocupado por cumplir en tiempo, que no en calidad, tal vez porque no entendía el sentido. No creía y lo disimulaba mal. Quizás por esto era el máximo responsable de las finanzas de la compañía, era un ser cuadriculado, era de los que decían que había que llegar uno mismo motivado al trabajo porque sino….era un fan del látigo y la orden perseguida, y así él cuidaba a sus muchachos del departamento. Y bien que le iba a su m
anera.
–Sí –Jaime Peñalver responde mientras consulta ciertas notas que hasta ese momento mantenía escondidas en su portafolios. Entona sugerentemente–:disfraces, siempre todo muy «casual», gente guapa, profesionales del teatro. No es un simple cuenta-cuentos a la puerta del edificio, no es un mero entretenimiento, es la catarsis misma –y enfatiza esta última palabra, pero lo bien cierto es que nadie en la reunión había leído a Sófocles, y se da cuenta de su error e interrumpe su discurso–… ¿más café?
Se levanta el responsable de la cuenta, se atornilla la sonrisa y sin quitar la mirada de la cristalera espeta:
–Claro, con los resultados del piloto les propondremos nuevos cambios, adaptaremos los objetivos a sus particulares necesidades, complementaremos el «media» y les ayudaremos en la comunicación interna. ¿Qué fechas…? –Siempre, siempre, las puñeteras fechas, más todavía si se quieren cumplir los objetivos de ingresos del semestre. Aquel cliente pagaba mucho, era un pez gordo, harían lo que fuera por fidelizarlo a martillazos, por adherirse a sus ricas ubres –¿…Qué fechas manejan para adjudicar el contrato?
Aquel responsable de la cuenta tenía un simple objetivo. Zamparse al cliente, volver a casa con un «sí» a cualquier precio, sus jefes han sido explícitos: «sus huevos o tu cabeza», y aunque no hacía falta ese lenguaje soez, él sabía que lo ejecutarían sin temblarles un ápice del peinado. Y aunque extremadamente «senior», tipo experimentado que paladeaba el miedo y la adrenalina, sentía como cualquier otro el tiempo fugaz, su tiempo, que se le resbalaba en la clepsidra, agotándose. Entonces mira a Peñalver y le hace una seña cómplice; es la hora de la infantería pesada. Aquel contrato los haría ricos, sólo había que mirar la cara de esos desgraciados. Sabía que estaban en sus manos. Hace un gesto y un panel se desliza y deja al descubierto una inmensa pantalla de plasma. Engola la voz, aquello lo ha practicado miles de veces. Lo sabe de memoria. Un toque de efecto y a los clientes se les cae las bragas, aquel video que van a proyectar impacta, conmueve, les hace volar.
–Señores, llámennos raros pero en «Tempus Fugit» todavía creemos en la literatura. Creemos en su capacidad de transformación, en la magia de las palabras. Vamos a enseñarles una cata de nuestra propuesta de textos para su piloto, pueden estudiarlo al completo en el «Customer Agreement» que les entrego. Nos han hablado de la situación de su empresa, de la crisis de su sector, del horrible fracaso que están experimentando sus lanzamientos. Su última encuesta de motivación revela datos alarmantes…
–Siga, todo eso lo sabemos. –Era el directivo de la empresa cliente que se impacientaba.
–…Creemos que no valen ni son efectivas las actividades tradicionales: convenciones y encuentros semestrales en hoteles, regalos, cursos sorpresa, mejoras de horarios, rotaciones… no, no, hay que llegar al fondo… tocar diana. Conmover el corazón de sus trabajadores, hacerles pensar en la cama por las noches sobre los orígenes de su amargura, descubrir qué deberían cambiar para ser más felices, y de paso llegar al trabajo a su hora. Ellos están ocho horas con Vds., les tienen secuestrados, en su terreno. Es el lugar propicio para…
Entonces la luz de la sala se desvanece. El directivo de la empresa cliente se recuesta en el sofá de cuero, bosteza levemente dispuesto a escuchar. Y es que tiene encima con este proyecto de motivación un severo problema y debe quitárselo cuanto antes. Salvo que sea un pestiño insoportable firmará aquel tonto piloto, pero eso se lo guarda por hoy, lo dejará desgranar, y se lo comunicará en un par de semanas; conseguirá cualquier ventaja adicional de pasta. Sabe que su empresa está debilitada, en retroceso sino en franca destrucción; si esto ayuda a alguien, tiempo tendrán de verlo.
O quizás no, quizás ya no les quede tiempo. Pero esto, por el momento nadie se lo imagina.

