I saw the best minds of my generation destroyed by madness…

>Con estos premonitorios versos se nos despacha el obsceno Allen Ginsberg en su irrefutable poemario, “AULLIDO”.

Para quien no le conozca aún, otro poeta loco-maldito, carne de cañón de los medios atiborrados, borracho, drogadicto y transgresor de una sociedad americana de mitad de siglo XX, dicotomizada entre buenos y malos, un canto pervertido y desgraciado a los perdedores, a los diferentes, a los castigados.

Sepan que lo recupero con una maldad horrible y sepan que hay muchas razones precisamente en estos momentos. Últimamente se nos impone un afán por moderar tontamente nuestras palabras, como si pudieramos con nuestras ideas alocadas y desabridas arañar a los dioses.

Pero como dicen por ahí, los dioses deben estar aún más locos si cabe, quizás porque muchos profetas hablan a sus oídos y les dictan las palabras que luego nos obligan a aprender, punto por punto. Palabras taimadas.

Espero que Allen, esté donde esté, no se dedique a este burdo menester.

(tiempo estimado de lectura de la primera parte del poemario: 10 minutos. Traducción de Rodrigo Olavarría)


Para Carl Salomón

Vi las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, hambrientas histéricas desnudas,

arrastrándose por las calles de los negros al amanecer en busca de un colérico pinchazo,

hipsters con cabezas de ángel ardiendo por la antigua conexión celestial con el estrellado dínamo de la maquinaria nocturna,

que pobres y harapientos y ojerosos y drogados pasaron la noche fumando en la oscuridad sobrenatural de apartamentos de agua fría, flotando sobre las cimas de las ciudades contemplando jazz,

que desnudaron sus cerebros ante el cielo bajo el El y vieron ángeles mahometanos tambaleándose sobre techos iluminados,

que pasaron por las universidades con radiantes ojos imperturbables alucinando Arkansas y tragedia en la luz de Blake entre los maestros de la guerra,

que fueron expulsados de las academias por locos y por publicar odas obscenas en las ventanas de la calavera,

que se acurrucaron en ropa interior en habitaciones sin afeitar, quemando su dinero en papeleras y escuchando al Terror a través del muro,

que fueron arrestados por sus barbas púbicas regresando por Laredo con un cinturón de marihuana hacia Nueva York,

que comieron fuego en hoteles de pintura o bebieron trementina en Paradise Alley, muerte, o sometieron sus torsos a un purgatorio noche tras noche,

con sueños, con drogas, con pesadillas que despiertan, alcohol y verga y bailes sin fin,

incomparables callejones de temblorosa nube y relámpago en la mente saltando hacia los polos de Canadá y Paterson, iluminando todo el inmóvil mundo del intertiempo,

realidades de salones de Peyote, amaneceres de cementerio de árbol verde en el patio trasero, borrachera de vino sobre los tejados, barrios de escaparate de paseos drogados luz de tráfico de neón parpadeante, vibraciones de sol, luna y árbol en los rugientes atardeceres invernales de Brooklyn, desvaríos de cenicero y bondadosa luz reina de la mente,

que se encadenaron a los subterráneos para el interminable viaje desde Battery al santo Bronx en benzedrina hasta que el ruido de ruedas y niños los hizo caer temblando con la boca desvencijada y golpeados yermos de cerebro completamente drenados de brillo bajo la lúgubre luz del Zoológico,

que se hundieron toda la noche en la submarina luz de Bickford salían flotando y se sentaban a lo largo de tardes de cerveza desvanecida en el desolado Fugazzi’s, escuchando el crujir del Apocalipsis en el jukebox de hidrógeno,

que hablaron sin parar por setenta horas del parque al departamento al bar a Bellevue al museo al puente de Brooklyn,

un batallón perdido de conversadores platónicos saltando desde las barandas de salidas de incendio desde ventanas desde el Empire State desde la luna,

parloteando gritando vomitando susurrando hechos y memorias y anécdotas y excitaciones del globo ocular y shocks de hospitales y cárceles y guerras,

intelectos enteros expulsados en recuerdo de todo por siete días y noches con ojos brillantes, carne para la sinagoga arrojada en el pavimento,

que se desvanecieron en la nada Zen Nueva Jersey dejando un rastro de ambiguas postales del Atlantic City Hall,

sufriendo sudores orientales y crujidos de huesos tangerinos y migrañas de la china con síndrome de abstinencia en un pobremente amoblado cuarto de Newark,

que vagaron por ahí y por ahí a medianoche en los patios de ferrocarriles preguntándose dónde ir, y se iban, sin dejar corazones rotos,

que encendieron cigarrillos en furgones furgones furgones haciendo ruido a través de la nieve hacia granjas solitarias en la abuela noche,

que estudiaron a Plotino Poe San Juan de la Cruz telepatía bop kabbalah porque el cosmos instintivamente vibraba a sus pies en Kansas,

que vagaron solos por las calles de Idaho buscando ángeles indios visionarios que fueran ángeles indios visionarios,

