>Babel

>Confluían en Babel multitud de razas, idiomas y civilizaciones. La Torre, abandonada y en ruinas, se cimbreaba, mecida por los tiempos de Oriente y Occidente.

En Babel, únicamente los muy ancianos habían conocido la Lengua Única, bajo la cual fueron edificados los cimientos originales de la vieja Torre. Después, arrojada la furia de Yahvé, los trabajos de construcción divergieron por derroteros fantásticos: cada maestro edificó según su propio y original criterio, incapaz de entenderse con el resto de lenguas de los artesanos de la obra.

Y muy al contrario del resultado que las crónicas nos transmiten, la aparente confusión de estilos y mezclas técnicas dotó al precario conjunto de una belleza y equilibrio que ya nunca después podría encontrarse en posteriores arcadas y cruceros de las catedrales; además, aquel sin fin inimaginable de constructos, si rivalizaban en belleza y originalidad, no guardaban comparación con el resultado de la Torre en su conjunto.

En fin, que fueron buenos tiempos para la Torre y el ansia que ésta representaba. Los maestros arquitectos, canteros, carpinteros, artesanos, plasmaron libremente sus ideales y sueños en aquellas piedras, relevándose en aquel singular trabajo año tras año sin descanso. La Torre no podría ser terminada nunca (como no tiene fin la imaginación y creación del ser humano) y cada piso albergaba nuevas y más arriesgadas cavilaciones de sus creadores.

Muchos turistas, llegados de lontananza, admiraban la singular y bella construcción que se alzaba sobre las nubes hasta acariciar casi las barbas divinas. Quizás, acrecentada la furia de Yahvé por semejante dislate, (éste) deseó ocultar el espectáculo de la Torre a los mortales, y mandó así cubrirla con perennes borrascas y nieblas; aún así, el regocijo contemplativo de sus absolutas y singulares maravillas parecía no verse mermado en gran medida…

Y aunque los pisos se sucedieron los unos a los otros y los maestros continuaban aparentemente alzando la construcción sin tregua, la cada vez más dificultosa comunicación de los artesanos con los visitantes (para transmitir sus ideas) que observaban (impávidos) la elevada altura donde se trabajaba, unido a la oscuridad de las tormentas, poco a poco iría dificultando la admiración de los pisos superiores (que sin duda eran a todas luces los más perfectos y singulares. Quizás, por eso fue que, la gente, entretenida por los quehaceres cotidianos, se fue conformando con una idea baga y simple de los tesoros contenidos en la Torre. Y como fue que iban perdiéndose el interés por su mayor y nueva diversidad, fueron cada vez menor el número de constructores atraídos por la aventura esforzada de participar en la Torre y cada vez menos los espectadores dispuestos a indagar en sus maravillas: todos ellos se iban conformando con una idea rápida y superficial de la misma.

De la misma manera que la secuoya muerta no pierde todas sus hojas hasta bien transcurridas las centurias, la Torre mantuvo una lenta agonía. Nadie advirtió ni se preocupó de la paulatina escasez de nuevos artesanos y el postrero abandono de los proyectos más arriesgados. Y cuando un día finalmente se hubo cerrado la Torre, nadie se quejó, apenas se visitaba aquella parte de la ciudad: los pobladores de Babel ahora disfrutaban con alegres y sofisticados devaneos, puesto que a pesar de la gran diferencia de costumbres e idiomas, habían desarrollando la habilidad de comunicarse fácilmente mediante rudimentarios símbolos. Este nuevo y práctico Lenguaje había hecho innecesarias las Artes, si bien había permitido desarrollar ingentes nuevas ciencias, en especial aquellas asociadas al Comercio y la Guerra.

Así fue como se olvidó el afán constructor de los hombres y su interés para alcanzar los cielos. Los aviones y cohetes ahora sobrevuelan el firmamento, dejando la vieja Torre muy por debajo de ellos; también dicen que Yavhé ha quedado en algún lugar desconocido, muy por debajo de aquellos artefactos. Pero a nadie le preocupa esto en absoluto.

Mi texto, sin animo de competir competir con esta otra Babel, de Alejandro González Iñárritu.

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