[youtube=http://www.youtube.com/watch?v=wgECKj9LSH4&hl=]

NOTA: He elegido este vídeo de Bob Dylan como “soundtrack” de mi libro.
Aquellos lectores de la novela sabrán entender las razones.

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Tempus Fugit / El torbellino de la ciudad

>

La lechuza ha tejido la siguiente reflexión sobre el tiempo y los torbellinos de la ciudad. Las prisas y los trabajos que nos arrancan la vida.

«Es el torbellino de la ciudad donde duerme la miseria propia de las clases absurdas, de los cincuentones empeñados en el triunfo propicio de la dura maquinaria o la de los becarios que asistieron al postrero maratón pornográfico y que llegaron borrachos a sus puestos de trabajo; es el torbellino donde la miseria duerme, la puta miseria de los ejecutivos que vendieron sueños y trucaron libertad en barracas, todo ello remachado por una borla de acero pulido. Es este un viaje atroz de la vejez que nunca exhibiremos, a lo ñoño, en parte a lo no valiente. Somos dueños del círculo vicioso de las cerraduras vigiladas y parece mentira que suba tanto la marea (y que baje la bolsa), que fumar sea un deporte perseguido y domiciliado y que la noche sepa a mocedad devanada y a sepia a un mismo tiempo; que sea éste un dolor ácido como la miel de los funcionarios, un sabor a cultivar entre los minerales de los huertos de los profesionales solteros, en los estudios apantallados por los creativos, en las pestañas a las que nunca perteneceremos pero que sudamos con la boca clausurada, palabras a las que también debemos regresar tal vez de madrugada o quizás por las tardes tras un largo paseo entre confesiones apegadas y cañas. Somos huérfanos de nuestros encéfalos, somos camaradas asesinados por las codorniz de las oficinas, por su canto de nueve a cinco todos los días, por los niños numerados de los departamentos contables que no educaremos jamás, por las cautivadoras de lamentos telegráficos, por las fisgonas de los confesionarios y las porterías, por los financieros y sus porcentajes subrogados fuera de plazo, por las pájaras que se beben nuestro vino y lo vomitan, por el amontillado, inclusive por aquel jerez que nunca llegó a fabricarse, quizás por la pájara primavera que vemos pasar en la ventana, por la puta mocedad que entregamos en aquella propicia quintaesencia que se nos escurrió el día que nos besaron justo a tiempo, aquel preciso día que construimos nuestro C.V. de lágrimas, entre rosas de granito y cerros ahumados desde los que nos descolgamos en un lamentable vuelo de águila. En el torbellino de la ciudad nos paseamos y nos buscaron las manos o los codos o las extremidades y luego nos miraron tanto a los dientes, blancos y desgastados, y andamos a gatas y reptamos por las aceras hasta hacernos heridas y si hacía frío entonces nos arropamos más pero nunca será suficiente para amamantarnos con deseo: es el torbellino de la ciudad donde la muerte vino como habría llegado antes el tren de las tres, como habríamos comprado el periódico con puntualidad metódica durante veinte años seguidos, como nos auscultaba el doctor cuando nos dolía el pecho y tosíamos, como nos limpiamos la pus de los ojos, como nos follamos entre las sábanas calientes de la madrugada. La muerte vino y fue menester acompañarla, eran sus dientes fríos y sus cuencas algo cerradas y sus orgullos y sus gusanos ociosos de podredumbre. Llegó la muerte y se nos llevó al valiente capitán de fragata, al policía uniformado de duende, al filósofo de pavanas, al constructor de lutos y cenefas, al meneador de aljibes de calima, al porteador de plagios, al obrero de almonedas y presagios, al libelo de los escrotos, al musicólogo adiestrado en clave de fa, la muerte que se nos llevó sus espumas y nos dejó el mismo torbellino de la ciudad liberada, la ciudad mística que solíamos rodear de este a oeste para emborracharnos, la misma ciudad que acompañamos y meamos y paseamos con sus setenta costuras abiertas, la ciudad que visitaron nuestros abuelos, que levantamos y retrocedimos en cerros místicos, que vomitamos cuando otros se la gastaban en las bibliotecas, la ciudad que pertrechó la muerte de (co)razones y tramontanas. Solo entonces habría de llegar el gran mago imberbe, y con su inmensa borla insólita insinuar la vaga palabra mágica del destino que tejería el sueño. Será solo entonces cuando por fin nos transfiguremos en la virtuosa máquina. »
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Haikus del viajero de la cerveza