que pensaron que tan sólo estaban locos cuando Baltimore refulgió en un éxtasis sobrenatural,

que subieron en limosinas con el chino de Oklahoma impulsados por la lluvia de pueblo luz de calle en la medianoche invernal,

que vagaron hambrientos y solitarios en Houston en busca de jazz o sexo o sopa, y siguieron al brillante Español para conversar sobre América y la Eternidad, una tarea inútil y así se embarcaron hacia África,

que desaparecieron en los volcanes de México dejando atrás nada sino la sombra de jeans y la lava y la ceniza de la poesía esparcida en la chimenea Chicago,

que reaparecieron en la costa oeste investigando al F.B.I. con barba y pantalones cortos con grandes ojos pacifistas sensuales en su oscura piel repartiendo incomprensibles panfletos,

que se quemaron los brazos con cigarrillos protestando por la neblina narcótica del tabaco del Capitalismo,

que distribuyeron panfletos supercomunistas en Union Square sollozando y desnudándose mientras las sirenas de Los Álamos aullaban por ellos y aullaban por la calle Wall, y el ferry de Staten Island también aullaba,

que se derrumbaron llorando en gimnasios blancos desnudos y temblando ante la maquinaria de otros esqueletos,

que mordieron detectives en el cuello y chillaron con deleite en autos de policías por no cometer más crimen que su propia salvaje pederastia e intoxicación,

que aullaron de rodillas en el subterráneo y eran arrastrados por los tejados blandiendo genitales y manuscritos,

que se dejaron follar por el culo por santos motociclistas, y gritaban de gozo,

que mamaron y fueron mamados por esos serafines humanos, los marinos, caricias de amor Atlántico y Caribeño,

que follaron en la mañana en las tardes en rosales y en el pasto de parques públicos y cementerios repartiendo su semen libremente a quien quisiera venir,

que hiparon interminablemente tratando de reír pero terminaron con un llanto tras la partición de un baño turco cuando el blanco y desnudo ángel vino para atravesarlos con una espada,

que perdieron sus efebos por las tres viejas arpías del destino la arpía tuerta del dólar heterosexual la arpía tuerta que guiña el ojo fuera del vientre y la arpí
a tuerta que no hace más que sentarse en su culo y cortar las hebras intelectuales doradas del telar del artesano,

que copularon extáticos e insaciables con una botella de cerveza un amorcito un paquete de cigarrillos una vela y se cayeron de la cama, y continuaron por el suelo y por el pasillo y terminaron desmayándose en el muro con una visión del coño supremo y eyacularon eludiendo el último hálito de conciencia,

que endulzaron los coños de un millón de muchachas estremeciéndose en el crepúsculo, y tenían los ojos rojos en las mañanas pero estaban preparados para endulzar el coño del amanecer, resplandecientes nalgas bajo graneros y desnudos en el lago,

que salieron de putas por Colorado en miríadas de autos robados por una noche, N.C. héroe secreto de estos poemas, follador y Adonis de Denver -regocijémonos con el recuerdo de sus innumerables jodiendas de muchachas en solares vacíos y patios traseros de restaurantes, en desvencijados asientos de cines, en cimas de montañas, en cuevas o con demacradas camareras en familiares solitarios levantamientos de enaguas y especialmente secretos solipsismos en baños de gasolineras y también en callejones de la ciudad natal,

que se desvanecieron en vastas y sórdidas películas, eran cambiados en sueños, despertaban en un súbito Manhattan y se levantaron en sótanos con resacas de despiadado Tokai y horrores de sueños de hierro de la tercera avenida y se tambalearon hacia las oficinas de desempleo,

que caminaron toda la noche con los zapatos llenos de sangre sobre los bancos de nieve en los muelles esperando que una puerta se abriera en el East River hacia una habitación llena de vapor caliente y opio,

que crearon grandes dramas suicidas en los farellones de los departamentos del Hudson bajo el foco azul de la luna durante la guerra y sus cabezas serán coronadas de laurel y olvido,

que comieron estofado de cordero de la imaginación o digirieron el cangrejo en el lodoso fondo de los ríos de Bowery,

que lloraron ante el romance de las calles con sus carritos llenos de cebollas y mala música,

que se sentaron sobre cajas respirando en la oscuridad bajo el puente y se levantaron para construir clavicordios en sus áticos,

que tosieron en el sexto piso de Harlem coronados de fuego bajo el cielo tubercular rodeados por cajas naranjas de Teología,

que escribieron frenéticos toda la noche balanceándose y rodando sobre sublimes encantamientos que en el amarillo amanecer eran estrofas incoherentes,

que cocinaron animales podridos pulmón corazón pié cola borsht & tortillas soñando con el puro reino vegetal,

que se arrojaron bajo camiones de carne en busca de un huevo,

que tiraron sus relojes desde el techo para emitir su voto por una eternidad fuera del tiempo, & cayeron despertadores en sus cabezas cada día por toda la década siguiente,