>¡A los bares! Fuente de inspiración, y expiración, hasta
para muchos, de conspiración.

Con la cervecita al hombro, quién
no es poeta por estos lares, quién no desplega un par de ripios para
conquistar a los traseuntes.

-¡Camarera!, ¡Otro trago!¡qué tengo un par de Haikus para
piropearla con esmero!¡qué hoy malverso mi filosofía baratera!


1.

Tenían alma, luego bullían.

2.

Con la tiza escribió
el número uno y pensó:
el tahúr,
el zurdo y
el mago.

3.

Del futbolín,
el filósofo
con la cerveza.

4.

No vuela quien no
despega:

Con alas de palo
marinero de cartón piedra.

5.

En el bosque, la comadreja
roe la hura.

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Como llegar a rico sin dar ni palo

>
Llegan fechas de zambomba y villancico.

Para calentar la garganta, este romance de ciego:

La normas de la properidad laboral se escriben
en renglones torcidos. Dios me perdone.


“Como llegar a rico sin dar ni palo.”

Tenga por bozal,
zanahoria y palillo
al pobre trabajar
por su librillo

y al hidalgo por su emblema,
entregado al brindis del sistema.

*

Que quien se levanta pronto
y tarde se acuesta
andará torpe y sin pitanza

de pasilleos líricos y vikingos
del socaire virgo del extravío.

*

Que la zanjas no cabes
con tanto esmero,
porque allí no hallarás
mucho dinero

sino vendiendo trigo si el trigo falta
o pintando plata con la matanza.

*

Atiende lo que te digo:

medrarás seguro con desatino
persiguiendo solo tus méritos enteros
sin conculcar con ahínco
aquellos ajenos.

Y no persistas en luengas vanas,
alquílate un esclavo por las mañanas,

y si bendices las cuitas de los mayores
hallarás con cumplidos sus lindos sabores.

*

Date cuenta lo que digo
no seas memo
sin oro no hay timo

y si otros llegan a ricos
únete al coro
que trabajar ya cansa

tira el pico lejos
monta una feria:
date larga holganza.

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El físico imaginario (última entrega)

>

(Después de bastante tiempo, el final del relato. Debe ser cosa del verano. Sudar y sudar. Las partes anteriores del relato son http://eloterodelalechuza.blogspot.com/2005/06/el-fsico-imaginario-parte-1-de-3.html y http://eloterodelalechuza.blogspot.com/2005/06/el-fsico-imaginario-entrega-2-de-3.html. Tiempo de lectura: 10 minutos y la pensadita posterior)

Finalmente llegó la carta confirmando la fecha del traslado. Habría de empaquetar todos los mecanismos con sumo cuidado, y junto con toda la documentación, trasportarla en furgón. Él viajaría también, para proceder a la definitiva reconstrucción y ulterior presentación de su dispositivo a la Comisión y al público en general.

El empresario hizo un silencio en su extraña narración. Parecía emocionado. Acercó la botella de pacharán y llenó nuestras copas. Hizo un brindis cortés y vació su baso de un trago. Sus ojos, de vidrioso azul, resplandecían, casi adolescentes.
– ¿Y dígame, pues, qué sucedió? – mi tono de voz parecía alterado; extraño por aquel relato, del cual ahora yo exigía no fuese detenido…
– Abreviaré para serle útil. Hijo, fueron meses duros aquellos, de los que la memoria apenas nos trae más que débiles recuerdos. Y sin darse cuenta, fue que llegó la fecha señalada. Por siempre recordaría nuestro jovenzuelo aquella precisa tarde al sabio, responsable de la Comisión, en su laboratorio de física, mesándose las barbas, ralas, grises, huidizas. Parecía absorto ante los dibujos y galimatías de la máquina. Sin embargo, de cuando en cuando, alzaba la cabeza y escuchaba las palabras del muchacho con un punto de sonrisa en su boca, para anotar sus comentarios en la libreta. Finalmente alzó el gesto y muy serio comenzó su exposición. Usted sabe cómo los sabios miden sus palabras, y éste parecía pertenecer al grupo más acendrado de estos. Alzó la voz y le dijo, directamente, que ciertamente le sorprendía su osadía, pero que lamentablemente la máquina nunca podría funcionar, y que no era necesario entender toda aquella construcción ni perder más tiempo. Salvo que cambiaran las leyes de la naturaleza. Parecía dar por concluido el asunto. Así de simple.

El chaval rompió a llorar. Fue un momento, breve, de debilidad. Pero lo suficiente como para confesar al sabio cómo hubo abandonado su aldea, huyendo de la miseria, y cómo había copiado los diseños de un antiguo libro que ganó en una partida de cartas a un buhonero. Fascinado por aquellos dibujos y deseoso de alcanzar la fama, creyó que modificando las tensiones y configuraciones de las poleas y mecanismos, alcanzaría su éxito.

Durante los últimos meses había estudiado y leído cientos de libros de mecánica. Lo que inicialmente creyó una torpe astucia adolescente para engañar a sus conciudadanos y ganar algún dinero, se había convertido en su única obsesión y en su mayor ansia, una transformación animosa de su espíritu.

Pero ahora, justo antes de presentar su obra, se daba cuenta de lo fútil e inútil de la quimera. De su inconsciencia. Inocente, soñó que podría engañar a labriegos o codiciosos comerciantes pero nunca a un sabio. Y sabía que finalmente el resto se daría cuenta de su montaje y se burlarían de él, marginándolo. Se hundiría por siempre en el anonimato sin haber alcanzado su sueño: aquella máquina de movimiento perpetuo. Sin embargo, este hombrecillo, había sido el único que había sabido abrirle los ojos, primero porque conocía la ciencia cierta y segundo, porque no buscaba otros intereses tergiversados. Y entonces también se dio cuenta de lo engañado que había estado: quizás el resto, detrás de sus felicitaciones y tibios apoyos, escondían una pesada y sórdida burla de menosprecio.

Solo entonces, el empresario hizo una última pausa en la historia. Me guiñó un ojo y chascó la lengua como con disgusto. Me mordía la lengua de emoción. No entendía nada. Mi pensamiento se precipitó fuera del relato. De sopetón, me espetó una pregunta rabiosa. Fue la única vez que me tutease en aquella comida.

– Dime, ¿qué habrías hecho tú en su caso? Quiero decir, en el caso de haber sido aquel rapaz de la historia.

Interpelé al secretario con un pesado gesto de hombros, pero éste evitó cualquier respuesta. Se entretenía encendiendo su puro, y permanecía absorto rompiendo la preciosa vitola cual profesional cirujano.