que cortaron sus muñecas tres veces sucesivamente sin éxito, desistieron y fueron forzados a abrir tiendas de antigüedades donde pensaron que estaban envejeciendo y lloraron,

que fueron quemados vivos en sus inocentes trajes de franela en Madison Avenue entre explosiones de versos plúmbeos & el enlatado martilleo de los férreos regimientos de la moda & los gritos de nitroglicerina de maricas de la publicidad & el gas mostaza de inteligentes editores siniestros, o fueron atropellados por los taxis ebrios de la realidad absoluta,

que saltaron del puente de Brooklyn esto realmente ocurrió y se alejaron desconocidos y olvidados dentro de la fantasmal niebla de los callejones de sopa y carros de bomba del barrio Chino, ni siquiera una cerveza gratis,

que cantaron desesperados desde sus ventanas, se cayeron por la ventana del metro, saltaron en el sucio Passaic, se abalanzaron sobre negros, lloraron por toda la calle, bailaron descalzos sobre vasos de vino rotos y discos de fonógrafo destrozados de nostálgico Europeo jazz Alemán de los años 30 se acabaron el whisky y vomitaron gimiendo en el baño sangriento, con lamentos en sus oídos y la explosión de colosales silbatos de vapor,

que se lanzaron por las autopistas del pasado viajando hacia la cárcel del gólgota -solitario mirar- autos preparados de cada uno de ellos o Encarnación de Jazz de Birmingham,

que condujeron campo traviesa por 72 horas para averiguar si yo había tenido una visión o tú habías tenido una visión o él había tenido una visión para conocer la eternidad,

que viajaron a Denver, murieron en Denver, que volvían a Denver; que velaron por Denver y meditaron y andaban solos en Denver y finalmente se fueron lejos para averiguar el tiempo, y ahora Denver extraña a sus héroes,

que cayeron de rodillas en desesperanzadas catedrales rezando por la salvación de cada uno y la luz y los pechos, hasta que al alma se le iluminó el cabello por un segundo,

que chocaron a través de su mente en la cárcel esperando por imposibles criminales de cabeza dorada y el encanto de la realidad en sus corazones que cantaba dulces blues a Alcatraz,

que se retiraron a México a cultivar un hábito o a Rocky Mount hacia el tierno Buda o a Tánger en busca de muchachos o a la Southern Pacific hacia la negra locomotora o de Harvard a Narciso a Woodland hacia la guirnalda de margaritas o a la tumba,

que exigieron juicios de cordura acusando a la radio de hipnotismo y fueron abandonados con su locura y sus manos y un jurado indeciso,

que tiraron ensalada de papas a los lectores de la CCNY sobre dadaísmo y subsiguientemente se presentan en los escalones de granito del manicomio con las cabezas afeitadas y un arlequinesco discurso de suicidio, exigiendo una lobotomía al instante,

y recibieron a cambio el concreto vacío de la insulina Metrazol electricidad hidroterapia psicoterapia terapia ocupacional ping pong y amnesia,

que en una protesta sin humor volcaron sólo una simbólica mesa de ping pong, descansando brevemente en catatonia,

volviendo años después realmente calvos excepto por una peluca de sangre, y de lágrimas y dedos, a la visible condenación del loco de los barrios de las locas ciudades del Este,

los fétidos salones del Pilgrim State Rockland y Greystones, discutiendo con los ecos del alma, balanceándose y rodando en la banca de la soledad de medianoche reinos dolmen del amor, sueño de la vida una pesadilla, cuerpos convertidos en piedra tan pesada como la luna,

con la madre finalmente ****** [i] , y el último fantástico libro arrojado por la ventana de la habitación, y a la última puerta cerrada a las 4 AM y el último teléfono golpeado contra el muro en protesta y el último cuarto amoblado vaciado hasta la última pieza de mueblería mental, un papel amarillo se irguió torcido en un colgador de alambre en el closet, e incluso eso imaginario, nada sino un esperanzado poco de alucinación-

ah, Carl, mientras no estés a salvo yo no voy a estar a salvo, y ahora estás realmente en la total sopa animal del tiempo-

y que por lo tanto corrió a través de las heladas calles obsesionado con una súbita inspiración sobre la alquimia del uso de la elipse el catálogo del medidor y el plano vibratorio,

que soñaron e hicieron aberturas encarnadas en el tiempo y el espacio a través de imágenes yuxtapuestas y atraparon al Arcángel del alma entre 2 imágenes visuales y unieron los verbos elementales y pusieron el nombre y una pieza de conciencia saltando juntos con una sensación de Pater Omnipotens Aeterna Deus

para recrear la sintaxis y medida de la pobre prosa humana y pararse frente a ti mudos e inteligentes y temblorosos de vergüe
nza, rechazados y no obstante confesando el alma para conformarse al ritmo del pensamiento en su desnuda cabeza sin fin,

el vagabundo demente y el ángel beat en el tiempo, desconocido, y no obstante escribiendo aquí lo que podría quedar por decir en el tiempo después de la muerte,

y se alzaron reencarnando en las fantasmales ropas del jazz en la sombra de cuerno dorado de la banda y soplaron el sufrimiento de la mente desnuda de América por el amor en un llanto de saxofón eli eli lamma lamma sabacthani que estremeció las ciudades hasta la última radio

con el absoluto corazón del poema sanguinariamente arrancado de sus cuerpos bueno para alimentarse mil años.