– Y bueno… ¿Qué hubieses intentado … ? – Repetía su pregunta mientras daba el primer par de chupadas y el humo desdibujaba su rostro. El tiempo se agotaba… tartamudeé improvisando una respuesta.
– Hombre… ¿Sabe? Podría haber maniobrado con rapidez… creando confusión… cancelando y posponiendo la presentación para ganar tiempo… en realidad, hubiese sido fácil hasta contrarrestar la posición del sabio con nuevos especialistas contratados por los industriales… argumentando que siempre existen principios tecnológicos por descubrir… que aquello era una innovación diferencial, mal entendida por los científicos del Ministerio.
– ¿Pero…? – Se reía, con su papada columpiándose repugnantemente, mientras estrujaba con su pregunta mis sesos. Era el tono, los gestos, que delatan mis dudas. Cuando me percaté de la celada escondida en aquella historia, casi se me saltan las lágrimas. Podía desperdiciar mi oportunidad. Continué, prácticamente tartamudeando. Y dije:
– … Hubiese cumplido mi cometido… la empresa habría cosechado hasta buenos resultados durante cierto tiempo… las acciones se habrían revaluado lo necesario para ser vendidas con grandes beneficios… un buen negocio a todas luces antes de que descubriesen el montaje – entonces me sinceré a riesgo de parecer un mentecato, porque prefería ser un nene debilucho con torpes escrúpulos que un traidor. Por eso terminé: – … y sin embargo no me hubiese hecho feliz. Hubiera ido en contra del sueño. – Y me quedé luego mudito, la cabeza alta. Seguro de mi contestación porque era digna de mis propias ideas. No me importaba qué pensase aquel gordinflón. Y si no me financiaba, ya buscaría otros banqueros.

Afortunadamente aquella respuesta causó su efecto. El empresario finalizó el cuento.

– Siempre recordaría, pasados tantos años, aquella tarde. Como delante de los periodistas, los fríos responsables de la corporación que patrocinaban su trabajo, el alcalde y los convecinos, el sabio anunció que aquellas hermosas cavilaciones nunca funcionarían en la práctica. No pasaban de ser un torpe sueño, una pantomima contraria a las leyes fundamentales de la física. Entonces unos murmullos de desencuentro invadieron la sala. Muchos se marcharon indignados. Cuando se volvió a hacer el silencio en la sala, el sabio continuó su exposición: y dijo que, pese el fracaso, el valor de aquel esfuerzo radicaba en su ingenio, su imaginación e inventiva. También dijo que nuestro futuro se mide por el número de tropiezos, las irrealidades de nuestros torpes visionarios que confusos, forjarán nuevos derroteros. Seguro que nadie supo apreciar aquellos cumplidos, porque finalmente el jovenzuelo se quedó solo en la sala junto al sabio. Todos se habían marchado, el alcalde del brazo de los empresarios, sus convecinos, los periodistas, urdiendo la mimbre del escándalo a publicar en la próxima
edición matutina. Pero, como quien decide que no ha sucedido nada relevante, el jovenzuelo se dirigió al laboratorio para continuar sus esfuerzos como si se tratase de otro día más, pero esta vez bajo una nueva guía, es decir, apoyándose en los conocimientos de sabio; Al pasar los años, y nacerle las canas, las ideas se asentaron, y construyó, al fin, muchas y nuevas máquinas maravillosas, que sino móviles perpetuos, permitieron a la civilización avanzar y progresar.

De esta guisa finalizó su relato y dio por concluido, sin más, nuestro encuentro. Por entonces, una humareda invadía nuestro reservado y me hacía toser y lagrimar constantemente. El secretario, sacó un pañuelón inmeso del bolsillo y con estrépito y teatralidad se sonó la nariz. Al salir de mi atontamiento me encontré al empresario pagando la cuenta y llamando por su móvil al chofer. Volvía al frenesí de su actividad cotidiana. Miró su reloj y maldijo en voz baja, puesto que llegaba tarde a la siguiente reunión. Casi sin despedirse se marchó. Torpemente me dio la mano sin mirarme a la cara.

Y me quedé solo, jugando con la cubertería de la mesa, meditando sobre el asunto de aquella extraña reunión.

Semanas más tarde llegaría la contestación a nuestra propuesta de negocio. Había sido aceptada.

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El físico imaginario (entrega 2 de 3)

>(continúa de mensajes anteriores. Tiempo de lectura: 7 minutos)

Entonces fue, que el alcalde, uno de los pocos letrados del villorrio, desvelado aquella misma noche, y a vueltas con el discurso del jovenzuelo, a la luz de la luna y acompañado por las voces de la corneja, pergeñó grandes luces y riquezas en toda aquella situación. Muy de mañana, a grandes zancadas se dirigió al granero, y allí mismo se lo encontró, perfeccionando su invento. Y le ofreció su colaboración. Él chaval miró a lo alto, se quedó pensativo y meditabundo por un momento y fue que instantes después aceptó su ayuda. Las palabras que utilizó parecieron como improvisadas a los oídos del alcalde, aunque si bien, habían sido preparadas con harto esmero durante las semanas anteriores. Delante de sus narices puso en marcha el mecanismo de un empujón, el alcalde dio un respingo, y la maquinaria comenzó su doloroso traqueteo, pero el ingenio se detuvo casi inmediatamente. Le dijo que siempre se pararía después del primer impulso debido a las fricciones y deficientes materiales utilizados en su construcción. Era simplemente un juguete que mostraba sus ideas, los principios de su física, y que necesitaría ayuda y financiación para construir un dispositivo que funcionase realmente. El alcalde aceptó inmediatamente, emocionado por el reto con lo que sellaron allí mismo el nacimiento de su sociedad y proyecto conjunto.

Pasaron las semanas. Fue una etapa feliz para el rapaz. Con la ayuda económica del alcalde los trabajos avanzaron rápidamente. Encerrado en su granero construía y construía febrilmente, dibujando y perfeccionando su obra.

Y por otro lado el alcalde no se quedó quieto esperando fuese rematado el proyecto. Bien mirado, la suma puesta a disposición era bien alta y convenía recuperarla y aumentarla cuanto antes. En sus viajes a la capital no dejó de relatar a todo quien se encontraba las excelencias del motor que construía su protegido. Tanta fe tenía en sus resultados. En su boca, repetía una y cientos de veces un mundo en el cual el carbón, el petróleo… serían inútiles porque el motor perpetuo se convertiría en una fuente inagotable de trabajo.

– ¡ Arrogante ignorante ! – no pude reprimir esta interjección. Me encontré a mi mismo devorando fieramente el postre, mientras escuchaba aquella sorprendente historia.

– Créasela punto por punto… efectivamente, la ignorancia suele ser atrvida consejera… aunque también el hambre y la miseria. Eran tiempos duros, sabe, para aquella región que subsistía sin electricidad ni infraestructuras de comunicación. El país entero vivía aislado, autárquico, sin fuentes de energía y por aquel entonces cualquier memo, prometiendo una fuente inacabable de energía, ¡ todo un sueño !, sería por lo menos escuchado con interés. La mezquindad de los burócratas dificultó inicialmente el proyecto, aunque aquel alcalde era persona ducha y tenaz en sus relaciones, y más pronto que tarde se las ingenió para convencer en los múltiples gabinetes del Ministerio a no sé que Vicesecrecario, que intrigado por aquella insensata historia decidió enviar un técnico cualificado, tan siquiera para elaborar un informe preliminar.