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LA TERAPIA

>Hace tiempo que tenía pensado elaborar este post. Y ha llegado el singular momento: es largo, imagino que si os seduce su lectura, deberéis disponer de unos diez minutos. No os pido más. Se trata del primer capítulo de mi novela (no publicada), titulada “LA TERAPIA”.

La acción discurre en el año 1350, en las cercanías del cenobio de Santo Domingo de Silos. Estamos en un periodo de transición y desorden, el medievo desinflándose y dando pie a las primeras luces de lo que será la posterior modernidad. Pero ahora la peste arrambla con todo: el rey Alfonso XI muere por dicha enfermedad y le sucede el polémico Pedro I “El cruel” . Pues en este ambiente se cocerá el singular encuentro con un “ser” del cual nadie conoce nada; con aberrantes deformidades, parece a primera vista que se tratara de un horrible animal. Sin embargo su mirada es humana y demuestra una inteligencia portentosa. Si lo razonable sería no dar cobijo a tal aberrante criatura, los monjes deciden acojerlo, e intrigados, le encargan al decano del cenobio la singular tarea de proceder al estudio del “ser” para así berificar su verdadera naturaleza y proceder, después, a la todavía más extraordinaria “Terapia” de humanización, es decir, la transformación de su alma bruta en humana.

Y no os doy más pistas. Serán bien recibidos vuestros comentarios.

___________________________________________

Por desgracia, la Terapia había comenzado demasiado tarde, y tarde habría de terminar. Además, le parecía bastante dolorosa, y lo era, hasta límites alarmantes.

La transformación no resultaba aparente. Había días que sentía verdaderos retrocesos y no podía evitar aquella horrible sensación de flaqueza, dominándolo. Podía parecer que las reclusiones fueran el principal motivo de cada uno de sus diminutos progresos, si bien, como ya acertaba a comprender en su interior, esto no era cierto. Su mecanismo le traicionaba, y por momentos, la Terapia avanzaba, lo conquistaba fatigosamente.

Todos los días había que levantarse mucho antes del alba, el lucero despuntando firme en el horizonte, aunque él nunca lo veía, tras los muros claustrales. Vagabundeaba desnudo cerca del huerto, rebuscando nabos enterrados, escarabajos o patatas, remolacha para alimentarse. La húmeda tierra, la gelidez de la madrugada lo despertaban el primero, para recordarle su real identidad, su repugnante fisonomía y sus costumbres.

Al toque de la primera oración se dirigía a la capilla. Pero antes, la Terapia le exigía vestir con escrupuloso rigor el atavío de la orden. De esta forma, su aspecto físico sería parcialmente tolerado. Los monjes más intransigentes, no obstante, forzaron la construcción de una rejilla que constituía un tabique, justo debajo del coro, donde tendría que permanecer en todas las ocasiones para que su presencia pasara inadvertida.

La memorización obligada de cada uno de los ritos practicados del lugar no resultó dificultosa. La oración le proporcionaría grandes satisfacciones, le ofrecería un encuentro duradero y cotidiano de «Salvación» (aquella «Salvación» que le parecía un milagro con significados insondables).

De aquí que repetía día a día aquellas mismas voces, las repetía para llenarlas de nuevos significados (era la Terapia misma): ora et labora, pero acaso sus enormes deformidades, el dificultoso y renqueante desplazamiento bípedo o aquellas limitadas habilidades manuales, impedían gran parte de las actividades más habituales del lugar. Tal vez fue por esto que le quedó asignada una cotidiana lectura dedicada de los tomos y ejemplares de la biblioteca. Rodeado de copistas y glosadores le fueron seleccionados los títulos que compondrían su educación. En lo que nadie reparó (al menos así fue para la mayoría en un principio) fue en su incomprensible dominio del alfabeto occidental, su erudito conocimiento de lejanas lenguas muertas. ¿Cómo entonces podría realizar tan inteligentes y brillantes comentarios? De memoria repetía a sabios ancestrales, únicamente conocidos por los más doctos. La voz cavernosa, áspera y silbante declamaba sus frases, enunciaba y refería pasajes procedentes de los rincones menos visitados de la Biblioteca. Se ganó un pequeño espacio, donde su consideración y apreciaciones, día a día, tuvieron que ser tomadas un poco más en cuenta.

Tal era el trabajo principal, pero la Terapia le exigía completarlo con nuevas obligaciones, mucho menos agradables; la limpieza de las cuadras y los establos, de los animales. Alcanzar un nuevo estadio y superar el anterior. La suciedad barrida por un cubo de cal viva o un caldero de agua no significa que nos olvidemos, más que temporalmente, de todo aquello que somos. Los animales apestaban, de la misma forma que él lo había hecho (y aún y por siempre le repetían), hedía un animal entre sus excrementos y mientras él los limpiaba, aquellos animales le miraban y sus berridos le señalaban como un pobre ejemplar desahuciado en tierra de nadie, mudando, transformándose en algún otro ser, todavía mucho más repugnante que ellos mismos.

Se repetía: la Eucaristía significa la transustanciación, la total conversión del pan y vino en el cuerpo y sangre de Cristo. Aquel misterio infinitamente repetido, sorprendente a sus ojos y que el resto consideraban un hecho cotidiano. Sin embargo, él no era capaz de verlo (aquello no se ve con los ojos humanos, se ve a través de la fe). Pero ¿y si sus ojos iban paso a paso humanizándose, cómo podría ser tan ciego como para no distinguir el continuo milagro de su transformación? Aquello le dolía en sus lágrimas recién conocidas, la Terapia se iba depositando laminarmente en su alma.

Los días de mercado iba acompañado hasta la villa silense y vendía las hortalizas que trasladaba a la gran plaza en carro. El camino zigzagueante descendía sinuoso, el burro tropezaba y resbalaban los cascos en las piedras mojadas. Descubría rostros consumidos por el sufrimiento, cansados y gastados hombres de formas escondidas tras aquellas ropas. Los niños perseguían el carro de los monjes, ya que sabían que los más piadosos entregaban los restos que no habían vendido de vuelta del mercado. Aquella extraña procesión le perturbaba. Los niños le parecían seres frágiles, seres diminutos, débiles y desprotegidos. Aquella atalaya donde vivían les proporcionaba una distancia segura, una apartada localización donde palabras como «conocimiento» y «poder» se paladeaban juntas. El prior y las autoridades del villorrio viven retiradas, nunca mezcladas. El rumor tenue de las hojas de los almendros batiéndose permite las conversaciones en voz baja. No existe ningún grito, y el castigo se recibe casi por escrito.

Arrodillados, sumergidos en el recogimiento de la capilla, los monjes encienden alguna vela que ilumine el rostro cadavérico del Cristo. Un olor seco de suciedad y cera desciende por los cruceros, alcanza el pórtico y sustenta las arcadas: es la pausada meditación, que alcanza su justo distanciamiento sobre lo humano para iluminar el tapiado, justo debajo del coro, donde aquella respiración animal, aquel abismo irreconciliable, respira y vive. La comunidad religiosa ofrece sus oraciones y sus lentas palabras de consuelo al alma que pugna entre las deformidades de la bestia.

Un hor
rendo vocerío, como naciendo de las fauces mismas, despierta con dolor del silencio de la oración.
—¡Satanás! ¡Satanás! —se oye, y un cuerpo pesado se golpea contra las paredes.
Una vez forzada la verja se arremolinan a su alrededor. Aquellas convulsiones, aquella baba que le nace, aquellas garras sucias, las palabras completamente ininteligibles que llenan de repulsión hacia lo desconocido.
—¡Amarradle antes de que se mate! —ordena el prior señalando al cuerpo tembloroso.

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Por qué se suicidan las ballenas

>
Este fin de semana, la noticia de la ballena que marchó a morir al Támesis me hizo recordar un libro que desde hacía un par de años, huérfano de alacena, vagaba de un armario a otro, del comedor al dormitorio, buscando su precioso momento de lectura. En fin, el libro se titula : “Por qué se suicidan las ballenas” (Destino libro 68,ISBN 84-233-1011-6) y el autor es otro mito, del cual solo tengo excelsas recomendaciones, Ramón J. Sender.

Circunstancias de la vida, estos días fueron en toda regla días de proceso iniciatico: un largo viaje a Oviedo me ha dado pie a desaparecer entre sus páginas. A empaparme y soñar con ellas.
El asunto no es baladí. Ramón J. Sender enfoca su sentido trascendente de manera magistral, utilizando su agudísimo sentido crítico y acudiendo a las mejores fuentes: Tolstoi, Conrad, Ramón y Cajal… pero, ¿por qué se suicidan las ballenas? Sender bucea en las inteligencias humanas y las compara con las de otros seres, las ballenas, por ejemplo: su cerebro es diez veces mayor que el nuestro y sin embargo, han sabido librarse de ese afán destructivo y nihilista que rodea al espíritu humano. El libro comienza más o menos:

“La paz ha dejado de estar de moda. Los mozalbetes de un credo u otro asesinan como si se entrenaran para el más celebrado de los deportes a lo largo de los siglos. El que mata a diez es un enfermo mental a quien hay que encerrar. El que mata a diez mil un líder político, si mata a un millón un jefe de estado. El que logra matar a veinte millones es un héroe polarizador de las corrientes históricas.”