Y así fue: una fría tarde invernal, las sombras cernidas sobre el cierzo y las nubes encapotando el cielo, tuvo lugar la primera visita. Mientras el técnico del Ministerio, aterido y hastiado por los lugareños, no se separaba ni por un instante del brasero que a tan buen fin le habían proporcionado, la máquina dolorosamente comenzó su movimiento. Por un primer instante pareció detenerse, pero como impulsada por una fuerza maravillosa, no se paro, es más, continuó, con ritmo cansino aunque sostenido, ininterrumpidamente. Los presentes contuvieron un suspiro tenso y casi de puntillas abandonaron el granero. Y al día siguiente, cuando antes de partir a la capital, el técnico revisó la situación de la máquina, se la encontraron, con sus goznes y ruedas manteniendo su movimiento constante. Parecía milagroso, puesto que nadie más había entrado o salido del lugar, custodiado en todo momento por la autoridad del poblacho.

El técnico anotó todo aquello con celo y discreción, marchando además con un dibujo resumido del artefacto. Al cabo de una hora o así apareció el pupilo, puesto que no le habían permitido asistir a la demostración para evitar cualquier manipulación de su obra. El alcalde le abrazó paternalmente, vivamente emocionado por el desenlace, y le comentó la feliz noticia. Grandes dudas había albergado durante los días anteriores, creyendo no disponer para la fecha concertada de algún dispositivo que, cuanto menos, funcionase un breve instante. Pero el jovenzuelo no se alteró lo más mínimo ante sus palabras y le guiñó un ojo cómplice. Luego le llevó aparte y le señaló, entre la maraña de poleas, un cabestrante escondido, que subía hasta el piso superior del granero. Le confesó que allí había permanecido oculto, para manipular y accionar el mecanismo que mantenía en movimiento el motor durante la demostración. Aquello llenó de tristeza al alcalde, aunque pronto comprendería las buenas intenciones del zagal: únicamente un dispositivo en perfecto funcionamiento sería admitido como válido por parte del Ministerio. El chaval había ejecutado aquella malicia en aras de perfeccionar su mecanismo. Más, luego, le vino a la mente nuevas y más sesudas preguntas: ¿Cuánto le costarías las postreras mejoras?¿Y podría, con su modesto capital, financiarlas?

Pasadas las semanas, las noticias que llegaron del Ministerio fueron harto alentadoras. Se había creado una Comisión, encabezada por un importante Catedrático, sabio de prestigioso renombre. Se decía que el artefacto sería trasladado a la capital para ser allí estudiado con detenimiento. El alcalde, que aún albergaba sueños de fama y grandeza recibió a los periodistas de un noticiario nacional: los titulares decían, “Portento de la física inventa una máquina que revolucionará el mundo.”. Quizás, a causa de esta publicidad, comenzaron a llover cartas interesándose por el asunto. Amables piropos, estudiantes reclamando mayor información para sus tesis doctoral, empresarios deseando favorecer la constitución de una sociedad conjunta. Y finalmente, otra tarde lluviosa que parecía aplacar las primeras ráfagas primaverales, vestidos de gris (imitando la luz decaída), aparecieron ellos, en un lujoso Hispano Suiza. De su interior salieron, los cuatro entrajetados, fumando grandes habanos. Alquilaron la fonda entera para instalar allí su base de operaciones, y comenzaron a espiar día y noche todos los movimientos del muchacho. Sus trajes elegantes, de amplias solapas, sus gemelos de oro y los relojes de marca, relumbraban en la cantina, mientras hacían mil y una preguntas a todos. Al tercer día concertaron una entrevista. Comieron y bebieron en abundancia y tan solo al final, abrieron un maletín repleto de fajos de billetes.
– ¡ Mi máquina no tiene precio ! – les gritó enojado el muchacho y salió corriendo. Aunque la mirada del alcalde, desorbitada y convulsa parecía decir todo lo contrario. Y fue, que desde aquel día, las cosas fueron de mal en peor. El alcalde dejó de interesarse por el progreso de la máquina, como confiado de un resultado que de una u otra manera le resultaría siempre favorable: y pensaba que los altos sueños han de tener un precio, y que necesariamente éste ha de que ser también alto. Luego los entrajetados abandonaron el pueblo y el jovenzuelo supo que su máquina día a día iba siendo un poquito menos suya.

(finaliza en el próximo mensaje)

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