Lectura cómoda y reflexiva. No sesuda, sino de las que entran por el sentido común y por el corazón. Palabras de un sabio. best term paper reviews

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ALGUNAS RELACIONES ENTRE EL DINERO Y EL FRÍO

>En este gran poema de Luís Rosales, “ALGUNAS RELACIONES ENTRE EL DINERO Y EL FRÍO”, siempre he encontrado muchas verdades reveladas. Lo leí por primera vez de chico, aunque luego perdí su pista durante años, hasta que hace una década, más o menos, me lo topé por fin, sin querer, en esta pequeña obra maestra: DIARIO DE UNA RESURECCIÓN (Fondo de Cultura Económica – ISBN 84-375-0162-8). Es uno de mis libros de culto de poesía. Como era de esperar, arrancado de entre los cajones y olvidado en un puesto de la Feria del Libro de Ocasión de Valladolid.

Ah, perdonen por no haber presentado antes a mi poeta: Aquí Rosales, aquí mis compañeros y amigos lectores que acompañan el vuelo de mi lechuza.

Imagino que será conocido por Vds. Para los que no, no pierdan más su tiempo (que no su dinero), cuelguen teléfonos, lleguen tarde a sus citas, como yo estoy llegando para teclearlo, y no se metan hoy en la cama sin dar un par de vueltas al asunto.

Pero lean, lean…

EL DINERO SE PAGA,
hay personas que tienen millones como hay ballenas que tienen tos
porque nunca salieron del Polo,
y son sietemesinas a la chita callando,
y no saben qué hacer con el dinero,
y no saben qué hacer con el frío,
pues el dinero es acromegalítico
y a veces hace crecer tanto
que se han visto ballenas que son mayores que una ciudad,
ballenas millonarias,
que no dejan dormir a nadie con su sola respiración en diez kilómetros a la redonda,
y esto es lo grave
ya que lo marineros suelen decir que quien las oye respirar por la mañana queda cesante un año,
y quien las oye respirar por la noche
se queda tramitado y ya no vuelve a recobrar el uso de ser hombre.

EL DINERO SÓLO ES DINERO CUANDO SE GASTA,
dicen los libros y los niños,
y este principio puede vacunarnos
ya que el dinero acumulado suele tener consecuencias muy perniciosas:
distancia al hombre de sí mismo,
le da poder incomunicativo de expresar su agradecimiento con un cheque,
le entumece los pies alucinándolo,
y en esto se parecen el dinero y el frío.
Tendríamos que aprenderlo para hacer palmas con las orejas,
ya que el dinero, como si fuera un espejismo,
que no lo es,
todo lo hace posible,
todo lo hace posible, y al mismo tiempo sucedáneo,
y tiene tanta fuerza que puede trasladar un monte o destruir una ciudad,

pero no puede dar una alegría,
sólo brinda satisfacciones,
satisfacciones retaceadas, pluscuamperfectos, convergentes,
que año tras año
dejan su anonimato sobre el rostro
igual que la sonrisa se congela en la boca del muerto.
El dinero ha perdido la inocencia,
si es que la tuvo alguna vez,
por tanto,
cuando llegue el momento en que una hora vale más que un vida,
solo debe importarte
distinguir claramente entre tener satisfacciones y tener alegrías,
esta es la clave de vivir,
no hay otra,
puesto que el alquiler de las ballenas suele durar un año,
el alquiler de las mujeres suele durar dos meses
y el alquiler de los políticos suele durar el tiempo que se tarda en hacer una arma.

Y
es cierto,
desde luego,
y contraproducente,
que la riqueza nos convence de todo, pues tiene arcángeles reumáticos
que pueden conseguirnos hasta las olas en que el año pasado nos bañamos,
además,
es idolatra
y crea de vez en cuando un nuevo Dios que no nos sirve para nada,
pues no basta hacer dioses, es necesario creer en ellos,
y la facilidad es descreída,
no lo olvides,
ya que nos dice la experiencia que quien consigue cuanto quiere,
suele tener un aborto de corazón,
y le sobra la vida,
y ya no sabe que hacer con ella.

DICE LOS DIPUTADOS QUE LOS MUERTOS TIENEN CONVERSACIONES ADMIRABLES;
las ballenas se convierten en islas;
hay olivos, hormigas, enfermedades súbitas,
libros que se han escrito de pie,
pueblos desmoronándose
y cantantes
demasiados cantantes que siempre están protestando de algo.
Sí,
es cierto,
ya sabemos que hay cosas muy distintas:
dividendos,
gobiernos insepultos sobre todo en España,
castraciones,
desperdicios y esperanza de mejorar,
amores transitivos e intransitivos,
y besos que se dan a noventa días como letras de cambio
donde no se tramita la saliva,
y siempre son el mismo beso hereditario,
la misma ruina tenacísima
y desde luego el mismo frío aglutinado y uniforme
que llega hasta nosotros desde los cuatro puntos cardinales.
Y es curioso observar que con el frío,
llega también un día
en que es preciso que vayamos al Banco para pedir prestada una peseta
y entonces cae sobre nosotros lo que algunos filósofos llaman la nevada del pobre
y buscamos el Banco entre la lluvia y la nevisca a la buena de Dios,
y empezamos a andar cada vez más atónitos,
más ateridos,
y cuando arrecia la tormenta
queremos esperar pero no queda tiempo,
queremos resguardarnos pero no quedan árboles
porque algún industrial ha convertido el bosque en palillos de dientes,
y cada vez está más claro que en torno nuestro sólo hay nieve,
nieve caída y manufacturada,
nieve monosilábica y cayendo,
y seguimos andando durante toda nuestra vida para encontrar el Banco,
pero andamos cada vez con más frío,
con más impedimento y poquedad,
y al fin tropiezas en tus pies,
y caes,
y vuelves a caer
hasta que no puedes levantarte,
y te quedas quietecito y sabiendo
que la nieve interior es más fría que la nieve exterior,
y en torno tuyo la soledad se convierte en un crimen,
y todo es cielo y una sola nube,
y todo es nieve y una misma nieve
cuando ya el cuerpo te amortaja y te viste de muerto,
y al contraerte tienes un vómito que se hiela al contacto del aire
y se queda colgado, como una barba amarillenta, sobre el rostro,

y comprendes que ya no puede sucederte nada
pues has llegado al éxtasis y sólo vives para ti,
el cuerpo ha decretado tu expulsión,
y te rellena,
pero de afuera a adentro,
mientras la vida se repliega, se sume, par-pa-dea
hasta que sólo queda en ti una oscura conciencia prenatal,
y no sabes que has muerto porque empiezas a ser feliz,
y la nieve va cubriéndote sin ver la luz…

y es tan dulce mirar sin ver la luz…

y es tan dulce no sentir en el cuerpo ni siquiera el latir del corazón…

no saber dónde cantan los pájaros…

porque tú ya no escuchas,
y te quedas al fin deshabitado,
y en esto se parece el dinero y el frío.

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Una simple lección de la vida

>
Cuando llegamos era tarde: el sol se ponía sobre las cumbres nevadas del puerto de los Ancares, y las torcedumbres de la carretera aterrizaban suavemente al valle, hostigado por la espesura y las bocas legendarias de los lobos.

En aquel tiempo, y de esto hace más de una década, todavía habitaba el último paisano del lugar una palloza. El edificio derrengado, hosco y feo, conservaba, no obstante, el indefinido inventario del remoto y torvo pasado de aquellas tierras. En la puerta, como siempre tenía por costumbre, acurrucado, descansaba el viejecito, arrugado, retozando los finales rayos de su existencia.

Pronto, en el bar, sorprendidos por la tardía llegada de nuestro grupo de expedicionarios campistas, nos dieron señal de la ubicación de su matusalén, aunque si bien, él hacia un buen rato que nos esperaba, quizás diríase, una eternidad.

Lo reconozco, señores, porque no entendí nada de la conversación con aquel viejo, puesto que utilizaba un singular idioma de encrucijada de tierras, mezcla de gallego, castellano y quien sabe si hasta de bable.

Fue un paseo largo, inabarcable a la memoria. Recorrimos juntos, muy lentamente, paso a paso el pueblito y entre los primeras candelas de la noche, aquel hombre, utilizando gestos simples y la profundidad de sus ojos, nos hizo ver porque las tierras no tienen dueños, ni líneas y las naciones las hacen los hombres con sus vidas a su uso y medida, generación tras generación. Como los costumbres vienen y van, los mundos-países se nos transforman. Es inexorable.

Aquel anciano fue el último de su estirpe, el postrero representante de un sueño caduco. Y a su lado, nosotros, los jóvenes discípulos dispuestos a aprender aquella simple lección de la vida.

Y a transmitirla.

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Haikus del viajero de la cerveza

>¡A los bares! Fuente de inspiración, y expiración, hasta
para muchos, de conspiración.

Con la cervecita al hombro, quién
no es poeta por estos lares, quién no desplega un par de ripios para
conquistar a los traseuntes.

-¡Camarera!, ¡Otro trago!¡qué tengo un par de Haikus para
piropearla con esmero!¡qué hoy malverso mi filosofía baratera!


1.

Tenían alma, luego bullían.

2.

Con la tiza escribió
el número uno y pensó:
el tahúr,
el zurdo y
el mago.

3.

Del futbolín,
el filósofo
con la cerveza.

4.

No vuela quien no
despega:

Con alas de palo
marinero de cartón piedra.

5.

En el bosque, la comadreja
roe la hura.

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Natalicio

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Por Navidad, Mikelow se vestía de charro, botonadura de oro y plata, y con su guitarrón y boca bronca se colaba en los garitos de Madison Street a cantar a las fulanas.

No sabía un solo corrido completo y por su acento de irlandés arrepentido, las frases en español sonaban ininteligibles o rajadas, pero al rasgar aquellas cuerdas, las mujeres quedaban seducidas y todas cantaban al son, tristes o enajenadas.

Fuera, las lucecitas de múltiples formas, los centros comerciales rebosantes y saciados o el propio estigma de unas Navidades nevadas. Y Mikelow no habría cambiado por nada aquellas veladas, y menos por una sesión jazz en la cocina con una rubia aterciopelada de Mahattan, porque en aquellos ojillos, las pobres mexicanas ilegales, se contenía la esperanza de un mejor tiempo por llegar, al otro lado de Tijuana, una vez cruzado Río Grande.

Por entonces nunca se acostaba con ellas y recogía papelitos con sus teléfonos para pincharlos en la nevera, como si aquellos pequeños testigos, justificasen por si mismos la propia venida del Natalicio.

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Como llegar a rico sin dar ni palo

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Llegan fechas de zambomba y villancico.

Para calentar la garganta, este romance de ciego:

La normas de la properidad laboral se escriben
en renglones torcidos. Dios me perdone.


“Como llegar a rico sin dar ni palo.”

Tenga por bozal,
zanahoria y palillo
al pobre trabajar
por su librillo

y al hidalgo por su emblema,
entregado al brindis del sistema.

*

Que quien se levanta pronto
y tarde se acuesta
andará torpe y sin pitanza

de pasilleos líricos y vikingos
del socaire virgo del extravío.

*

Que la zanjas no cabes
con tanto esmero,
porque allí no hallarás
mucho dinero

sino vendiendo trigo si el trigo falta
o pintando plata con la matanza.

*

Atiende lo que te digo:

medrarás seguro con desatino
persiguiendo solo tus méritos enteros
sin conculcar con ahínco
aquellos ajenos.

Y no persistas en luengas vanas,
alquílate un esclavo por las mañanas,

y si bendices las cuitas de los mayores
hallarás con cumplidos sus lindos sabores.

*

Date cuenta lo que digo
no seas memo
sin oro no hay timo

y si otros llegan a ricos
únete al coro
que trabajar ya cansa

tira el pico lejos
monta una feria:
date larga holganza.

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Spanish Texas

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Un breve retazo de la novela en la que estoy trabajando. Os abro el corazón de uno de los protagonistas, que por el momento llamo Julián.

Sabrán que lo peor de los exploradores, de los veteranos de las cruentas guerras, de los guerreros y conquistadores glorificados de allende desconocidas tierras, siempre fue y había sido, claro está, su soledad. La soledad de Hernán Cortés, de Alvarado, de Cabeza de Vaca. El atril de la gloria. La historia acelerándose presta bajo nuestros pies. El turgente sabor de la prepotencia. Del abandono, el arte de la supervivencia. Julián no compartía con dichos prohombres e hijodalgos armas, escudo o celada. Tampoco hazañas o jornadas para que la posteridad le considerarse más tarde. Pero el caso era que ahora se le había despertado un instinto similar al de aquellos lejanos héroes, un instinto con el que había aprendido a vivir, dormitando en su interior, sin considerarlo, hasta entonces, necesario para su vida. Y ahora, inquieto, le producía cosquillas en el corazón. Cuando pudo domeñar aquella soledad, se hizo cargo absolutamente de ella, por fin, detrás de su puerta, apareció el vergel de las posibilidades estúpidas que hasta aquel día se había cercenado. Y como conquistador de su vida, cruzó algunos linderos, tomando posesión de nuevas veredas. Muchas veces no somos ni paisanos de nuestros corazones. Aunque tampoco seamos albaceas de nuestros destinos…

foto: Pedro de Alvarado, 1485-1541

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La memoria de Sabines

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Jaime Sabines fue un fumador empedernido que no cesó de hablar del amor, la vida y la muerte.

Conocí su memoria hace varios años, allá por México, en un largo viaje a través del desierto,
muy cerquita de Querétaro.

Siempre he querido publicar algunos versos suyos. Estos de hoy me llenan de desconsuelo.

No sé que habrá tras la muerte, si seremos polvo o estrella, pero quisiera que las despedidas entre los seres amados fueran a lo sumo un hasta mañana, pero no un hasta nunca.

Leedlos y rumiadlos.

…..

Amor mío, mi amor, amor hallado
de pronto en la ostra de la muerte,
quiero comer contigo, estar, amar contigo,
quiero tocarte, verte.

Me lo digo, lo dicen en mi cuerpo
los hilos de mi sangre acostumbrada,
lo dice este dolor y mis zapatos
y mi boca y mi almohada.

Te quiero, amor, amor, absurdamente,
tontamente, perdido, iluminado,
soñando rosas e inventando estrellas
y diciéndote adiós yendo a tu lado.

Te quiero desde el poste de la esquina,
desde la alfombra de ese cuarto a solas,
en las sábanas tibias de tu cuerpo
donde se duerme un agua de amapolas.

Cabellera del aire desvelado,
río de noche, platanar oscuro,
colmena ciega, amor desenterrado,

voy a seguir tus pasos hacia arriba,
de tus pies a tu muslo y tu costado.

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